Gobernabilidad de la globalización: Crisis política y advertencias
Juan francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
Cada vez que surge una vanguardia para el cambio se corre el riesgo de motearla de aislada y no representativa. Si fuera así, la historia (historiografía, como historia real) formaría parte de pensamientos aislados como fórmulas de conocimiento funcional a la elite dominante, y se vería como una rueda de madera astillada para el placer estético.
La demanda social por un cambio de régimen económico que se manifiesta en Chile a través de grupos de vanguardia, es global. Exhibe rasgos propios del contexto local, y aunque está repartida con desigual intensidad por los cuatro costados del planeta, la naturaleza del fenómeno es la misma y es de orden político.
La representatividad del movimiento estudiantil en Chile – aunque a muchos no les plazca- es ese reclamo de la sociedad sobre un régimen económico instalado arbitrariamente sin participación ciudadana. Es contra el auto golpe que se infringió el estado liberal en su núcleo de justicia social. Los teóricos neoclásicos pueden sentirse satisfechos del caos generado al desmantelar sistemas productivos y de protección social con participación del Estado.
Aun así, el tema central de fondo es el rechazo a un régimen político excluyente, con un altísimo nivel de concentración de poder. Armado por la nueva dirigencia proveniente del capital transnacional -que es donde se maneja la liquidez en el sistema económico del planeta-, el modelo político disfrazado de democracia enfrenta la primera gran crisis de gobernabilidad en la globalización lanzando sus advertencias.
Sin embargo en todo esto hay una trampilla que apunta a una fragilidad que se percibe en el dominio de lo que se llama el Estado.
En Estados Unidos el reclamo de las fallas en la gobernabilidad de la globalización se percibe también a través del “Tea Party” del partido republicano argumentando algo cercano a la extinción del Estado. El tipo actual de gobernabilidad exhibe falencias notorias porque los sistemas políticos que la sustentan perdieron legitimidad. Es probable que hasta en la añosa Inglaterra, -enmascarando bajo una democracia monárquica su eterno cuño imperial de Reino Unido-, los problemas de legitimidad en la representación son el corazón de las protestas. En esa perspectiva, el Estado, tal cual lo conocemos ahora sería el responsable del caos.
El sociólogo estadounidense Roberto Zuban nos describe la cruzada de las redes del neoconservadurismo global implantado durante la administración de George W. Bush para terminar con el rol nefasto del Estado para la iniciativa privada. “Primero fueron las dos guerras en Irak y Afganistán, que han sido excesivamente onerosas. Ahora es una guerra silenciosa, sin armas que matan, y un costo económico marcadamente inferior. La guerra es contra el Estado, en un “ahora a nunca”. Se trata de liquidar al Estado, a través de un expediente no totalmente nuevo, pero sí original en cuanto al objetivo: Se coloca a ciudadanos contra ciudadanos para que decidan si se necesita el Estado como lo hemos visto hasta ahora”.
En su World Economic Outlook de 2007, antes del estallido de la crisis, el FMI planteó la necesidad de mantener mercados de empleos más flexibles, y programas sociales que no obstruyan los cambios económicos. Fue la advertencia para regular menos, y no incitar a mantener el estado de bienestar con reformas tributarias y medidas afines.
El fenómeno de la virtual desintegración del Estado a partir de la crisis financiera, significa el paso restante en la reforma institucional (estatal y pública). Este es el imperativo para que el Ajuste Estructural a las Economías (privatizaciones, desregulación, máxima flexibilidad en el empleo y apertura de mercados), inyecte nueva liquidez en el sistema.
Si en la década de 1980 se inicia la era del primer Ajuste, esta década de 2010, es la del segundo Ajuste, producto de una crisis económica similar pero de naturaleza diferente.
El informe del FMI de 2011 reitera la política de 2007 de no regular, deslizando anuncios para contener el gasto fiscal, especialmente el que impacta en el sector social.
Toda esta dinámica social encarnada en las protestas repartidas por el mundo, responde al malestar generalizado con el actual sistema de administración que la globalización ha adquirido centrado en un gobierno uniforme para una fábrica planetaria.
Si observamos lo de Chile en un contexto global, más allá del “ombliguismo” nacional, las demandas por el cambio de régimen (económico al menos) adquieren cada cual su propia característica o naturaleza y nivel de aspiración. Sea esto los indignados en la Europa Mediterránea, las asonadas por gobiernos democráticos en el medio oriente y el Norte de África, así como en situaciones extremas como la intervención militar en Libia, son indicadores de una globalización amparando sistemas políticos que sostienen un régimen económico caro, de mala calidad de vida y cruel. Así de simple.
El síndrome del “ahora o nunca” para liquidar al Estado es el mismo del aplicado para ganar más dinero como sea. El sueño de muchos jerarcas de las 100 compañías transnacionales más poderosas consiste en una gobernabilidad sin repúblicas añosas con aparatos institucionales obsoletos. El sistema político que ampare el dogma que la felicidad empieza y termina en el consumo espera su turno.
23/08/11