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Por primera vez, las víctimas señalaron a sus torturadores

La Pampa: Por primera vez, las víctimas señalaron a sus torturadores

LA ARENA

El ex diputado provincial Hermes Accátoli denunció ayer durante su declaración en el marco del juicio de la Subzona 14 a los represores Roberto Fiorucci y Néstor Cenizo como los que lo torturaron cuando fue llevado a la comisaría de Catriló.

En la jornada de ayer no estuvieron presentes en la sala ni Roberto Constantino ni Omar Aguilera, que pidieron quedarse en su celda de la Unidad Penal 4 para no presenciar a los testigos. Accátoli fue el primer testimonio de la tarde. Por la mañana declararon Ana María Martínez Roca, Hugo Chumbita y Zulema Arizó, y por la tarde también Nery Sanders de Trucchi y el ex policía José Capello.
El testimonio de Accátoli no tuvo la contundencia que supo tener su declaración realizada en 1984 para el sumario administrativo y hubo partes de ese testimonio que dijo desconocer por el paso del tiempo. Sin embargo, señaló a los dos represores como los que lo interrogaron bajo tortura.
Accátoli, que fue funcionario del gobernador Rubén Hugo Marín, relató que fue detenido el 24 de marzo del 76 a la madrugada en General Pico en la vía pública. Había logrado eludir un operativo que se montó frente a su casa para apresarlo. El testigo relató que fue llevado hasta la comisaría de General Pico y de allí, junto con Santiago Covella, su par Roberto Gil -era diputado provincial del Frejuli- y Hugo Ferrari en una camioneta hasta la Seccional Primera de Santa Rosa y, luego de unos minutos allí, a la Unidad Penal 4.
Allí compartió un pabellón con detenidos políticos de Santa Rosa y General Pico. Pocos días después pudo saber que «comenzaron a salir detenidos que eran interrogados en la Primera. Y algunos dijeron haber recibido castigos».
A Catriló
Accátoli explicó que hubo dos veces en las que sufrió torturas. La primera el 6 de abril del 76, si bien no tenía exactitud sobre la fecha. «En horas de la tarde, a las 20, nos retiraron junto con Gil del penal, estábamos encapuchados y vendados y con las manos esposadas. Ahí descubrí que al estar vendado y encapuchado te agudiza los sentidos y traté de prestar atención, a pesar de que creí que nos iban a matar», dijo.
La víctima explicó que ambos fueron llevados en un vehículo fuera de la ciudad y que hicieron un trayecto por ruta que luego supo era la número 5. «Nunca pude ver a los que nos llevaban, hacían algunos comentarios cómicos y bromas sobre la presidenta destituida», recordó.
Luego de pasar dos pasoniveles, llegaron a un lugar que supo era una comisaría porque abrieron un cerrojo y lo ingresaron a un calabozo. Escuchó a niñas jugando, una radio policial y un molino de viento, hasta que llegó la noche. Accátoli relató que en el 84 supo que ese sitio era la comisaría de la localidad de Catriló.
Las torturas
«Luego me retiraron del calabozo e ingresé a un ambiente de piso de madera. Hubo una primera tanda de golpes en la cabeza, con una cachiporra. Ahí ví que se pueden ver realmente las estrellitas. Me dieron puñetazos en el estómago y hubo un alocado interrogatorio sin orden», afirmó.
«Me dieron corriente eléctrica en las esposas. Ahí se me rompió el pantalón y me lo ataron con un hilo. Cuando me lo acomodaban, juguetearon con la picana en mis gluteos. Me preguntaban por qué los diputados se habían aumentado la dieta. Y nosotros, con Gil, habíamos votado en contra de eso. También donde están las armas, el cargamento de armas. Y sobre la UTN (Universidad Tecnológica de General Pico), y algo sobre (la masacre) de Ezeiza», dijo.
Sobresalto
Fue entonces que Accátoli identificó por circunstancias a dos de los que lo torturaron, ya que siempre estuvo encapuchado y nos pudo ver a sus captores. «Aparece una voz que la registré muy especialmente porque era (parecida a) la de alguien de mi entorno. Me provocó sobresalto. Era la que ordenaba el interrogatorio», aseguró. Luego le pondría rostro a esa voz cuando días después, en la Seccional Primera, ingresó un oficial de aspecto «gardeliano» y al saludar a los policías escuchó que tenía el mismo timbre. Cuando volvió a la Unidad Penal, al intercambiar datos con sus compañeros de detención, supo que era Fiorucci. Ese testimonio generó un sobresalto entre el público cuando la defensa de los represores le pidió que dijera a quién le hacía recordar la voz, y finalmente, Accátoli dijo que era igual al entonces ex ministro de Bienestar Social, Néstor Ahuad. Algunos pensaron en la sala, hasta un abogado querellante, que había dicho que el que lo interrogaba era el mismo Ahuad, aunque el tribunal había aclarado poco antes esa situación.
Entretanto, había un represor que parecía escribir lo que él decía. Luego de dos o tres idas y venidas, se le salió un poco la venda y pudo «ver algo, las patitas de una mesa y los zapatos de quién escribía, de un color rojizo, muy bien lustrados, fue mi única visión», comentó.
Accátoli dijo que también torturaron allí a Gil, y comentó que de su compañero «escuché gritos desgarradores, fue colocado en una ‘parrilla’, mojado y picaneado. Luego me mostraría que tenía el estómago absolutamente morado y además rengueaba».
El segundo
Accátoli indicó que luego fue llevado a Pico al hospital a ver a su padre que estaba enfermo, y pocos días después tuvo su segunda salida en la Unidad Penal para otro interrogatorio. Fue llevado hasta la Brigada de Investigaciones, en la calle Raúl B. Díaz, y recibió varios golpes en el estómago.
Pocos días después, lo fue a ver un oficial de policía porque se había enterado que había dicho que había sido golpeado. Ahí pudo sabe quién era el otro que participaba de las torturas: «Vino un señor joven que se presentó como el oficial Cenizo, que amablemente me preguntó si era verdad que habíamos sido golpeados. Al mirarle el calzado supe que eran los zapatos del que escribía en el interrogatorio y se lo dije, y quedó como cortado».
Denuncia contra dos abogados
Hermes Accátoli recordó que en septiembre de 1976 fue llevado a la cárcel de máxima seguridad de Trelew, donde estuvo hasta el año siguiente. Mientras se encontraba encarcelado, denunció que su familia y la de otros compañeros de prisión recibieron la «propuesta» de dos abogados piquenses de sacarlos de la cárcel a través de sus contactos si les pagaban.
La denuncia fue contra el ex intendente de esa ciudad durante la dictadura, José Marrero, y Fernando Savid García, ambos con vínculos con la Iglesia. La acusación ya la había hecho pública Accátoli en el 84, lo que generó una causa en su contra.
El declarante indicó ayer ante los jueces: «el hecho sucedió durante una reunión con los dos abogados, estaba mi esposa, mi suegra, la hermana de Covella, la esposa de Gil y la hermana de Ferrari. Durante una visita que me hicieron a Trelew me contaron la propuesta y les dije que no se les ocurriera poner un solo peso. Pedían un dinero por adelantado, el 50%, y un 50% a ‘contraentrega del paquete’. Los cálculos que hacía mi familia era que esa plata era igual a vender un Renault 12 modelo 74 que teníamos, con dos años de antigüedad».
«Me aplicaban picana en las piernas y los senos»
Durante la tarde, el testimonio más conmovedor fue el de Nery Greta Sanders de Trucchi, una ex empleada estatal que durante la dictadura militar era contadora fiscal del Ministerio de Obras Públicas. Ella fue detenida cuando la Subzona 14 investigaba supuestas irregularidades en licitaciones durante el gobierno del peronista José Aquiles Regazzoli.
Sanders fue contundente, al afirmar que habían pasado muchos años pero que «ratificaba en todo» su declaración realizada en 1984 en el sumario administrativo contra los represores pampeanos.
La mujer además señaló a dos de sus torturadores: Roberto Fiorucci y Carlos Reinhart, sin titubeos. Y a pesar de que sostuvo su testimonio en medio de lágrimas y reproches hacia la justicia. Durante su declaración, llegó a decir: «Esto es un cuento de no acabar» y «no sé para que sirve contar todo esto. Es la cuarta o quinta vez que lo hago. No entiendo a la justicia de mi país».
En la Primera
Sanders recordó que fue detenida en enero de 1977 cuando varios policías fueron a su casa y al no encontrarla le informaron a su marido, que también era suboficial, que la llevara a la Seccional Primera. «Al llegar me hicieron pasar y me esposaron y me vendaron los ojos. Pregunté qué pasaba y me dijeron que ya iba a entender. Subí una escalera, me llevaron a una habitación y me empezaron a preguntar. Buscaban dentro de mi trabajo si conocía hechos delictivos de funcionarios», indicó.
La mujer relató ante la emoción de su familia: «Les dije que no sabía nada y comenzaron a castigarme. Me ponían la picana, y yo 9+preguntaba porqué me hacían eso, y siguieron. En un momento me quedé sola y había un hombre al lado, sentí una mano que me toca y me sobresalté. Era un hombre que empezó a manosearme, le dije que me dejara y siguió pellizcándome hasta que volvieron los otros».
Dos torturadores
La víctima estuvo detenida entre 50 y 60 días en la Seccional Primera. Los primeros cuatro o cinco sufrió torturas durante la noche. «Me decían lo que me iba a pasar si seguía sin hablar, en un determinado momento a un hombre que me aplicaba la picana en las piernas y los senos, le pedí que terminara, que todo era verdad y me devolvieron a la celda. Firme un papel sin saber qué decía».
Sanders reconoció a dos de sus torturadores: a Roberto Fiorucci porque mientras la tenían detenida le llevaba expedientes de Obras Públicas para que los analizara, y a Carlos Reinhart. Sobre este dijo que supo de su identidad «porque a pesar de tener los ojos vendados estaba agachado y lo ví. Y luego le pregunté a una celadora sobre él y le dije que ese era el que torturaba, y me dijo que sí lo hacía».
La víctima indicó que luego de que le aplicaran la picana eléctrica no la dejaban beber agua y que vió en las celdas de la Primera a otros torturados, como el ex sindicalista Augusto Menghi y al ex estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNLPam, Carlos Ghezzi. También a otra mujer que «estaba en muy malas condiciones y no querían llevarla al hospital».
En su declaración hubo otros nombres conocidos: el médico policial Máximo Pérez Oneto, que la revisó cuando ya había sido «blanqueada», y el actual jefe de Policía, Ricardo Baudaux, que le pidió cuando estaba comunicada nombres de testigos para su causa judicial, ya que estaba como escribiente.
Acusada
La mujer entonces fue acusada en una causa y fue convacada por la justicia. Denunció entonces al declarar ante el juez que había sido torturada, y el magistrado le dijo que pensara si iba a continuar con sus dichos. Al volver a la Seccional Primera la llevaron nuevamente a la sede de la Subzona 14 y la amenzaron que le podía pasar algo a su esposo y a sus cinco hijas. Entonces desistió de la denuncia y terminó siendo procesada. Finalmente fue condenada por «concusión» porque no consideraron en la justicia que sus dichos fueron arrancados bajo tortura.
De esto se tomó el defensor oficial, Oscar Del Campo, para tratar de introducir, al hacer sus preguntas, la sospecha de que por haber sido condenada Sanders acusaba por su secuestro y torturas a los policías o que al haber sido condenada sus dichos eran relativos. Esto fue advertido por el juez José Mario Tripputi que lo retó: «No se olvide que es una víctima. No quiero pensar lo que estoy pensando».
La mujer también relató que por ser detenida perdió su trabajo. «El daño más grande fue eso, me sentí impotente porque había puesto mi vida en ese proyecto, en mi carrera públiba. Me gusta trabajar, soy gente de trabajo. Y destruyeron el sacrificio y esfuerzo mío, de mis hijas y mi esposo».
«Baraldini me dijo que si hablaba, me irían a buscar»
Fue, hasta ahora, por lejos, la testigo más asustada. Mostró pavor. Pánico. Lloró. Suspiró, angustiada, profundamente. Pidió seguridad para ella y sus hijos. Se fue del juicio tirada sobre el asiento trasero de un auto y con el rostro cubierto para evitar las fotos. Y hasta confesó que «me niego a leer todas estas cosas», en alusión al libro «El Informe 14», de Norberto Asquini y Juan Carlos Pumilla, donde se relatan su caso y el de otras víctimas de la represión en La Pampa.
Por primera vez, después de 35 años, contó su historia… que incluye la pérdida de 15 embarazos, y el señalamiento directo al prófugo y ex jefe de la Policía provincial, Luis Baraldini, y al cura Alberto Espinal.
Ana María Martínez Roca, una mujer alta y robusta, sufrió lo que sufrió simplemente porque en noviembre de 1975 era la novia de Hugo Horacio Chumbita, por entonces docente y director del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de La Pampa, y luego reconocido escritor e historiador.
Ambos, junto a un amigo de Chumbita, Esteban Tancoff, fueron detenidos a fines de ese año en la sede central de la Policía Federal, en Buenos Aires. Los picanearon brutalmente y luego los trasladaron a Santa Rosa. Martínez, flamante arquitecta, había conseguido trabajo en el Instituto Provincial Autárquico de la Vivienda y realizaba un estudio sobre energía solar en el IER.
«Me enteré por el diario La Nación que me buscaban junto a Chumbita. Tenía mucho miedo. No entendía qué pasaba. Nos encapucharon y nos llevaron. No la pasamos bien. Nos pegaron patadas en la cabeza, en el estómago, en todo el cuerpo. Fuimos torturados en El Palomar, en una mesa de mármol con agua, en la cabeza, la boca, los pechos y los genitales», dijo la testigo visiblemente conmovida y dando la sensación de que las imágenes horrendas pasaban en ese momento por su memoria.
«A los tres nos trajeron a Santa Rosa en un camión. Yo estaba inconsciente. Fui llevada al hospital. En esa época estaba embarazada y perdí el bebé. El único recuerdo que tengo es a un militar al lado mío, apostado como una ametralladora», detalló.
«De ahí me trasladaron a la Seccional Primera. No podía caminar. Estaba engrillada de pies y manos. Apareció mi mamá a buscarme, y habló con Baraldini porque pensó que estaba muerta. Insistió tanto en verme… tuvo una valentía fuera de lo normal. Ella murió hace un mes y gracias a ella yo estoy acá, sino estaría muerta».
Con la última frase, Ana María alcanzó a susurrar: «Esto es muy duro para mi». Y se quebró. Hubo lágrimas, acompañadas de un silencio brutal en la sala. No hubo preguntas. Sólo la continuidad del relato.
«Cuando estaba así me fue a ver el cura Espinal. Lo único que quería saber es si era de Montoneros o andaba en algo peligroso y si sabía de las cosas que hacía Chumbita. Incluso, ese cura alguna vez fue a la casa de mi madre (cuando ella ya había sido liberada y estaba en La Plata) para ver si era cierto que vivía allí y cómo vivíamos. Yo soy cristiana, pero percibí todo. No fueron visitas de cortesía».
«Llegué a pesar 40 kilos»
A medida que avanzaba en su testimonio, las palabras de Martínez sonaron cada vez más pesadas, con una carga emotiva única. «En la cárcel aprendí a caminar de nuevo. Me sacaban al pasillo a la fuerza. Decían que no vería a mi madre hasta que no caminara -enfatizó-. Llegué a pesar 40 kilos. Por las secuelas (de las torturas) perdí 15 embarazos, hasta que tuve otros dos hijos. Es la primera vez que hablo de esto. Lo tuve guardado durante muchos años. Lo que más me asombró fue que después me fui como si fuera la peor ladrona. Me llevaron a una estación de tren como abandonada y oscura. Pensé que iban a matarme. Ahí estaba mi mamá, que pensó lo mismo. Nos subieron al tren y lloramos juntas».
– ¿En La Pampa fue objeto de malos tratos?, preguntó el fiscal Jorge Bonvehi, quebrando el clímax del relato.
– Acá nunca me torturaron. Es que estaba convaleciente; sino me moría.
– ¿Fue interrogada?
– El padre (Espinal) me interrogó bastante.
– ¿Y militares o policías?
– No recuerdo.
En un momento, Ana María aceptó que ciertos pasajes si esos días de tormentos «no los tengo en mi mente».
– ¿Quién le dijo que quedaba en libertad?, interrogó el querellante Eduardo Fernández.
– Creo que Baraldini, porque era morocho. El me dijo que si hablaba, me iban a buscar y a matar.
Después del largo testimonio, la mujer, sin mirar hacia donde estaba los represores, se levantó y cansinamente se retiró del recinto. Aún sonaba aquella frase, cargada de clamor, que había expresado un rato antes: «Espero que esto no sea contraproducente para mi y mis tres hijos. Yo vivo para ellos. Me dijeron que nunca dijera nada porque sino me iban a buscar. Simplemente vine a La Pampa a conseguir trabajo como recién recibida. Y este fue el regalo».
Chumbita confirmó que las listas las armó Camps
Hugo Chumbita, como el periodista Nelson Nicoletti la semana pasada, confirmó que «la primera razzia» en la provincia, a fines de 1975, fue ordenada por el entonces jefe de la Subzona 14, Ramón Camps, antecesor en el cargo de Fabio Iriart, militar que no fue juzgado en este juicio contra los represores pampeanos por razones de salud.
El historiador, que miró a la cara a todos los represores cuando se aprestó a declarar como testigo, también declaró que su novia Ana María Martínez (ver aparte) sufrió un parto inducido en el hospital Lucio Molas.
Chumbita fue detenido «la segunda semana de diciembre» en Buenos Aires, junto a Martínez y a un amigo (ver aparte) por «un grupo de tareas vino a buscar a los inquilinos anteriores y nos llevó a nosotros. Nos robaron hasta el auto. Nos dejaron con lo puesto».
Los tres fueron torturados allí. Durante los interrogatorios, «tenían más interés en mortificarnos que en averiguar algo». Les dijeron que actuaban por cuenta de la Subzona 14 y que, al menos él, tenía pedido de captura de Santa Rosa.
«En ese momento ignorábamos con Ana María que estuviera embarazada. A ella la picanearon en los genitales y lo perdió (al bebé). Tuvo terribles pérdidas de sangre y estaba muy debilitada», señaló.
El testigo quedó presos en la Unidad 4 hasta el 6 de enero de 1976 cuando lo llevaron a la cárcel de Rawson, donde ingresó como preso legal. En la U4 supo por los guardiacárceles que «Ana María estaba mal, pero vida». Allí lo revisó un médico porque «querían cubrirse de que habíamos llegado picaneados. Ocurre que la picana deja pocas huellas en la piel». En Santa Rosa, aclaró, «no sufrimos tormentos».
Eso sí, antes del traslado a Rawson, Chumbita fue interrogado dos veces por (el jefe de la Policía, Luis) Baraldini. «A pesar de estar vendado, le reconocí la voz. Le dije, usted es Baraldini. Me preguntó dos o tres tonterías (sic). Me veía como un ideólogo subversivo. Llegó a preguntarme si había historiado la vida de (Juan Bautista) Bairoletto. Faltaba que me acusaran por los crímenes de Bairoletto….»
Ana María quiso verlo en Rawson («estaban detenidos desde los espiritualistas de Silo hasta los de la insurrección permanente del ERP»), pero se lo impidieron.
A Chumbita lo pasaron de Rawson a la Unidad 9 de La Plata. «Sin solicitarlo, y estando a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, me llevaron esposado y me subieron a un avión de Aerolíneas Argentinas. Estuve seis años en el exterior, hasta que terminó el proceso militar. En ese momento volví a ver a Ana María», señaló.
– ¿Qué le contó ella de lo que le había pasado en Santa Rosa?
– Que prácticamente tuvo un parto inducido en el hospital. Por la hemorragia le hicieron un raspaje. Y que el cura (Alberto) Espinal había actuado como una especie de vigilante.
– ¿Le dio nombres sobre quiénes fueron los violentos?
– No, excepto el de Baraldini. El dirigía los operativos. La interrogó y la amenazó para que no hablara.
«Me interrogaban con un arma al lado»
«No quiero ni mirar», respondió Zulema Arizo cuando -si bien se sentó frente al tribunal- le preguntaron si se sentía intimidada por la presencia, a un par de metros, de los siete represores que estaban en la sala de audiencias. Después, durante su ordenado y meticuloso testimonio, repitió casi como un leit motiv las palabras «terror» y «horror». Dijo que estuvo los tres meses de su detención «siempre temblando, con susto» y que «las noches eran tremendas». E identificó a dos de los imputados, Carlos Alberto Reinhart y Roberto Fiorucci, como los que la interrogaron con un arma a su lado.
Arizo fue secuestrada el 23 de marzo de 1978 en la escuela hogar de Paso de los Algarrobos, un alejado paraje del oeste pampeano. Allí trabajaba como docente y la directora era Lidia Fiorucci, hermana de aquél. Un grupo de hombres -entre ellos el propio Fiorucci- interrumpió en la madrugada. La encandilaron, la hicieron vestirse delante de ellos y la subieron a una camioneta. «Grité, lloré, tenía miedo. Nadie contestó. Ingenuamente pensé que podía hacerlo la directora», expresó.
En medio del viaje, mientras estaba vendada y esposada, la golpearon en el estómago. Pidió que no lo hicieran porque estaba embarazada. «Si eso es mentira, te vamos a matar», le respondieron. Cuando pararon a cargar combustible, dos secuestradores la obligaron a tirarse sobre ellos. «Se reían, decían que iban a aparentar como que estaba borracha».
Cuando llegaron a un lugar que no supo mencionar («era una especie de sótano, con azulejos blancos, una mesada y una piletita con canilla») la dejaron sola con un colchón sobre el piso. «Tenía miedo y frío -manifestó Arizo-. Burlándose, alguien me dijo: acá somos todos hombres, pero supongo que no te va a pasar nada».
En ese sitio, que de acuerdo a testimonios de la causa podría tratarse de la División Judicial, reconoció a Fiorucci por su voz durante los interrogatorios. Antes el represor le dijo que «la había sacado barata porque era el hermano de Lidia» y que cualquiera cosa que necesitara, se la pidiera.
Un tramo impactante del relato fue cuando contó, estando en el sótano, que «lo único parecido a la vida ahí adentro era escuchar a una madre cómo llamaba a su hija Tatiana. Me gustaba el nombre. Supongo que provendría de una casa cercana a ese lugar de terror. También recuerdo el olor a asado, las risas y las diversiones; pero no recuerdo cuál era mi comida», remarcó la testigo.
Dos médicos
Durante su detención «un médico joven» práctico un control ginecológico. Sólo le interesa comprobar si estaba embarazada. Otro facultativo («más grande, canoso y peinado para atrás») le dijo que no podía atenderla porque ella estaba a disposición del Comando Militar. En un momento fue llevada al hospital por una infección en los riñones.
Arizo en un momento fue trasladada a la Seccional Primera. Allí se supone, porque la testigo no lo expresó, que es adonde debió subir una escalera -en la planta alta funcionaba la sala de torturas- para ser interrogada dos veces. Afirmó que Reinhart la interrogó con «el arma arriba del escritorio». También mencionó que el imputado mantenía relaciones (sexuales) con una detenida por consumo de drogas, según contó la propia mujer. «El la hacía subir con ese propósito. Una vez se habló de un aborto o de una cosa semejante», acotó.
A Fiorucci también lo situó como otro interrogador con un arma a la vista. Lo que no pudo explicar qué querían saber. «Yo creo que se deleitaban más viéndonos sufrir que escuchándonos».
– ¿Usted fue golpeada en la Seccional Primera?, quiso saber el presidente del tribunal, José Mario Tripputi.
– No.
– ¿Escuchó quejas o comentarios sobre el uso de la picana eléctrica?
– No, no escuché nada.
Lo que sí oyó Arizo fueron los «gritos y festejos» de los represores durante el mundial de fútbol, a mediados del ’78. El 23 de agosto, después de tres meses de «terror» y «horror», Fiorucci le dijo: «Nosotros te damos la libertad, pero vos te vas a Rosario». La dejaron en la terminal de ómnibus («me acompañó la celadora, Norma Trouilh, que me ayudó») , se compró un pasaje y se fue.
– ¿Cómo terminó el embarazo?, preguntó el querellante Miguel Palazzani.
– El bebé nació, hoy tiene 31 años y me está acompañando.
Al rato se vio a Arizo, una mujer menuda, pero de una fuerte entereza interior, saliendo del Colegio de Abogados junto a el que fue agrandando su panza durante el cautiverio.
Argenpress 10/08/10