Balance de cuatro años de revoluciones árabes (1/3)
Escrito por Jesús Sánchez Rodríguez
El 17 de este mes de diciembre se cumplen cuatro años de la muerte del joven vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi cuya inmolación desencadenó la ola de protestas y rebeliones que popularmente se han conocido como la Primavera Árabe y que han barrido todo el mundo árabe con distintos resultados. Todo gran acontecimiento social y político provoca unos efectos y consecuencias que se extienden durante un largo período histórico. Estos cuatro años han sido realmente intensos en acontecimientos, pero siguen siendo un período corto para evaluar las consecuencias profundas que encierran. Por tanto, el balance que se va a realizar en este artículo solo puede ser provisional.
Es necesario empezar por recordar las causas, actores y objetivos iniciales que animaron el inicio de las rebeliones, así como la situación general del mundo árabe para poder explicar porque una rebelión iniciada en Túnez tuvo una capacidad tan amplia y rápida de propagación por países tan diferentes. Después es preciso referirse a las diferentes consecuencias que produjeron, desde el derrocamiento de regímenes dictatoriales hasta su fácil desactivación en otros países. En tercer lugar es ineludible tener en cuenta los conflictos profundos que estas rebeliones han sacado a la superficie y que han terminado por condicionar su desarrollo.
La primera fase de las revueltas árabes. Entre el derrumbamiento de las dictaduras y la neutralización de las protestas.
Un ciclo de protestas populares ya tuvo lugar en el mundo árabe en los años 80 del siglo pasado, fueron las llamadas revueltas del pan, originadas en la degradación de las condiciones económicas y sociales como consecuencia de la disminución de salarios, subvenciones y ayudas sociales. En aquellos momentos una mezcla de políticas de represión, liberalización política y cooptación de la oposición consiguieron evitar que los regímenes políticos fueran cambiados.
Pero los problemas persistieron y se agravaron, y la tensión latente solo esperaba un acontecimiento desencadenante como el ocurrido el 17 de diciembre en Túnez. En 2010 los países árabes sufrían de una alta inflación y un elevado desempleo, especialmente entre los jóvenes, los efectos de la crisis económica global se hacían sentir como por ejemplo en la disminución de los ingresos por turismo o las remesas de los emigrantes, la corrupción era la nota dominante, y los precios de los alimentos básicos se dispararon por problemas de la oferta de los países exportadores como Rusia. A partir de ese momento las protestas volvieron a activarse llegando a adquirir la forma de revoluciones políticas que derrumbaban dictaduras o que se deslizaban por la guerra civil. Estas rebeliones y revoluciones tuvieron un primer período de intensa agitación y cambios rápidos que se extendió entre diciembre de 2010 y junio de 2011, en todos los sitios la dinámica era similar, la represión con que se respondía a las protestas iniciales hacía que aquellas aumentasen hasta que el régimen se desmoronaba. Luego estos cambios abrieron una nueva etapa en las que los actores y reivindicaciones iniciales fueron remplazados por nuevos actores y dinámicas más complejas.
Antes del inicio de las rebeliones los regímenes políticos en el mundo árabe podían situarse en dos grandes categorías, aquellos que podían calificarse claramente como dictaduras – eran los casos de Arabia Saudí, Libia, Túnez o Siria -, y otros a los que se les ha denominado como autocracias liberalizadas debido a la existencia de algún tipo de libertades toleradas de manera discrecional y con carácter muchas veces más formal que real, eran los casos de Marruecos, Argelia, Egipto, Jordania, Kuwait o Yemen entre otros. También es importante tener en cuenta el grado de legitimidad con que contaban dichos regímenes para poder explicar los diferentes resultados de las revueltas que barrieron el mundo árabe. Las autocracias liberalizadas gozaban de una cierta legitimidad que supieron explotar junto con la introducción de cambios políticos o concesiones económicas para encauzar y desactivar las rebeliones sin que desestabilizasen a esos regímenes.
Los efectos provocados por las revueltas árabes dieron lugar a dos grupos de situaciones diferentes, en primer lugar está la de aquellos países en los que la revuelta dio lugar a cambios más intensos con la caída de gobiernos opresores como fue el caso de Túnez, Egipto, Libia y Yemen, o se adentraron en una situación de guerra civil, como es el caso de Siria, como consecuencia del hecho de que ni los rebeldes pudieron acabar con la dictadura, ni la represión de ésta pudo acabar con la revuelta.
La segunda situación corresponde a los países donde sus regímenes políticos consiguieron resistir la presión de las revueltas sin experimentar transformaciones importantes. En este grupo se encuentran todas las monarquías árabes del norte de África y Oriente Medio más Argelia. En unos casos el expediente empleado para desactivar y controlar las revueltas fue el inicio de algunas reformas políticas como en el caso de Marruecos, Jordania y Argelia, donde se reformaron las constituciones para moderar el poder del monarca, se prometieron elecciones anticipadas o se eliminó el estado de excepción vigente como en Argelia. En otros, el recurso empleado fue la utilización de los ingresos provenientes del petróleo para conceder generosas ayudas sociales a la población de manera que se rebajase la presión y el malestar interno, como fue el caso de Arabia y las monarquías y emiratos del golfo pérsico; un caso especial fue el de Bahréin donde la revuelta fue sofocada por la represión con la ayuda, sobretodo, de Arabia Saudí.
Resulta paradójico que países que en un pasado reciente acabaron con sus monarquías para dar lugar a repúblicas con intenciones más o menos modernizadoras hayan sido ahora las principales víctimas de las revueltas. Es el caso de Túnez que acabó con la monarquía en 1957, Egipto en 1952, Libia en 1969 o Yemen en 1962. La explicación habría que buscarla en las mayores cuotas de legitimidad tradicional acumulada por las monarquías sobrevivientes, que en el caso de las monarquías del golfo pérsico se reforzaron gracias a sus riquezas petrolíferas. Otro caso de fuerte legitimidad es el de Argelia, pero en este caso basada en su lucha de liberación nacional contra el colonialismo francés, y de la que es depositaria el FLN.
A pesar de las diferencias de resultados entre estos dos grupos de países, y como se demostraría en la segunda fase de las revoluciones, la dinámica de fondo ha terminado siendo similar, al primer movimiento revolucionario que consiguió en unos casos desestabilizar los regímenes políticos y en otros no, le siguió un segundo momento contrarrevolucionario para revertir la situación. La diferencia ha estribado en que, en unos casos, ese movimiento contrarrevolucionario tuvo éxito rápidamente, neutralizando las protestas o ahogándolas en la represión (Bahréin), en otros hizo que las revueltas se empantanasen en una guerra civil (Siria) o se deslizase a un Estado fallido (Libia) y, finalmente, en un tercer caso, la contrarrevolución tardó más tiempo en revertir la situación (Egipto y Túnez). La excepción a esta situación solo se puede encontrar en Yemen – donde el proceso de transición sigue su curso con la redacción en curso de una nueva Constitución – a pesar de los graves problemas existente con las tensiones territoriales entre el norte y el sur y a la presión violenta del yihadismo.
Dadas estas diferencias de resultados, es evidente que se puede hablar de revolución política en los casos de Túnez, Egipto, Yemen y Libia, donde los autócratas y dictadores fueron derrocados, abriéndose paso la construcción de un nuevo régimen político con la elección de asambleas constituyentes y la elaboración de nuevas constituciones. En el resto de los países árabes esa revolución política que impulsaba las revueltas quedo bloqueada por las promesas de reformas (Marruecos, Jordania y Argelia), por la concesión de beneficios sociales (monarquías del golfo), por la represión (Bahréin) o por la guerra civil (Siria). Así pues, la gran sacudida que supuso las revueltas árabes tuvo unos efectos importantes pero limitados que, como veremos más adelante, también están siendo neutralizados en una segunda fase de este proceso.
Los motivos que impulsaron esta ola de revueltas por el mundo árabe eran similares en los distintos países, rechazo de la corrupción, exigencias de dignidad ciudadana y de justicia social, rechazo de los efectos de la degradación de la situación económica como la inflación, el paro masivo y la ausencia de oportunidades para la juventud, o exigencia de democracia, libertades y derechos humanos. Es decir, las movilizaciones populares de carácter espontáneo, que utilizaron los modernos medios de comunicación como instrumentos de agitación y propagación de las consignas y convocatorias de acción, se apoyaban en un programa difuso que se correspondía con las reivindicaciones propias de una revolución democrática, mezclando reclamaciones de regeneración pública, ampliación de derechos y libertades y reformas sociales y económicas.
Los actores iniciales de las revueltas fueron fundamentalmente una juventud sin futuro, formando una vanguardia de movilización que arrastró tras de sí a la masa popular de las ciudades principales. Llama la atención la ausencia en los inicios de las revueltas de quienes serían sus principales beneficiarios electorales en una segunda etapa, los grupos y partidos islamistas.
En tres países del norte de África, Marruecos, Túnez y Egipto, existían partidos islamistas implantados y actuando desde hace tiempo en condiciones que oscilaban entre la tolerancia vigilada y la represión. Cuando estallaron las revueltas en estos países – con más intensidad en los dos últimos que en el primero – estos partidos adoptaron un comportamiento similar, no apoyaron inicialmente estas revueltas y, además, ensayaron negociaciones con sus respectivos gobiernos al objeto de intentar que estos les concedieran mayor libertad para poder actuar políticamente, es decir, su pronóstico inicial fue el de que estos regímenes autocráticos no serían derribados por las revueltas aunque podrían ser obligados a realizar concesiones de las que ellos buscaban beneficiarse. Este pronóstico se cumplió para el caso de Marruecos, pero no para los otros dos.
Sin embargo, y a pesar de esta actitud inicial, que cambiarían rápidamente cuando vieron que en Túnez y Egipto las dictaduras iban a ser barridas, estos partidos islamistas, el Partido Justicia y Desarrollo En Marruecos, En Nahda en Túnez y los Hermanos Musulmanes en Egipto, fueron los principales beneficiarios de las primeras elecciones celebradas en dichos países, y como resultado de ello se encontraron al frente de los primeros gobiernos de transición.
La explicación de este éxito se encuentra en los años de trabajo, semilegal o clandestino, que estos partidos llevaban realizando en la sociedad y que les había dotado de una importante influencia, especialmente entre las capas más pobres además de su imagen de actores honestos, libres de la lacra de la corrupción. Pero tampoco era algo absolutamente novedoso, desde 2003 los EE.UU. impulsaron una política de democratización en el mundo árabe dentro de su proyecto de intervención militar en Irak, y la modesta apertura democrática que se produjo permitió conseguir algunos buenos resultados a los partidos islamistas en Marruecos, Jordania, Irak o Egipto, lo que originó, a su vez, una reacción de esos regímenes autocráticos para cerrarles el paso, volviendo a simulacros de democracias.
Algo similar ocurrió también en los países en los que las revueltas derivaron en escenarios caóticos y violentos. Tanto en Siria como en Libia, los islamistas inicialmente ausentes en los comienzos de las revueltas se convirtieron posteriormente en actores de primer orden a través de milicias y grupos armados en medio de la guerra civil (Siria) o de un Estado en descomposición (Libia).
Kaos 03/12/14