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La masacre de Trelew, 40 años después

La masacre de Trelew, 40 años después

 


Pablo Bohoslavsky (RIO NEGRO ON LINE)

María Cristina Berger, aún aterrorizada por los minutos previos de metralla que atronaron en ese pasillo que devolvía fogonazos, tiros y gritos de dolor y bronca, sintiendo que se le iba la vida por los balazos en el estómago y la cara (el último con la pretensión de tiro de gracia), recogió con su mano la sangre que se le iba del cuerpo y en un esfuerzo supremo escribió en una pared: mamá, papá.

Mientras, se consagraba la mayor barbarie de las acciones de la dictadura de Lanusse, que comenzó su acción represiva en junio de 1966 con el derrocamiento de Arturo Illia. Así, el convulsionado período comenzado con la autodenominada Revolución Libertadora, en 1955, se completaría en mayo de 1973, dieciocho años de vida institucional con sólo cinco de gobiernos constitucionales.

Las elecciones que le dieron el triunfo a Frondizi e Illia se llevaron a cabo con el peronismo proscripto, lo que provocó debilidad congénita de sus gobiernos, al mismo tiempo que impidió a más de una generación el libre ejercicio de la actividad política, pieza clave de una auténtica democracia. La incorporación de miles de jóvenes a los movimientos revolucionarios fue una de las consecuencias, como también la alternancia entre gobiernos jaqueados por las fuerzas armadas, conformadas como partido de poder y la sumisión (o derrota) frente a los organismos internacionales que dictaban, y aun lo pretenden hoy, las políticas fiscales, monetarias y sociales.

La decisión de matar a los guerrilleros que no habían podido fugarse de la cárcel de Rawson, por parte de la junta de comandantes de la época, nunca declarada, pero asumida en los hechos con la falsía de la información al público, el encubrimiento de los autores por más de 30 años, la persecución a familiares de evadidos o asesinados, la detención y muerte de abogados defensores de los presos políticos, fueron las herramientas utilizadas para asegurarse que la cobardía y asesinato a sangre fría quedarían a resguardo, sin juicio y sin memoria.

Los asesinatos políticos contemporáneos en masa tenían un antecedente cercano a 1972: los fusilamientos de José León Suárez. En sus arrabales se intentó matar en la noche del 11 de junio de 1956 a 13 partidarios del retorno de Perón, organizados bajo el mando de general Valle junto con centenares de peronistas de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Detenidos mientras esperaban la señal del lanzamiento que devolvería a Perón al gobierno, fueron llevados adonde los funcionarios policiales intervinientes esperaban encontrar una tumba silenciosa: las montañas de basura.

Sin embargo, por la voluntad de sobrevivir, lo cerrado de la noche o la bruma que se alzaba en la jornada casi invernal de entre los desechos, ocho de aquellos condenados a muerte lograron escapar. Uno de ellos, Carlos Livraga, tomó contacto con Rodolfo Walsh. Así nació «Operación Masacre».

Pero, a diferencia de estos fusilamientos, los realizados en la Base Almirante Zar tuvieron una repercusión pública inmediata y las reacciones populares no se hicieron esperar.

Tomás Eloy Martínez, autor de «La Pasión según Trelew», era periodista de la revista Panorama y fue inmediatamente despedido tras la investigación que realizó respecto de los hechos informados desde las agencias oficiales y reproducidos acrítica y complacientemente por la mayoría de los medios de comunicación como «intento de fuga y arrebatamiento de armas de fuego a los oficiales y suboficiales de la Base Almirante Zar».

Su investigación no sólo cristalizó en aquella obra, comparable a la de Walsh, sino que puso de relieve el valor de la población local, de manifiesto con motivo del asesinato colectivo. Así, recuerda en una entrevista en el diario «La Nación» (22/8/2009), «Es el alzamiento de toda la población de Trelew contra el poder militar que el 11 de octubre arrestó a dieciséis vecinos de la ciudad y los trasladó al penal de Villa Devoto sin explicación alguna. Los habitantes decidieron declararse en estado de comuna y rebeldía para exigir que les devolvieran sus presos. Las manifestaciones duraron tres días y no se acallaron hasta que regresó el último. La pueblada no dejó tantas consecuencias históricas como la insurrección que comenzó en Córdoba a fines de mayo de 1969 e incendió el país. Pero el entusiasmo de la comparación se explica si se toma en cuenta que en Trelew se alzó casi un tercio de la población: nueve mil de los veintiséis mil habitantes de entonces».

Córdoba, Tucumán y la ciudad de Buenos Aires fueron escenarios de movilizaciones cuando los días de sepelios de las víctimas. Los féretros, que viajaron soldados desde Trelew, al ser abiertos por los deudos vieron que los cadáveres tenían balazos en todo el cuerpo; algunos en la cabeza, como si hubieran sido ultimados a corta distancia. Huelgas de trabajadores, ocupaciones de facultades universitarias, solicitadas de ciudadanos comunes reclamando investigación independiente y justicia, fueron moneda corriente hasta fines del 72, mientras el gobierno de Lanusse intentaba sostener la exclusión de Perón como candidato a presidente.

Adicionalmente, el testimonio de los tres sobrevivientes de la masacre trajo luz sobre los hechos. Ellos fueron luego asesinados o desaparecidos durante la última dictadura militar. En meses de haberse llevado a cabo ya no cabían dudas: se había tratado de un asesinato decidido por las más altas autoridades militares y llevado a cabo por oficiales y suboficiales de la marina de guerra contra mujeres y hombres desarmados.

Sin embargo, para que llegara la justicia, la demora fue mayor: 40 años de espera. En mayo de este año comenzó el juicio y es altamente probable que antes de que termine el 2012 se haga conocer el veredicto. Los imputados permanecen en libertad, gozando de las ventajas que la democracia otorga.

Para quienes señalan ¿por qué volver la vista atrás, por qué detenerse en la historia y no perdonar? es bueno que nos detengamos en palabras de Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz y autor de una de las novelas que más han conmovido al género humano: «Si esto es un hombre», cuando, consultado por un periodista, con motivo de la reedición de su obra: «En su libro no hay expresiones de odio hacia los alemanes, ni rencor, ni deseo de venganza. ¿Los ha perdonado?», respondió: «Por naturaleza el odio no me viene fácilmente. Lo considero un sentimiento animal y torpe, y prefiero en cambio que mis acciones y mis pensamientos, dentro de lo posible, nazcan de la razón; por ello nunca cultivé en mí mismo el odio como deseo primitivo de revancha, de sufrimiento infligido a mi enemigo real o presunto, de venganza privada. Por esta misma razón, para escribir este libro he usado el lenguaje mesurado y sobrio del testigo, no el lamentoso lenguaje de la víctima ni el iracundo lenguaje del vengador: pensé que mi palabra resultaría tanto más creíble cuanto más objetiva y menos apasionada fuese; sólo así el testigo en un juicio cumple su función, que es la de preparar el terreno para el juez. Los jueces sois vosotros. No querría empero que el abstenerme de juzgar explícitamente se confundiese con un perdón indiscriminado. No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno».

Mientras, 40 años atrás, María Cristina Berger, con la sangre entre sus dedos volvió a escribir cinco letras mayúsculas, por dos veces LOMJE, LOMJE, reproduciendo la sigla que miles de paredones mostraban y seguirían haciendo en la Argentina durante muchos años: Libres o Muertos, Jamás Esclavos.

Pablo Bohoslavsky es ex preso político alojado en la cárcel del Rawson entre 1977 y 1981.

Argenpress 22/08/12