Un suceso que marcó la historia
Néstor Núñez (AIN, especial para ARGENPRESS.info)
Hay sucesos que marcan la historia y, ciertamente, en el contexto latinoamericano el 26 de julio de 1953 dejó huella trascendente a partir de constituirse en la respuesta adecuada a la situación nacional y regional donde los espacios para las reivindicaciones populares no podían ser más estrechos y asfixiantes.
Estamos hablando de decenios donde las políticas de Washington hacia sus vecinos del sur eran la resultante de la alianza más estrecha con camarillas de oligarcas, mandos militares y figuras opresivas locales, que sembraron toda una cadena de tiranías en nuestras tierras.
Fulgencio Batista, en Cuba, y Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana, pueden citarse como ejemplos de ese rosario de bárbaros que, con la total anuencia de la Casa Blanca, custodiaban a sangre y fuego las prerrogativas norteamericanas en sus respectivos predios.
Si la mano dura nativa fallaba, de inmediato desde el norte se desataba el vendaval de las invasiones castrenses en nuestras latitudes para “salvaguardar los intereses, propiedades, y las vidas de los ciudadanos estadounidenses” radicados al sur del Río Bravo.
En la mayor de las Antillas el agotamiento de otra alternativa para rescatar al país de las manos asesinas y sus amos extranjeros, promovió entre las nuevas generaciones de patriotas la lucha armada como el camino para revertir el caos nacional.
Era la interpretación consecuente de la realidad vigente, a la cual se sumaba la tradición de combate heredada de quienes marcharon a los montes un siglo antes para batallar contra el colonialismo hispano.
Si bien los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago en Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, no tuvieron el éxito planeado, tampoco fueron meras escaramuzas a las puertas de sendas fortalezas militares.
Así, al pie de aquellas atalayas, mitos como la imposibilidad de atacar y derrotar a los ejércitos profesionales creados al amparo de dictaduras impuestas desde el exterior, sufrieron importantes limaduras, junto a la pretendida concepción de que nunca podría haber cambios políticos, económicos y sociales en este hemisferio contra la voluntad de la Casa Blanca.
Por demás, vale insistir en que 59 años después de las acciones del 26 de julio de 1953, la tarea por resistir y avanzar no ha concluido aún para la mayor de las Antillas ni para el resto de América Latina.
Frente a la agresividad e injerencia estadounidense, la cual no ha cesado en todos estos largos años, los gobiernos progresistas del área, hoy multiplicados, asumen con voluntad política la indispensable y gigantesca tarea de hacer avanzar sus naciones, expoliadas durante décadas por regímenes proimperialistas.
Rebelion 24/07/12