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Las mujeres, en Siria revolucionaria, por el derecho de tener derechos

Las mujeres, en Siria revolucionaria, por el derecho de tener derechos


Escrito por Sara (*)

Publicado en el boletín Al Thawra *.

Una rosa en el desierto. Ese fue el título que Joan Juliet Buck, de la revista Vogue America, escogió para un artículo sobre Asma Al Assad, la primera dama de Siria. Tan constreñida quedó la publicación, después de la lluvia de críticas que recibió, que el artículo ni siquiera consta en sus archivos. En un país de sombras, dice el material, Asma Al Assad dirige su casa democráticamente. El artículo no fue ningún fenómeno autónomo; la prensa occidental ha presentado, consistentemente, a las primeras damas árabes (la reina Rania, de Jordania y Sheikha Moza, de Quatar), como importantes figuras públicas y modelos de femeneidad en la región. Cualquier análisis superficial de los medios de comunicación del régimen, tanto los occidentales como los locales, revela la institucionalización sistemática de las primeras damas, convirtiéndolas en referencia ideológica, delimitando, así, las fronteras de actuación de las mujeres.

Al citar a Asma Al Assad, Buck alienta la importancia de que las jóvenes sirias se involucren en la «ciudadanía activa», resaltando el papel que su ONG ha ejercido en la construcción de esa cultura. Durante el actual régimen, la sociedad civil fue limitada a formas islamizadas de organizaciones de caridad, visitas a las áreas rurales y marginalizadas, donde Asma saca una foto sonriendo al lado de niños hambrientos. Tal discurso legitimó al brutal dictador y a su régimen, como un orden modernizador, occidental y progresista -elegante, inteligente y de fluido inglés.

Luego de la irrupción de la revolución siria, todo cambió. En el estado sureño de Daraa, en marzo del 2011, los habitantes locales salieron a las calles después que 14 niñas fueron apresadas y torturadas, luego que escribieron en las paredes de sus escuelas el slogan de los levantamientos populares en Túnez y en Egipto: «El pueblo exige la caída del régimen.” Ellas escribieron el grafito porque su profesor fue apresado por expresar el deseo de que la revolución comenzase en Siria.

Desde entonces, muchos se aprestaron a hacer declaraciones sobre el papel de las mujeres en la revolución. Las lecturas varían entre el rosado y el pálido, entre las que alegan que hay una revolución dentro de la revolución, de carácter feminista y emancipante, y otras reclamando que en las ciudades liberadas de Siria, los funcionarios de las administraciones autogestionarias son de carácter predominantemente masculino.

Tales declaraciones simplificadoras dependen de la constante división sobre qué sociedad árabe es establecida, la relación entre el espacio público y privado. Estas, necesariamente promueven una dicotomía en la división de género. Mientras, es enteramente irrealista negar el carácter espacial de la segregación de género, comprender su complejidad para que, de tal dicotomía, sea necesario hacer justicia a las mujeres revolucionarias en Siria.

Un proceso de masas

Mujeres de todas las esferas se unieron a la revolución: la actriz, la abogada, la médica, la ingeniera, la artista, la cineasta, la novelista, la psicoanalista, la intelectual, la madre y la hija.

Razan Zaitouneh, una abogada de derechos humanos, organizó lo que ahora son llamados Comités de Coordinación Local, listando las violaciones del régimen contra los ciudadanos y difundiendo informaciones confiables para el mundo. Ella, ahora, está escondida en Siria, después de haber sido acusada de ser una agente extranjera. En la búsqueda de la militante, fuerzas de seguridad detuvieron a su marido y cuñado, por semanas.

Algunas mujeres se convirtieron en íconos para los revolucionarios, como Muntaha Sultan al Atrash, una activista de derechos humanos y nieta del héroe sirio Sultan alBasha Atrash, comandante de la revuelta anticolonialista contra los franceses, entre 1925 y 1927. A ella se le da el crédito de haber sido una de las primeras personas que proclamó públicamente la caída del régimen.
Marwa Ghamyan, una joven mujer, ayudó a organizar una de las primeras protestas en la ciudad de Damasco, mucho antes de que la ciudad se uniese de forma masiva a la revolución. Tal simbolismo se da justamente porque Damasco no estaba, en aquella época, en el campo revolucionario. Ella fue detenida y apresada varias veces y, ahora, vive en el exilio.

Thwaiba Kanafani, ingeniera de formación, dejó a su familia en Canadá y se unió al ELS (Ejército Libre de Siria) para ayudar a la guerrilla en sus planes tácticos y estratégicos de acción.

Lubna al Merhi, de origen alauíta, agrupamiento religioso de Assad, militaba en la revolución desde el primer día, hasta que un mandato de detención fue emitido en su contra. Ella tuvo que refugiarse en Turquía, en una fuga organizada por el ELS. Después de aparecer en una entrevista en la televisión, su madre fue apresada como forma de presionarla a regresar a su país.

Hanadi Zahlouta, poetisa e ingeniera, fue arbitrariamente detenida y atacada, de forma física y verbal, por abogados del régimen, en un tribunal. Hanadi fue acusada de violar tres artículos del Código Penal sirio: establecer una organización que busca cambiar el carácter social y económico del Estado, debilitamiento del sentimiento nacional e incitación al sectarismo y a la división étnica y divulgar noticias falsas, que debilitan el alma de aquella nación. Ella fue condenada a 15 años de prisión, sin nada próximo a un juzgamiento justo.

La lucha por un espacio

¿Cómo es trabajar por los derechos de la mujer, enfrascarse en un activismo que tiene la política feminista y la auto-organización en su corazón, mientras se presume ser un crimen “establecer una organización que busca cambiar el carácter social y económico del Estado”?

Hablar de un espacio público, definido por la exclusión de las mujeres en Siria es engañoso. La exclusión primaria, por la cual el espacio público es caracterizado, es la exclusión del campo político. Las mujeres, en Siria revolucionaria, no son excluidas de la pluralidad que actúa. Se reúnen grupos, se transforman y hablan juntos sobre cómo reivindicar un espacio público, un espacio que no es dado, pero que es disputado cuando las multitudes se reúnen.

Mujeres, indignadas, se levantaran y están resistiendo, en una política saturada por relaciones de poder, en un proceso que incluye y legitima, así como apaga y excluye. Cuando los órganos políticos y organizacionales disponibles, que reivindican luchar por los derechos de las mujeres, son cooptados por el régimen, es esencial que ellas traten de relocalizar su rabia y miseria en el contexto de un movimiento social en curso. Mujeres en Siria están luchando por su derecho a tener derechos, un derecho que nace cuando se ejerce.

En manifestaciones que, muchas veces, se desdoblan a partir de cortejos, en que multitudes de personas que velan un cuerpo se convierten en blanco de destrucción militar, podemos ver como el espacio público existente es tomado por aquellos que no tienen el derecho de reunirse en tal espacio, colectivamente, y cuyas vidas están expuestas a la violencia y muerte, en el curso de sus acciones.

Tradicionalmente, los funerales son espacios exclusivamente masculinos. Después de la revolución, tales funerales, muchas veces, se transforman en manifestaciones anti-régimen, en donde las mujeres se hacen presentes. De tal forma, ejercitan un derecho activamente negado por la fuerza militar, y que en la resistencia a la fuerza, se articula una alianza que promulga un nuevo orden social.Es en este contexto que el papel de la mujer en Siria es particularmente revolucionario – ya que incluso las manifestaciones no aparecen en el vacío, sino que ocupan los espacios impregnados de las mismas relaciones de poder existentes – buscando cortar y romper las normas existentes que dictan el derecho al espacio público.

No es raro oír que muchas mujeres, en Siria, han roto con sus propios barrios y familias, después de la revolución. Yara Nseir, una joven de la parte cristiana de la ciudad vieja de Damasco, fue apresada mientras entregaba volantes contra el régimen, en su barrio. Sus vecinos la pegaran, la detuvieron en su casa y pidieron a las fuerzas de seguridad que la apresaran. Ella estuvo detenida por un mes y medio y, después de ser liberada, huyó a El Cairo, para juntarse a la oficina de prensa del Consejo Nacional Sirio. La importancia de ese ejemplo es que las mujeres revolucionarias están “desertando” por razones ideológicas y políticas, entrando en redes en que su afiliación principal es por un sentimiento de camaradería y no el confort de los parientes.

Mujeres que estaban fuera de la política y del poder, ahora están viviendo una forma específica de entrega político, en un proceso revolucionario de lucha por un espacio democrático, que les permite enfrentar al otro como un adversario político. Ellas forman parte de la pluralidad de acciones, luchando por el derecho a tener derechos, los derechos que preceden a cualquier institución política que pueda codificar o buscar garantizar a ese derecho.

Claramente, el paradigma del activismo, políticamente castrado, que Asma al Assad – con mucha ayuda de la industria francesa y estadounidense de relaciones públicas – trató de diseminar, fracasó en servir de modelo para las mujeres sirias. Sin embargo, sería, de cierta forma, romántico, afirmar que las mujeres sirias, ahora, están experimentando una revolución feminista dentro de la revolución. En un proceso revolucionario, ellas están cambiando cada paradigma en cuestión, luchando en varios frentes, contra el marido, el hermano y el dictador, reivindicando un espacio público propio, en conjunto con una revolución social que afirma la voluntad popular contra el régimen.

(*) Sara es activista siria, de Beirut
Fuente: Periódico Al Thawra n. 3, Octubre 2012
* Al Thawra es un boletín en defensa de la causa palestina y de las revoluciones en el mundo árabe, publicado en Brasil (http://issuu.com/althawra).

Traducción: Laura Sánchez

LIT CI 24/10/12