Kirchnerismo en estado puro
Mientras en Soldati un grupo armado arrancaba de una ambulancia del SAME a un joven herido para rematarlo con un tiro en la cabeza, en la Casa Rosada Cristina Fernández celebraba el Día de los Derechos Humanos y su tercer año de gobierno. La del viernes fue una jornada de kirchnerismo en estado puro .
La enemistad de la Presidente con el fiscal Julio César Strassera bajó de la lista de invitados al Salón de los Patriotas a los integrantes del tribunal que juzgó y condenó a las Juntas Militares, sin duda el acto institucional más ejemplar de la Argentina contemporánea; al mismo tiempo, su disputa con el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, mantuvo a la Policía Federal muy lejos del Parque Indoamericano, el enorme predio ubicado al sur de una ciudad que la Presidente no quiere y donde cientos de ciudadanos se enfrentaban en una batalla campal que los desangraba y los envilecía.
La misión de la máxima jefatura del Estado no es sólo cuidar las vidas de sus representados, es también preservarlos de la degradación y la ignominia. Porque qué otra cosa es el espectáculo de grupos de vecinos convertidos en perseguidores del Ku Klux Klan, de pacíficos padres de familia confraternizando con barrabravas; qué sino eso es la visión de hombres y mujeres pobres de solemnidad colocándose al borde del linchamiento para defender unos pocos metros de tierra usurpados .
Durante más de 24 horas el Gobierno nacional jugó con fuego, quizás en la creencia de que los cadáveres de Lugano y Villa Soldati no le serían imputados. Es probable que se equivoque y deba compartir con el ingeniero Macri la responsabilidad de un drama que pudo ser evitado y se dejó consumar.
Aseguran que el hijo mayor de la Presidente interpretó ante un funcionario del gobierno que el homicidio de Mariano Ferreyra había provocado el infarto masivo de su padre. Es cierto que detrás del arma que disparó al joven militante del Partido Obrero no estaban los integrantes de una fuerza pública sino un patotero del sindicato ferroviario, un barrabrava de Defensa y Justicia. Pero no es menos cierto que lo sucedido comprometió a un dirigente de la CGT, a un aliado del mejor aliado del matrimonio gobernante, Hugo Moyano, el hombre que acababa de poner a sus pies un estadio repleto. Aquel mediodía, en Barracas, se produjo sin duda un cambio de etapa: el Gobierno había perdido la inocencia. En ese sentido -y sólo en ése-adquiría una pizca de verosimilitud la afirmación del primogénito de los Kirchner.
Las fotos de la agonía de Mariano Ferreyra deben haber revivido en el santacruceño el recuerdo de los cuerpos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki arrastrados sobre las baldosas de la estación de Avellaneda o arrojados como un guiñapo a la caja de una camioneta policial; le deben haber traído a la memoria a las víctimas del 20 de diciembre, acurrucadas sobre la Avenida de Mayo y en los canteros de la 9 de Julio. Esas imágenes eran perturbadoras porque evocaban la renuncia a primera sangre de Eduardo Duhalde y, cómo no, el tableteo de las hélices de un helicóptero alejándose de la Casa Rosada.
Así, una semana antes de su muerte, Néstor Kirchner supo que la puerta que quiso mantener cerrada a cal y canto se había abierto y que lo que ocurre una vez puede volver a pasar. Y tanto. El 23 de noviembre, en Formosa, una refriega entre policías, civiles blancos armados y hombres de la etnia toba-quom dejó dos aborígenes y un policía muertos. Los quom, un pueblo de cazadores y fiestas estruendosas, con enfermos de Chagas y tuberculosis (igual que muchos formoseños que no entran en la estadística), despojados de los tractores que les donan y terminan (eso cuentan) en tierras de “Carlín” Insfrán, hermano del gobernador, intentaban recuperar las 600 hectáreas del fundo La Primavera que Gildo Insfrán había entregado a los Celía, una familia que todas las versiones sindican como amiga del jefe provincial. Roberto López, uno de los dos muertos quom, tenía en La Primavera una casa grande, fresca y prolija, hecha con troncos y hojas de palmeras. Allí, la noche anterior, había hablado como si presintiera: “Si me pasa algo y no vuelvo. ”, advirtió. Acabaron con él a tiros y puñaladas, que le entraron por la espalda.
El cacique Facundo Sanabria ya no conduce a su gente; a los 93 años está perdido en sus desvaríos. Su hijo Cristino es carne y uña, dicen, con los funcionarios de la gobernación y del Instituto de Comunidades Aborígenes, curiosa entidad indígena cuyo presidente es un blanco. Tampoco ahora había sido el poder central el que los corrió a balazos; éste simplemente se limitó a guardar silencio frente a la atrocidad cometida en los dominios de su socio político.
Siguiendo órdenes, Agustín Rossi, rehusó poner la firma del bloque oficialista al pie de un repudio a lo acontecido. “No podemos tirarnos ahora contra Gildo”, explicó. Una delegación de los quom está todavía en la Capital. Gestiona una audiencia con Cristina Fernández que, descuentan, ya no se las dará.
También la tierra está en el centro de los gravísimos incidentes de Soldati-Lugano, una zona de monoblocks en la que los censistas del 2010 encontraron a los abuelos, propietarios originales de los departamentos, conviviendo con los hijos y nietos adultos que nunca pudieron dejar el barrio y hacer su propio camino.
Una llamada de Sergio Shoklender, apoderado de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, a la policía metropolitana activó el mecanismo. Individuos armados, contó, intentaban intrusar el obrador de las viviendas que con fondos públicos construye la mutual Sueños Compartidos en distintos puntos del país. Incansable, Shoklender suele utilizar para sus desplazamientos un Cessna Citation II, un jet biturbina de nueve plazas que aterriza con regularidad en el aeródromo de San Fernando. Shoklender explicó que los atacantes eran “narcos” y echó la culpa a los “trotskos” por el aluvión de desheredados que se instaló luego en el parque. Antiguos pobladores de la Villa 20 replicaron por lo bajo que el jefe de seguridad de la empresa de la Madres tampoco sería trigo limpio. Al abandonar Ciudad Oculta, su lugar de origen, el tal “Pocho”, habría dejado tras de sí una estela de sospechas y murmuraciones.
El primer desalojo dejó dos muertos. Las academias de policía no son en ningún lugar del mundo una escuela de humanismo, pero la actuación de la Federal, por lo que se vio, incursionó en el salvajismo. Los dirigentes de la Villa 20 aseguraron que después de los asesinatos recogieron “bolsas de supermercado llenas de cartuchos servidos rojos y verdes”, de plomo y de goma. Cualquiera podía prever que Soldati era un polvorín.
El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, fundamentó el retiro de la policía con un argumento reiterado y ofensivo para la inteligencia del auditorio: el pedido de la jueza era “ de cumplimiento imposible ”.
Al parecer siempre son “de cumplimiento imposible” las medidas que no se toman a gusto del gobierno. En su acto, Cristina Fernández, en un alarde de ombliguismo, atribuyó los incidentes a una conspiración en su contra y cargó contra la xenofobia que chorreaba de las desafortunadas declaraciones de Macri. Lo hizo antes y después de hacer referencia a las mucamas chilenas, los albañiles peruanos y los porteros uruguayos .
Hacia la madrugada, al concertarse la reunión entre autoridades nacionales y de la ciudad, se retiró a sus aposentos de la Residencia de Olivos sin participar del encuentro. El fastidio que le provoca el jefe de gobierno está por encima de la suerte de los porteños. “Yo no soy descendiente de Luis XIV”, había dicho esa tarde. Sin embargo, obraba como si lo fuera.
¿Tanto desinterés por los seis muertos acumulados en menos de dos meses es señal de que el Gobierno empieza a virar su rumbo? No. Ocurre que comienza a patentizarse la agudeza del conflicto social y frente a él carece de respuestas.
La intromisión en los comicios de la CTA tampoco fue una decisión placentera: la Presidente la adoptó con el entusiasmo con que se recurre al dentista por un dolor de muelas. La obligaron los pactos pragmáticos con sindicalistas hijos del corporativismo y del privilegio, los acuerdos cachiporreros basados en necesidades subjetivas: el kirchnerismo, habrá que entenderlo de una buena vez, no es de izquierda ni de derecha, es kirchnerista.
Si Carlos Zannini, un antiguo maoísta, recordara aquella historia debería murmurar al oído de la Presidente la frase que León Trotsky le dedicó a “Grisha” Zinoviev, responsable del trabajo político sobre los marinos de Kronstadt: “Todo estará muy bien aquí hasta que se ponga muy mal”.
Clarin 12/12/10