La primavera árabe a revista un año después
Traducido para Rebelión por Carmen García Flores |
G.A. Son, efectivamente, movimientos cuyo punto en común es la reivindicación de la democracia. Se han desarrollado en países con regímenes despóticos, y exigían un cambio de régimen, un cambio en las formas de poder y la democratización de la vida política. Ésta es una dimensión común en los movimientos citados, que tiene, al mismo tiempo, la fuerza para que la reivindicación democrática haya permitido a una gran masa de gente, de horizontes diversos, unirse para poder llevar a cabo la revuelta social de la zonal de esta forma tan fuerte. No hay que olvidar que, en Túnez, el movimiento ha comenzado con una explosión social. El joven Mohamed Bouazizi, que se inmoló con el fuego, protestaba por sus condiciones de vida y no sugería reivindicaciones políticas. Su caso ha subrayado el problema del paro endémico en los países de la región, especialmente el paro juvenil, la crisis económica, la ausencia de perspectivas sociales. Éstos han sido los ingredientes de base. Pero cuando se combinan con la oposición a un régimen despótico, el fenómeno toma unas dimensiones considerables, como se ha podido ver en los países citados. Por el contrario, en los países donde la situación despótica no se plantea con la misma gravedad, donde el régimen es más liberal y más tolerante con la diversidad política -Marruecos, por ejemplo- se encuentra un movimiento que se construye sobre cuestiones sociales pero que aún no ha adquirido la amplitud explosiva tan rápido como sucedió en Túnez, en Egipto, en Libia o en el Yemen en Bahriem y en Siria.
¿Cómo ve usted la política de Estados Unidos y de los países europeos en la región? Las elecciones en Túnez en Marruecos o en Egipto, así como la intervención militar en Libia, ¿constituyen una reestructuración de la iniciativa del imperialismo o de las burguesías nacionales con intereses en la zona (compradores)?
G.A En tu pregunta hay dos sujetos: la burguesía y el imperialismo. No son exactamente la misma cosa. Además se trata de una parte del mundo cuyos países (que hoy en día tienen tratos con las potencias occidentales, con los Estados Unidos en particular), no tienen gobiernos que se puedan calificar precisamente de burgueses -hablo de monarquías petroleras del Golfo que tienen una dimensión precapitalista, son castas que viven de las rentas, explotan las rentas petroleras-. En estas monarquías no es la burguesía local -”compradores” o no los que tienen el mando. Hay que hacer una clara distinción.
Por lo que concierne a Los Estados Unidos -la primera fuerza imperialista de la región- podemos decir que ha mejorado un poco su balanza después de la situación tan difícil en la que las sublevaciones tunecinas y egipcias les habían puesto, pero hablar de una reestructuración de la iniciativa, me parece exagerado. Han podido, un poco, redorar sus blasones con la intervención en Libia, lo que les ha supuesto un poco de frescura, al presentarse “del lado de los sublevados” . Han ido acompañados de un discurso sobre la democracia que contrariamente a lo que se dice, este discurso hipócrita se ha extendido incluso a las monarquías del Golfo ,aunque sin llevar parejo ninguna acción. Los Estados Unidos intentan presentarse como los depositarias de los valores de la libertad, los cuales no han dejado de blandir como arma ideológica, desde varias decenas, especialmente durante la “Guerra Fría”. En Siria lo hacen con cierta facilidad, ya que se trata de una región aliada de Irán, con la que no tienen gran afección particular, no más de la que tenían con el régimen libio. Pero decir que han recuperado su posición hegemónica sería extremadamente exagerado. De hecho, los acontecimientos en curso señalan un fuerte declive de la hegemonía americana. Esto se aprecia, particularmente, en el caso de Siria y Libia.
En Libia, la intervención occidental ha sido, esencialmente a distancia; sin tropas terrestres. La influencia que pueden tener Los Estados Unidos sobre el proceso en curso en Libia es muy limitado. De hecho, nadie controla la situación en el país, y se ha criticado expresiones que no son todas del gusto de los Estados Unidos, lo que ha supuesto una gran protesta contra el Consejo Nacional transitorio y contra sus tentativas – muy tímidas- de iniciar una reestructuración del Estado.
En Egipto, se ha visto cómo los aliados militares de Washington llevan siempre las riendas de la situación. Este poder ha sido muy denunciado en la calle por un movimiento popular que continúa, especialmente en el plano social, y que ha dado lugar a una serie de luchas duras y continuas. El ascenso, en el plano electoral de las corrientes islámicas, manifiestan un nuevo tributo regional: pero estas corrientes no suponen una amenaza para el imperialismo de los Estados Unidos, no son más que un instrumento o un aliado tan dócil como los militares. Aunque hay tensiones en la alianza, en la cooperación, entre los militares y los Hermanos Musulmanes, esto no es comparable a lo que significaba el régimen de Moubarak para los Estados Unidos.
Por otro lado, hay que explicar también que los Estados Unidos han tenido que redefinir ampliamente su política en la zona, ya que sus aliados tradicionales tienen muy poca aceptación popular -esto seguro que no les ha hecho demasiada ilusión como las revelaciones de Wikileaks han demostrado-. Ahora que la afirmación de la soberanía popular, ha salido a las calles, Los Estados Unidos deben encontrar aliados con un verdadero sentir popular. Y es por ello por lo que se vuelve hacia los Hermanos Musulmanes, que a pesar de haber sido satanizados en épocas pasadas, ahora se les presenta como unos musulmanes moderados, buenos musulmanes, al contrario que los salafistas. Los Hermanos Musulmanes están presentes en buena parte de la región. Los Estados Unidos los necesitan, como ocurrió en los buenos tiempos con Naser para ir en contra del nacionalismo árabe, contra la Unisión Soviética y su influencia en la región durante el periodo que va desde 1950 hasta 1980.
Las monarquías del golfo -En particular dos de ellas que juegan un papel muy importante en el mundo árabe hoy en día, el reino saudí y Qatar- intentan igualmente, recuperar la iniciativa. Estas dos monarquías no tienen forzosamente la misma política; existen rivalidades y tensiones entre ellas, pero han hecho causa común con Los Estados Unidos, con el esfuerzo de orientar los acontecimientos hacia un sentido que no supongan una amenaza para sus propios intereses y que les permita estabilizar la zona a corto plazo. Qatar, en particular, ha visto aumentar su influencia considerablemente con las sublevaciones, en contra de lo que le sucede al reino saudí que comparte con los Estados Unidos el declive y el reflujo de su influencia. El emirato de Qatar ha mantenido durante varios años relaciones con los Hermanos Musulmanes; les ha prestado fondos y ha creando después la cadena de televisión por satélite, Al-Jazira. Una política útil con una poder considerable, que ha puesto a disposición de los Hermanos Musulmanes muy presentes entre su personal. Qatar ha jugado estas cartas desde hace mucho tiempo, y los acontecimientos han hecho que ahora se vuelvan triunfos estratégicos. El emirato se encuentra, por ello, muy valorizado y se ha convertido en un aliado muy importante para los Estados Unidos, con los que mantiene desde hace tiempo una relación muy estrecha, acogiendo en su territorio la principal base americana de la región. Pero también durante mucho tiempo ha cultivado unas buenas relaciones con Irán, con el Hezbollah libanés…etc para expandir la riqueza, esta es la mentalidad de rentista que consolida su cartera de inversiones. Hoy, Qatar puede hacer valer plenamente su influencia regional a los ojos de los Estados Unidos.
Todo esto es favorecido también por el papel de Turquía en la zona. Aquí, sí que podemos hablar del papel de la burguesía en el poder de un país donde el gobierno es ciertamente, la expresión del capitalismo local, ante todo. El gobierno turco es aliado de Los Estados Unidos -Turquía es miembro de la OTAN- pero interviene también con la perspectiva de intereses propios del capitalismo turco, en la que la ofensiva comercial y las inversiones en la región han adquirido al cabo de unos años una grandísima influencia.
Estos son groso modo los grandes actuantes a nivel de Estados en la región. Pero el gran protagonista, hoy, es el movimiento de masas. Incluso, en los países en los que se han conseguido medias victorias como en Túnez o en Egipto, el movimiento de masas continúa.
¿Cómo analizas los sucesos electorales de los partidos islamistas en Túnez, Marruecos o Egipto? Estos sucesos pueden ser interpretados como una repetición de lo sucedido en la revolución iraní de 1979-1981 o se trata de otro fenómeno?
G.A. Es diferente según los países. En Marruecos no es lo mismo que en Túnez o en Egipto.
En Marruecos, los éxitos de los islamistas son muy relativos. En principio, porque las elecciones han sido masivamente boicoteadas. Según las cifras oficiales, la participación ha estado por debajo de la mayoría de los electores inscritos, y además el número curiosamente ha descendido, en las anteriores elecciones, sobre el fondo de una campaña enérgica en favor del boicot de las fuerzas de la oposición real reagrupada en el Movimiento del 20 de febrero. Debo decir, en honor a la verdad, que estas fuerzas contienen en sí mismas un componente islamista importante, radicalmente opuesto al régimen. El auge del partido islámico de la “oposición leal”, es pues muy relativo. Ha sido probablemente sino, bien recibido, al menos deseado por la monarquía en su empeño por dar la impresión de que Marruecos sea conocido bajo la forma pacífica y constitucional como siempre. Se ha averiguado que el partido en cuestión tiene algunas relaciones con los Hermanos Musulmanes.
En Túnez y en Egipto las victorias electorales de los partidos islámicos son más impresionantes, pero no tienen nada de sorprendente.
En el caso de Egipto –es necesario marcar aún las diferencias entre países- las elecciones vienen después de decenios en que los Hermanos Musulmanes eran la única oposición de masa que existía, los salafistas gozaban de una libertad de maniobra porque Moubarak los consideraba como una fuerza de apoyo a su régimen ya que eran defensores del “apolitismo”. Estos dos componentes del movimiento islámico, han podido desarrollarse al cabo de los años a pesar de los incovenientes que los Hermanos Musulmanes han podido sufrir. Aunque ellos no estuvieron al principio de la iniciativa del movimiento de masas, (se unieron ya con la movilización en marcha) pues bien, a pesar de ello han logrado imponer una democratización relativa de las instituciones ya que estas fuerzas estaban mejor situadas que cualquiera otras para poderse aprovechar de la situación. No hay que olvidar que Moubarak no dimitió hasta Enero y que no había tenido más que pocos meses para preparar las elecciones. Esto ha supuesto también la falta de tiempo para construir una fuerza política alternativa de oposición creible y capaz de competir en el plano electoral. El movimiento de masas ha derrotado al partido del régimen -que era la principal máquina electoral del país, pero era una sublevación bastante descentralizada sobre todo porque las múltiples redes sociale estaban a falta de un dirigente y organizado. Los Hermanos Musulmanes eran el único grupo organizado que disponían de medios materiales durante los movimientos.
El caso de Túnez es distinto porque Ennahda , el partido islamista ha estado perseguido y prohibido durante el mandato de Ben Ali. Pero el régimen represivo de Ben Ali también impedía su emergencia a las fuerzas de la derecha democráticas. Estas fuerzas no tenían la amplitud que tenía Ennahda a principios de la década de los noventa, antes de su represión, que le ha permitido aparecer al cabo de los años como la fuerza de oposición más fuerte y radical al régimen de Ben Ali, con la ayuda de Al-Jazira. Ennahda no apareció al comienzo de las revueltas en su país, pero enseguida comenzó a prepararse para las elecciones adquiriendo una mejor posición que las otras fuerzas políticas.
Los partidos islamistas en Túnez y en Egipto dispusieron de dinero, algo que es esencial para una campaña electoral. Si en el pasado los partidos de izquierdas, en el mundo árabe, pudieron beneficiarse de la ayuda material de la Unión Soviética o de cualquier otro régimen nacionalista, lo cual terminó después de un largo período de tiempo. Por el contrario ahora se ha observado que las ayudas para los partidos islámicos provienen de los fondos petroleros: Qatar, Irán, el reino saudí. El papel de Qatar es muy importante a este respecto. Rachid Ganuchi, el dirigente de Ennahda, se puso en las manos de Qatar antes de entrar en Túnez…La sede rutilante, nueva, un inmueble de varios pisos en Túnez, no parece a la sazón la sede de un partido que viene de varios años de sufrir represión. Los Hermanos Musulmanes egipcios no han cesado de inaugurar locales en todos los rincones del país, desde el pasado febrero, cuando fueron legalizados y se han podido ver los fondos considerables que han manejado durante la campaña electoral. El factor dinero juega a fondo, se ajusta a su capital simbólico como principal fuerza de la oposición, y en el caso de Egipto, a su implantación en tanto que fuerza político-religiosa que ha establecido una red importante dedicada a obras sociales y de caridad. No es de ningún modo asombroso, que en estas condiciones estas fuerzas emerjan como principales vencedores de las elecciones.
¿ A largo plazo, los partidos islámicos podrían ser reemplazados por unas fuerzas aún en construcción?
El gran problema, por el momento, es la ausencia de una alternativa creíble. No es solo el factor tiempo el que juega, si no también la capacidad, la existencia de un proyecto político y organizativo, creíble. La única fuerza que, a mi modo de ver, podría contrarrestar los partidos islámicos en la región, no son los liberales que, por naturaleza, tienen muy poco arraigo social, si no que sería el movimiento obrero. En estos paí,ses como Túnez o Egipto, estos partidos representan una fuerza considerable, una fuerza que tiene ramas populares contrarias a los liberales. El movimiento obrero es la única fuerza capaz de construir una alternativa a los integristas religiosos en los países concernientes. Entonces el problema crucial es la ausencia de representación política del movimiento obrero.
Un movimiento fuerte obrero existe tanto en Túnez como en Egipto. La UGTT en Túnez que ha tenido un papel decisivo en la caída de Ben Ali y la nueva Federación egipcia de sindicatos independientes en Egipt.o. Esta última no es una fuerza marginal consta ya de un millón y medio de miembros. La FESI (EFITU, según los acrónimos ingleses) surge antes de la caída de Moubarak sobre la base del moviemiento de huelgas que la preceden y que la siguen. Este movimiento huelguista ha jugado un papel decisivo en la caída de Moubarak. En un sentido la FESI se asemeja a los sindicatos de oposición creados contra las dictaduras en Corea, en Polonia o en Brasil.
El problema es que no hay representantes políticos de los movimientos obreros en Túnez y en Egipto, y desgraciadamente, debo decir, que la izquierda radical en los países concernientes no ha dado prioridad a esta orientación. Ella piensa que si se autoproclama y se auto reconstruye políticamente, puede jugar un papel mayor en los acontecimientos, mientras que su ritmo exige unas políticas orientadas mucho más directamente hacia su movimiento social, él mismo . Se puede dar la prioridad a la construcción de organizaciones políticas en los períodos lentos, en los períodos de travesía por el desierto, pero en estos momentos de ebullición la autoconstrucción no es suficiente, no digo que no sea necesaria, pero es insuficiente. Hay que tomar la iniciativa con vistas para crear un movimiento largo. A mi modo de ver en estos países Túnez y Egipto, la idea clásica de partido obrero de masas basado sobre el movimiento sindical, debería ser central, pero es desgraciadamente poco presente en las problemáticas políticas de la izquierda radical en estos países.
¿Por qué las monarquías (Marruecos, Jordania, península arábiga) parecen mantenerse? Tú has mencionado los elementos de tolerancia del régimen actual, pero ese no es ciertamente el caso de las monarquías de la península arábiga.
G.A. Es necesario hacer algunas distinciones. Yo diría, primero que Jordania se parece más a Marruecos que a algunas monarquías del Golfo. Presenta, así mismo, una fachada de “despotismo liberal”, de absolutismo liberal. Se trata de dos monarquías absolutas donde no hay soberanía popular, pero tienen una constitución y cierta dosis de liberalismo político, con un pluralismo político que no es ilusorio. Hay también una base social de la monarquía, una base retrógrada rural o de origen rural que las monarquías cultivan. Todo esto bien combinado con una represión selectiva.
Pero la situación social actual difiere entre los dos países. En Marruecos hay un movimiento social fuerte, el Movimiento del 20 de febrero, ha logrado organizar movilizaciones importantes y hasta ahora ha hecho gala de una perseverancia notoria. Este movimiento ha cometido el error a mi entender, de ponerse en marcha sobre la cuestión constitucional, sobre la cuestión democrática que en Marruecos no es una gran demanda, mientras que la cuestión social es mucho más aguda. Pero ha habido una evolución en los últimos meses y hoy en día lo social es mucho más tomado en serio. Así, en las condiciones presentes, no podría haber en Marruecos una sublevación popular del tipo a las que tuvieron lugar en Túnez o Egipto que fueron sobre cuestiones sociales y no sobre la cuestión democrática, porque el régimen es bastante inteligente y no muestra sus garras sobre esto último. Ha habido muy poca represión en Marruecos, comparada con otros países sublevados como Túnez, Egipto, Libia o Siria.
Hay elementos comunes entre Marruecos y Jordania donde el régimen deja hacer todo pero controlando; abre la válvula de seguridad y deja salir el vapor. Al mismo tiempo juega con el factor étnico. En Jordania hay también dos movilizaciones que no son nada despreciables y que se persiguen. En estos dos países, Marruecos y Jordania, hay un movimiento real, aunque no tenga la amplitud tan impresionante como se ha visto en Túnez, Egipto, Baherein, Yemen, en Libia o en Siria. Pero en Jordania la escisión étnica, muy artificial, entre jordanos de abolengo y palestinos (es decir las personas que llegaron tras un éxodo del otro lado del río Jordán), es explotado por el régimen. Se sabe que los palestinos originarios de Cisjordania son mayoritarios en el país, la monarquía jordana cultiva una vigilancia sobre los jordanos de abolengo que se encuentran en minoría. Esto es la receta clásica: divide y vencerás.
Por lo que se trata de las monarquías del Golfo, la situación es diferente. Hay algunos movimientos populares donde es posible. En Omán hay un movimiento social; se aprecia también el desarrollo de un movimiento político en Kuwait. Hay algunos movimientos de protesta y disturbios, duramente reprimidos, en el reino saudí. Y por supuesto en Bahrein que es la única monarquía del Golfo que que se ha enfrentado a una sublevación de gran amplitud.
La excepción son los microestados eminentemente artificiales -Qatar y Los Emiratos Árabes Unidos-, donde el 80% o el 90% de la población es de origen extranjero, es decir que no gozan de ningún tipo de derechos y en cualquier momento pueden ser deportados. Estos son los estados a los que los movimientos sociales no les preocupa mucho y que se benefician de la protección directa de las potencias occidentales -Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia (que tiene lazos importantes con los Emiratos Árabes Unidos en particular y destacando en el plano militar). En otros lugares ha habido movimientos, incluso en Kuwait que tiene una población nativa un poco más consistente aunque limitada.
Sobre todo destaca la sublevación de Bahrein que las monarquías locales y los saudíes han tratado de presentar como un movimiento estrictamente de confesión chií -los chiíes constituyen la gran mayoría de la población de la isla- contra la monarquía suní. La dimensión confesional existe, eso es cierto, y es fuerte en la región, los chiíes son perseguidos tanto en Baherein como en los reinos saudíes (donde son una minoría). Los regímenes utilizan el confesionalismo de la manera más vil para evitar la unión de un movimiento de masas, y han difundido, entre las bases sociales, la hostilidad contra los chiítas. Así mismo, estos utilizan también sus medios financieros para comprar a todos los que pueden comprar. En Bahrein se ha visto un movimiento democrático considerable, se ha visto una relación de fuerza. Sin la intervención exterior, este movimiento hubiera podido -y podría entonces- haber hecho retroceder a la monarquía. La intervención exterior ha tomado la forma de tropas de los países del Golfo, sobre todo saudíes, enviadas a la isla para suplementar a las fuerzas locales para que se dediquen a la represión del movimiento. Pero el movimiento continúa en Bahrein y no tiene visas de acabar.
Finalmente, tenemos el Yemen que no forma parte de las monarquías del Golfo, pero pertenece a la misma región. Es junto con Sudán y Mauritania el país árabe más pobre; dos tercios de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. El Yemen ha conocido una movilización absolutamente extraordinaria desde hace meses. Allí es el factor tribal el que es explotado a fondo por el régimen, así como el factor regional, con lo que los acontecimientos han tomado un cariz que se podría denominar como “guerra civil fría” en la que dos facciones de la población se oponen entre sí con movilizaciones basadas en esa oposición. Este es el único de los países concernientes en el que el poder ha logrado la organización unas movilizaciones considerables y auténticas, contrariamente a lo que Gadafi organizó en Trípoli o la que Assad ha organizado en Siria, que son en parte ficticias. En Yemen la situación afecta directamente al reino saudí y esto explica el porqué los saudíes están directamente implicados. Apoyan a Saleh, y están detrás de su dimisión, y esto es una farsa que no engaña a nadie y menos aún a la oposición radical que continúa en el combate.
El régimen argelino no ha sido, por ahora, desestabilizado por las movilizaciones populares ¿cómo se explica esto?
G.A: Se puede decir lo mismo de Irak, o de Sudan. Estos son países que han conocido fases prolongadas de guerra civil. En estas condiciones es comprensible y natural que la gente no esté por la labor de desestabilizar las cosas. Existe el miedo a lo desconocido, miedo a que resurgan fuerzas integristas y más extremistas, un miedo a la renovación, incluyendo la manipulación de poder la guerra sucia que Argelia ha vivido y cuya población ha pagado el precio. Este telón de fondo es muy importante. No hay que olvidar que Argelia es un país que ya ha conocido en 1988 un levantamiento popular que no tuvo, ciertamente, la misma amplitud ni las mismas formas de organización que como se han visto en estos años, pero que, no obstante, ha conducido a una liberalización política. El ascenso electoral del Frente Islámico de la Salud (FIS), culminó con el conocido golpe de estado y la guerra civil. Es natural y normal que la gente no desee que eso se vuelva a repetir. Esto es un factor de bloqueo en Argelia, en ausencia de fuerzas capaces de organizar una unión social horizontal sobre las bases de clase que podría ser la base de una nueva sublevación. Ha habido algunas tentativas de movilizaciones en Argelia, pero no han tenido gran eco. Las tentativas parecen desvanecerse al instante. Esto podría cambiar si el movimiento regional que ha comenzado en diciembre de 2010, sigue tomando amplitud. Hay también que tener en cuenta el hecho de que Argelia ve a Libia y a Túnez como en su proceso de democratización han optado por fuerzas islámicas parecidas al FIS represor en Argelia. Por esto puede que tenga unas consecuencias directas sobre la situación argelina la cual inquiete a los militares en el poder.
¿Piensas que los revolucionarios pueden ganar en Siria? Y ¿quienes son esos revolucionarios?
G.A: La sublevación de masas en Siria, es en principio una sublevación de la base popular, donde los jóvenes son la punta del iceberg. Es una protesta de cansancio contra una familia que lleva 41 años en el poder. Hafez al-Assad, subió al poder en el año 1970 y se mantuvo en él hasta que murió en el años 2000, después de treinta años en el poder; ahora es su hijo el que lleva once años; cuando asumió el cargo apenas contaba con 35 años. Hay un cansancio de ver cómo se han instalado a sus anchas, que ha sido el telón de fondo que ha originado las sublevaciones, por encima de los problemas sociales. Siria es un país que ha presenciado durante los dos últimos decenios una serie de reformas económicas liberales que se han acelerado en los últimos años, y que se traducen por un encarecimiento de la vida galopante, una situación social muy difícil, una pobreza considerable (30% de los habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza). Hay que añadir a todo esto el carácter minoritario confesional del poder, la camarilla reinante pertenece, mayoritariamente, a la minoría alauita. Todo esto explica el porqué los hechos observados en el ejemplo tunecino, después con Egipto y al final de Libia, con la intervención internacional en este último país, ha envalentonado a los sirios y les ha animado a entrar en acción, esperando que el régimen se disuadiera de repremirlos violentamente -se ha asistido a la explosión de ese movimiento que ninguna fuerza política podía pretender controlar y aun menos después de iniciada. Han sido algunos jóvenes en particular -tal como se han visto extenderse desde Marruecos hasta Siria, que han utilizado las nuevas tecnologías de la información (como Facebook, del que se ha hablado mucho) y que han iniciado y organizado unas sublevaciones bajo la forma de “comités de organización local”, ahora federados, y que siguen propulsando el movimiento, sin pertenecer a ningún grupo político.
Pero hay también unas fuerzas políticas que se organizan con el fin de representar al movimiento, se ha visto emerger a dos fuerzas, dos grupos en concreto: uno formado por la parte esencial de los grupos de izquierdas, aunque, ciertamente no estaba en la oposición radical al régimen y mostraba unas aptitudes ambiguas sobre sus actuaciones, después de haber llamado al diálogo, creían poder convertirse en mediadores entre los sublevados populares y el régimen y convencer a éste último para que hiciera algunas reformas. Vieron enseguida que esto no funcionaba, después de que la mayor parte de ellos se había burlado de la caída del régimen.
El otro reagrupa a los partidos más radicales en su oposición al régimen. Una diversidad de fuerzas que van desde los Hermanos Musulmanes (que también juegan un papel central) hasta el Partido Democrático del Pueblo (descendiente de una escisión del Partido Comunista sirio) que ha virado ideológicamente a la italiana; en cualquier caso, existe una oposición de izquierdas al régimen y un partido kurdo. Estas fuerzas han formado el consejo nacional sirio que ha sido aceptado por una buena parte de las bases del movimiento popular como sus representantes, sin que sean expuestos a al control por los militares. Es pues una situación particular que se traduce por el hecho de que ellos han elegido confiar la presidencia de CNS a Burhan Galioun, un independentista de izquierdas. Últimamente se está viendo participar cada vez más en un juego diplomático dirigido por los Hermanos Musulmanes y en acuerdo con Turquía y los Estados Unidos. Esto es una dinámica peligrosa.
Finalmente están los disidentes de la armada. Después de varios meses de represión, lo que tenía que suceder ha sucedido. Y más aún en la ausencia de una organización capaz de organizar el trasvase de soldados del lado de la revuelta popular, el cansancio de los soldados se ha traducido por algunos defectos completamente desorganizados a su marcha. Desde el mes de agosto, han puesto en pie una armada siria libre sobre el fondo de principio de guerra civil con dos frentes entre los disidentes del ejército y la guardia petroriana del régimen.
Hay, pues, en Siria un abanico de fuerzas. El hecho es que el país no ha conocido la vida política desde decenios -aunque el régimen aquí, ha sido menos totalitario que lo fue el de Libia- es imposible saber cual es el peso relativo de unos y de otros; habrá que esperar la llegada del régimen, si es que tiene lugar, y las elecciones libres para ver la fuerza relativa de las corrientes políticas organizadas.
Volviendo a Libia, ¿la caída de Gadafi significa el fin de la guerra civil o más bien es un riesgo ver enfrentamientos armados. Si estos enfrentamientos existen ¿quiénes son los protagonistas?
G.A: Primeramente, hay que señalar que en Libia, más de cuarenta años de régimen totalitario, se había suprimido toda forma de vida política. Libia era como un terreno políticamente virgen y nadie sabe qué paisaje político se puede construir y si se podrían celebrar elecciones en el país, si las hubiera.
Si por guerra civil tú entiendes la guerra que ha culminado con el arresto y la liquidación de Gadafi y después con el arresto de su hijo, eso ha terminado en esencia, por el momento. Lo que hay actualmente es sobre todo una situación caótica, un poco como en el Lïbano en los primeros años de la guerra civil después de 1975, o, por tomar un caso extremo, como en Somalia. Hay un gobierno, pero no hay Estado. Si se define el Estado en primer lugar y ante todo por su columna vertebral armada, no hay armada en Libia (ni siquiera tentativas de reconstruir una) hay una pláyade de milicias estructuradas sobre bases diversas, regionales, tribales, político-ideológicas…etc. El factor regional en el sentido más estricto –Misrata o Zitan por ejemplo– es determinante. Cada región tiene sus propias milicias armadas.
Esto refleja también el carácter popular de la guerra que derrocó al régimen. Lo que hemos visto en Libia es sin duda una insurrección popular, una guerra popular clásica: civiles de todas las profesiones se han metamorfoseado en combatientes y se han lanzado a la batalla contra el régimen.
Los que han creído que la intervención de la OTAN significaba el fin del carácter popular de la rebelión y transformaba a los rebeldes en fanchotes de la OTAN han cometido un grave error. Además la mayor parte de los que han dicho esto buscaban justificar su apoyo al régimen de Gadafi contra la revolución libia. Se ha visto aparecer en la izquierda internacional unas aptitudes de una suerte y de una confusión indescriptibles. Creer que la OTAN controlaría la situación en Libia tras la caída de Gadafi, era hacerse falsas ilusiones. Si Los Estados Unidos no han tenido éxito con el control de Irak con un despliegue masivo de tropas en el país, cómo pensaban que podrían controlar Libia sin disponer de un ejército de tierra.
El potencial de la protesta popular liberada por la sublevación contra Gadafi está siempre presente en Libia. Esto lo atestiguan, por ejemplo, las manifestaciones que han tenido lugar el 12 de diciembre en Benghasi contra el Consejo Nacional de transición y en contra del hecho de buscar cooperantes aliados al antiguo régimen. La OTAN no cesa de aconsejar al Consejo Nacional de transición de intregar a los miembros de Gadafi explicando que estas son las lecciones aprendidas del fiasco de Irak. Pero esto es rechazado por la población y hay movimientos populares que se oponen. Y también lo testifica la organización de mujeres -por primera vez en Libia un movimiento autónomo de mujeres se constituye y se moviliza tanto por la cuestión de los velos como de la representación política–. Hay también protestas de civiles que quieren deshacerse de las milicias. Libia es un país que ha explotado en todos los sentidos donde el potencial de despertar gracias a la sublevación se exprime fuertemente.
Por supuesto las perspectivas son un hándicap por la ausencia de una izquierda, visto lo que ha sido el régimen y visto lo que ha hecho la oposición política pero hay pequeños progresos, no obstante, por ejemplo la constitución de una federación de sindicatos independientes que ha establecido alianzas con sus homónimos egipcios. Habrá que ver en qué parará esto.
Por el momento, en todo caso, el hecho mismo del giro tomado por la sublevación con la caída armada del régimen, y a pesar de la intervención imperialista en el conflicto, Libia es de todos los países de la región donde los cambios han sido más radicales hasta ahora. El régimen de Gadafii ha sido radicalmente destruido, incluso aunque quedasen supervivientes que incitasen a la movilización popular, pero las estructuras fundamentales del régimen han caído –lo que es muy diferente de Túnez, Egipto y sin hablar del Yemen– En Egipto, aún más que en Túnez las estructuras fundamentales del régimen están aún en su sitio al igual que la junta militar que sigue en el poder en el Cairo.
Túnez es uno de los países árabes en el que la organización del movimiento obrero – el sindicalismo – consta de más tradición y estructuras. Pero el movimiento obrero ha sido marginado en el proceso electoral de las constituyentes ¿piensas que asistimos al principio de una estabilización o solamente a un intermedio electoral?
G.A: Túnez es un país en el que hay una burguesía real tolerada y preferida del régimen de Ben Ali. Esta burguesía ha tenido recursos para sobrevivir durante el régimen de Bourguiba – el régimen que precedió al de Ben Ali – representada por Beji Caid Essebsi que ha sido primer ministro, justo hasta las elecciones. Hoy en día la burguesía tunecina intenta lograr la nueva mayoría – el partido de Ennahda, el Congreso por la República, del nuevo presidente Moncef Marzouki … Estas fuerzas son asimiladas por la burguesía porque no tienen programa social o económico anticapitalista. Más bien, al contrario, se trata de que sean liberales democráticos, más o menos progresistas, como Marzouki, ya sea de un movimiento islámico de origen integrista -Ennahda- al cual pertenece el nuevo primer ministro, Hamadi Jabali,l que pretende dar la impresión de pertenecer a un partido islamista moderado parecido al partido AKP que está en el poder en Turquía. Y del mismo modo que el capital turco se ha acomodado perfectamente al partido AKP dirigido por Recep Tayip Erdogán, que se ha convertido hoy en día en su mejor representante, la burguesía tunecina tiene sus miras en Ennahda.
Al mismo tiempo el movimiento continúa desde la base. Apenas terminaron las elecciones se ha visto como ha tenido lugar una sublevación entre las bases mineras de Gafsa- cuyas luchas en 2008 habían anunciado la revolución que ha eclosionado en el año 2010. La protesta esta vez, como en el 2008, se ha basado en la cuestión social, la reivindicación del derecho al trabajo y la demanda de empleo. Esto va a continuar porque el movimiento en Túnez se puso en marcha por la cuestión social, y la coalición que hoy está en el poder, no ha respondido a esta cuestión.
Hay pues, en Túnez, un terreno favorable para la construcción de una fuerza política fundada sobre el movimiento obrero, esta por ver que las fuerzas de la izquierda tomen la iniciativa en esta dirección.
¿Cómo evalúa las movilizaciones en el Yemen tras la dimisión del presidente Ali Abdalahh Saleh?
G.A.: Los movimientos continúan en el Yemen, igualmente. Una parte importante de la oposición, comprende perfectamente que la dimisión de Saleh no es más que una tentativa de cambiar la fachada, sin modificar el fondo.
Las reivindicaciones separatistas cada vez cobran más fuerza en el sur del Yemen, a pesar de ser un compromiso poco convincente. No hay que olvidar que el Yemen no fue unificada hasta el año 1994 después de una larga división en dos Estados. El estado del sur solo ha conocido el régimen comunista con una experiencia social poco conocida pero remarcable. Después de una degeneración burocrática favorecida por la dependencia a la guardia de la Unión Sovíetica,, el régimen ha terminado por derrumbarse antes del fin de la potencia tutelar. Pero se ha visto de nuevo ascender una reivindicación separatista en el sur que se ve socialmente más avanzada que en el norte, donde las estructuras precapitalistas, tribales y otras están más presentes.
Hay también en el Yemen un factor de guerra confesional con una minoría del país que ha sido objeto de ataques por parte del régimen, como existe al-Qaida –el Yemen es hoy, sin duda, el país árabe donde las redes de al-Qaida son más fuertes en el plano militar. El Yemen es pues una bomba de relojería considerable.
¿Qué piensas de la dificultad que hay en Europa de dirigir las campañas de solidaridad con los revolucionarios de la zona árabe?
G.A.:Contrariamente a lo que deja caer tu pregunta, yo creo que ha habido una gran simpatía, incluso en los Estados Unidos, con la sublevación en Túnez y más aún con la sublevación en Egipto.
Lo malo es que no se han traducido en movilizaciones. Esto es –me parece a mí– porque las personas no han visto un motivo particular para movilizarse. No se trata de hacer una historia hipotética, pero creo que si hubiera habido una tentativa de intervención represiva por parte de los gobiernos occidentales contra la revolución en Túnez o en Egipto, habríamos visto surgir un gran movimiento de solidaridad. En el caso de Libia, ha sucedido la cuestión inversa. ¿por qué no ha habido movilizaciones contra esta intervención occidental? En el caso de Siria, la gente entiende cosas contradictorias y ven que la actitud de sus gobernantes es prudente lo que no incita a movilizarse.
Yo veo las cosas de otra manera. El eco de las sublevaciones árabes es muy fuerte en la población mundial, esto se ha visto en las movilizaciones de fevrero de 2011 en Wisconsin en los Estados Unidos refiriéndose a Egipto, como se ha visto en la gran manifestación sindical en Londres en marzo, en la que muchas de las pancartas se referían a Egipto, y también en los movimientos de los indignados en España o Grecia, y más recientemente en el movimiento Occupy de los Estados Unidos y otros. Por todas partes se encuentran referencias de lo que pasa en el mundo árabe y en particular de la sublevación egipcia sobre todas las demás. La gente dice “vamos a hacer lo que ellos” “¡han tenido el coraje de hacerlo, nosotros también!”. Bien entendido, no hay que exagerar. Al decir esto soy perfectamente consciente de los límites de todo esto, incluso donde los movimientos han tomado una amplitud considerable como en España. En ningún país europeo hay hoy en día una situación similar a la del mundo árabe, es decir una combinación de crisis social acuciante y de gobiernos despóticos que no tienen legitimidad. En Europa con los regímenes democráticos burgueses, las cosas no tienen esta agudeza hay siempre la posibilidad recurrente de las urnas que contribuye a contener la explosión.
No se trata tanto de organizar la solidaridad, desde mi punto de vista, porque por el momento no hay una intervención occidental contra los sublevados en la región –si la hubiera habido entonces habría que haberse movilizado contra ella, bien entendido, pero por el momento lo que es más importante es aprender del ejemplo que nos dice que un movimiento de masas puede provocar cambios radicales en la situación de un país. Esta es la bola de nieve de nuestros días y es lo que me parece lo más provechoso.
No crees que en la izquierda histórica, tradicional que es cuanto menos, bastante decadente ahora, hay una parte de represión que frena las movilizaciones? Has citado los movimientos de los indignados, pero es también un movimiento que dice “ningún partido, nigún sindicato nos representa” y que no se siente ligado con la izquierda tradicional o al menos de la misma manera que en el pasado.
G.A.: Yo más bien creo que, fundamentalmente, se ha hecho frente después de muchos años a una mutación histórica de las formas políticas de la izquierda, de las formas del movimiento obrero,de las formas de la lucha de clases, y me parece que esta mutación está de manera desigual contenida en lo que queda de la izquierda. Hay demasiada gente que continúa anclada en los esquemas del pensamiento heredados del siglo XX. O en la experiencia de la izquierda del siglo XX, que ha resultado trágicamente fallida, y hoy en día completamente desfasada. Hay que renovar los conceptos de lucha de clase para que sean mucho más horizontales mucho menos verticales y centralistas que el modelo que se ha impuesto en el sentido de la izquierda después de la victoria de los bolcheviques en el año 1917. Hoy en día la revolución tecnológica permite unas formas de organización mucho más democráticas, mucho más horizontales en lo social. Esto es lo que hacen los jóvenes, esto es lo que se ha visto en la obra de las movilizaciones en curso en el mundo árabe. Sin hacerse demasiadas ilusiones: pensar que Facebook es el equivalente al partido leninista del siglo XX es hacerse muchas ilusiones, pero entre los dos hay un sitio para una combinación nueva de organización política mucho más democrática, que funciona utilizando estas tecnologías, capaz de unirse a las redes sociales y a los ciudadanos, capaz de atraer a las nuevas generaciones. Las nuevas generaciones han nacido con estas tecnologías, se ha visto como las utilizan, como se insertan en ellas. Esto dibuja un futuro que pasa por un rearme político, ideológico, organizativo de la izquierda a escalada mundial. Este es el desafío que se ha planteado como ha demostrado, igualmente lo sucedido en el mundo árabe. Este desafío había sido ya ilustrado durante las revueltas zapatistas que fue una tentativa fuerte de reinventar las formas de expresión de la izquierda radical. Después con el movimiento altermundista y la reflexión de los componentes de este movimiento y hoy entre los sublevados del mundo árabe, los indignados, los Occupy…etc se ve una explosión de movilizaciónes, en particular entre los jóvenes, pero no solo, que utilizan estos métodos de acción. Es necesario que la izquierda radical aproveche sus recursos, es necesario avenirse a una combinación de equipaje programático y teórico marxista en particular, de la izquierda radical y de estas formas modernas, de esta renovación radical de formas de organización y de expresión para construir la izquierda revolucionaria del siglo XXI.
Gilbert Achcar, originario del Líbano es actualmente profesor en la Facultad de Estudios Orientalistas y Africanos (School of Oriental and African Studies, SOAS) de la Universidad de Londres. Entre sus obras: El sock de las barbaries, traducida a trece lenguas, La polvera del medio- oriente, escrita en colaboración con Noam Chomsky, y más recientemente Los árabes y la Shoah: la guerra árabo-israelí a través de relatos.