A 70 años de su asesinato: continuar la batalla de Trotsky es reconstruir la IV Internacional
La restauración del capitalismo demostró que era imposible construir el socialismo en un solo país, y que la única salida es la revolución socialista mundial.
A 70 años de su asesinato: Continuar la batalla de Trotsky es reconstruir la IV Internacional
El 20 de agosto de 1940, en Coyoacán, México, donde estaba exiliado, fue agredido el revolucionario ruso León Trotsky, por un golpe de un agente de la GPU (policía política rusa), por orden de Stalin, su antiguo camarada de partido. Trotsky murió al día siguiente, como consecuencia del golpe. A su funeral en México, fueron 30.000 personas.
Muchos quisieron hacer pasar esta muerte como un episodio de “lucha personal por el poder” entre dos dirigentes rusos. Por lo contrario, como refería el propio Trotsky, la historia de su destino estuvo siempre ligada a la historia de la lucha de clases.
Hablar de los 70 años de su asesinato es hablar, por lo tanto, de una de las batallas políticas más importantes del siglo XX. Sin ella, difícilmente podríamos encarar los desafíos de nuestros días.
Uno de los principales dirigentes bolcheviques
Trotsky fue presidente del Soviet de Petrogrado, organización obrera de masas, embrión del futuro estado obrero en la revolución rusa de 1905, y también en 1917. Encabezó el Comité Militar Revolucionario, conduciendo el asalto al Palacio de Invierno, que culminó con la toma del poder por los trabajadores, en 1917. En el nuevo estado obrero, entre otras tareas vitales, Trotsky organizó y dirigió el Ejército Rojo que llevó a la victoria de los bolcheviques en la guerra civil (1918-1921) contra 14 ejércitos de las principales potencias imperialistas.
Junto con Lenin, Trotsky fue también uno de los fundadores y figura destacada de la III Internacional, la Internacional Comunista. Como Lenin escribió en su testamento (diciembre 1922), Trotsky era “el hombre más capaz del Comité Central del Partido Bolchevique”.
La batalla contra la burocratización
La construcción del nuevo estado obrero ruso se dio, sin embargo, en condiciones más adversas de las que sus dirigentes habían imaginado. Las otras revoluciones que habían estallado en Europa, al final de la Primera Guerra Mundial, habían sido derrotadas y el estado obrero ruso quedó aislado.
La primera revolución socialista de la historia había triunfado en un país atrasado cultural y económicamente y no en uno de los principales países imperialistas.
Además, la guerra civil, a pesar de haber sido ganada, cobró la vida de lo mejor de la vanguardia obrera surgida durante la revolución, dejando más espacio a los elementos más atrasados y acomodados.
Todos estos factores llevaron a que se fuesen afirmando tendencias burocráticas en el nuevo estado obrero.
En los últimos años de su vida, Lenin llevó a cabo una fuerte lucha contra estas tendencias burocráticas en el interior del estado soviético, íntimamente ligadas con la degeneración burocrática del partido bolchevique.
Después de la muerte de Lenin, fue Trotsky quien continuó esta batalla. Stalin, secretario general del partido, era, por el contrario, el principal instigador de estas tendencias burocráticas.
La persecución implacable de la burocracia
La burocracia stalinista fue lo opuesto del bolchevismo en su política, teoría, programa, moral, en la concepción de partido y de estado obrero. Para sustentar sus privilegios, la burocracia necesitaba, por lo tanto, destruir la herencia de los bolcheviques, su concepción revolucionaria en todos los aspectos.
Para hacer todo eso en nombre del “bolchevismo” era necesario, sin embargo, destruir no sólo las concepciones, sino a todos aquellos que eran parte de esa herencia bolchevique: desde el propio partido hasta lo mejor de la vanguardia proletaria, ambos forjados en grandes acontecimientos de la luchas de clases.
Por eso, la burocracia sólo podía conquistar definitivamente el poder mediante la lucha contra la vanguardia proletaria, contra la democracia obrera en el partido y en los soviets, por lo que va alejando y, posteriormente, eliminando política y físicamente, a todos aquellos que se oponen a su poder.
Los Procesos de Moscú son la mayor expresión de eso, en la medida en que levantaron, en gran escala, calumnias y falsificaciones contra los principales dirigentes bolcheviques. Son, así, la institucionalización máxima de una moral totalmente opuesta a la del bolchevismo, donde siempre primó la polémica política y nunca las calumnias y los ataques morales. Ese proceso terminó con la ejecución de la mayoría de los miembros del CC del partido de la época de Lenin, además de varios prominentes militantes y dirigentes del Ejercito Rojo. Algunos destacados dirigentes bolcheviques formaron parte de la Oposición de Izquierda y llevaron una lucha consecuente contra la burocracia; muchos murieron en Siberia, incluso antes de los procesos de Moscú. Por el contrario, otros dirigentes, bajo la tortura, la coerción y el chantaje, hicieron “confesiones” corroborando las falsificaciones de Stalin y revisaron las concepciones e ideas que hasta ahí habían defendido.
La batalla contra Trotsky no fue la única, pero sí la más importante. Por un lado, porque él era el más prestigiado dirigente del partido después de Lenin y, por lo mismo, el oponente más peligroso. Por otro lado, Trotsky era también uno de los opositores más consecuentes, el que siempre se mantuvo firme en la defensa de la URSS contra los ataques del imperialismo y, también, sobre la necesidad de una revolución política de las masas, que derrotase la burocracia y restituyese la democracia obrera. Él nunca sucumbió a los chantajes de la burocracia (a pesar de que la mayoría de su familia fue asesinada por Stalin) y, basado en un sólido marxismo, nunca se ilusionó con los bruscos virajes a la izquierda, o a la derecha, de la dirección de Stalin. Por ello, Trotsky era la principal amenaza para Stalin, pues podría conducir con éxito la batalla de los trabajadores por derrotar a la burocracia y restituir la democracia socialista; podría encabezar una futura ola de luchas revolucionarias en la URSS o en Europa; podría organizar una nueva dirección internacional que condujese al triunfo una nueva revolución. Cualquiera de estas hipótesis era una amenaza a la existencia de la burocracia como casta privilegiada.
¿Por qué Stalin mandó asesinarlo?
Trotsky fue el primer dirigente exiliado dentro de la URSS; después fue expulsado del partido y del país y le quitaron la nacionalidad rusa. Contra él fueron hechas, además, diversas acusaciones y una fuerte campaña internacional que pretendía desprestigiarlo como dirigente, presentándolo alternadamente como agente del fascismo, del imperialismo, y enemigo jurado de la revolución rusa y del estado soviético. Por eso, sus fotos al lado de Lenin fueron borradas, y su pasado de dirigente revolucionario fue escondido y desfigurado. La persecución a Trotsky culminó con la orden de Stalin para su asesinato. Él creía que matando a la figura más importante del movimiento “trotskista”, la que ligaba la vieja generación de revolucionarios rusos con las nuevas generaciones, acabaría con este movimiento. Habiendo fallado el primer intento el 24 de mayo de 1940, en agosto de ese mismo año un nuevo intento alcanzó los objetivos.
La III Internacional fue destruida por el stalinismo
La muerte de Trotsky fue un golpe muy importante para aquellos que defendían la continuidad del bolchevismo en la época de la degeneración burocrática del partido bolchevique, y que fueron conocidos como “trotskistas”.
La burocracia stalinista no sólo se apoderó del estado obrero y del partido bolchevique y los degeneró, usurpó también la III Internacional, que había sido construida como Partido Mundial de la Revolución Socialista después que la II Internacional traicionó a los trabajadores, durante la Primera Guerra, apoyando a sus propios gobiernos burgueses. De instrumento revolucionario de los trabajadores en la lucha por el poder en todo el mundo, la III Internacional, a manos de Stalin, pasó a estar al servicio de los intereses de la burocracia soviética en el mundo. Por eso, frente a los grandes acontecimientos de la lucha de clases entre las dos grandes guerras (como la Revolución China de 1923-1925, la guerra civil española o el gobierno de frente popular en Francia), la III fue un obstáculo central para nuevas victorias revolucionarias. Por último, el gran hecho que lleva a Trotsky a romper con la III y considerarla perdida para la revolución es la política desastrosa del PC alemán, que permitió la ascensión al poder del nazismo, en este país.
Al contrario de lo que deseaba Stalin, el asesinato de Trotsky no acabó con la herencia de la III Internacional, el gran legado de los bolcheviques a la revolución mundial. Si esto fue así, se lo debemos esencialmente a la que Trotsky consideró “la tarea más importante de su vida”: la construcción de la IV Internacional (1938).
La IV continúa la batalla de los bolcheviques leninistas
La IV Internacional¸ aunque frágil, fue el eslabón entre toda una generación de revolucionarios que habían conducido la primera revolución socialista victoriosa, dirigido el primer estado obrero y construido la III Internacional Comunista, y la nueva generación de revolucionarios que surgió entre la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, que buscaba una alternativa revolucionaria a la socialdemocracia y el stalinismo. Por un lado, es la continuidad política, teórica, ideológica y programática de la III Internacional fundada por los bolcheviques, por lo que la corriente organizada por Trotsky (la Oposición de Izquierda Internacional, primero, y la IV Internacional, después) siempre se autodenominó “bolchevismo-leninismo”.
Cuando la dirección stalinista llevaba a cabo la revisión de las principales elaboraciones históricas de los bolcheviques y de la III Internacional, la corriente liderada por Trotsky actualizó el capital marxista frente a los nuevos acontecimientos de la lucha de clases, como la degeneración del estado obrero ruso y el surgimiento del fascismo. Toda esa elaboración se concretó en el Programa de Transición, documento fundador de la IV Internacional, escrito por Trotsky.
Por otro lado, la IV fue la respuesta organizativa a la crisis de dirección revolucionaria, iniciada a partir de la degeneración de la III Internacional. Por ello, surgía como una dirección revolucionaria, todavía minoritaria, alternativa a la socialdemocracia y al stalinismo, que pudiese, en un nuevo momento de la lucha de clases, dirigir los nuevos ascensos revolucionarios, ya sea contra la burguesía imperialista o contra la burocracia.
La IV Internacional coronó así, política y organizativamente, la batalla dirigida por Trotsky contra la degeneración del Estado Obrero, el Partido Bolchevique y la propia Internacional Comunista.
Sin Trotsky
La recién fundada IV Internacional tuvo que encarar, con una dirección extremadamente frágil, joven e inexperta, grandes hechos de la lucha de clases como la Segunda Guerra Mundial, la derrota del fascismo y el gran ascenso revolucionario que siguió.
La dirección stalinista capitalizó la derrota del fascismo y se montó sobre el ascenso revolucionario, después de la Segunda Guerra. Los partidos comunistas, dirigidos por el stalinismo, salieron fortalecidos de la Segunda Guerra Mundial, dejando poco espacio para aquellos que, como los trotskistas, se les oponían.
Al mismo tiempo, la nueva dirección de la IV Internacional cometió diversos errores, capitulando al stalinismo y a las nuevas direcciones pequeño-burguesas. Esos errores impidieron que la IV Internacional se volviese una fuerte organización de vanguardia a nivel internacional y tuvieron como consecuencia su división y destrucción como organización centralizada. Pese a ello, los trotskistas no desaparecieron. Diversas corrientes se reivindican trotskistas, muchas de ellas revisando el pensamiento de Trotsky y teniendo poco que ver con sus enseñanzas. Otras corrientes, como la LIT-CI, siempre batallaron por la reconstrucción de la IV Internacional sobre bases principistas, como respuesta a la crisis de dirección revolucionaria que vivimos hasta hoy.
El veredicto de la historia
A pesar de los errores de los “trotskistas”, el veredicto de la historia dio la razón a Trotsky sobre Stalin.
Los stalinistas calumniaron durante décadas a Trotsky como un “contrarrevolucionario” que quería destruir la Unión Soviética. Sin embargo, fue esa misma burocracia stalinista que acusaba a Trotsky la que restauró el capitalismo en la URSS, acabando con el primer estado obrero de la historia.
El veredicto de la historia comprobó también la caracterización de Trotsky, de que sin una revolución política que derribase la burocracia en la URSS, sería la propia burocracia quien restablecería el capitalismo en el país.
La restauración del capitalismo demostró también, en la práctica, que era imposible (al contrario de lo que propagaban los stalinistas) construir el socialismo en un solo país, y que la única salida es la revolución socialista mundial.
La agonía mortal del capitalismo y la actualidad del trotskismo
No fue sólo frente al stalinismo que la historia dio la razón a Trotsky. Con la caída de los regímenes stalinistas en el Este europeo, la burguesía mundial preconizó el “fin del socialismo” y el “triunfo del capitalismo”.
La actual crisis económica mundial y la miseria creciente que viene trayendo para muchos millones de trabajadores en todo el mundo son sólo la expresión más reciente y visible de la agonía mortal del capitalismo, que sólo puede traer miseria y destrucción a la clase trabajadora y la población pobre de todo el mundo.
Frente a la barbarie capitalista, que va tomando proporciones cada día más terribles, la necesidad de la toma del poder por la clase obrera, a través de la revolución socialista mundial, es hoy más apremiante que nunca.
La crisis de la humanidad es, como decía Trotsky, “la crisis de su dirección revolucionaria”, por lo que la actualidad del trotskismo se verifica también con la necesidad de reconstruir la IV Internacional, que no es otra cosa que el partido mundial de la revolución socialista.
Creyendo en la fuerza revolucionaria de la clase obrera
El asesinato de Trotsky no fue, por lo tanto, una venganza personal de Stalin. Por el contrario, fue la culminación de una larga lucha entre dos proyectos opuestos para la revolución mundial y para el estado obrero ruso.
El trotskismo nació en un periodo de reflujo profundo de las grandes luchas revolucionarias que se habían extendido, por el mundo a finales de la Primera Guerra Mundial, frente a grandes derrotas de la clase obrera mundial, como el fascismo y la degeneración de la URSS.
A pesar de los tiempos adversos y de las traiciones y calumnias de que fue blanco, Trotsky mantuvo siempre su moral revolucionaria y, por encima de todo, creyó en las fuerzas de la clase para superar los obstáculos. Tal como escribía en una carta a Angélica Balabanoff, llamada “Contra el Pesimismo” (1937): “Hay que tomar la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños”.
Trotsky supo siempre que la batalla que era perpetrada contra su persona era una batalla política, producto de fuerzas profundas en la situación internacional. Por ello, más allá de su destino personal, mantuvo hasta el final su creencia profunda en la fuerza revolucionaria de la clase trabajadora para batallar contra el imperialismo y la burocracia.
La gran enseñanza de Trotsky fue haberse mantenido marxista, revolucionario, internacionalista consecuente hasta al último día de su vida, incluso cuando nadaba contra la corriente.
Continuar la batalla de Trotsky
La LIT se fundó, y pone sus fuerzas, al servicio de reconstruir la IV Internacional. Hoy existimos y podemos dar esa batalla porque tomamos el Programa de Transición y sus enseñanzas, buscando actualizarlos para nuestros días.
Sabemos que somos todavía una corriente modesta. Sin embargo, muchos activistas y revolucionarios ven hoy a la LIT-CI por su política consecuente de batallar contra la burguesía y el capitalismo, y contra sus agentes en el movimiento obrero. Nuestra fuerza proviene de continuar la batalla de Lenin y Trotsky por la superación de la crisis de dirección revolucionaria, para la toma del poder por la clase obrera y la construcción del socialismo a nivel internacional.
En un momento en que se superponen la crisis profunda del stalinismo con la agonía del capitalismo, pensamos que el mejor homenaje que podemos dar a Trotsky, cuando se cumplen 70 años de su asesinato, es retomar sus enseñanzas para reconstruir la IV Internacional.