Egipto: los nuevos desafíos de la revolución
Egipto enfrenta un nueva etapa. Al triunfo popular de la caída de Mubarak, le sigue la discusión de quién y cómo gobernar. El imperialismo y la gran burguesía se juegan a “estabilizar” la situación, mientras decenas de miles de nuevos activistas, jóvenes, trabajadores y estudiantes, pelean por la profundización de la revolución.
Se huele la revolución en las calles de El Cairo. Discutir de política en cualquier lugar se ha convertido en un deporte nacional. Hay marchas y reclamos casi todos los días. Los trabajadores exigen aumentos de salarios (horrorosamente bajos, de 700 libras egipcias, poco más de 100 euros), los estudiantes que echen a los funcionarios de la dictadura y los periodistas tienen tomado el edificio de la televisión estatal desde hace 15 días, pidiendo la renuncia del director.
Todo cambió desde el 25 de enero. “Porque ese día la gente perdió el miedo”, explican los jóvenes que estuvieron a la cabeza de la revolución. “Antes del 25 de enero, nadie podía hablar, ni organizarse, ni protestar, era inmediatamente reprimido y encarcelado, y muchas veces asesinado”. Ahora muchísimos, incluso los hasta hace pocas semanas indiferentes, discuten de política y buscan dónde militar.
Los jóvenes de Madid Tharir, los trabajadores y estudiantes
Durante varias semanas, el “pulso” de la revolución estuvo en Plaza Tahrir. Ahí comenzaron las movilizaciones, acamparon y permanecieron durante semanas decenas de miles de personas. Ahí se fue dando vuelta la relación de fuerzas, primero con el retiro de la policía (que dejó de reprimir) y luego con la derrota de la turba de matones que atacaron montados en caballos y camellos y fueron derrotados por la combatividad de los militantes juveniles. Pero lo que terminó definiendo la caída de Mubarak fue la virtual huelga general que, sobre todo desde las ciudades de Alejandría y Suez (segunda y tercera ciudad del país), se unió a la insurrección de la Capital.
El 11 de febrero comenzó una nueva etapa cuando cayó Mubarak. El ejército, que se había mantenido “neutral” y no estaba tan manchado como la policía con la represión, asumió el poder “transicionalmente”, para administrar el proceso electoral. La estrategia del imperialismo yanqui (que tras varias semanas de sostener a Mubarak, finalmente le “soltó la mano” y pasó a negociar con los altos oficiales militares), de muchos ex funcionarios mubarakistas que también “saltaron a tiempo” y conservan sus cargos y, en general, de la gran burguesía local y las transnacionales que operan en el país, es clara: decir que la revolución “ya terminó”, que ahora hay “democracia y libertad” y que todo el mundo debe “volver a trabajar normalmente” para reconstruir el país.
Pero no les resulta tan sencillo. Miles de jóvenes resistieron al desalojo de sus carpas en Madid Tahrir durante un mes. Siguieron realizando movilizaciones multitudinarias todos los viernes, y más de una vez obligaron a los nuevos funcionarios a concurrir a la Plaza para dar cuenta de su gestión y a otros a renunciar por sus vinculaciones con la dictadura. El gobierno tenía el problema de que no podía reprimir abiertamente y desalojarlos. Por eso dejó correr la provocación de una patota pro-Mubarak que, finalmente, aprovechando un momento en que había poca gente, atacó y destruyó el campamento. En el desbande posterior, fuerzas del ejército y la policía intervinieron deteniendo e incluso torturando a varios activistas revolucionarios. Fue la primera represión del nuevo gobierno, seguida días después por el desalojo de los estudiantes que realizaban una sentada en el campus de la Universidad de El Cairo, exigiendo la renuncia del decano pro-Mubarak de la Carrera de Comunicación.
Los trabajadores pasaron a transformarse entonces en el sector más dinámico. A las marchas, huelgas y tomas de establecimientos le siguió un impresionante proceso de organización de nuevos sindicatos, e incluso de una federación, rompiendo con las podridas estructuras de la burocracia mubarakiana. Pudimos observar cómo el mismo día, apenas con dos horas de diferencia, se fundaban el sindicato de trabajadores de ómnibus de El Cairo y el sindicato de trabajadores de la salud, en el mismo edificio del sindicato de periodistas (también conquistado a la burocracia).
¿Quién debe gobernar?
El 19 de marzo se realizó un plebiscito para aprobar o rechazar una muy parcial reforma constitucional realizada por el gobierno de transición, donde sólo se modificaban nueve artículos, en temas principalmente referidos a la duración del mandato presidencial y sus atribuciones. Cómo se dividieron las aguas es sumamente ilustrativo: la casi totalidad de los jóvenes activistas, tanto estudiantes como trabajadores, llamaron a votar por el NO. Lo que quedó del viejo partido de Mubarak y los “Hermanos Musulmanes” (que al comienzo no apoyó la revolución, pero terminó sumándose cuando advirtió su masividad) llamaron al SI, que terminó imponiéndose 70 a 30.
Fue sin duda un golpe para la masa de activistas que se oponía reclamando que no se modificaran sólo nueve artículos, sino “toda la constitución”, y que lo hicieran representantes electos del pueblo y no un comité de “expertos” designado por el gobierno militar de transición. La inexperiencia, e incluso la falta de unidad política, le impidió a estos activistas poder precisar su planteo: nunca llegaron a denominar a sus reclamos “asamblea constituyente”, ni, mucho menos, tener un reclamo claro sobre quién debe gobernar. Todos “sienten” y “denuncian” la continuidad en muchas políticas (incluso ahora salió un nuevo decreto que criminaliza las huelgas y protestas), pero ello no ha decantado en la exigencia de un gobierno propio.
La materia prima de la revolución está en esos miles de jóvenes que siguen peleando y reclamando el desmantelamiento del aparato represivo de Mubarak. En los que siguen con pasión la revolución en el resto de los países árabes. En los estudiantes que vacían los sellos de los centros pro-mubarak y plantean construir nuevas organizaciones, y, por sobre todo, en los trabajadores que, a velocidad astronómica, fundan sindicatos independientes y los unen en una nueva federación. Lo que está pendiente, hoy que la burguesía y el imperialismo ya están lanzados a promover nuevos partidos y candidatos, es la formación de una alternativa política de la izquierda que luche claramente por un gobierno de los trabajadores y los jóvenes activistas, que haga realidad lo que se grita en las consignas de cada movilización: romper con el imperialismo y sus políticas hambreadoras del pueblo egipcio, juzgar y castigar a los represores, romper los acuerdos de Camp David y con el rol de Egipto como socio privilegiado de Israel contra el pueblo palestino. Y, por sobre todo, ser incondicionalmente solidario con la revolución que sacude a todo el mundo árabe.
En la foto: José Castillo (centro) en una movilización en la Plaza Tahrir junto a dos dirigentes estudiantiles del Movimiento 6 de Abril
*Enviado especial a Egipto
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El Socialista 31/03/11