Diferencias entre Malvinas y Crimea
Marcha. Ucranianos protestan en la Embajada de Rusia en Kiev. Foto: EFE
LA ARENA
Aprovechando la visita de la Presidenta de la Nación al corazón de Europa, el gobierno argentino ha instalado un discurso tendiente a comparar la crisis actualmente en ciernes en Crimea, con el histórico conflicto que nuestro país mantiene con Inglaterra por la soberanía de las Islas Malvinas.
La comparación entre ambos casos es tentadora. Se trata de dos pequeños territorios insulares (en el caso de Crimea, peninsular) de importancia estratégica y económica. Como Malvinas, Crimea es un puerto crucial para la navegación (a través del puerto de Sebastopol se accede al Mar Negro, y por ende al Mediterráneo). También es un fuerte enclave militar, escenario de guerras en el último siglo y medio.
También en Crimea (como se propone en Malvinas) se convocó a un plebiscito de más que previsible resultado. Allá, la abrumadora mayoría étnica rusa aprobó por más del 95 por ciento de los votos su pertenencia a Rusia, pese a integrar territorio ucraniano desde hace seis décadas. Posiblemente, si se realizara la votación convocada en Malvinas, el porcentaje a favor de Inglaterra sería parecido.
Por otra parte, Rusia -como la Argentina- tiene fuertes argumentos históricos para reclamar ese territorio, obtenido a costa de sangre contra los tártaros (apoyados por el imperio Otomano, Inglaterra y Francia) a mediados del siglo XIX. Si pasó a integrar el territorio de Ucrania, cien años después de aquella guerra, fue en un contexto muy diferente, el de la conformación de la Unión Soviética, que era una confederación de estados. Aquella medida, diseñada por Stalin y ejecutada por Krushev, ha sido calificada como un «error histórico» por el actual mandatario ruso, Vladimir Putin.
Pero allí es donde terminan las comparaciones. La anexión de Crimea por parte de Rusia, que ha sido política pero también militar, se parece poco a la guerra de Malvinas, por una mera comparación de fuerzas. Rusia fue, es y será un poderoso país, potencia militar y con antecedentes históricos imperiales; en tanto Argentina era y es un país periférico, sin tradición guerrera y sin vocación imperial.
Claramente, en la guerra de Malvinas era Argentina el país débil, enfrentando a una Inglaterra que, si bien había visto evaporar su imperio tiempo atrás, no había perdido la adicción a conductas imperiales (adicción que aún mantiene mediante una droga peligrosa, su alianza inoxidable con Estados Unidos).
Muy distinta ha sido la reacción de la OTAN para con Rusia, donde la opción militar no ha sido contemplada, y es dudoso que lo sea. Por mucho que a Occidente le interese horadar el poder ruso incorporando Ucrania a la Unión Europea, el riesgo de un conflicto militar este-oeste es demasiado alto.
Por otra parte, si el mundo se encamina hacia una reedición de la Guerra Fría, no ha sido Rusia la que tiró la primera piedra. Como bien dijera Putin en un discurso reciente, «nos han engañado una y otra vez, tomado decisiones a nuestras espaldas, y presentándonos los hechos consumados. Así ha sido con la expansión de la OTAN en el Este, con el establecimiento de infraestructura militar en nuestras fronteras».
Como se ve, entonces, el discurso del gobierno argentino, a pesar de sus buenas intenciones, no coincide necesariamente con la realidad política internacional, y a lo sumo provocará alguna irritación al mostrar la incoherencia (o hipocresía) de las potencias occidentales en sus manejos por poner bajo su influencia a todo el planeta.
Incoherencia que no es tal, ya que esas potencias (y su maestra, Inglaterra) no tienen amigos, sino intereses, y en la búsqueda del propio beneficio poco reparan en la ética, la muerte de otros, o la caballerosidad.
Argenpress 21/03/14