30 años del 23-F: Las teorías del autogolpe cobran cada vez más fuerza
Juan Carlos I, sigue ahí, en el palacio que le regaló el sátrapa Francisco Franco, mirando para otro lado, silbando una suave melodía borbónica, sin asumir ¡faltaría más! responsabilidad alguna.
Kaos. Memoria histórica Insurgente/Prensa/Kaosenlared
23-F, treinta años de mitos para encubrir un autogolpe
Floren Aoiz/ Gara
Se cumplen 30 años de los sucesos de febrero de 1981 y vuelven a prodigarse los relatos que glosan la grandeza del rey español, salvador de la democracia frente a los golpistas. El ritual del aniversario se renueva y se repite la historieta de buenos y malos convertida en incuestionable. La transición hacía aguas, la economía naufragaba, el pérfido terrorismo y los insaciables nacionalismos «periféricos» ponían en peligro la unidad de España y unos cuantos nostálgicos del franquismo decidieron liquidar la incipiente democracia, pero no lo lograron porque Juan Carlos Borbón les hizo frente e impuso el respeto al estado de derecho.
Ya lo decía la letra
del «Tanguillo del golpe»: «¡Qué nochecita pasamos los españoles, vaya una gracia!/ si el Borbón no lo remedia,/ nos quitan la democracia,/ las huelgas los sindicatos y hasta la Constitución.»
Sea con aire de tanguillo, vendido como sesudo trabajo académico o como promocionadísimo best seller de Javier Cercas, el cuento se basa en una historia de canallas extremistas (terroristas y golpistas) y un héroe equilibrado y equilibrador: el rey. Un relato que persigue la identificación social con cierta interpretación de la historia, y, en el fondo, quiere legitimar el modelo de transición y su consecuencia, esto es, el actual régimen constitucional.
Como ha destacado el analista del storytelling Salmon, con estas repeticiones rituales, más allá de contar una historia, se pretenden orientar flujos de emociones, creando y alimentando un mito colectivo. Porque de eso es de lo que estamos hablando, del mito de la modélica transición y, más exactamente, del mito del golpe involucionista reventado por el Borbón.
Un régimen surgido de la transformación «de la ley a la ley» desde una dictadura como la franquista necesita mitos fundacionales que disimulen su pecado original y ha encontrado en los acontecimientos de febrero de 1981 un filón. La versión oficial de aquellos sucesos convierte en paladín democrático al Borbón designado a dedo por Franco para liderar el posfranquismo, el mismo Borbón que proclamara al ser nombrado sucesor su adhesión a los principios del golpe de 1936 y repitiera los halagos al «Caudillo» tras su muerte. Prodigioso milagro recreado cada año por estas fechas gracias a la reedición del shock provocado por la irrupción de una banda de guardias civiles armados en el edificio del Congreso de Madrid.
A falta de una auténtica ruptura con el franquismo, el 23-F se nos presenta como su espectacular simulacro, en el que la integridad del monarca español y su firmeza brillan frente a la oscuridad de los involucionistas. Borbón renace así purificado, limpio de toda mancha, roto el cordón umbilical de una vez por todas con su promotor, el sanguinario dictador Francisco Franco que se hizo con el poder gracias a la ayuda de Hitler y Mussolini y un baño de sangre de dimensiones colosales.
Las imágenes de Tejero, que han sido vistas por todo el mundo y han creado un «recuerdo compartido», invitan a dar por buena la imagen del golpe televisado, cuando lo cierto es que la verdadera naturaleza de lo ocurrido el 23 F ha sido deliberadamente ocultada a la opinión pública. Cuanto más se repiten las mismas imágenes, más cerrojos se cierran sobre el (auto)golpe de timón que el estado posfranquista dio a la reforma.
Más allá del mito, una reforma de la reforma. Recientemente, «El País» publicaba un texto sobre «la intentona golpista del 23-F que desbarató el Rey» en el que se afirmaba que «los hechos han quedado esclarecidos en su casi totalidad». Y es cierto que los hechos se han ido desvelando y hoy en día cualquier persona con interés puede acceder a testimonios, documentos y estudios que permiten hacerse una idea cabal de qué sucedió realmente.
Esta información, sin embargo, lejos de retratarnos a un monarca antigolpista, cuestiona de raíz la versión oficial y nos presenta una trama turbia surgida de las propias entrañas -o cloacas, como se prefiera- del Estado. Los datos que han ido aflorando en estos 30 años, muchas veces como consecuencia de rencillas, venganzas o desaires en el mundo de los servicios secretos españoles han confirmado el análisis de quienes definieron aquello desde el primer momento como un autogolpe.
Estos servicios secretos y otros poderes fácticos tuvieron un protagonismo decisivo en la generación del ambiente de inestabilidad que antecedió al numerito de Tejero, alimentaron la sensación de caos, acosaron a Adolfo Suárez desde todos los frentes y fabricaron y utilizaron hábilmente la amenaza de un golpe militar cuyo objetivo sería poner fin a la transición. Pero no sólo eso, tuvieron que ver con la preparación del autogolpe, su ejecución, su reconducción y su posterior encubrimiento.
Conviene recordar que el Ejército español no había sido llevado a rastras a la reforma, sino que era uno de sus protagonistas a la vez que gendarme. Franco, que fue quien diseñó las claves del escenario posfranquista, se encargó de garantizar el apoyo de las Fuerzas Armadas españolas a su sucesor y nadie cuestionó seriamente ese aval. En 1981, el Ejército no quería volver atrás y, en todo caso, ni los poderes económicos ni los padrinos internacionales se lo hubieran permitido. Lo que estaba sobre la mesa era la utilidad de la amenaza del golpe para poner límites a la transición y, como ocurrió tras el 23F, reorientarla.
Hubo una operación cívico-militar, por usar terminología de documentos de inteligencia de aquellos tiempos, para desalojar a Suárez de la jefatura del Gobierno y marcar una nueva agenda que supusiera la corrección del rumbo de la reforma. No es que el líder de la UCD fuera un peligroso rupturista, pese a que como tal llegó a ser presentado, sino que su tiempo había terminado y era preciso reajustar la marcha de la transición, abriendo el paso a un nuevo tiempo de reconversiones económicas, recortes del proceso autonómico y nuevos bríos en la acción represiva y de guerra sucia. Un nuevo tiempo que más tarde iba a ser liderado por el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, un partido que, a diferencia de UCD, no podría ser considerado una prolongación del franquismo.
La dimisión de Suárez, lejos de frenar esa operación, terminaría por hacerla estallar. Tejero, enredado en aquellas tramas aunque posiblemente desconocedor de todo su alcance, iba a crear el shock, la fase explosiva del golpe, por usar términos de un destacado agente de los servicios secretos españoles. Después llegaría la acción de salvación que culminaría con un nuevo pacto de estado fruto de un consenso entre partidos y el Ejército, apoyado por los demás poderes y agentes sociales y que marcaría el inicio de un nuevo tiempo político.
Pero no es lo mismo escribir un guión que llevarlo a la práctica. Tejero se enrocó, se negó a facilitar el paso a la solución prevista y con este inesperado giro el proyecto se fue al garete. El plan se hubo de reinterpretar. No habría gobierno de concentración y tendrían que gestionar de otro modo el shock, pero esto sólo sería posible sacrificando algunas piezas para evitar la implicación de ciertos poderes del estado y del propio monarca.
Así, Tejero, Armada, Milans y otros como San Martín, el hombre de inteligencia de Carrero Blanco, se convertirían en los líderes de un golpe involucionista felizmente abortado por el rey Borbón. Algunos de ellos podían haber sido los paladines de la nueva etapa democrática tras la catarsis, pero terminaron juzgados por apadrinar un golpe de estado.
30 años después, la obstinación en ocultar a la ciudadanía la realidad de aquellos hechos es sumamente preocupante, porque evidencia la voluntad de seguir recurriendo al mito para manipular. Y, lo que es mucho peor, cada año nos recuerdan su resistencia a afrontar una verdadera ruptura con el franquismo.
23-F: Las balas que precedieron a las teorías
Público
El oscurantismo ha alimentado tres décadas de relatos sobre el intento de golpe de estado. Varios expertos encaran de forma crítica las ya tradicionales tesis sobre los beneficiarios de la asonada militar
El rastro de las balas en la bóveda del hemiciclo y en las paredes de la tribuna de medios se mantiene intacto, inamovible, como prueba fehaciente de lo ocurrido en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981. La intentona golpista del grupo de militares encabezados por el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, dejó otras huellas que sí han sido permeables con el paso del tiempo. Se han construido multitud de relatos que han tratado de aportar luz sobre unos hechos para los que ni siquiera hoy, 30 años después, parece que vaya a perfilarse una sola verdad que ponga fin a tres décadas de teorías hechas de luces y sombras.
Un hilo conductor hilvana los supuestos que defienden algunos politólogos, críticos con la idea de que instituciones como la monarquía o los partidos políticos vieran reforzada su legitimidad de cara a la opinión pública tras la asonada militar. «Que el rey se presente como el defensor de la democracia parte más de la narrativa que de los hechos, dando lugar a interpretaciones sesgadas», sostiene el profesor de Ciencia Política de la UCM, Pablo Iglesias Turrión.
La lectura que se ha hecho sobre el fortalecimiento de la democracia gracias al efecto del 23-F también es puesta en entredicho por algunos analistas, como el catedrático de Políticas Públicas de la Pompeu Fabra, Vicenç Navarro. «El intento de golpe militar no reforzó la democracia española, al contrario. El gesto de desacuerdo del monarca hacia el presidente elegido —Suárez— era una expresión antidemocrática», indica.
«En una democracia el rey no puede ni expresar su desacuerdo ni admitir comportamientos antidemocráticos entre sus asesores», sostiene Navarro para recordar que el rey había expresado abiertamente sus críticas al presidente Suárez y era también consciente de las visitas y encuentros de sus colaboradores, con lo cual «dio pie a toda una serie de conspiraciones que concluyeron con el intento de golpe militar».
El politólogo Ariel Jerez Novara también adopta la tesis de que el 23-F no fortaleció el actual sistema político y añade otro elemento que incide en la existencia de un contexto anterior que vigorizó las dinámicas democráticas: las grandes manifestaciones populares de finales de la década de los 70. «La agitación que generaron las fuerzas de la izquierda, como el movimiento vecinal, el estudiantil, etc, está en la base de todo y fue lo que propició que la élite franquista se desarrollara hacia la democracia sin el uso de la fuerza», explica.
Uno de los efectos del 23-F fue el que contribuyó a fomentar los temores. Navarro explica que en España «no se ha resuelto el constante miedo que existe en las instituciones hacia las estructuras e instituciones heredadas del régimen anterior y que incluyen desde las fuerzas armadas a los tribunales de justicia». El catedrático de Políticas Públicas evidencia la resistencia a juzgar los crímenes de la dictadura como ejemplo del miedo.
Miedo constante
Por otro lado, la intención de volver a un régimen militar no parecía que estuviese entre los objetivos que buscaba el golpe, según algunos autores. «Observando la postura de la banca y del capitalismo español, que tendían a la integración europea, parece difícil pensar que los sectores más conservadores pretendieran volver a una dictadura militar», indica Iglesias, quien sí admite la existencia de ciertos sectores que aspiraban a limitar los avances democráticos del país: «Algo que sí consiguieron y que se comprueba en la escasez de personas procesadas por el intento de golpe de estado y el poco tiempo que pasaron en prisión».
Otra prueba de esta tesis es la que evidencia Navarro al señalar algunas de las decisiones que se adoptaron después, tales como «acentuar el centralismo del Estado», algo en lo que influyó el temor que tenían las instituciones democráticas sobre la actitud de las fuerzas armadas.
La sombra de Reagan
Hacia los autores intelectuales de la intentona golpista apunta el periodista Alfredo Grimaldos en un ensayo sobre el papel que jugó la CIA en connivencia con el CESID (actual CNI) en el 23-F.
El autor de La CIA en España (2006), sostiene que los servicios de inteligencia estadounidenses estaban al tanto de las intenciones de los militares pero no les interesaba mover ficha a favor de los demócratas. «Adolfo Suárez se había convertido en un personaje molesto para la administración Reagan, pero advirtieron al comandante José Luis Cortina, del CESID, sobre la intención de los Estados Unidos de mantenerse neutrales». Los hechos, en cambio, tal y como narra Grimaldos, fueron contradictorios. «En las horas que duró la ocupación del Congreso por parte de los militares, los norteamericanos dispusieron de su equipo bélico de las bases de Rota y Morón en alerta y la Sexta Flota se instaló frente a las playas de Valencia en misión de ‘vigilancia mediterránea'». Las razones de estas maniobras no se llegaron a explicar nunca.
Navarro, en cambio, no da rédito a estas teorías ya que a su juicio la CIA «es una agencia bastante impotente e ineficaz» y considera lejana la posibilidad de que estimulara el golpe. «El Departamento de Estado de Estados Unidos sabía de la posibilidad de un golpe militar pues era ampliamente conocida la existencia de grupos muy desafectados con la democracia en el Ejército».
Corriente de golpes
La confluencia de muchos golpes en uno solo es otro de los relatos sobre los que se construyen las otras realidades en torno al 23-F. Teorías, no obstante, difíciles de trazar por la «clandestinidad» con la que se operó. Un oscurantismo que para Jerez Novara es fruto de la «ausencia de cultura institucional» que tenía España en ese momento.
Por su parte, Pablo Iglesias sostiene que frente a la tesis que defiende la convergencia de muchos golpes en uno sólo que «nos vacunó» de otros, «lo que sí existía era un estado de opinión de sectores vinculados a las oligarquías del franquismo que tenían que ver con la Iglesia, con los militares o con sectores económicos que pudieron temer una pérdida de sus privilegios».El crisol de golpes de estado afectó en primera instancia el rey, según el relato de Grimaldos, una idea que también recoge el periodista Jesús Palacios en El rey y su secreto (2010). Todo pudo haber girado en torno al monarca y en ello podría estar la explicación del tiempo que tardó Juan Carlos I en lanzar el mensaje televisado que puso fin a la tensa espera. Para Grimaldos, la confluencia de golpes hizo que cuajara por inercia el de los militares bajo las órdenes de Tejero. «El rey no sabía a qué corriente golpista se estaba enfrentando, si a una que iba contra él o a la que estaba de su lado», señala.
Asociar el intento golpista a un estado de opinión es deducible, a juicio del profesor de Ciencia Política, a partir de hechos posteriores como el miedo que pasó mucha gente de las organizaciones de izquierda. «Muchos ciudadanos quemaron papeles o rompieron carnés, prueba de que la derecha en este país aún podía volver a enseñar los dientes en cualquier momento».
Como el eco de los 37 disparos que agujerearon el salón de plenos del Congreso, los relatos edificados en torno al 23-F seguirán resonando a consecuencia de la clandestinidad con la que se gestionaron los acontecimientos. Tal y como recuerda Vicenç Navarro, «en una sociedad democrática se hubiera creado una Comisión Parlamentaria para analizar tales hechos», algo que nunca sucedió.
El golpista en palacio
Coronel Martínez Inglés/Insurgente
Pues sí, amigos, han pasado ya treinta años desde aquella sorprendente tarde/noche del 23 de febrero de 1981 en la que el “comandante cero” español, el inefable teniente coronel Tejero, al frente de tres centenares de guardias civiles, se introdujera manu militari en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y secuestrara a los poderes legislativo y ejecutivo de este país en pleno. Han pasado, sí, nada menos que tres décadas pero el máximo responsable de tan estrafalario evento, la suprema autoridad que lo respaldó, autorizó, impulsó, propició, recomendó y se aprovechó finalmente de él traicionando y enviando a galeras por treinta años a sus principales ejecutores directos y colaboradores suyos (los generales Armada y Milans), o sea Juan Carlos I, sigue ahí, en el palacio que le regaló en su día el sátrapa D. Francisco Franco Bahamonde, mirando para otro lado, silbando una suave melodía borbónica, inasequible al desaliento, sin asumir ¡faltaría más! responsabilidad alguna. Mientras sus súbditos, sus amados súbditos (capitaneados, eso sí, por la pléyade de periodistas cortesanos que en estas últimas jornada cercanas al trigésimo aniversario de la chapucera efemérides han vuelto por los fueros de la verdad oficial) continúan haciéndose los tontos, los desinformados, los crédulos con la fe del carbonero a flor de piel pues aceptar otra teoría a estas alturas, la real, la que tarde o temprano recogerá la historia de este país, viviendo todavía el falso héroe de la hazaña bélica creada desde el poder y sabiéndose lo que ya se sabe sobre la participación seria y efectiva del monarca español en el órdago peliculero protagonizado por Tejero, podría poner en peligro la sacrosanta democracia española y el tambaleante sombrajo levantado por los acomodaticios políticos de la “modélica” transición española.
Pero como el tiempo no pasa en balde y menos para alguien que, al igual que el rico, exiliado y enfermo Ben Alí tunecino o el sátrapa Mubarak egipcio, lleva más de treinta años pegándose la gran vida, reinando, gobernando (sí, sí he puesto gobernando, con todas sus letras), mandando y enriqueciéndose a manos llenas en este país, nuestro “democrático” jefe del Estado por mandamiento franquista, el señor Borbón, aparece en este 30 aniversario de su famosa maniobra borbónica del 23-F (un borboneo histórico inspirado en el que protagonizara hace ya algunas décadas su abuelo Alfonso XIII con el general Primo de Rivera de primer actor) bastante más decaído que entonces, menos golferas, menos ligón, menos malversador de fondos públicos, menos filmador de películas porno a costa de los fondos reservados que pagamos todos los españoles, menos conspirador junto a los militares de su entorno, menos terrorista de Estado (ETA no está ya para atajos macabros tipo GAL), menos prepotente, menos dictador (en la sombra), menos cazador de osos borrachos (ahora caza especies autóctonas en Santa Cruz de Mudela, eso sí, sentado), menos rey de todos los españoles (que ya conocen la catadura moral de su monarca salvador), con bastante menos capacidad pulmonar a cuenta del módulo (benigno) que se dejó el año pasado en la “sanidad pública” de Barcelona… y, también, como no podía ser de otra manera, mucho más viejo que entonces, más fondón, más susceptible (como siga así acabará llorando en el pedestre monólogo de las próximas Navidades), más artrósico, más inestable, más torpe al andar, más ridículo vestido con el uniforme de capitán general (cada día que pasa se parece más al clásico espadón caribeño), más deprimido, más aburrido, más acabado…
Pero la verdad es que, a pesar del subidón revolucionario que estos días campa por sus respetos en calles y plazas de la antaño África turística y que, según algunos cotillas de palacio, parece ser le está afectando particularmente ya que es muy consciente del déficit de legitimidad democrática que arrastra, ahí sigue nuestro amado monarca aguantando el tipo en su retiro palaciego de La Zarzuela, “mientras el cuerpo aguante” (como le espetó en su día a uno de sus periodistas de cámara) con el fin de dejarle en condiciones “el negocio” a su heredero, el ya cuarentón príncipe don Felipe, que hace ya veinticinco años (nos lo han recordado estos días pasados hasta la nausea todos los medios de comunicación) juró la “modélica” Constitución española del 78, pensada, planificada, redactada y presentada al pueblo español de la época por redomados franquistas (militares y civiles) y que, entre otras lindezas sacadas del popular cuento de la lechera (como esa de que todo españolito de a pie viene a este mundo con una vivienda digna bajo el brazo), recoge la absurda reimplantación en España, totalmente blindada para el futuro, eso sí, de la demencial y perversa saga de los ineptos reyes borbónicos que durante siglos llevaron a este país a la miseria, el atraso, la esclavitud, la guerra, los pronunciamientos militares y las desigualdades sociales.
Y seguro, amigos, que ahí piensa seguir unos cuantos años más, en su dorado nirvana de La Zarzuela, el en estos momentos ya amortizado Juanito (así lo llamaba el carnicero gallego de El Pardo) de nuestra historia reciente, a no ser, claro está, que la joven marabunta hispánica de Internet (que la hay y muy numerosa) salga pronto de su letargo, abandone el botellón del “finde” y el sexo a destajo en el coche de papá y, al igual que ha hecho recientemente la tunecina, la egipcia y en estos momentos sigue haciendo la libia, la yemení, la argelina o la marroquí, lo mandé directamente al famoso balneario de Sharm el Sheikh, o a las Maldivas, o a Kuwait, o a Arabia Saudí, de donde parece ser procede una parte sustantiva de la fortunita que dicen que tiene. Después de obligarle, eso sí, a que abra ante los medios de comunicación y el Banco de España la cueva de Alí Babá (más bien de Ben Alí) que seguramente tiene operativa en el sótano de La Zarzuela. Más que nada para poder salvar otra vez a los españoles, no de Tejero sino de los egoístas e involucionistas mercados internacionales.
Pero yo, amigo lector, me había puesto esta vez ante la pantalla de mi ordenador, con lo pesado que es y lo mal que sienta a la vista, no para asustar al personal español (un conglomerado cívico que en estos momentos parece anestesiado, dormido, aturdido, perdido en sus problemas domésticos y que sólo se moviliza un poquito con el fútbol, la congelación de pensiones, el botellón y la ley del tabaco) con las nuevas revoluciones populares engendradas en el mundo árabe y que, según mi particular criterio geopolítico, no han hecho más que empezar ya que una vez que sus protagonistas zanjen las cuentas pendientes con sus dictadores arremeterán sin ninguna duda contra el occidente infiel, colonizador y ladrón, sino para escribir por enésima vez del pseudo golpe militar del 23-F, la famosa intentona involucionista que cumple estos días su trigésimo aniversario. Aunque la verdad es que estoy hasta el gorro (y eso que llevo más de veinte años sin usarlo públicamente, solo en la intimidad como Aznar) de hablar y, sobre todo, escribir del 23-F. Llevo haciéndolo ya más de diecisiete años desde que en el año 1994 publiqué mi primer libro sobre el tema (La transición vigilada) después de otros once investigándolo a conciencia entre militares de alto nivel que intervinieron en su preparación y ejecución. Y echando mano de una muy amplia documentación extraída de archivos oficiales y oficiosos castrenses.
Me he cansado de publicitar la verdad por activa y por pasiva, he publicado a lo largo de dos décadas nada menos que cuatro libros en los que he contado con pelos y señales todas mis investigaciones sobre el esperpéntico evento, y hasta he puesto negro sobre blanco en el último de ellos, con todo el detalle operativo de un Estado Mayor, el golpe militar franquista preparado para el 2 de mayo de 1981y que fue la causa real de que el rey autorizara a sus generales de confianza (Armada y Milans) a montar la arriesgada e ilegal maniobra preventiva (no golpe, aquello nunca fue un golpe involucionista) que la abortara: el 23-F.
También, desde hace seis años, desde septiembre de 2005 en el que envié el primer informe de mis investigaciones sobre el 23-F al señor presidente del Congreso de los Diputados, señor Marín, he venido poniendo a disposición de las Cortes españolas, del presidente del Gobierno de la nación y de las más altas autoridades del Estado todos mis estudios sobre la materia, solicitando en tres ocasiones la creación de una Comisión de Investigación que pudiera de una vez reconocer la verdad y depurar las responsabilidades políticas en las que hubieran podido haber incurrido algunos altos dirigentes de este país que intervinieron en tan chapucero acontecimiento de nuestra historia reciente, comenzando naturalmente por el primero de todos ellos, el rey Juan Carlos I.
Pero hasta ahora amigos, nada de nada, seguimos en la España profunda de siempre aunque salpimentada ahora un poquito con esencia de AVE. El pueblo español en general, sus instituciones, los políticos, los periodistas… por miedo seguramente y también ¡como no! por intereses políticos de los dos grandes partidos que se turnan en el poder y que temen perder su particular estatus “democrático” y sus canonjías, siguen en la inopia, haciéndose los tontos y los ignorantes. Continúan año tras año con la matraca de que sobre el 23-F existen todavía muchas lagunas y muchos hechos que no se conocen. Y de ahí no hay dios que los apee… ¡Pues no, amigos, conciudadanos, asustados compatriotas! Sobre el 23-F, después de treinta años y a pesar de que este tiempo no sea excesivo históricamente hablando, se sabe ya todo,absolutamente todo: todo lo que pasó, como pasó, por qué pasó y quien impartió las órdenes para que pasara.
¡Otra cosa es que por miedo a las consecuencias de saber todo eso, el poder, los medios de comunicación y el pueblo en general, no quieran ni oír hablar de ello, de la verdad, y sigan refugiándose en la duda metódica y en la ignorancia!
Yo por mi parte, amigos, con este pequeño trabajo en el aniversario del 23-F, y que no había pensado escribir pues ya está bien de hablar años y años a sordos que no quieren oír, doy por cerradas tanto mis investigaciones sobre el tema como mis proclamas habladas y escritas sobre el mismo. El actual presidente del Congreso de los Diputados, señor Bono, hace ya más de un año que tuvo a bien acusarme recibo de mi última denuncia, diciéndome que pasaba mi Informe a la Comisión de Peticiones de la Cámara para su estudio y tramitación. Se lo toman con calma no cabe duda estos sesudos representantes del pueblo soberano, pero de todas formas soy consciente de que mientras viva el golpista regio de La Zarzuela ninguno de ellos (ni de la hornada política de ahora ni de ninguna futura) dirá ni pío sobre el asunto ¡Así es este país, qué le vamos a hacer! Un país que a mí como historiador militar siempre me ha fascinado: por sus derrotas, sus desastres, sus carencias, sus miedos, su insolidaridad, su ferocidad a veces, su cobardía, sus heroísmos puntuales, su improvisación… pero, sobre todo, por el hecho de que, con semejante bagaje político, humano y social a cuestas durante siglos, siga existiendo a día de hoy, siga figurando a nivel global como nación independiente. ¿No será porque nadie en este mundo, incluyendo a Napoleón que acabó conociéndonos muy bien, al pragmático Amadeo I de Saboya y más recientemente a la “fracasada” Merkel, quiere tenernos bajo su férula?
Fdo: Amadeo Martínez Inglés
Coronel. Escritor. Historiador.
El cuento del 23-F: los crédulos, los incrédulos y los ruiditos de sables
Rafael Pessini/Kaosenlared
Treinta años después del espectáculo uniformado de aquel 23 de febrero en Madrid y en Valencia, considero oportuno reproducir un reportaje-entrevista al ex coronel del Ejército español, Amadeo Martínez Inglés, así como comentar brevemente parte de una conversación con el plumífero cacereño Javier Cercas, publicada hace tres días en ese diario que parece de izquierdas pero que no lo es tanto, en realidad.
Empiezo con el militar rebelde al que tanto admiro. Las declaraciones suyas que escogí son de 2001, y van más allá de explicar el fraude del «golpe», pero yo me ciño a la parte en que ofrece la versión extraoficial de lo sucedido hace tres décadas. Extraigo el material de lo recogido por una de tantas webs alternativas que podemos encontrar en la Red.
Esto es lo que transcribo:
«25 años después de la muerte de Francisco Franco, el rey Juan Carlos es considerado por la sociedad española como el garante de las instituciones y el defensor de la democracia. Por ello, se ha vuelto casi intocable. Su prestigio como un monarca demócrata creció considerablemente después del 23 de febrero de 1981, cuando el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero y los generales Milans del Bosch y Alfonso Armada intentaron dar un golpe de Estado, que en parte fracasó cuando Juan Carlos manifestó su rechazo a la intentona.
Sin embargo, justo 20 años después de dicho intento de golpe de Estado, han surgido dudas sobre quién en verdad está detrás de los golpistas. El coronel Amadeo Martínez Inglés, autor del libro 23-F. El golpe que nunca existió (Editorial Foca), sostiene ahora la siguiente tesis: Se trató de una operación político-militar-borbónica, dirigida por el rey Juan Carlos, quien estaba enterado de que un grupo de militares ultraderechistas preparaban un movimiento para derrocarlo.
El rey es también el protagonista de otro libro que revela sus negocios, sus relaciones sospechosas con los medios de comunicación y hasta posibles líos de faldas. Se titula El negocio de la libertad, y fue escrito por el periodista Jesús Cacho, publicado por la misma editorial, dirigida por Ramón Akal, un hombre sometido durante la dictadura a 11 sumarios del Tribunal de Orden Público.
Pacto de silencio
El coronel Martínez Inglés fue profesor de Historia Militar y Estrategia en la Escuela del Estado Mayor y testigo directo de los entresijos del Ejército durante el período de la transición como jefe de Movilización del Estado Mayor y jefe de la Brigada de Infantería de Zaragoza. Desde hace 17 años, empezó sus investigaciones sobre la intentona golpista.
Hace unos seis años, publicó el libro La transición vigilada, pero fue retirado del mercado a los quince días. En 1990 fue arrestado durante cinco meses en la prisión militar de Alcalá de Henares por defender la idea de crear unas fuerzas armadas profesionales, y se le apartó del servicio activo justo cuando iba a ser ascendido a general.
En entrevista, explica que hace 20 años no se registró un golpe militar: «Los golpes militares de dirigen desde el primer momento contra la cúpula del Estado, en este caso contra el rey; sin embargo, el 23 de febrero de 1981 al monarca no lo molestaron».
Afirma: «Los guardias civiles que entraron en el Congreso de los Diputados bajo la sórdenes del teniente coronel Tejero no iban en contra del rey, iban precisamente en su nombre, incluso dando vivas al monarca, como se observó en la televisión».
Prosigue: «Ese golpe, entre comillas, tampoco iba contra el sistema político. El general Armada, la cabeza visible en Madrid, llevaba en su bolsillo una hoja con un futuro Gobierno presidido por él e integrado por demócratas de los principales partdos políticos». Entonces, llega a la siguiente conclusión: «Fue una maniobra político-militar-institucional, puesta en marcha por el propio sistema, desde la Corona, para desactivar un golpe militar que se estaba fraguando para el 2 de mayo en los ambientes más radicales de la extrema derecha española, era un golpe contra el rey, preparado por militares que deseaban que España volviera al totalitarismo».
Enfatiza: «El rey, al ver lo que se venía, optó por tomar una decisión de dar un golpe, o pseudo golpe, o una maniobra para salvar su corona. El rey se salió del marco constitucional, y el fin nunca puede justificar los medios».
— Sin embargo, el rey aparece como el hombre que salvó a España del golpe de Estado y como el garante de la democracia…
–La Corona española ha rentabilizado durante todos estos años aquel evento y el rey se ha convertido en un mito democrático. Eso es mentira, pues fue el rey Juan Carlos quien autorizó al general Armada a montar el 23-F.
–Entonces, ¿el rey jugó dos papeles, porque mientras Tejero estaba en el Congreso él salió en la televisión rechazando la sublevación?
— Así es. Se dice que la reina encontró al rey llorando porque el general Armada– su preceptor cuando era niño y hombre de confianza desde que era príncipe– lo había traicionado. Yo creo que no es así. La operación fracasó por la actitud de Tejero al entrar en el Congreso de la forma como lo hizo, pistola en mano, disparando al techo. El rey no pudo asumir esa actuación.
«El rey fue alertado por sus ayudantes y le recomendaron que se quedara fuera de la maniobra. Entonces el general Armada intentó ir al Palacio de la Zarzuela a explicarle al rey lo que había sucedido y prometerle que lo solucionaría todo, pero el rey le dijo que se quedara en la sede del Estado Mayor a las órdenes del general Gabeiras. Y después lo arrestaron.»
Comenta que como militar, ha estado relacionado con muchos militares que actuaron ese día en el Estado Mayor de Valencia, en el Estado Mayor del Ejército y en la cúpula militar: «He hablado con unos y otros y resulta que la versión oficial no es real. El general Armada despachó con el rey 11 veces en un mes y pico antes del golpe.»
Recuerda que se destacó el hecho de que el general Milans del Bosch hubiera sacado los tanques en Valencia, «pero los tanques salieron en plan de desfile, sin munición, respetando los semáforos. Un golpe de Estado no se monta así. En un verdadero golpe hubieran salido en Madrid y hubieran ido al palacio del rey, no en Valencia».
El coronel Martínez Inglés coincidió durante los seis meses que estuvo en la prisión de Alcalá de Henares con el general Milans del Bosch, que en ese entonces tenía 75 años y llevaba ya nueve años en la cárcel.
Conversaron en varias ocasiones y Martínez Inglés incluye en su libro las únicas declaraciones de Milans del Bosch sobre esos acontecimientos. El coronel le prometió no divulgarlas hasta después de su muerte y ha cumplido haciéndolo ahora a los cuatro años de su fallecimiento.
Milans del Bosch dijo: «El rey quiso dar un golpe de timón institucional, enderezar el proceso que se le escapaba de las manos y, en esta ocasión, con el peligro que se cernía sobre su corona y con el temor de que todo saltara por los aires, me autorizó a actuar de acuerdo con la sinstrucciones que recibiera de Armada».
Afirma que después el general Armada siguió teniendo mucha amistad con el rey, con quien hizo un pacto de silencio. «No acusó a su señor, se calló y estuvo solamente cinco años en la cárcel, después lo indultaron. Sin embargo, el general Milans, un hombre completamente distinto de Armada, no es un hombre de Palacio sino un militar más puro, fue engañado y abandonado, siguió en la cárcel durante nueve años».
Nada de lo transcrito ha servido de inspiración para los guionistas de las cadenas de televisión, especialmente las privadas, que han producido esas ñoñas miniseries en que se acaba ensalzando a la figura regia y al triunfo de la democracia española frente a esta «amenaza» y a otras que pudieran venir.
Pese a que la ciudadanía, a lo largo de estos años, no ha dejado de poner en duda la propaganda mediática y la supuesta ejemplaridad institucional, no faltan todavía personajes que se presten a marear la perdiz con pequeñas aportaciones dirigidas a un presunto público dado a tragarse cualquier pamplina.
Entre estos estómagos agradecidos del sistema, personajetes enamorados de lo políticamente correcto, tenemos al que cité al principio de este artículo, a don Javier Cercas, en el papel de mosca cojonera que se aferra a clavos ardientes.
Este señor, autor de una obra a caballo entre la novela y el ensayo, «Anatomía de un instante»(Mondadori, 2009), ganador del Premio Nacional de Narrativa de 2010, sostiene en su galardonado bodrio que no existe el llamdo enigma del 23-F. Según este listillo de la pluma o el teclado «el rey cometió errores, frivolidades, como los cometió todo el mundo». Encima está el tío convencido de que «el fracaso del golpe fue esencial para consolidar la democracia, y una vacuna». Vacuna, dice. No será para prevenir la estupidez aguda o la crónica.
Desde la muerte de Paquito Rana, o el de los Pantanos, hasta la fecha que hoy se recuerda en el Estado español, el avance del comunismo legal, el cuestionamiento de la economía de mercado y la inconformidad manifiesta de algunos nacionalismos con el orden establecido (más bien, impuesto) causaban pavor entre la alta burguesía española y el custodio de la falsa Transición, o sea, el Gobierno de Estados Unidos. Había que organizar un número que generalizase el temor de la sociedad a volver al pasado abiertamente fascista para robustecer la imagen de la Monarquía como avalista de la paz, la estabilidad y la libertad en el anómalo país de la bandera roja y gualda.
Ronald Reagan pasaba unos días en Madrid por aquel entonces, y el Borbón tardó demasiadas horas en dar la cara ante sus súbditos.
La Movida madrileña, la heroína, la cocaína entre las clases humildes, la telebazofia, el consumismo, el ingreso hasta el fondo de España en la Alianza Atlántica, en la plutocracia europeísta, el recorte progresivo (es casi lo único que progresa) de los derechos de los trabajadores, la oposición al federalismo territorial, la no infrecuente impunidad policial, el terrorismo de Estado, la corrupción política y administrativa, el descenso del nivel cultural, ela scenso de una derecha victoriosa que no deja de humillar a una izquierda vencida y apenas reconstituida, etc, etc., marcaron nuestra Historia reciente y empaparon de capitalismo fanfarrón y robustecido nuestros ganas de ejercer efectivamente nuestro poder, el popular.
No vivimos democráticamente, por muchas revistas que haya con mujeres enseñando las domingas o porque podamos hablar de sexo sin que nos echen salsa de Tabasco en la lengua. La innovación científica y tecnológica no acompaña a los cambios necesarios de las mentalidades. Esto es un sistema de gobierno «representativo» posfranquista-reformista. Muy poco más.
Objetivamente, tendríamos que estar listos para las barricadas, mas subjetivamente es aún una minoría quien está dispuesta a caminar hacia una revolución (no una «revolución»).
El 23 de febrero no nos curaron el miedo. Todo lo contrario. Nos enseñaron a confiar en el zorro que vigila el gallinero.
Cuando se produzca una ruptura democrática con el régimen aborrecible nacido de un tremendo golpe (éste sí) hace casi setenta y cinco años, comenzaremos a refundar el Estado multipopular y plurinacional desde la voz soberana de quienes no tenemos coronas sobre nuestras cabezas, sino ideas y esperanzas, hambre de liberación inaplazable.
23/02/11