Mitos y verdades del encuentro de Cristina Fernández con «Gordos»
Emilio Marín (LA ARENA)
El lunes pasado se reunió la presidenta con 56 sindicalistas conocidos como «Gordos». La anfitriona y sus invitados opinaron sobre el significado del encuentro, pero hay mitos y verdades.
El encuentro de la presidenta con esos gremialistas (algunos, empresarios, como Armando Cavalieri) duró dos horas y media. La mandataria estuvo acompañada por cuatro ministros: Hernán Lorenzino (Economía), Julio de Vido (Planificación Federal), Carlos Tomada (Trabajo) y Débora Giorgi (Industria).
La duración y la cantidad y calidad de las autoridades nacionales no es un mito. De verdad fue un acontecimiento político. Los visitantes llegaron en tropel, eran 56, pero el que se acomodó mejor para la foto fue Gerardo Martínez, de la Uocra y denunciado por los organismos de derechos humanos como «buchón» de la dictadura en el Batallón 601.
El primer mito presidencial fue al inicio de mensaje, cuando puntualizó que «nunca recibía a nada anti-nada».
Estaba departiendo con los burócratas antimoyanistas. Ese público era antimoyanista. Además, y no es criticable, un político tiene que recibir muchas veces a sectores que son «anti». Por ejemplo, en octubre de 2011 Cristina se reunió con la Mesa de Enlace en la sede de Coninagro, y era claramente «anti-Cristina». Ya los había recibido en 2008, cuando Eduardo Buzzi le dijo, jocoso, que su apellido era con doble «z» y la presidenta le respondió que si tenía doble «s» no lo habría recibido. Esto por el genocida de actuación en Tucumán.
El segundo mito de Cristina fue afirmar que «acá son todos representantes de trabajadores». Puede haber excepciones, pero la tendencia general es que esa cúpula enriquecida y corrupta no representa a los trabajadores. Puede ser, y de hecho ocurre, que es votada en sus sindicatos, en comicios donde las listas opositoras chocan con barreras casi infranqueables para poder presentarse. Hay mucho fraude y listas únicas, aprietes de los aparatos y una característica saliente: solamente el 12,4 por ciento de las empresas tienen delegados. El total de afiliados es del 24 por ciento de asalariados y sube al 37 por ciento si se cuentan los afiliados sobre el total de registrados.
La pregunta que queda picando es: ¿y de quién es la responsabilidad? En gran medida de las grandes empresas, que como ocurre a nivel mundial con Wal Mart, son especialistas en negar los derechos sindicales. Luego, en orden decreciente, los propios burócratas, que prefieren pactar con esas compañías, que les aseguran una cuota de afiliados automáticos, con tal que no se metan en sus fábricas, no hagan asambleas ni paros. Y finalmente, una parte de la culpa la tiene el gobierno, que en todos estos años se llevó muy bien con el modelo sindical tradicional, en ese tiempo expresado en Hugo Moyano, y ahora cambió de caballo a mitad del río.
En estos largos años la CTA pidió sin éxito que le dieran la personería gremial. Y no la obtuvo ni parece que la vaya a obtener. ¿De dónde saca CFK que sus invitados eran «todos representantes de trabajadores»?
Mito de la unidad
En su discurso del lunes, la presidenta elogió a sus oyentes diciendo que sabía de los «ingentes esfuerzos que habían hecho por la unidad de la CGT». Y que ella quiere una sola CGT.
La realidad mostraría que esos sindicalistas no fueron en absoluto pioneros de la unidad ni defensores de ésta en Azopardo 802.
Cuando Moyano los acusa de que hace tres años y medio que no concurren a las reuniones del Consejo Directivo, está diciendo algo cierto, por más que a muchos no les agrade la figura del Camionero. Tampoco concurrieron los «Gordos» a la cita del CD cegetista del 24 de abril pasado, cuando se decidió convocar al Comité Central Confederal, que a su vez llamó al Congreso del 12 de julio. ¿Ese boicot, nula participación y divisionismo puede ser maquillado como «ingentes esfuerzos por la unidad»?
Y esto no significa atribuir a maniobras del gobierno todas las divisiones gremiales, porque habrá tres CGT y dos CTA. El conjunto de esa dispersión no es culpa de Cristina, pero la partición entre la CGT Azopardo y lo que Moyano llamó con acierto CGT Balcarce, esa sí es fruto de la acción gubernamental.
Especial análisis debe prestarse a esta afirmación presidencial: «las conquistas de los trabajadores no se dieron porque un líder haya sido más combativo». Esto es mitad mito y mitad verdad.
En parte es falso porque la presidenta quiere igualar a los dirigentes luchadores, los más o menos luchadores y los traidores. Todo daría igual, como en el tango, total esa dirección sindical tendría cero influencia en el resultado de las demandas obreras. En la multinacional Kraft, cuando las riendas las tenía el burócrata Rodolfo Daer, la patronal actuaba a voluntad. Cuando los delegados y comisión interna fueron antiburocráticos, ya no pudo seguir con el látigo. Camioneros logró muchas conquistas de convenio, pero mejor no extenderse en este ejemplo porque los antimoyanistas se van a poner muy molestos.
Y por otro lado es media verdad porque con un gobierno como el de Néstor Kirchner y luego con Cristina, los gremios tuvieron un interlocutor y un marco político más favorable para sus paritarias, que crecieron en forma exponencial.
El gobierno luce muy enojado con Moyano, quien le pidió una entrevista por nota en diciembre de 2011 y aún no tuvo respuesta. Será que el líder de la CGT se ha descolgado con algún pedido extemporáneo o injusto. No parece. Los diarios del 22 de enero de 2008, al comentar la reunión que ese día tenía la CGT con la presidenta, informaron: «entre las cuestiones que Moyano quiere plantear a Cristina Kirchner (si la característica protocolar del encuentro lo permite) figuran una nueva rebaja del impuesto a las ganancias, incrementos en las asignaciones familiares, un nuevo aumento en las jubilaciones (la queja gremial es que el 70 por ciento de la clase pasiva no gana más de 1.000 pesos) y una nueva convocatoria al Consejo del Salario Mínimo, que hoy no llega a 1.000 pesos». O sea, nada nuevo bajo el sol.
Lo peor de lo peor
Los diarios nacionales que habitualmente tienen una óptica progresista (caso Página/12), en este tema se han acoplado en una forma alevosa a la versión oficialista de que fue una excelente reunión de la presidente con casi todos los gremialistas. Lo suyo no fue una crónica sino una posición política ultra-cristinista.
Allí se presenta a Moyano como un energúmeno gremialista de la oposición, verdadero enemigo del gobierno. El camionero tiene en su política y en su historia muchos tramos oscuros, como su pertenencia a la JSP en Mar del Plata, sus posibles negocios empresarios con Covelia, el aprovechamiento de todos los recursos que Néstor y Cristina le proporcionaron del Estado, etc. Es obvio que no se conocen muchas asambleas de camioneros ni de alguna disidencia más o menos democráticamente saldada.
Además queda pendiente la cuestión de adónde pondrá sus fichas políticas, si con Daniel Scioli o con una agrupación propia. Es alentadora la declaración de Omar Plaini, secretario de prensa de CGT, de que en pocos meses elaborará un programa que contenga postura sobre una reforma impositiva y una propuesta sobre salud. ¿Se viene un programa de 21 puntos como el que elaboró en su momento Saúl Ubaldini?
Las críticas a Moyano dependen -en cuanto a su validez- de quién viene. Si las hace una corriente antiburocrática de la Unión Ferroviaria, por caso, tendría que ser muy atendida. Pero si esa objeción la hace Cavalieri u Oscar Lescano, que son quienes más han hablado en estos meses, hay que descartarlas de plano.
Es que esos «Gordos», apadrinados por el gobierno nacional, son la peor expresión del sindicalismo, el más traidor, el más burócratico, el más empresarial, el más lesivo al patrimonio de sus gremios y del país.
Lescano y Carlos Alderete, de Luz y Fuerza, convirtieron a su sindicato en una empresa, en tiempos del menemismo, y fueron parte de los negocios de la privatización eléctrica. Miles de lucifuercistas quedaron en la calle, pero esos burócratas y Sergio Taselli se adueñaron, entre otras empresas, de Yacimientos Carboníferos de Río Turbio.
Carlos West Ocampo, de Sanidad, integró el directorio de la AFJP Claridad, junto a bancos. Su socio en ese negocio fue Gerardo Martínez y entre ambos tenían el 25 por ciento de las acciones. Ya se dijo que Martínez fue «buchón» de la dictadura, un aspecto al que el gobierno debería prestar atención, por la importancia que da a los derechos Humanos.
El cambio de política ha dejado muy descolocado a Hugo Yasky, de CTA. Es que entre los bendecidos por Cristina están los dos sindicalistas «fachos», que calificaron a la CTA como «zurda loca» y «parte de la Cuarta Internacional». Así opinaron Juan Belén (UOM) y Omar Viviani (Taxis), muy sonrientes el lunes en la Casa Rosada.
El mito final fue que éstos plantearon «la agenda de la CGT». La verdad es que ni al entrar ni al salir hablaron de asignaciones familiares, impuesto a las ganancias ni de la inflación.
Argenpress 20/07/12