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20 agosto 1940: 70 años del asesinato de León Trotsky

20 agosto 1940: 70 años del asesinato de León Trotsky
70 años después de que se echaran siete llaves sobre su sepulcro, odiado por igual por el estalinismo como por la reacción (…)Trotsky sigue siendo uno de nuestro «enlaces» entre el ayer y el hoy

70 años después de que se echaran siete llaves sobre su sepulcro, odiado por igual por el estalinismo como por la reacción (su nombre es uno de los blancos la intellgentzia neoliberal), Trotsky sigue siendo uno de nuestro enlaces en el tiempo

El momento del asesinato de Trotsky fue pródigo en noticias.

Después de anexionarse Austria (13-03-1938), y de invadir Checoslovaquia (15-03-1939), se firma el pacto nazi-soviético (22-08-1939),  le toca el turno a la ocupación de Polonia (1-08-1939), comienza la II Guerra Mundial, en junio de 1940 los nazis ocupan París, y días antes de que Mercader cumpla su mandato, estamos al principios de los bombardeos sistemáticos de la Luftwaffe sobre Gran Bretaña…A los militantes del POUM, la noticia les llega en los campos de concentración o en la clandestinidad francesa, no se trata claro está de una coyuntura con mucho espacio para que provocara la “indignación y el dolor” entre la “clase trabajadora”, tal como declaraba Joseph Hansen, el joven secretario y militante del SWP que fue quien arrebató el piolet a Ramón Mercader. Aunque  impacto que causó entre mucha gente de izquierdas es incuestionable.

Su sepelio –que en un principio estaba previsto en Nueva York pero el gobierno del “New Deal” no se atrevió a dar un visado ni a su cadáver-, fue acompañado de unas trescientas mil personas, en su inmensa mayoría “pobres” que, de alguna manera, sentían que la víctima podía ser algo propio. Por las calles resonaba el Gran Corrido de león trotsky compuesto por un bardo anónimo, y en el que destacan estrofas como las siguientes: “Murió León Trotsky asesinado/de la noche a la mañana/porque habían premeditado/ venganza tarde o temprana. Fue un día mates por la tarde/esa tragedia fatal/ que ha conmovido el país/y a toda la capital”.

Por su parte, tampoco la prensa diaria profundizó especialmente sobre la cuestión. En líneas generales enfocó el drama como un “ajuste de cuentas” entre comunistas, cuando no comentó favorablemente el asesinato reclamado no solamente por los periódicos comunistas oficiales sino también por sectores de la derecha como por ejemplo los de la cadena Hearts. En la URSS, Pravda tituló la noticia como “La muerte de un espía internacional”, de un “hombre cuyo nombre pronuncian con desprecio y maldiciones los trabajadores del mundo entero”. En un artículo aparecido en diciembre de 1987, el historiador y general Dimitri Volkogonov detalla la reacción de Stalin, contando que “leyó con atención el artículo e hizo una mueca… Resulta que todo ha quedado en un caso de espionaje y yo he luchado todos estos años contra un espía. ¿Por qué tanto lujo de detalles? ¡Parece como si el asesinato hubiera ocurrido en Moscú¡”.

Manuel Fernández Grandizo (G. Munis), que había embarcado hacia México a fines de 1939, estableció por entonces una relación personal con Trotsky, y su compañera, Natalia Sedova, y Trotsky le pidió que se hiciera responsable de la sección mexicana, muy desorientada tras el abandono de Diego Rivera. Fue Munis el que   tomó la palabra en el sepelio de Trotsky en el Panteón Moderno, e “intervino repetidamente en el proceso incoado contra el asesino como representante de la parte acusadora. Se enfrentó decididamente a los parlamentarios estalinistas, así como a la campaña de la prensa estalinista mexicana, que acusaba a Munis, Víctor Serge, Gorkin y Pivert de agentes de la Gestapo. Pese a la amenaza de muerte realizada por lo estalinistas, Munis retó a los diputados mexicanos que le calumniaban a renunciar a la inmunidad parlamentaria para enfrentarse a ellos ante un tribunal” (1).

Delante a la indiferencia o la maldición se erigen unas pocas voces ilustradas que denuncian el asesinato y que acusan sin ambages a los responsables. Éste es el caso .de James T. Farrell, célebre autor de la novela Studs Ludigan  recordaba en su particular “tributo al gran viejo” como al final de su vida, al declarar ante la Comisión Dewey Trotsky evocando un momento de su adolescencia, resumió así toda su trayectoria y su fe: “Señoras y señores de la Comisión: la experiencia de mi vida, en la que no faltaron los éxitos y los fracasos, lejos de destruir mi fe en el futuro brillante y claro de la humanidad, me ha dado por el contrario, un temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad, en la solidaridad humana que a los 18 años me llevó al barrio obrero de la provinciana ciudad rusa de Nikolaief, la he conservado total y enteramente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente. En la formación misma de esta Comisión…veo un nuevo y magnífico refuerzo del optimismo revolucionario que constituye el elemento fundamental de mi vida”. Farrell destaca como aquel “escolar que sale en busca de los obreros (“sin esperar ni preguntar a nadie”) hasta el revolucionario veterano, grande en su destierro, persiste confesando su “fe en la razón, en la verdad y en la solidaridad humana”.

También aparecen voces potentes en América Latina, en parte por la proximidad del evento, en parte por la lejanía de la guerra, y en parte también por la pasión que todavía suscitaba el “proceso de la revolución rusa (que) continúa abierto y lo estará todavía durante mucho tiempo”, decía Ciro Alegría (2), quien declara: “Esta revolución el año 17 libra aún su batalla, que será más dura en el momento en que decida campe por el mundo o cuando sus adversarios se le abalancen en un intento de ahogarla”. Desde esta perspectiva, contempla  “con tristeza y angustia” la muerte de León Trotsky, al que define como “un hombre de pensamiento y un hombre de acción y, sobre todo, en la acepción más amplia del término, un revolucionario”. Esto por más que sus enemigos hayan llevado una “campaña mundial de desprestigio”, lo que no era “más que la enésima repetición de cómo la  “historia nuestra que la humanidad llama sueños a las realidades distantes”.

En su opinión, Trotsky no fue un idealista, lo había demostrado “manejando el método marxista y una vez conseguida la victoria inicial dentro de Rusia, arquitecturó un plan revolucionario factible y cuya eficacia, en todo caso, es imposible negar a menos que se asuma, el papel de augur gitano”. No cabe hablar pues de “falta de realismo”, esta es -dentro del lenguaje revolucionario- “una palabra peligrosa”. El “realismo” de Trotsky es el de Lenin” que supo conjugar la NEP con el “espíritu revolucionario”. Trotsky combatió  “por hacer triunfar su concepto, ha vivido una existencia heroica de cuyo mérito está llamado a atestiguar el tiempo”. Destaca  “de modo especial su labor de escritor, pues en Trotsky, escribir era también una manera de actuar (…)  Dueño de un estilo brillante, con una claridad expositiva y una habilidad polémica realmente extraordinarias, escribir le significaba combatir, atacar, defender, sembrar. En una palabra, actuar. Su pensamiento trabajaba por hacerse acción cada día y es como un símbolo el hecho de que Trotsky haya muerto con el cráneo hendido por un golpe de pica”.

Ciro concluirá diciendo que “se acalle la vocingleria, Trotsky surgirá en la historia como un hombre que intervino con decisión y lucidez, en una gran parte de la jornada del mundo”, por otro lado, Ciro entiende que en relación a “la contienda entre Trotsky y Stalin se han dicho muchas palabras inútiles y será muy rara la voz que haya hablado por encima de las necesidades subalternas de una u otra facción. De todos modos, el hecho de que Stalin ganara la partida a Trotsky prueba ya que es un luchador hábil. Con esto no aludo a las cruentas purgas moscovitas que hirieron de mala manera el corazón de los revolucionarios del mundo. Me refiero al tiempo en que ambos se enfrentaron dentro de la misma Rusia y Stalin venció. Pero la prueba de quién tuvo la razón no ha llegado todavía…”

Por su parte,   Ernesto Montenegro titula su trabajo Trotsky, maestro de conciencias (3), en el que comienza recreando una escena de la miseria de un extranjero en los Estados Unidos para asegurar que de “haber presenciado esa simple escena, que a muchos parecería grotesca o cuando más divertida, el gran corazón de Trotsky se hubiese emocionado. Habría sonreído y estrechado la mano del viejo, con efusión de camarada”. Luego se refiere al “heroísmo moral de un padre La Casas”, para establecer una comparación de una actitud que “presupone no sólo el riesgo de la vida, sino también el sacrificio cotidiano (le amigos, familia, comodidades corporales resignación al malentendido del vulgo y a la calumnia de los grupos interesados, y la renuncia a eso que los teólogos llaman el respeto humano”.

El escritor cree que en revolucionario asesinado  “todo es claro, firme y rotundo. Sus sesenta años corren rectos tras su misión, sin un desfallecimiento Su enemigo Stalin le salvó de ver emporcarse su ideal en las componendas y claudicaciones de que, sin embargo debía de ser acusado un día y en las cuales su rival había de caer realmente años más tarde. La orgullosa vida de Trotsky, ha dicho alguien. Magnífico orgullo ese que sostiene a un hombre por más de veinte años de destierro, y que en la agonía le impulsa a confirmar su fe en el porvenir de la humanidad. Ante su ejemplo, uno no puede dejar de decirse: puede que el comunismo de Trotsky no sea “toda” la verdad, puede que su doctrina llegue a ser superada por una fórmula más flexible, que abrace toda la complejidad  de la naturaleza humana y los anhelos inefables del espíritu, una sociedad en que el luchador halle ocasión de emplearse en la lucha, el soñador en su sueños y hasta el místico en recogimiento ultraterreno Pero la vida de Trotsky, su pensamiento, su conciencia, alumbrarán el porvenir como una antorcha encendida y chispeante, en que un héroe genial fundió sus experiencias y sus angustias el fracaso político, sus hijos muertos en rehenes, su errancia por el mundo ante el acoso de sus enemigos, vaciando su pensamiento en palabras recias y bruñidas de artista, de apóstol y de pensador”

El escritor chileno, Manuel Rojas escribirá en El último combatiente (4) que su muerte ponía “punto final a la historia del partido bolchevique ruso. Un gran partido muere con el gran hombre que era su último combatiente. Con el partido y con el hombre termina, de una vez  y para siempre, en todos sus aspectos vitales inmediatos, el movimiento social y político que ese partido y los hombres que  los forman promovieron en Rusia y que tanto alcance  y trascendencia ha tenido en el mundo. Empezó a declinar con la muerte de Lenin, que trajo como consecuencia el aislamiento y la persecución de Trotsky; muere definitivamente con éste. Definitivamente, porque lo que queda, aquello que en el terreno en el terreno social y político fue realizado por ese partido y  por esos hombres es un organismo que está muy lejos de esos hombres y de ese partido: un Estado obrero degenerado, como el mismo Trotsky decía”.

De hecho, esta definición pertenecía a Vladimiro Ilich Lenin, que al decir de Rojas “murió a tiempo, o sea, cuando la revolución rusa parecía ser todavía una revolución, el solitario de Coyoacán debió contemplar, durante todos los años de persecución y de destierro, cómo su obra, a la que dedicó muchos o todos sus años de juventud y madurez, iba siendo —como él mismo lo denunció— traicionada. Esto, sin embargo, doloroso para él, lo agrandó en sí mismo y ante los demás”. Pero la grandeza de Trotsky no radicaba en ser un hombre de partido, o de haber hecho la revolución, sino, sino de en primer lugar porque creó partido y acontecimientos o contribuyó a crearlos, y en “segundo lugar, porque mientras el uno, una vez salido de sus  manos, degeneró, y el otro se apagó con él mismo, él, en cambio no hizo sino crecer y afirmar, de modo que podemos estimar eterno, su personalidad. Podrá el Estado obrero degenerado de hoy descender hasta llegar a ser no más que una aldea burocrática idiota y podrá mañana el partido bolchevique, después de frío examen, ser declarado un organismo más bien pernicioso que beneficioso para la causa de la revolución socialista; todo eso podrá suceder. A pesar de eso, y a pesar de muchas cosas más, Trotsky permanecerá. Este hombre no pertenece solo a la clase obrera, a los partidos revolucionarios o al socialismo. Pertenece a la humanidad, así como pertenecen ya Lenin, Engels y Karl Marx”.

Rojas admira al revolucionario pero también al escritor, a su “entidad humana”. Su figura –dice- “no tiene, dentro de las filas de los militantes del socialismo, semejante alguno ni lo tendrá en muchos años. Tal vez no lo tendrá nunca ya. Tampoco lo tiene en otros campos. Su profundidad de visión, su certeza de predicción, la honradez de su conducta, su valor moral, mental y físico, su hondo sentido de lo que es el hombre y de lo que debe ser, son cualidades que se dan difícilmente en un solo ser humano. En él se dio todo junto y con una generosidad ejemplar”. Y concluye diciendo: “El hombre que lo mató y los hombres que mandaron matarlo no supieron lo que hacían. Al asesinar  a Lev Davidovich eliminaron al único hombre que podía haberles dicho cómo podrían ellos sobrevivir”.

Otra sudamericano ilustre, el abogado nicaragüense Adolfo Zamora, compañero de Sandino (5), autor del prólogo de una edición popular mexicana de algunos de los últimos escritos de Trotsky relacionados con la conspiración que culminaría con su asesinato y que, con el título de Los gángster de Stalin (Ed. América, México, 1940, pp., 11-12) apareció a finales de septiembre de 1940, y en el que escribió: “Ciertamente, el asesinato de Trotsky es un triunfo que se apunta el Kremlin. Con Trotsky ha sido totalmente liquidado el grupo directivo de la revolución de octubre. El `inmenso error´ de 1928 –desterrar a Trotsky- ha sido `corregido´. La muerte ha privado a la clase obrera del guía certero de los aciagos decenios del fascismo ascendente, de la descomposición estalinista, de la segunda guerra general imperialista. Triunfante hasta hoy en todos lo frentes, la reacción –por el brazo de Stalin- ha triunfado una vez más…La muerte de Trotsky marca el momento más profundo de las tinieblas del mundo capitalista. Al mismo tiempo denuncia por su encarnizado apresuramiento las angustias en que se debate el régimen burocrático de la Unión Soviética. Y por ahí marca el nacimiento de una nueva aurora roja.  Stalin razona ahora: sin Trotsky, la Cuarta Internacional no podrá emprender nada. Como buen burócrata antes y como buen déspota ahora, Stalin se equivoca. Trotsky, en los días de su destierro, solo, perseguido, poseía todo el poder de la idea revolucionaria, era el principio de un nuevo impulso de la clase obrera. Stalin, con su inmenso aparato, su poderío momentáneo y su GPU, sólo representaba el reflujo histórico de efímera existencia. La nueva internacional, creada por el genio de Trotsky, ha alcanzado ya una etapa de desarrollo que la capacidad para hacer frente a las grandes tareas revolucionarias que le reserva el próximo futuro de la humanidad. La Komintern, en cambio, con toda su vasta arquitectura de esbirros, de soplones, de “Pedros” (Geröe) y “Carlos (Vidali), misteriosos y perversos, se desmoronará como un castillo de naipes al primer enérgico soplo de la revolución”.

Años más tarde, en el que fue quizás el primer artículo sobre Trotsky publicado, sino en España, sí para España, con la firma de Francisco Fernández Santos,  para la revista Ruedo Ibérico (nº 2, agosto-septiembre, 1965), y con el título de Trotsky, nuestro contemporáneo, el autor recuerda:

  “En este mes de agosto, exactamente el día 22, se cumple el vigesimoquinto aniversario del asesinato de una de las personalidades más poderosas y fascinantes, al mismo tiempo que más trágicas, del siglo XX: León Davidovich Trotsky. El 22 de agosto de 1940, moría uno de los fundadores de la Unión Soviética, revolucionario hasta el heroísmo, pensador marxista de gran clase y escritor de exuberantes dotes y fecundidad: una de las principales figuras de esa extraordinaria galería de revolucionarios-filósofos que marcaron al mundo para siempre con la garra de la Revolución de Octubre, hecho fundamental del siglo XX. Con el asesinato de Coyoacán se cerraba el ciclo de una de las tragedias más representativas de nuestra época: la de los bolcheviques del año 17; se rompía el arco de acero de una vida tendida constantemente hacia el objetivo de la revolución socialista mundial; se extinguía un europeo universal que había defendido hasta el último aliento la herencia del marxismo clásico y el espíritu de la Revolución de Octubre. Significativamente, en el mismo momento de su muerte el mundo se hundía en un periodo de barbarie y de criminalidad como no había conocido nunca. Los lobos nazis aullaban triunfalmente por las llanuras de Europa, el mundo carcomido de la democracia burguesa parecía derrumbarse estrepitosamente, y en la Unión Soviética, después de los sangrientos procesos de Moscú que liquidaron a toda una generación de revolucionarios, el estalinismo se estabilizaba como estructura al parecer insustituible del primer país socialista. La revolución socialista mundial parecía un sueño más inconsistente y utópico que nunca.

      Luego extrae de su propia memoria, ligada a la izquierda socialista, “la impresión que me produjo la noticia del asesinato de Trotsky. Tenía yo por entonces once años. Algún tiempo antes, registrando en los cajones de libros “peligrosos” ocultos en algún rincón de mi casa, había descubierto dos libros de Trotsky: Cómo hicimos la Revolución de Octubre y Mis peripecias en España. (Este último traducido por Andrés Nin y con un prólogo de Julio Álvarez del Vayo en que éste mostraba sus simpatías por la figura del autor.) Ambos libros fueron mi primer contacto consciente con la Revolución rusa y con Trotsky, que en mi espíritu quedaron desde entonces profundamente unidos. Mi admiración por una y por otro se fundían en una misma admiración. De ahí que el asesinato de Trotsky fuera para mí como si hubiesen asesinado a la Revolución de Octubre”. Y proclamaba: “Han pasado veinticinco años. Mi admiración de los once años por Trotsky se ha mantenido intacta: es más, se ha profundizado y enriquecido, a medida que iba conociendo su obra de revolucionario y de escritor. Admiración, naturalmente, crítica, no dogmática ni beata”.

      Sin embargo, no fue así. Tuvieron que pasar un par de décadas para que Trotsky fuese nuevamente reconocido, y que obras como la trilogía que le dedicó Deutscher, impactara en las nuevas generaciones y señalaran el inicio de una revalorización creciente. Esta trilogía es muy criticada por Broué, y antes que por Broué por Jean Van Heijenoort, entre otros, pero obtuvo una resonancia impresionante en su momento aunque pierde fuerza en el tercer volumen. Éste se cierra así: “Trotsky en algunas ocasiones comparó el progreso de la humanidad con la marcha de los peregrinos descalzos que avanzan hacia el santuario dando sólo unos cuantos pasos hacia delante cada vez y después retrocediendo o saltando a un lado para volver a avanzar y desviarse o retroceder; así, zigzagueando todo el tiempo, se acercan penosamente a su meta. Trotsky pensó que su misión era la de incitar a los `peregrinos´ a seguir avanzando. La humanidad sin embargo, cuando al cabo de cierto progreso sucumbe a una desbandada, permite que aquellos que le instan a continuar su avance, sean injuriados, difamados y atropellados hasta morir. Sólo cuando ha reanudado su marcha hacia delante rinde un triste homenaje a las víctimas, atesora su memoria y recoge devotamente sus reliquias; entonces les agradece cada gota de la sangre que entregaron, pues sabe que con esa sangre nutrieron la semilla del futuro” (III t., p. 468).

Este texto fue leído y releído por muchos jóvenes antifranquistas de una época en la que comenzaba la crisis de la izquierda tradicional que había ocupado el escenario de la “guerra fría”. Enterrado como un apestado o como un héroe magnífico, pero casi tan lejano como Aníbal, Trotsky aparecerá en el centro de una recuperación de la memoria plural del movimiento obrero clásico. Sus obras comenzaran a ser reeditadas (en el Estado español, esa tarea será comenzada por Ruedo Ibérico, luego será ampliada por editoriales combativas como  Akal, Fontamara o Júcar)…Así fue en el periodo que va desde mitad de los años sesenta hasta principios de los años ochenta. Y, después del largo socavón causado por la descomposición del “socialismo real”, y por la victoria casi total del neoliberalismo que se impone en la antigua Rusia y en China, su aporte personal, intelectual y moral emerge ocupando el espacio de Sísifo, quien después de caer al abismo, volvió a levantar de nuevo la piedra para levar la llama de los dioses a los humanos.

Por ejemplo, se hablará del legado de Trotsky en la Escuela de Verano de AI-Revolta en Banyotes, y los que tomen parten podrán contar con unas fuentes documentales a mil años luz de la que contamos los jóvenes obreros y estudiantes de los sesenta-setenta…

Notas

—1)  Documentos sobre el trotsquismo español (Ed. De la Torre, Madrid, 1996; 27-28). El discurso de Munis está reproducido en su apartado 3.32.

—2) Escritor peruano (1897-1967) que consiguió un prestigio mundial con su novela El mundo es ancho y ajeno. Alegría como José Maria Argüedas mostró en algún momento una viva simpatía por Trotsky. Ciro fue alumno de César Vallejo quien dijo que Trotsky es la parte más roja de la bandera proletaria. Desde muy joven intervino en actividades políticas y en defensa de los indígenas y de las clases sociales más explotadas. Fue uno de los más importantes representantes de la literatura indigenista americana. En 1931 estuvo un año en la cárcel y posteriormente deportado a Chile, en 1934. En esta etapa se dedicó de lleno a la literatura y escribió páginas significativas de su literatura, obtuvo varios premios por sus novelas, otorgados por editoriales chilenas, por la editorial Farrar & Rinehart Company de EEUU y otros. Vivió durante varios años en Estados Unidos, Puerto Rico y Cuba; y  regresó en 1957 al Perú. Después de su novela premiada, «El mundo es ancho y ajeno» (1941), no tuvo una gran producción, salvo algunos cuentos y relatos. Este trabajo –Perfil de un revolucionario– lo publicó en 1940 en Chile durante su exilio. Ciro Alegría nació en la hacienda Quilca,  Provincia de Sánchez Carrión, Departamento de La Libertad, Perú el 4 de noviembre de 1909  y realizó sus primeros estudios en Cajamarca y en la Universidad nacional de  la ciudad de Trujillo, cerca de la costa. Hizo incursiones en el periodismo, en los diarios «El Norte» y «La Industria» de Trujillo.

–3)  Escritor chileno (1885-1967), destacó como periodista en Chile y en Estados Unidos, donde vivió largos años y fundó una revista. Fue fundador, profesor y director de la primera Escuela de Periodismo en Chile, autor de Puritania y de Mi tío Ventura. Algunos escritores modernos de Estados Unidos (1937), semblanzas y crítica. Póstumamente aparecieron Mis contemporáneos (1968), Viento norte, viento sur (1968) y Memorias de un desmemoriado (1970). Su crónica sobre la muerte de Trotsky está fechada en Nueva York, el 12 de octubre de 1940.

–4) Escritor nacido en Buenos Aires e incorporado a la literatura chilena, tras radicar en Chile desde 1924. Su obra principal es narrativa y se caracteriza por una observación de medios y caracteres propia del realismo, pero que supera las recetas tradicionales de esta tendencia. Abundan en sus novelas los desheredados de la fortuna, los pequeños delincuentes y demás habitantes de los barrios pobres y marginales, retratados sin truculencia ni compasión. De 1932 data su inicial Lanchas en la bahía, a la que siguen cuatro novelas protagonizadas por una suerte de heterónimo del autor, Aniceto Hevia: Hijo de ladrón (considerada su trabajo más típico y logrado, 1951), Mejor que el vino (1958), Sombras contra el muro (1964) y La oscura vida radiante (1971). Ha publicado, asimismo, recopilaciones de cuentos como Hombres del sur (1926) y El bonete maulino (1968, en su forma definitiva), un libro de poemas Tonada del transeúnte (1927) y un tomo de memorias, Imágenes de infancia (1955).  

–5) Adolfo Zamora Padilla, estudió derecho en París y México, y fue profesor, abogado y amigo de Trotsky, verdadero tutor de su nieto Esteban Volkow. Su hermano Francisco Zamora Padilla, periodista y reconocido marxista,  fue el único miembro mexicano de la Comisión Dewey

Pepe Gutiérrez-Álvarez | Para Kaos en la Red | 19-8-2010