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El ABC del marxismo

El ABC del marxismo

No se traiciona lo que no se asume.
Pedro Campos   Para Kaos en la Red  25-10-2011
Un muy publicitado y poco practicado párrafo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política de Carlos Marx, reconocido como la quintaesencia de su teoría filosófica por todos los que se consideran sus seguidores, expresa:
“En la producción social  de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones que son necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre  lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de  revolución social.” (1) 
 
Han pasado ya más de ciento cincuenta años desde que Marx lo escribió y veinte años  del fracaso del “socialismo real” en Europa y Asia; y   todavía muchos “socialistas” y “comunistas” siguen creyendo que socialismo y revolución social es, solo, cambiar el control político y económico de manos de los capitalistas a manos del “estado proletario”, sin modificar el modo de producción capitalista sustentado en el trabajo asalariado  y la concentración de la propiedad y de la plusvalía, sin socializar ni democratizar el poder económico y político.
En nuestro país específicamente, quienes no han podido superar los viejos y caducos métodos y estilos del estatalismo neo-estalinista,  ni avanzar de la toma del poder a su socialización, han seguido insistiendo en que la solución a   los problemas de la producción en el socialismo está –voluntaristamente- en la exigencia de los cuadros, en el control verticalista de los mismos sobre los trabajadores y en la disciplina impuesta, y últimamente, en hacer que la gente sienta la necesidad de trabajar.
No hacen la más mínima referencia a los cambios necesarios en las relaciones de producción hacia la socialización de la propiedad, al autocontrol de los trabajadores en las empresas y hacia el autogobierno ciudadano, en los barrios y ciudades: la autogestión social, socialista, que es demandada por el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, especialmente la más importante de todas: la fuerza de trabajo y su alto nivel de calificación, tecnificación y politización.
Para ellos, esos conceptos de “fuerzas productivas y relaciones de producción están pasados de moda”. Antes   los “aplicaban” esquemáticamente, de acuerdo con los manuales “soviéticos”, pero se desideologizaron, al desimantarse su brújula, cuando se “desmerengó” el “socialismo real”.
No es que estos compañeros sean traidores al comunismo: es que –razones aparte- nunca lo entendieron, nunca lo asumieron,  nunca se propusieron cambiar las relaciones de producción asalariadas del capitalismo, nunca fueron comunistas en sentido marxista.
 
Nunca comprendieron que la revolución, para ser socialista, tendría que ir más allá de cambios en el poder político y en la expropiación de la burguesía y debía transitar a  profundas transformaciones libertarias, democráticas y socializantes en las relaciones de producción y en los modos de convivencia y participación que establecen los seres humanos en el proceso de producir y reproducir su vida material, espiritual y social: el ABC del Marxismo.
No sería justo acusarlos de traidores: no se traiciona lo que no se asume.
En todo caso han sido antiimperialistas, nacionalistas que se apoyaron en la visión neoestalinista del marxismo y, desde la burocracia consolidada en el poder, convertida en buro-burguesía,   han estado obstaculizando las oportunidades abiertas al socialismo por la expropiación de la burguesía y los capitales extranjeros, realizada en los primeros años. Etapa a la que debió seguir la socialización paulatina de la posesión y la administración democrática de los trabajadores sobre las empresas y las tierras; pero que en cambio enrumbó a la estatización de cuanto pequeño timbiriche existía.
Para hacer producir  a la fuerza de trabajo, los dueños de esclavos, los señores feudales y los capitalistas usaron estímulos ideológicos (creencias religiosas), castigos corporales o una combinación de ambos, hasta los económicos que fueron predominando.
La explotación asalariada de los trabajadores, la forma superior de explotación perfeccionada por el capitalismo,  obliga a los que solo disponen de su fuerza de trabajo, sea manual o intelectual,  a trabajar por salarios muchas veces miserables, amenazados de despidos y presionados por un ejército de desempleados, como alternativa a tener que enfrentar la hambruna y la falta de recursos para vivir decorosamente.
Como esa nunca podría ser la forma de estímulo al trabajo en el “socialismo”, quienes lo desecharon como el autogobierno de los trabajadores, y desviadamente lo identificaron con el estado propietario explotador de la fuerza de trabajo asalariada y administrado por un “partido de vanguardia”, acudieron a una nueva forma de coacción ideológica: “trabajar para el estado consciente y disciplinadamente, por un futuro luminoso para todos”. Para apuntalar la fórmula, agregaron el control desde arriba, la exigencia de los cuadros designados y la disciplina laboral de sesgo militar.
Se trataba en verdad de un tipo de capitalismo monopolista de estado, pues el dueño de los medios de producción, el que explotaba a los asalariados y se apropiaba   de  la plusvalía, ya no eran los capitalistas, sino el estado, o lo que es lo mismo, su aparato burocrático parásito,   corrupto y corruptor.
Y, desde luego, como los “comunistas estatalistas administradores-ellos de la economía”, por aquello de los “beneficios y gratuidades del estado”, no pagaban si quiera por el valor de la fuerza de trabajo empleada, -como al menos se ven obligados a hacer los capitalistas-, la clase obrera se fue desestimulando y depauperando, salvo en los sectores  “priorizados” dedicados a obtener divisas o a preservar la defensa del “estado”. Lo mismo que ocurrió con las industrias y los medios de producción en general, a cuya reproducción ampliada se destinaba poco, nada o lo que no correspondía, si no eran debidamente contemplados en la “planificación centralizada”.
Esta “acumulación socialista” ocasionó, lógicamente, la disminución paulatina del crecimiento económico. Fue la manera en que se puso de manifiesto en el capitalismo monopolista de estado, la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancias, explicada por Marx en El Capital (2).
Quienes desde el estado siguieron sirviéndose del trabajo de los obreros asalariados, terminaron por desechar las nuevas relaciones de producción genéricas del socialismo, las  libremente asociadas de tipo autogestionario, descubiertas por Marx en las cooperativas que fundaban los trabajadores con sus propios recursos (3).
Esta forma de organización de la producción formaba un productor distinto al obrero atado al capital por el salario, que se asociaba voluntariamente para producir; pero sobre bases y estímulos distintos y cualitativamente superiores al trabajo asalariado (4).
El trabajo libremente asociado, que brota en las cooperativas descritas en El Capital, -no en las “inventadas” por los estalinistas donde el estado decide todo, o casi todo-, conlleva nuevos tipos de estímulos por asentarse en la desaparición de la contradicción entre el capital y el trabajo, que se funden en una nueva forma de propiedad o usufructo y permiten a los productores decidir, por ellos mismos, colectiva y democráticamente, sobre la dirección y la gestión de la producción, así como sobre  la forma en que se van a distribuir sus resultados, cuánto para gastos sociales de la comunidad, cuánto para la reproducción ampliada de la empresa, cuánto para el disfrute de los trabajadores.
En este tipo de organización laboral, si se ajusta a sus principios, nadie explota a otro, nadie se apropia del trabajo de otro, pues todos participan y deciden todo colectiva y democráticamente. Los vagos, los malhechores, los ladrones, los recostados, los oportunistas, los burócratas vividores del sudor del pueblo no tendrían espacio en esa nueva forma de organizar la producción porque todos los miembros de los colectivos laborales y sociales  velarían, con iguales derechos, por el interés común en cada uno de los espacios productivos.
Esto explica, en parte, la animadversión de la burocracia parasitaria y corrupta, hacia la autogestión y el cooperativismo.
Las formas de producción asociadas, de tipo cooperativo-autogestionario, que se vienen desarrollando hace siglos y han tomado auge en el propio seno del capitalismo, contienen valores colectivistas, democráticos, solidarios y justicieros dados por sus formas de propiedad, gestión y distribución –“el ser social determina la conciencia social”-, que van incorporando y resumiendo todas las aspiraciones de todos los humanistas en todas las épocas, bases de la nueva democracia participativa y directa, más allá de la representativa burguesa.
Tales formas irían predominando paulatinamente en la nueva sociedad, hacia su integración en una gran unión de asociaciones productoras libres y democráticas, camino a la extinción paulatina del estado y a formas solidarias de distribución e intercambio, diferentes a las que impone el mercado capitalista, junto con una nueva conciencia social que nada tendría que ver con el egoísmo, el consumismo, el autoritarismo y el despotismo que por su propia naturaleza engendra el sistema de trabajo asalariado con sus divisiones sociales y jerárquicas.
Así, una parte de los “comunistas estatalistas”, convencidos de que deben ser ellos los que dirijan la producción y no los trabajadores mismos, pero que fracasaron con el “control, la exigencia y la disciplina”,  terminaron por  creer en los medios y métodos de estímulo más vulgares y arcaicos del capitalismo: obligar a los asalariados –los esclavos modernos- a trabajar por medio de la amenaza del despido, la cesantía, el hambre, la presión del ejército de desempleados, etc.
Los procesos revolucionarios que intentaron el socialismo desde la perspectiva estalinista de la “dictadura del proletariado”, léase del partido y de su dirección vía “CENTRALISMO…democrático”; la concentración  y centralización de la propiedad; la plusvalía; las decisiones de todo tipo y el trabajo asalariado, por generación espontánea de esa forma de organizar la producción y la sociedad, terminaron en la criminalización de las diferencias y la exclusión de reales mecanismos democráticos de participación y decisión popular, puesto que los “elegidos” para hacer el socialismo eran ellos y nos los trabajadores mismos.
Federico Engels   en su clásico “Del socialismo utópico al socialismo científico” (5) definió claramente que estatizar no es socializar, cuando expresó:
 
“El estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, es el estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas suma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará.  Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza. Más al llegar a la cúspide se derrumba. La propiedad del estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno, el medio formal, el resorte para llegar a la solución. Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción”.
Como todo proceso populista estancado en el estatalismo, el nacionalismo y el antiimperialismo, el    “socialismo” que nunca fue, por necesidad de auto-sustentación, generó dirigentes, partidos,  gobiernos y estados burocratizados, que se hicieron identificar “ellos” con la “revolución”. Serían “ellos” la revolución y no el proceso de democratización y socialización  de la vida política y económica de la sociedad, descrito por los clásicos.
El bodrio estatalista, voluntarista, autoritario, paternalista, impositivo, excluyente, antidemocrático y naturalmente fracasado, que generó el “socialismo de estado”, en lugar de enaltecer y honrar el vocablo socialismo lo denigró ante los pueblos, los cuales terminaron   rechazando esa manera vulgar y cuartelera de entenderlo desde los tiempos de Stalin. Lo mismo ocurrió con los “partidos comunistas”.
Sus promotores en todas partes consiguieron lo que no podría nunca, por sí mismo, el capitalismo: hacer que muchos trabajadores lo vieran más atractivo que el “socialismo”, lo cual facilitó la desintegración y el camino de la restauración dondequiera que se practicó.
Los que sigan aferrados a los dogmas y estereotipos del estalinismo y sus variantes están  condenados al fracaso y a la luz de la historia reciente del “socialismo real” deberían reconsiderar el calificativo de “socialismo” para su proyecto intentado, y el de “comunista” para, sus partidos. Tomaron nombres equivocados.
Los comunistas del siglo XXI, si no quieren terminar igual que sus predecesores de la pasada centuria, deben asumir que el paradigma socialista es esencialmente emancipatorio, libertario, hacia la eliminación de todos los tipos de dominación e implica profundos cambios democráticos y socializantes en las relaciones de producción, de las asalariadas a las libremente asociadas de tipo autogestionario, como el verdadero motor liberador e impulsor de las fuerzas productivas modernas y de superiores normas de  convivencia social.
Socialismo por la vida.
La Habana 24 de octubre de 2011.    [email protected]
Notas:
1- Carlos Marx. Prologo de la contribución a  la crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE., en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973:
2- C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973. Esta ley –más inversión en medios de producción que en fuerza de trabajo, lo cual  lleva a la disminución de la cuota de ganancia-, inherente a la forma de explotación del trabajo asalariado,  se manifestó más incisivamente en el “socialismo de estado” que en el capitalismo privado, pues centralizó y concentró más el capital, el excedente y la inversión. La propensión a cero en la cuota de ganancia, se debió a que cada vez se dedicaba menos dinero para pagar a los obreros estatales, los cuales deberían laborar “por conciencia”, casi gratis en aquel capitalismo estatal, la “futura esclavitud”, según José Martí.
3-C. Marx. El Capital. Tomo III. Cap. XXVII. El papel del crédito en la producción capitalista. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.
4- La Real Academia Sueca de Ciencias otorgó  el Premio Nobel de Economía 2009 a la estadounidense Elinor Ostrom de forma compartida  con su compatriota  Oliver E. Williamson por sus  trabajos en materia de gobierno económico cooperativo y su superioridad sobre las formas gerenciales capitalistas. En todo el mundo capitalista desarrollado, muchas cooperativas –las hay pequeñas, medianas, grandes y uniones gigantes- han resistido las embestidas de la crisis general del sistema desde su propio seno, mejor que los negocios capitalistas.

5-F. Engels. Del Socialismo utópico, al socialismo científico. C. Marx y F. Engels OE. Editorial Progreso. Moscú 1973