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Trotsky: Contra el terrorismo

Trotsky: Contra el terrorismo
terrorLa crítica al terrorismo como respuesta a la actuación de represiva del poder no puede generalizarse, si bien se trata de una táctica contra la cual los marxistas como Trotsky fueron concluyentes.

Entre 1874 y 1875, los arrestos y las deportaciones a Siberia se multiplicaron como testimonia León Tolstoy en su novela Resurrección. La impaciencia y la desesperación se apoderan entonces de la juventud radical, parte de la cual evoluciona hacia la acción terrorista. Como consecuencia caen odiados jefes de la policía, gobernantes y ministros señalados, provocando una oleada de atentados que, dada la situación opresiva, tienen buena prensa en Europa, así como en amplios  de la población rusa, y en este sentido se hizo famoso el caso de la intrépida Vera Zasúlich, absuelta por un tribunal popular en 1878 y después de una tentativa policial, liberada por el furor del pueblo.  En 1881 sería el mismo zar Alejandro II el que cae en un atentado. La presencia de un muchacho judío entre los cómplices de los autores incentiva la puesta en marcha una dinámica de “pogromos” que estremecerán los ghettos y empujara a la minoría hebrea hacia la revolución.

  El debate sobre la efectividad del terrorismo individual como método para lograr un cambio social fue por esta época, una de las cuestiones más calurosamente debatidas en el movimiento revolucionario ruso a finales del siglo pasado y comienzos de éste. Los marxistas rusos desarrollaban una constante lucha polémica contra las fuertes organizaciones populistas que preconizaban la táctica terrorista, como era el caso de la Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo) y el Partido Social Revolucionario. A la orientación terrorista hacia los asesinatos individuales de verdugos y funcionarios odiados y a las acciones de pequeños grupos, los marxistas contraponían la necesidad de organizar las masas de obreros y campesinos rusos para la acción contra el zarismo.

  Esta discusión afectó incluso a familias como la de Lenin, cuyo hermano Alexandr fue uno de los que tomaron parte en  atentaron contra el zar. Su historia está tratada en un libro de reciente edición: Philip Pompier, El hermano de Lenin En los orígenes de la Revolución Rusa (Ariel, Barcelona, 2010). No hay que decir que Lenin, al igual que Plejanov, Martov y demás marxistas, coincidían en lo fundamental en las críticas expresadas en  el artículo que reproducimos de Trotsky.

  Este mismo debate también tuvo lugar dentro del movimiento anarquista, parte del cual entendió la opción de la “propaganda por el hecho” como una apuesta por los actos terroristas con la presunción de que “no habían inocentes”, y de que ayudaban a acelerar el proceso revolucionario aparentemente estancado. Aún reconociendo de que dichos atentados eran “pura bagatela” (Emma Goldman)  comparados con el “terrorismo de Estado”, el hecho es que la plana mayor del anarquismo desarrolló una potente crítica contra  el terrorismo, aunque sería la irrupción del movimiento anarcosindicalista y/o sindicalista revolucionario de la CGT francesa –matriz tanto de los IWW como de la CNT española-, que desplazó la lucha hacia el movimiento de masas, justo hacia el espacio que las clases dominantes más temían.  No hay que decir que en esta discusión, los partidarios del “terrorismo de Estado” hicieron todo lo posible para que el movimiento se viera abocado hacia una acción terrorista abocada al desprestigio y al desastre, y a la que podían ganar sin dificultades…

  Así fue, y así sigue siendo.

  Eso sucedía cuando el arquetipo del terrorista anarquista era, por lo general, un desesperado con escasos vínculos con el movimiento real, alguien que quería ajustar unas cuentas en respuesta a la represión despiadada del sistema, y que fijaba su objetivo en tal verdugo o en tal testa coronado, y que dejaba el acto para una próxima ocasión cuando  se percataba que podían pagar justos por pecadores…En líneas muy generales, la crítica marxista al terrorismo populista o anarquista, y extensible a todos los partidarios de esta táctica, se basaba en los siguientes criterios…El acto terrorista era un obstáculo al movimiento de masas, al que trataba (aunque fuese involuntariamente) sustituir…Daba arma al Estado para justificar sus crecientes medidas represivas ante la población asustada ante la cual se podía desprestigiar el ideal…Se favorecía la táctica de los poderosos tendente a aislar el movimiento…Significaba el “sacrificio” de militantes que podrían haber sido muy valiosos en actividades organizativas…Daba lugar a la creación de estructuras autoritarias dentro del mismo movimiento terrorista que, además, obligaba al ámbito social más cercano a plegarse a su propia dinámica…Una dinámica en la que las pistolas sustituían la reflexión y el debate… 

  Obviamente, este esquema no tiene nada que ver cuando la opción es a vida o muerte como cuando la ocupación nazi y otros casos similares. 

  Con los matices que se quieran, esta crítica puede ser extensible a todas las experiencias que se han dado de este tipo, incluso a las más razonables como pudo ser la de La Punta de Lanza de la Nación, en Sudáfrica. En otros casos, y ya he escrito varias cosas explicando como los ocupantes británicas “votaron” por el IRA contra el movimiento de los derechos civiles que les desbordaba con sus razones y su amplitud. Una vez metido en este diabólico atolladero, lo más importante es salir de él para dar la primacía a los movimientos de base.

  León Trotsky

  La posición marxista acerca del terrorismo individual (*)    

Nuestros enemigos de clase tienen la costumbre de quejarse de nuestro terrorismo. No resulta claro que quiere decir. Les gustaría ponerles el rótulo de terrorismo a todas las acciones del proletariado dirigidas contra los intereses del enemigo de clase. Para ellos, el método principal del terrorismo es la huelga. La amenaza de una huelga, la organización de piquetes de huelga, el boicot económico aun patrón superexplotador, el boicot moral a un traidor de nuestras propias filas: todo esto y mucho más es calificado de terrorismo. Si por el terrorismo se entiende cualquier que atemorice o dañe al enemigo, entonces la lucha de clases no es sino terrorismo. Y lo único que resta considerar es si los políticos burgueses tienen derecho a proclamar su indignación moral acerca del terrorismo proletario, cuando todo su aparato estatal, con sus leyes, policía y ejército no es sino un instrumento del terror capitalista.

Sin embargo, debemos señalar que cuando nos echan en cara el terrorismo, tratan, aunque no siempre en forma consciente, de darle a esta palabra un sentido más estricto, menos indirecto. Por ejemplo, la destrucción de las máquinas por parte de los trabajadores es terrorismo en este sentido estricto del término. La muerte de un patrón, la amenaza de incendiar una fábrica o matar a su dueño, el atentado a mano armada contra un ministro: todos éstos son actos terroristas en el sentido estricto del término. No obstante, cualquiera que conozca la verdadera naturaleza de la socialdemocracia internacional debe saber que ésta se ha opuesto de la manera más irreconciliable a esta clase de terrorismo.

¿Porqué? El «terror» mediante la amenaza o la acción huelguística es patrimonio de los obreros industriales o agrícolas. La significación social de una huelga depende, en primer término, del tamaño de la empresa o rama de la industria afectada; en segundo lugar, del grado de organización, disciplina y disposición para la acción de los obreros que participan. Esto es cierto tanto en una huelga económica como en una política. Sigue siendo el método de lucha que surge directamente del lugar que en la sociedad moderna ocupa el proletariado en el proceso de producción.

Para desarrollarse, el sistema capitalista requiera una superestructura parlamentaria. Pero al no poder confinar al proletariado en un ghuetto político, debe permitir tarde o temprano, su participación en el parlamento. En las elecciones se expresa el carácter masivo del proletariado y su nivel de desarrollo político, cualidades determinadas por su rol social, sobre todo por su rol en la producción.

Al igual que en una huelga, en las elecciones el método, objetivos y resultado de la lucha dependen del rol social y la fuerza del proletariado como clase.

Sólo los obreros pueden hacer huelga. Los artesanos arruinados por la fábrica, los campesinos cuya agua envenena la fábrica, los lumpenproletarios en busca de un buen botín, pueden destruir las máquinas, incendiar la fábrica o asesinar al dueño.

Sólo la clase obrera consciente y organizada puede enviar una fuerte representación al parlamento para cuidar de los intereses proletarios. Sin embargo, para asesinar a un funcionario del gobierno no es necesario contar con las masas organizadas. La receta para fabricar explosivos es accesible a todo el mundo, y cualquiera puede conseguir una pistola.

En el primer caso hay una lucha social, cuyos métodos y vías se desprenden de la naturaleza del orden social imperante; en el segundo, una reacción puramente mecánica que es idéntica en todo el mundo, desde la China hasta Francia: asesinatos, explosiones, etcétera, pero totalmente inocua en lo que hace al sistema social.

Una huelga, incluso una modesta, tiene consecuencias sociales: fortalecimiento de la confianza en sí mismos de los obreros, crecimiento del sindicato, y, con no poca frecuencia, un mejoramiento en la tecnología productiva. El asesinato del dueño de la fábrica provoca efectos policíacos solamente, o un cambio de propietario desprovisto de toda significación social.

Que un atentado terrorista, incluso uno «exitoso», cree la confusión en la clase dominante depende de la situación política concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el estado capitalista no se basa en ministros de estado y no queda eliminado con la desaparición de aquéllos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán personal de reemplazo; el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento.

Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho más profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene sentido aterrorizar a los altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del parlamento?

Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión.

Los profetas anarquistas de la «propaganda por los hechos» pueden hablar hasta por los codos sobre la influencia estimulante que ejercen los actos terroristas sobre las masas. Las consideraciones teóricas y la experiencia política demuestran lo contrario. Cuanto más «efectivos» sean los actos terroristas, cuanto mayor sea su impacto, cuanto más se concentre la atención de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas en organizarse y educarse.

Pero el humo de la explosión se disipa, el pánico desaparece, un sucesor ocupa el lugar del ministro asesinado, la vida vuelve a sus viejos cauces, la rueda de la explotación capitalista gira como antes: sólo la represión policial se vuelve más salvaje y abierta. El resultado es que el lugar de las esperanzas renovadas y de la excitación artificialmente provocada viene a ocuparlo la desilusión y la apatía.

Los esfuerzos de la reacción por poner fin a las huelgas y al movimiento obrero de masas han culminado, generalmente, siempre y en todas partes, en el fracaso. La sociedad capitalista necesita un proletariado activo, móvil e inteligente; no puede por tanto, tener al proletariado atado de pies y manos por mucho tiempo. En cambio la «propaganda por los hechos» de los anarquistas ha demostrado cada vez que el Estado es mucho más rico en medios de destrucción física y represión mecánica que todos los grupos terroristas juntos.

Si esto es así, ¿qué pasa con la revolución? ¿Queda negada o imposibilitada? De ninguna manera. La revolución no es una simple suma de medios mecánicos. La revolución sólo puede surgir de la agudización de la lucha de clases, su victoria la garantiza sólo la función social del proletariado. La huelga política de masas, la insurrección armada, la conquista del poder estatal; todo está determinado por el grado de desarrollo de la producción, la alineación de las fuerzas de clase, el peso social del proletariado y, por último, por la composición social del ejército, puesto que son las fuerzas armadas el factor que decide el problema del poder en el momento de la revolución.

La socialdemocracia es lo bastante realista como para no desconocer la revolución que está surgiendo de las circunstancias históricas actuales; por el contrario, va al encuentro de la revolución con los ojos bien abiertos. Pero, a diferencia de los anarquistas y en lucha abierta con ellos, la socialdemocracia rechaza todos los métodos y medios cuyo objetivo sea forzar el desarrollo de la sociedad artificialmente y sustituir la insuficiente fuerza revolucionaria del proletariado con preparaciones químicas.

Antes de elevarse a la categoría de método para la lucha política el terrorismo hace su aparición bajo la forma del acto individual de la venganza. Así fue en Rusia, patria del terrorismo. Los azotes a los presos políticos llevaron a Vera Zasulich a expresar el sentimiento de indignación general con un atentado contra el general Trepov. Su ejemplo cundió entre la intelectualidad revolucionaria, desprovista del apoyo de las masas. Lo que comenzó como un acto de venganza perpetrado en forma inconsciente fue elevado a todo un sistema en 1879-1881. Las oleadas de atentados anarquistas en Europa Occidental y América del Norte siempre se producen después de alguna atrocidad cometida por el gobierno: fusilamientos de huelguistas o ejecuciones de la oposición política. La fuente psicológica más importante del terrorismo es siempre el sentimiento de venganza que busca una válvula de escape.

No hay necesidad de insistir en que la socialdemocracia nada tiene que ver con esos moralistas a sueldo que, en respuesta a cualquier acto terrorista, hablan solamente del «valor absoluto» de la vida humana. Son los mismos que en otras ocasiones, en nombre de otros valores absolutos -por ejemplo, el honor nacional o el prestigio del monarca- están dispuestos a llevar a millones de personas al infierno de la guerra. Hoy su héroe nacional es el ministro que da la orden de abrir fuego contra los obreros desarmados, en nombre del sagrado derecho a la propiedad privada; mañana, cuando la mano desesperada del obrero desocupado se crispe en un puño o recoja un arma, hablarán sandeces acerca de lo inadmisible de la violencia en cualquiera de sus formas.

Digan lo que digan los eunucos y fariseos morales, el sentimiento de venganza tiene sus derechos. Habla muy bien a favor de la moral de la clase obrera el no contemplar indiferente lo que ocurre en éste, el mejor de los mundos posibles. No extinguir el insatisfecho deseo proletario de venganza, sino, por el contrario, avivarlo una y otra vez, profundizarlo, dirigirlo contra la verdadera causa de la injusticia y la bajeza humanas: tal es la tarea de la socialdemocracia.

Nos oponemos a los atentados terroristas porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que nos debe saldar el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a un funcionario llamado ministro. Aprender a considerar los crímenes contra la humanidad, todas las humillaciones a que se ven sometidos el cuerpo y el espíritu humanos, como excrecencias y expresiones del sistema social imperante, para empeñar todas nuestras energías en una lucha colectiva contra este sistema: ése es el cauce en el que el ardiente deseo de venganza puede encontrar su mayor satisfacción moral.

 

(*) Este artículo apareció originalmente en la edición de noviembre de 1911 de Der Kampf (Nuestra Lucha), órgano teórico de la socialdemocracia austríaca, con el título «Acerca del terrorismo». Trotsky lo escribió a pedido de Federico Adler, director de Der Kampf, como respuesta a las actitudes terroristas que ciertos elementos difundían en la clase obrera austríaca. La traducción del ruso al inglés fue realizada por Marilyn Vogt y George Saunders.

Pepe Gutiérrez-Álvarez   Para Kaos en la Red   25-5-2010