Quienes ganan y quienes pagan
Duro de matar: Cómo el capitalismo se salva a sí mismo durante las crisis
De una forma brutal (y todavía sin resistencia social) el sistema capitalista (Estado y empresas privadas) sigue descargando el costo de las crisis económicas financieras sobre el sector asalariado (fuerza laboral masiva) y la masa más desprotegida y mayoritaria de la sociedad (población pobre con limitados recursos de supervivencia), por medio de los despidos laborales y la reducción del gasto social («ajustes»), que incrementan los niveles sociales de precariedad económica y de exclusión masiva del mercado laboral.
En este proceso de «sobreexplotación capitalista» (que retrocede las conquistas sociales y sindicales a estadios inferiores) se explica el mantenimiento de la rentabilidad empresarial (ganancias capitalistas) mientras la economía mundial se desploma por efectos de la crisis global.
Según un informe publicado este miércoles, el número de millonarios en el mundo y la riqueza que estos acumulan aumentaron en 2010 hasta situarse en niveles no vistos desde el inicio de la crisis financiera a fines de 2007.
El estudio, elaborado por el banco de inversiones Merrill Lynch y la consultora Capgemini, indica que el número de personas con grandes fortunas -aquellos con unos activos financieros de al menos US$1 millón al margen de la vivienda y los consumibles- aumentó un 8,3% hasta los 10,9 millones de personas, mientras la riqueza que estos acumulan subió un 9,7%, hasta situarse en la sideral suma de US$42,7 billones.
Dentro de ese selecto grupo, el pasado año también aumentó un 10,2% el número de personas con fortunas de más de US$30 millones, con un incremento de su riqueza del 11,5%.
Asia-Pacífico acaba de superar por primera vez a Europa en el número de población con grandes fortunas y patrimonios.
Si bien Norteamérica, con 3,4 millones de millonarios en 2010, sigue concentrando el mayor número de ricos del planeta, son los países de la región de Asia-Pacífico los que tienen más motivos para mirar el futuro con optimismo.
Según el estudio de Merrill Lynch-Capgemini, a fines de 2010 el 33% de la riqueza de las personas con grandes fortunas estaba invertida en renta variable, mientras que la parte invertida en renta fija se situó en el 29%.
Además, prefirieron apostara la especulación en el mercado de las materias primas -que supusieron el 22% del total de «inversiones alternativas» en 2010- y por los mercados emergentes, en los que en los 11 primeros meses de 2010 los especuladores internacionales cosecharon ganancias récord.
Esta realidad estadística muestra como el sistema capitalista se reestructura y se reconcentra durante las crisis donde el pez más grande se come al chico.
La crisis hipotecaria en EEUU, primero, la irradiación de la crisis a los mercados financieros globales, después, la baja de exportaciones e importaciones con caída del consumo y despidos laborales, luego, y la actual crisis fiscal con ajustes en Europa y EEUU configuran una continuidad del proceso de colapso económico-financiero que amenaza con arrasar los cimientos del modelo de explotación capitalista vigente a escala global.
Desde que estallara el colapso bancario y bursátil en septiembre de 2008, el sistema nunca pudo recuperarse, y finalmente la crisis de la «economía de papel» terminó impactando en la «economía real», primero en las metrópolis imperiales de EEUU y Europa, extendiéndose luego por toda la periferia «subdesarrollada» y «emergente» de Asia, África y América Latina.
Los propios datos oficiales prevén que, con los mercados de crédito paralizados, en los próximos meses más empresas ingresen en un proceso de bancarrota y anuncien nuevos despidos (sumados a los ya existentes), y los consumidores se ajusten aún más el cinturón, a medida que la ausencia de crédito afecta su capacidad de endeudamiento.
Pero la llamada «crisis» tiene claramente dos lecturas paralelas: Por un lado, los pulpos financieros de Wall Street y las bolsas mundiales, reciclan una nueva «burbuja» ganancial, no ya con dinero especulativo proveniente del sector privado, sino con fondos públicos (de los impuestos pagados por toda la sociedad), puestos compulsivamente al servicio de un nuevo ciclo de rentabilidad capitalista con la crisis.
Mientras el proceso de crisis con ajustes desatado desde las economías centrales (EEUU y Europa) ya genera hambre, pobreza y devaluación acentuada del poder adquisitivo de las mayorías a escala planetaria, un selecto grupo de mega-empresas y multimillonarios multiplican a escala sideral sus activos empresariales y sus fortunas personales.
Simultáneamente, la economía real del Imperio y de las potencias centrales colapsa en todas sus variables, y los sectores más desprotegidos ya sufren los «ajustes» mientras una crisis social, todavía de efectos imprevisibles, asoma de la mano de los despidos masivos en Europa y EEUU.
Está claro entonces que lo que es «crisis» para unos (los despedidos y los sectores más desprotegidos de la sociedad), resulta «burbuja ganancial» para otros (el capitalismo financiero que desató la crisis con la economía del apalancamiento especulativo).
Los que se benefician con la crisis
El actual proceso mundial prueba nuevamente que durante las crisis los consorcios directrices del sistema capitalista descargan ( y trasladan) sus «pérdidas» al conjunto de la sociedad mientras concentran ganancias privadas dentro de un nuevo ciclo económico.
Desde el desenlace de la crisis financiera, septiembre de 2008, el sistema capitalista central (EEUU-potencias del euro) ensayó tres formas combinadas para «trasladar» la crisis al conjunto de la sociedad:
A) El capitalismo financiero, con el argumento de la «catástrofe económica» utiliza dinero público (de toda la sociedad) para salvar al capitalismo privado y generar un nuevo ciclo financiero de rentabilidad del capital. En este proceso, el peso del costo lo llevan los sectores sociales menos «diversificados» que pagan impuestos a través de sus ingresos y salarios.
B) El capitalismo industrial o comercial, con el argumento de la «catástrofe económica» reduce «costo laboral» despidiendo empleados, reduciendo salarios y suprimiendo beneficios sociales, y «sobreexplotación» de la fuerza que queda ocupada. Achican otros gastos (e inversiones) de la producción para ganar lo mismo produciendo y vendiendo menos, lo que agudiza la recesión y genera más baja del consumo y despidos laborales.
C) Los Estados capitalistas bajan «costo social» por medio de la reducción del gasto público (salud, vivienda, educación, etc) para compensar la merma de la recaudación durante la crisis.
Se trata, en suma, de una «socialización de las pérdidas» para subsidiar un «nuevo ciclo de ganancias privadas» con el Estado como herramienta de ejecución, mediante el cual los megaconsorcios más fuertes (los ganadores de la crisis) se degluten a los más débiles generando un nuevo proceso de reestructuración y concentración del sistema capitalista».
De esta manera, el sistema capitalista (por medio de los Estados y las empresas) descarga el peso de la crisis sobre el sector más débil de la sociedad: Los pobres y los sectores más desprotegidos (que siguen sumando población sobrante) y los asalariados (la fuerza laboral masiva) que sirven como variable de ajuste para la preservación de la rentabilidad capitalista durante la crisis recesiva.
Como contrapartida de los «ajustes salvajes» (con módulo experimental en California) que se avecinan, el Estado USA (con dinero de los impuestos pagados por toda la sociedad) ya utilizó US$ 4 billones destinados al rescate de las entidades y bancos quebrados por la crisis financiera recesiva.
En octubre de 2008, mediante los fondos estatales de «rescate financiero» lanzados por Bush (hoy continuados por Obama), los Estados imperiales USA-UE reciclaron una nueva «burbuja» ganancial no ya con dinero especulativo proveniente del sector privado, sino que ponen compulsivamente los recursos públicos al servicio de un nuevo ciclo de rentabilidad capitalista al margen de una ascendente crisis de la economía real que marcha por vía paralela.
Los gigantescos paquetes de estímulo lanzados por los gobiernos han ido a parar a los mercados financieros creando una «burbuja» especulativa que hacen subir las bolsas mientras el resto de la economía, principalmente en EEUU y Europa, se desploma.
Los que pagan la crisis
La primer ley histórica del capitalismo es la preservación de la rentabilidad (base de la concentración de riqueza en pocas manos), aún durante las crisis.
De manera tal que, cuando estallan las crisis de «sobreproducción» (por recesión y achicamiento de demanda) el sistema aplica su clásica fórmula para preservar la rentabilidad vendiendo y produciendo menos: Achicamiento de costos.
En esa receta de «achicar costos» sobresalen claramente, en primera línea, los laborales (de las empresas) y los sociales (del Estado) para compensar la falta de ventas y de recaudación fiscal.
En consecuencia (y como ya está probado históricamente): Las empresas mantienen sus rentabilidades, sube la recesión, sube la desocupación, cae el consumo, y se expande la pobreza y la exclusión social.
De acuerdo a la OIT, en 2009 unas 50 millones de personas en todo el mundo podrían perder sus trabajos debido a la crisis económica. Multiplicado por una «familia tipo» (cuatro personas por despedido) esto implica que alrededor de 200 millones de personas serían afectadas por la desocupación en el curso de este año.
Hay una estimación -alimentada por números oficiales- que expresa que la presente crisis recesiva global va a arrojar (como consecuencia de los despidos y del achicamiento del consumo) a más de 1000 millones de personas a la pobreza y a la marginalidad.
Los analistas y periodistas del sistema se preocupan por las pérdidas empresariales y por los efectos de la crisis en los países centrales, obviando que la crisis más aguda del consumo y de la desocupación, tanto en EEUU como en Europa, la sufren los empleados y obreros de baja calificación que están conformando un peligroso bolsón masivo de protestas y conflictos sociales.
Las masas asalariadas (la fuerza laboral mayoritaria) y los sectores más desposeídos de la sociedad (los pobres estructurales) pagan el grueso de la crisis capitalista por medio de los ajustes sociales, despidos, suspensiones, reducción de salarios, supresión de beneficios sociales, abolición de indemnización por despidos, reducción de aportes patronales, etc.
En este escenario, hay un «costo laboral» y un «costo social» de la crisis capitalista que pagan los asalariados y las mayorías más desposeídas.
Refiriéndose al «costo laboral», señala Jorge Altamira: «La resultante (de la crisis) ha sido una fenomenal intensificación del trabajo del personal que siguió ocupado. Otro aspecto es la reducción directa de los salarios, o la reducción de la jornada laboral acompañada por una reducción mayor de los sueldos».
«La cifra oficial de desempleo en EEUU -añade Altamira- es de 9,5% de la población activa, unos veinte millones de trabajadores, pero cuando se añade a las personas que han dejado de buscar trabajo, a las que están obligadas a trabajar menos (6%) y a la población carcelaria -el porcentaje se eleva a los veinte puntos, o sea a cuarenta millones de desempleados».
«Otro elemento fundamental es el recorte en los aportes patronales a la cobertura de salud, que forma parte del llamado «costo laboral», el número de personas sin protección médica ha crecido en forma impresionante», concluye.
Pero, al «costo laboral» que señala Altamira, hay que agregar el «costo social» que pagan los asalariados y pobres a través de las quitas impositivas al salario y a los impuestos que gravan el consumo de alimentos y productos esenciales para la supervivencia.
Las masa más desprotegida y los asalariados «cautivos» pagan la crisis de tres maneras:
1) A través de las cargas fiscales a los salarios (que se le descuentan compulsivamente de su sueldo),
2) a través de los impuestos al consumo (que paga en el momento que compra alimentos o productos gravados para el consumidor),
3) A través de los despidos o reducciones de salarios, o de los «ajustes» del Estado con reducción de planes sociales y baja de los aportes patronales.
La masa asalariada (mayoritaria y peor paga) y los pobres, son a su vez los mayores perjudicados por la utilización fraudulenta (estafa con el Estado capitalista) de fondos de impuestos públicos para salvar a empresas privadas, ya que no cuentan con los recursos (ahorros y medios capitalistas de supervivencia) de las clases altas o medias altas.
En este cuadro, los ocupados pagan los «rescates capitalistas» con su salario y con lo que consumen, mientras que los desocupados y marginados sociales lo hacen a través de los pocos productos que puedan puedan adquirir para su supervivencia inmediata.
IAR 23/06/11