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Los pobres con opinión y el desprecio de clase

Los pobres con opinión y el desprecio de clase 

 

por Antonio Maestre

Desde que la crisis les brindó la ocasión de poner en su sitio a aquellos a los que se definía como clase media se han venido sucediendo medidas, actitudes y comentarios que han sacado a la luz el latente desprecio de clase que algunos habían reservado a sus círculos más íntimos…

– ¿A usted qué le ha tocado: anciano del asilo o pobre de la calle?

– No sé, no sé, yo preferiría anciano, los ancianos están más desamparados.

Es un diálogo de Plácido, de Luís Garcia Berlanga. La película que antes de la censura se llamaba Siente un pobre a su mesa, una crítica mordaz a esa actitud del pensamiento burgués de lavar su conciencia con actos de caridad y que muestra el clasismo de una época que algunos consideraban superada.

Estos días atrás sorprendieron las declaraciones de Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz, al decir que gente que recibía ayuda del Ayuntamiento para comer tenía twitter, que cuesta dinero. El lapsus tecnológico de la alcaldesa escondía unas declaraciones mucho más graves que se perdieron por la trascendencia que tiene en los medios y las redes sociales que un político diga Twitter.

La frase que muestra el componente clasista y que es la que debiera haber escandalizado fue la siguiente: “Tanto Twitter y tanta opinión

A renglón seguido desgranó su teoría sobre los pobres que piden ayuda para comer y opinan en las redes sociales. Sin entrar a considerar que para llegar a esa conclusión se ha tenido que investigar a aquellos que piden ayudas para comer, se puede concluir que la frase no es un lapsus. El comunicado que el Ayuntamiento de Cádiz colgó para matizar esas declaraciones, y que el Ayuntamiento ha borrado, deja a las claras que para Teófila Martínez la política está reservada para aquellos que tienen recursos.

“Aquellos que dicen pasar necesidad, que reciben ayudas municipales, que se les paga la luz, el agua, el alquiler… y la realidad es que hacen política a través de las redes sociales hasta el punto de boicotear un acto”.

Clasismo conservador

La condescendencia con la que algunos políticos y grandes comunicadores se refieren a la clase trabajadora está resultando más evidente de lo que le gustaría a gabinetes de comunicación y asesores. Desde que la crisis les brindó la ocasión de poner en su sitio a aquellos a los que se definía como clase media se han venido sucediendo medidas, actitudes y comentarios que han sacado a la luz el latente desprecio de clase que algunos habían reservado a sus círculos más íntimos.

Todas estas actitudes siempre esconden una intencionalidad: la estigmatización de la pobreza. Conseguir que la clase obrera se conforme con su miseria y, mediante la estigmatización de ésta, que sea la propia clase obrera la que renuncie a sus derechos por propia vergüenza.

Owen Jones en su libro Chavs, la demonización de la clase obrera se refiere a este estigma que durante muchos años se daba en la clase obrera británica.

Antes había un estigma asociado a comer gratis en el colegio, y algunas familias muy pobres preparaban a sus hijos la comida para que la llevaran al colegio en vez de aceptar la prestación”.

Esta actitud de la gente con escasos recursos es la que buscan los sectores conservadores cuando estigmatizan y criminalizan el acceso a derechos adquiridos equiparándolos a las prebendas y la caridad para poder acusar de parasitismo.

El portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, dio otro ejemplo de esta actitud al culpar a los padres de la malnutrición de sus hijos.

El presentador estrella de la Cadena Cope, la cadena de los Obispos, fue otro de los que mostró ese comportamiento al equiparar que se alimentara a niños con escasos recursos en los colegios con que se les entregara una bicicleta.

Todas estas declaraciones no son vacuas, van acompañadas de una política de clase que busca retener a las clases obreras en su lugar para que no alcancen ciertas cotas reservadas a las élites.

La educación como punta de lanza del clasismo conservador

El ministro José Ignacio Wert ha sido el encargado de que este tipo de declaraciones queden en anécdota al realizar una legislación educativa que impida a los hijos de la clase obrera acceder a esos lugares reservados para los que poseen la suficiente capacidad económica.

El 24 de junio de 2013 Wert sufrió el despiste verbal que afloraba la verdadera intencionalidad escondida en la reforma educativa. En una entrevista, al ser preguntado por la nota de corte para la beca, declaró lo siguiente:

“Si un universitario sin recursos saca un 5 debería dedicarse a otra cosa”

Nótese en la sentencia el concepto “Sin recursos”. No es que el ministro Wert considere que un 5 no es una nota suficiente para avanzar en la universidad, sino que lo circunscribe a los estudiantes sin recursos. Es decir, el ministro establece un coste de clase para la universidad. Considera que los estudiantes sin recursos necesitan un añadido para poder estudiar en la universidad pública.

El desprecio de clase conservador busca crear el contexto adecuado para que la clase trabajadora se crea libre cuando decide entre dos situaciones igualmente dramáticas para su persona. Se busca limitar todo a una falacia de falso dilema. Al obrero se le plantea la dicotomía de elegir entre estar en el paro o un minijob: o hambre o precariedad. Considerando además que el que plantea esa falacia lógica es el que ha creado la situación necesaria para manejar el poder y poder plantear las opciones que el obrero debe elegir. Opciones que siempre serán a favor de sus intereses. Con este planteamiento se busca despojar al trabajador de la dignidad y capacidad de maniobra suficientes para decir no a ambas y luchar por la que él considere más aceptable.

En la película El salario del miedo, el director francés Henry Clouzot nos muestra ese falso dilema. En un pueblo perdido de Venezuela los habitantes carecen de futuro. Se inculca el hastío y el fracaso en los trabajadores de una compañía petrolífera americana para poder presentar la dicotomía. Transportar unos camiones cargados de nitroglicerina sin ningún tipo de seguridad a través de la selva por una recompensa de 2.000 dolares. Una labor suicida a la que los trabajadores acuden solícitos buscando cambiar esa situación sobrevenida en la que están inmersos.

No hace falta recurrir a la ficción para encontrar ese dilema existencial. Es la misma libertad que tienen los trabajadores de los sweat-shops que acuden a Bangladesh a trabajar en fábricas ruinosas en régimen de semiesclavitud, huyendo de la miseria rural. La libertad de clase, esa que desde las capas conservadoras y dominantes reservan a la clase obrera. La que deja dos opciones, muerte o miseria, esclavitud o pobreza, comida u opinión, arroz o twitter.

Los pobres con opinión y el desprecio de clase