La izquierda latinoamericana frente a la guerra civil en Libia
La guerra civil en Libia ha sumado, en la izquierda latinoamericana, un nuevo motivo de división.
José Bustos Para Kaos en la Red 5-3-2011
La guerra civil en Libia ha sumado, en la izquierda latinoamericana, un nuevo motivo de división. Unos se pronuncian por la defensa incondicional del régimen de Gadafi, otros -entre los cuales me cuento- expresan su solidaridad militante con los insurrectos. Veamos cuáles son las principales divergencias.
– Gadafi, un líder antiimperialista
Esta es, sin duda, una de las principales: considerar a Gadafi como un líder antiimperialista. Lo que –según ellos- justifica esta caracterización no es tanto el tipo de sociedad que él ha creado en Libia, la pusilánime “Yamahiriya” (democracia de masas), sino la reputación que se hizo, de enemigo público n° 1 del mundo occidental. Aparentemente, no importa que eso se haya producido hace ya mucho tiempo, varias décadas, y que, en el intervalo, el radicalismo beligerante de Gadafi se haya transformado en un afán inescrupuloso de hacerse perdonar sus pecados juveniles y de ser considerado como alguien presentable por los poderosos del planeta
Muchos de los que siguen considerando a Gadafi como un líder revolucionario no saben que en su súbita reconversión ideológica, entre otras tropelías, abrió de par en par las puertas de sus país al capital extranjero (europeo y norteamericano, particularmente), se sometió dócilmente a las clásicas exigencias neoliberales del FMI, denunció a muchos de los revolucionarios extranjeros que se habían formado militarmente en ese país, y aceptó la triste pero bien remunerada función de cancerbero de Europa, impidiendo la emigración norafricana hacia las costas italianas.
Muchos, decía, no lo saben; pero muchos otros lo saben perfectamente y no les causa el menor problema porque -afirman- Gadafi ha sabido redistribuir equitativamente la renta petrolera entre su pueblo, al extremo que ha hecho de Libia el país que tiene el “per capita” más elevado de la región. Poco importa a éstos que una parte considerable de esos ingresos sean gestionados por los hijos del megalómano, como dinero propio, y que aparezcan en Europa como grandes inversores capitalistas, comprando un equipo profesional de futbol, y participaciones importantes en el capital de algunas transnacionales europeas.
– La CIA, el Mossad israelí y Al Qaeda
Si en Libia no había el menor problema, social o político, la “rebelión” de vastos sectores del pueblo sólo puede explicarse –según la conocida vocación conspiranoica de cierta gente de izquierda- por la intervención de servicios secretos extranjeros, particularmente de la CIA y del Mossad israelí, y del fantomático pero siempre útil Al Qaeda. Para los partidarios latinoamericanos de Gadafi la rebelión en Libia no se inscribe entonces en el contexto de las revueltas árabes, que reclaman libertad, democracia y mejores condiciones de vida, sino de un complot imperialista con vistas a promover una intervención militar de la OTAN para apoderarse in fine de las ricas reservas petroleras y de gas, como ocurrió con la invasión del Iraq.
La incomprensión por parte de ciertos sectores de la izquierda, de las reivindicaciones populares de libertad y democracia, es harto conocida. Como la libertad y la democracia no se comen, les resulta difícil entender que la gente salga a la calles a reclamarlas, más aún si lo hacen con el estomago lleno y rebosantes de salud. Para ellos, los hombres son como una especie particular de animales domésticos, para quienes ya es más que suficiente asegurarles la comida, protegerlos de las inclemencias del tiempo, y llamar a un medico si tienen algún problema de salud. La libertad, la democracia, y la pretensión de querer involucrarse en la definición de su propio destino, son ideas estrambóticas. Eso, como ya se ha visto en las experiencias del socialismo real, cuyos resabios no se han extinguido todavía, hay que dejarlo por ley natural a los hombres superiores de la burocracia.
– No hay ninguna prueba que los aviones bombardearon manifestaciones pacificas
Esta percepción de un complot imperialista, en lugar de una revuelta popular anti-dictatorial, legítima, por un lado, la defensa del régimen “socialista” de Gadafi y, por otro lado, la represión de todos aquellos que participan, es decir, de la gente que sale a manifestar cada día, aunque lo haga para exigir, simplemente, y con todo derecho, un cambio de régimen.
Sin embargo –afirman- la represión se ha exagerado. El régimen no ha utilizado la aviación para atacar a las manifestaciones populares. No hay ninguna prueba de ello. Es un invento más de los medios de comunicación imperialistas, para justificar la apertura de una investigación internacional sobre crímenes contra la humanidad, y la intervención de las fuerzas de la OTAN.
Poco importa a estos liberticidas impenitentes que los cadáveres, de civiles, se cuenten ya por centenas, y que millares de personas –libios y de otras nacionalidades- traten de abandonar despavoridas el territorio. Ellos no se preguntan quién los han matado, y a que peligros trata de escapar tanta gente, para no tener que responderse a sí mismos que son lo que aún le queda a Gadafi de sus fuerzas armadas y los grupos de mercenarios (no sólo africanos) remunerados generosamente con los petrodólares. Fuerzas que van a seguir asesinando al pueblo para retardar la caída, esperamos ineluctable, del que reclamándose marxista, se siente investido de un poder divino.
Ocurre, como ya lo dijeron otros autores, que la noción de “derechos humanos” es, para cierta izquierda, un concepto elástico, que se adapta a cada situación, según los intereses que estén detrás de la violencia ejercida.
– La confianza en las luchas populares
En lo que respecta la guerra civil en Libia, todos nosotros, los que nos solidarizamos desde la izquierda con la insurrección popular, somos perfectamente conscientes de los riesgos implícitos en ese conflicto, en particular de la partición del país, y de que, al final, el imperialismo recupere sin grandes esfuerzos económicos o militares, el control de los recursos naturales de ese país.
A pesar de esos riesgos, nos es imposible –por lo menos, a mí- de asumir la defensa de un régimen corrompido, dictatorial, que no se diferencia en nada de los que fueron sus aliados, Ben Ali y Mubarak y que merece el mismo fin. Por el contrario, confiamos en la evolución de la lucha de los pueblos árabes, hoy por la libertad y la democracia, y mañana por una sociedad socialista.
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