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B, de Brecht

B, de Brecht


Michael Billington · · · ·

¿Hay sitio para un dramaturgo marxista en el mundo moderno? Desde el derrumbe del comunismo, el sentido común acaso nos diría que no. Pero sería una locura desechar a Bertolt Brecht (1898-1956), y lo sería por una serie de razones: fue un gran poeta alemán, sus mejores obras transcienden los dogmas, escribió papeles que los actores estarán siempre ávidos de interpretar y su influencia sobre el teatro es todavía bien visible.

Cada vez que se recupera algo de Brecht se escuchan los previsibles gañidos de la derecha, pero sus obras maestras esenciales siguen siendo indestructibles. Puedes ir a verlas esperando un mensaje político, pero lo que te muestran son contradicciones. La Vida de Galileo (1937-39) constituye un retrato decididamente equívoco de alguien que busca la verdad combatiendo la ortodoxia católica: Brecht respalda la fe de Galileo en la razón, pero considera su renuncia ante la Inquisición como prueba de la abdicación de responsabilidad del científico. Madre Coraje y sus hijos (1939) es todavía más compleja. Todo en la obra nos dice que deberíamos condenar la ética del negociete de la heroína y su creencia de que, lucrándose de la guerra, puede proteger a sus tres hijos, pues lo que no llega a entender es que su pequeño mundo depende de un mundo grande y corrupto. Sin embargo, desafío a cualquiera a que contemple el final de la obra, en el que una Coraje sin hijos camina penosamente arrastrando su carromato, sin un nudo en la garganta.

 

Brecht fue en primer lugar dramaturgo, y en segundo, marxista, y con ello quiero dar a entender que en sus mejores momentos estaba más fascinado por el instinto de supervivencia que por crear personajes ejemplares. Fue asimismo un gran creador de teatro que comprendía el poder de la sátira y el ridículo: una de mis escenas favoritas de La resistible ascensión de Arturo Ui (1941) muestra cómo el gángster pseudohitleriano protagonista de la obra aprende las artes de la retórica y el gesto de un histriónico actor shakespeariano.

 

Por supuesto, es fácil hacer sentar a Brecht plaza de acusado. Se comportaba como una desvergonzada urraca que robaba de todos, a menudo sin reconocerlo. Se engañó a si mismo pensando que podría presentar una oposición interna al corrupto régimen de postguerra de Ulbricht en Alemania Oriental, mientras aceptaba sus fondos para crear el Berliner Ensemble. Y aunque adalid del proletariado, Brecht mismo era, en palabras del crítico Eric Bentley [introductor de Brecht en Gran Bretaña], «inagotablemente burgués».

 

Y sin embargo, sus obras desbordan de vitalidad, y no sólo las obras maestras más reconocidas. El [teatro] Young Vic recuperó con brillantez La boda de los pequeños burgueses y La esposa judía en 2007, y este verano Phil Wilmott puso con ingenio en escena La madre, una obra [basada en la novela de Gorki] sobre una mujer de clase obrera que despierta y pasa de la apatía al activismo, en un anfiteatro de Londres a la sombra de las deslumbrantes torres del capitalismo contemporáneo. Me gustaría ver a otras compañías teatrales profundizar en las obras supuestamente menores.

 

A fin de cuentas, guste o no Brecht, es imposible negar que el suyo fue un impacto que galvanizó el teatro moderno. La famosa visita del Berliner Ensemble a Londres en 1956 supuso un efecto transformador para la dramaturgia, la dirección y el diseño teatrales británicos, y medio siglo después todavía convivimos con sus consecuencias. La reciente recuperación a cargo de Sean Holmes de Saved, la obra de Edward Bond, [1] en el Lyric Hammersmith fue un ejemplo clásico de una puesta en escena brechtiana fresca y sobria. 13, de Mike Bartlett, en el National [Theatre] tenía la fuerza épica de una pieza de Brecht. Y The Riots, [2] de Gillian Slovo, en el Trycicle de Londres mostraba de qué modo el teatro puede convertirse en una modalidad de investigación política y un estímulo para el debate.

 

Puede que Brecht lleve mucho tiempo muerto, pero su irónica e inquisitiva presencia sigue rotundamente con nosotros.

 

NOTAS T.: [1] Edward Bond (1934), importante autor dramático contemporáneo. Su obra Saved, de 1965, fue determinante para la abolición de la censura en Gran Bretaña. [2] The Riots aborda los disturbios del pasado verano en Inglaterra basándose en fuentes documentales y testimonios personales

 

Michael Billington es crítico teatral del diario británico The Guardian. Este artículo pertenece a una serie titulada El drama moderno, de la A a la Z.

Sin Permiso 16/01/12