El pueblo libio confronta a la dirección traidora del CNT
La revolución árabe continúa sacudiendo al mundo. La movilización ha derribado a dictaduras como la de Ben Alí en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto, Muammar Kadafi en Libia, y más recientemente Alí Abdullah Saleh en Yemen. El gobierno de los EEUU y su títere colonialista Israel han perdido el férreo control que durante décadas ejercieron sobre la región. Bajo la inspiración de proceso árabe, miles de indignados en Europa y EEUU denuncian los planes de ajuste antipopulares y protestan contra la dictadura del 1% de la población, representada por los banqueros y empresarios. El contagio revolucionario abarca desde el Estado español hasta Rumania, y desde los puertos de Oakland hasta los alrededores de Wall Street, en las propias entrañas del imperialismo.
Tanto en aquellos países del norte africano y el Medio Oriente cuyos tambaleantes regímenes no terminan de caer, entre ellos Siria, como en aquellos donde las dictaduras han sido derrotadas, siguen vivos los procesos de lucha, las exigencias de libertades políticas y derechos sociales, cuya consecución completa sólo puede ser el resultado del avance hacia la socialización de los medios de producción y la instauración de una democracia cimentada en un gobierno de las organizaciones obreras, juveniles y populares, de ahí el carácter potencialmente socialista de estas revoluciones.
Libia también es el escenario de espectaculares confrontaciones, luego de la victoria popular en la guerra civil precipitada por la represión kadafista. Quien hoy está en la mira de la protesta popular es el gobierno espurio del Consejo Nacional de Transición (CNT), una amalgama de operadores del imperialismo, formada principalmente por ex miembros de la plana mayor del kadafismo y operadores de la oposición burguesa antikadafista que recién retorna del exilio. Tan débil e ilegítima es esa dirección, apuntalada fundamentalmente por la intervención militar imperialista de la Otan en la guerra civil, que los miembros del CNT habían prometido dimitir una vez que cayera Kadafi, aunque luego la mayoría de sus miembros incumplió la palabra empeñada. Una de las principales tareas del CNT consistía en consolidar su autoridad disolviendo a las milicias populares que con las armas en la mano liquidaron a la dictadura y destruyeron prácticamente todas las instituciones del Estado burgués libio. El fracaso ha sido total. En un caso bastante ilustrativo de la desconfianza de las milicias hacia el nuevo gobierno, la Asamblea de Combatientes de Libia, con representantes de Bengasi, Misrata, y otras ciudades, aseguró en una declaración reciente que bajará las armas únicamente cuando se materialicen las reivindicaciones que justificaron el alzamiento contra la dictadura. Más de 30 mil milicianos continúan desafiando a la autoridad del CNT y representan la existencia de un doble poder en Libia. Las autoridades proimperialistas carecen de cuerpos policiales o de un ejército. Únicamente la colaboración de sectores dirigentes de las milicias sostiene al CNT.
Bengasi, la ciudad que ha sido bastión de la revolución popular, es nuevamente el epicentro de las luchas, y el mismo pueblo rebelde que derribó a la dictadura y a sus mercenarios, en diciembre conquistó la salida del ministro de economía, Taher Sharkas, a quien el CNT había encomendado la tarea de dar continuidad a la entrega de los recursos petroleros a las transnacionales. Era el hombre indicado para la tarea, dado que había ocupado el mismo cargo bajo la dictadura de Kadafi. El 21 de enero, un grupo de manifestantes enardecidos saquearon la oficina del presidente del CNT, Mustafa Abdeljalil, en repudio a las leyes electorales que de manera inconsulta intenta imponer el gobierno para garantizar su control sobre la Asamblea Constituyente que debe instalarse en junio. Un día después, el vicepresidente del CNT, Abdel Hafiz Ghoga, tuvo que renunciar, arrinconado por las protestas populares que señalaban su participación como alto funcionario en la dictadura de Kadafi. Días antes miles de estudiantes de la Universidad de Ghar Yunés, en Bengasi, protagonizaron una violenta manifestación en su contra. Un campamento permanente frente a los cuarteles del CNT exige celeridad en las reformas democráticas y en la restitución de los servicios públicos. En la localidad de Bani Walid, el gobierno fue desconocido y sus autoridades expulsadas. Los voceros locales de la revuelta negaron cualquier vinculación con el kadafismo y reivindicaron la revolución, pero se desmarcaron del CNT. Indudablemente, el camino a seguir es romper con el gobierno proimperialista, rechazar cualquier compromiso con las fuerzas dispersas que puedan representar al viejo régimen, y dotar al movimiento de profundidad estratégica, planteando la necesidad de un gobierno de las milicias y las organizaciones populares y obreras, que entre otras medidas, nacionalice el petróleo y expulse a las transnacionales saqueadoras, rescatando esta reivindicación rebelde de los primeros días del alzamiento contra Kadafi, para que las exportaciones de gas y petróleo se coloquen al servicio de garantizar empleo, salarios dignos, educación y salud pública de calidad para todos.
LaClase 26/01/12