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CUBA, La otra libertad (A Víctor Jara)

CUBA, La otra libertad (A Víctor Jara)

…la niña empezó a ver cómo el cielo se llenaba de hombres suspendidos por telas hinchadas como globos. Parecían muñecos que alguien le enviaba por haber perdido a su muñeca en la casa incendiada
Maité Campillo   Para Kaos en la Red

¿Cómo serán las manos del que las mueve gracias al odio?”

 

R a í c e s
El avión picó bajo, como si hubiera perdido el control y fuera a estrellarse. La mujer había salido corriendo por la carretera, arrastrando consigo a las dos niñas. Descendieron más, hasta casi rozarles las cabezas, y empezó otra vez el fuego. La niña mayor fue la primera en caer; pero la mujer siguió arrastrándola, a pesar de que las balas también la habían tocado. Hasta que sintió cómo se le zafaba de la mano; porque algo resbaloso se oponía a la presión y se la arrebataba. Siguió corriendo, con los dos brazos extendidos, como si llevara a las dos niñas con ella, hasta unos metros más en que cayó también. La niña menor quedó a su lado, intentando vanamente levantarla. Y profirió gritos de terror, encogiendo el cuerpecito y mirando al cielo, cuando el avión cruzó nuevamente sobre ella, como si quisiera meterle miedo.

Entonces la niña empezó a ver cómo el cielo se llenaba de hombres suspendidos por telas hinchadas como globos, atados por hilos… Parecían muñecos que  alguien le enviaba por haber perdido a su muñeca en la casa incendiada. Quiso despertar a la madre, para que viera el regalo del cielo. Pero la madre no le respondía y tenía un hueco enorme abierto en un costado por dónde salía mucha sangre. Cogió miedo y corrió hasta el cuerpo de la hermanita. Pero su hermanita tampoco quiso despertarse para ver los muñecos que estaban cayendo… Levantó la vista y otra vez el cielo limpio, sin los muñecos. Y de nuevo el avión, y los disparos, atormentándola, haciéndola gritar con el terror brincándole en todo el cuerpo.

Aquella madrugada habían sentido en su casa los primeros disparos. El padre estaba ausente. Hacía guardia en la playa y, fue de los primeros sorprendidos al aparecer los invasores. Ella recordaba que la madre se había tirado de la cama y las había reunido, temblando. Por la mañana llegó un vecino y les dijo que no salieran, que se metieran debajo de la mesa y pusieran colchonetas encima. Y que mordieran un palo, o un trozo de madera, cada vez que sintieran los aviones. Así lo hicieron. Hasta que la metralla abrió el hueco en el techo y el humo las empezó a ahogar. Salieron corriendo, sin tiempo para coger la muñeca y desde afuera vieron las llamas, devorándolo todo. Fue entonces cuando empezaron a correr por la carretera y cuando las vieron desde el avión, disparándoles.

Ya el sol estaba fuera y empezaba a calentar. La niña estuvo un rato moviendo el cuerpo de la hermana. Pensó que algo raro había pasado y volvió junto a la madre. Pero le dio miedo tanta sangre sobre el asfalto. Otro avión daba vueltas. Y otra vez el terror y la huida, ahora sola, por la carretera.

Había andado un trecho propio de sus pasos cortos, cuando tres hombres se aparecieron y la interrogaron.
– ¿Qué haces por aquí?
– Busco a mí papá.
– ¿Dónde está tu padre?
– No lo sé.
– ¿Y cómo andas sola?
-Yo salí con mi mamá y mi hermanita. Y pasó un avión grande y nos disparó y yo creo que están muertas…
Los tres hombres se miraron y no dijeron nada de momento. La niña les miró las caras y aquellos trajes raros que ella nunca había visto antes.
– ¿Qué hacemos? -preguntó al fin uno.
– Yo no sé.
– Es un estorbo -volvió a hablar el que había hecho la pregunta.
– Me parece que deberíamos entregársela al Padre…
– ¿Me van a llevar con mi papá? -interrumpió la niña con la carita animada por primera vez en muchas horas.
– No. Es un cura.
– ¿Un cura? -se asombró la niña.
– Si. ¿No has visto nunca a un cura?
– No. Por aquí nunca ha estado ninguno.
– ¡Claro! Como iba a estarlo si los estáis echando de Cuba.
– Oye, ¿tu padre es comunista?
– ¿Qué es eso?
– ¿No lo sabes?
– Si tu padre es fidelista.
– Si. Nosotros aquí todos somos de Fidel. ¿Y ustedes?
Los tres hombres la miraron seriamente, como si quisieran fulminarla. La niña pasó sus ojitos asustados por los tres rostros y enseguida comprendió.
-Vamos a llevarla con el Padre, antes de que se ponga a dar gritos.
Uno de ellos la cogió por una mano y la niña se encogió mirándolo de reojo mientras se llevaba la otra mano a la boca. Se desviaron de la carretera y la llevaron hasta el hospital improvisado.
Había un sanitario, que se quejaba de que no tenía medicinas suficientes y de que había que irlas a buscar al barco; un médico, esperando por los primeros heridos; un cura, con su casulla y su rosario encima del traje de camuflaje; y cuatro hombres más, con armas largas, custodiando a dos prisioneros (uno muy viejo y otro muy joven), que permanecían tirados en un rincón.

La niña llegó con ellos y primero se detuvo en seco, como si no creyera lo que veía. Luego se zafó de la mano y corrió hacia el prisionero joven, refugiándose en sus brazos.
– Papá, papá… Te andaba buscando, te andaba buscando hace rato…
El hombre se sorprendió y alarmó por la inesperada visita.
– ¿Por qué estás aquí…? ¿y tu mamá?
La niña empezó a llorar y el hombre comprendió que algo malo pasaba.
– ¿Qué ha pasado?
– Quemaron la casa. Los aviones tiraron bombas y tiros. Salimos corriendo y mima cayó y también Aurorita… Yo seguí huyendo y me encontraron estos…
El prisionero apretó los dientes y las quijadas se marcaron tensamente en la piel, como si el espacio fuera insuficiente.
– Vamos a rezar por ellas -dijo el cura mientras se persignaba.
– Con eso no las vas a resucitar -le respondió mirándolo con desprecio.
– No sea mal agradecido -dijo el sanitario.
– ¿Es que tengo que agradecerles que me las hayan matado?
Y los miró con odio y asco, con todo el odio y asco que pueden inspirar invasores asesinos.
– No le hagan caso. La niña nos dijo que era comunista.
El cura volvió a persignarse y se le acercó, dispuesto a conquistar una nueva alma. La niña se apretó más al pecho del padre, como si viera acercarse al demonio.
– Dios te perdonará sí te arrepientes. Todavía estás a tiempo… -empezó a decirle el cura.
– ¿Arrepentirme de qué?
– Del comunismo ateo y materialista.
– Yo soy fidelista.
– Es lo mismo.
-Yo no puedo arrepentirme de serlo.
– Te han confundido. Nosotros formamos parte del Ejército de Liberación. Vamos a devolverles la libertad.
– ¿Qué libertad?
– La que tenían antes…
– ¿Y quién le ha dicho a usted que yo antes tenía libertad? (…). – ¿Y el pueblo?
– ¿Qué cosa?
-Los cienagueros… Y los demás allá… ¿contaron con ellos?
¿Pero por qué rayos vamos a contar con ustedes? -vociferó el muchacho rubio. ¿No le han dicho que traemos la libertad?*Raúl González de Cascorro (escritor cubano)

 

PD.
Las manos de mi madre llegan al patio desde temprano, todo se vuelve fiesta, cuando ellas vuelan junto a otros pájaros que aman la vida y la construyen con los trabajos, arde la leña, harina y barro, lo cotidiano se vuelve mágico”(de Peteco Carabajal).

 

NOTA
A Víctor Jara, compartiendo las mismas trincheras antimperialistas: ¡Ni olvido ni perdón!
16 de Septiembre de 1973/2011
Pinochet, ¡asesino!, como Franco, ¡asesino!, representan junto con Videla, ¡asesino!, y otros tan sanguinarios como ellos, el desprecio; símbolos esperpénticos del terror. Cientos de crímenes, miles, cometidos sobre el pueblo chileno, (siguen dándole muerte, después de 38 años), como la dictadura franquista, siguió cometiendo más allá dela guerra civil.

Víctor Jara presente hoy, como tantas veces, presentes todos los miles de chilenos que murieron, siguen muriendo, bajo la misma represión bandálica del fascismo golpista.

Comienzos artísticos

A los 21 años, ingresa en el coro de la Universidad de Chile, participando en el montaje de Carmina Burana; comienza un hermoso trabajo de investigación y recopilación folclórica; a los 24 años se une a una compañía teatral, «Compañía de Mimos de Noisvander», y comienza los estudios de actuación y dirección en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile;

1957 entra a formar parte del grupo de cantos y danzas folclóricas “Cuncumén” donde conoce a la gran artista creadora Violeta Parra que lo anima, como era de esperar en una mujer como ella, a continuar su carrera musical. Con 27 años, 1959, dirige su primera obra de teatro: “Parecido a la felicidad”, haciendo giras por varios países de Latinoamérica; participa como asistente de dirección en otras obras y de nuevo dirige él mismo la obra “La mandrágora” de Machiavello. En 1961, ya como director artístico del grupo “Cuncumén”, viaja por Holanda, Francia, Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, Rumanía, Bulgaria. 1961, compuso su primera canción, “Paloma quiero contarte”, y continuó trabajando como asistente de dirección en el montaje de “La madre de los conejos”, al año siguiente, 1962, dirigiría para el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (Ituch) la obra “Ánimas de día claro”, ambas últimas de Sieveking.

Grabó con el grupo “Cuncumén” el LP de “Folclore chileno”, con dos canciones propias: “Paloma quiero contarte y La canción del minero”, en la época en que comenzó a desempeñar la función de director en la Academia de Folclore de la Casa de la Cultura de Ñuñoa, labor que desempeñaría hasta 1968. Desde esa misma época, y hasta 1970,formó parte del equipo estable de directores del Ituch además de trabajar, entre 1964 y 1967, como profesor de interpretación en la universidad. También llevó a cabo, bien como asistente de dirección o como director, varios montajes, entre ellos uno para el canal de televisión de la Universidad de Chile, realizando además una gira por Argentina, Uruguay y Paraguay con la obra “Ánimas de día claro”. En 1963 fue asistente de dirección de Atahualpa del Cioppo en el montaje de “El círculo de tiza”, de Bertolt Brecht, para el Ituch.

Compaginó su actividad teatral con la composición musical, y en 1965 dirigió la obra “La remolienda” como la anterior también de Sieveking, así como el montaje de “La Maña”, de Ann Jellicoe, por las que recibe el premio Laurel de Oro como mejor director y el Premio de la Crítica del Círculo de Periodistas a la mejor dirección.

*A Víctor, por la libertad que él defendió en su país, esa que cantó a Cuba, como símbolo militante, revolucionario e ingeniero del verso y obrero; cantante, actor, director de teatro, que trabajó con una eminencia de vanguardia revolucionaria, como él, creadora, sin parangón: Violeta Parra. Hasta el amor siempre.

Enlaces:
http://youtu.be/wl-T7q2h_8c

http://youtu.be/2fGVS0tRa7o

Maité Campillo (actriz)