El asesinato de Trotsky: antes y después
31/08/2016 | Pepe Gutiérrez-Álvarez
Este trabajo retoma algunas partes de la introducción a El asesinato de Trotsky: antes y después, recopilación editada en 1990 en nombre de la Fundación Andreu Nin bajo mi iniciativa. Comprendía textos de Isaac Deutscher, Pierre Broué (El asesinato de Trotsky), Esteban Volkow, Marguerite Bonnet (Natalia Sedova), entre otros.
Hay aniversarios que no se difuminan con el tiempo, más bien al contrario. Es lo que sucede con el asesinato de Trotsky que estos días está ocupando un considerable espacio en las redes sociales, o sea lejos de la prensa establecida. Se le cita en relación a los procesos de recomposición de las nuevas izquierdas, por su lugar en debates, ediciones y reediciones… Ahora en el cine, que tiene la reconocida virtud de resultar asequible y atrayente para todo el mundo. La película se llama El elegido 1/. Ha sido rodada con mucho tiempo y está siendo ampliamente publicitada. Se estrena este septiembre y tiene todos los números para dar pie a más discusión sobre aquel 20 de agosto de 1940 en Coyoacán.
En su momento, esta tragedia comunista no causó una especial conmoción más allá de los círculos cercanos. Frente a la indiferencia o la maledicencia apenas se erigieron unas pocas voces. Como la del escritor peruano Ciro Alegría (autor de El mundo es ancho y ajeno), por citar un ejemplo, que denunció el asesinato y acusó sin ambages a los responsables. Este fue el caso también de Francisco Zamora, un periodista nicaragüense, antiguo compañero de Sandino que escribió con evidente indignación: «Yo no pertenezco ni nunca he pertenecido a la IV Internacional, soy completamente extraño a sus actividades; creo, no obstante, que Stalin es el más repugnante y el más maléfico de los traidores que jamás ha sufrido la causa del proletariado y que ningún ser humano mental y moralmente sano puede continuar siendo estalinista después de la serie de crímenes, estafas, bajezas y falsificaciones de los hechos y las ideas que ha perpetrado este individuo; creo también que todo lo que subsiste en el presente de la revolución de Octubre es a pesar de Stalin y de su banda, y debe de ser salvaguardado por la eliminación del estalinismo, el cual ha extraviado, decapitado y desorientado a la clase obrera mundial en el momento preciso en que más necesitaba de su conciencia y de su certitud. Si esto es ser trotskista, yo soy trotskista y estoy orgulloso de serlo, porque, en todas las épocas, en las sociedades que sean, será siempre más digno estar al lado de la víctima cobardemente asesinada que servir de lacayo y apologista de su todopoderoso verdugo» 2/.
La prensa establecida enfocó el drama como un «ajuste de cuentas» entre comunistas cuando no comentó favorablemente el asesinato. Los de la cadena de William R. Hearst (al que hace referencia el film de Orson Welles Citizen Kane) no ocultaron su entusiasmo, en tanto que Pravda tituló la noticia «La muerte de un espía internacional», de un «hombre cuyo nombre pronuncian con desprecio y maldiciones los trabajadores del mundo entero». Décadas más tarde, en plena perestroika (diciembre de 1987), el historiador oficialista y general Dimitri Volkogonov reflexiona sobre la reacción de Stalin diciendo que «leyó con atención el artículo e hizo una mueca… Resulta que todo ha quedado en un caso de espionaje y yo he luchado todos estos años contra un espía. ¿Por qué tanto lujo de detalles? Parece como si el asesinato hubiera ocurrido en Moscú».
Durante los años de apogeo del estalinismo, parecía que la maldición denigratoria que había caído sobre Trotsky llegó a parecer definitiva a muchos. Célebres son los casos ilustres de Jean Paul Sartre en su obra Les communistes et la paix, y M. Merleau Ponty en Les aventures de la dialectique, realizados desde una cierta distancia crítica del estalinismo; de Trotsky se olvidaba todo el marxismo de los años efervescentes de la II y la III Internacional 3/.
Sin embargo, en el momento de la muerte de Stalin, el monolitismo burocrático ya había comenzado a resquebrajarse. Luego vendrán el XX Congreso del PCUS, la sublevación obrera antiburocrática en Hungría en 1956 y el inicio de un ciclo de revoluciones en el Tercer Mundo, de las que Cuba y Argelia, resultan las más significativas 4/. Se crean pues nuevas condiciones de una recomposición del marxismo abierto al margen y en contra de las vulgatas y las dogmáticas del movimiento comunista oficial. Primero tímidamente, luego ya de una forma más sostenida, la cuestión de Trotsky se vuelve a plantear. Se comienzan de nuevo a editar sus obras. La célebre trilogía que le dedicó Isaac Deutscher se publica en numerosas lenguas. Los “trotskistas” emergen como parte de la “nueva izquierda”. A finales de los años sesenta, un diario madrileño asegura que las obras de Trotsky «se vendían como rosquillas» en los medios universitarios. Aparecen reseñas en Ruedo Ibérico y la editorial del mismo nombre inicia la edición de sus Obras. Este proceso culmina de alguna manera en procesos como el 68 francés y la insurgencia en América Latina. El propio “Che” ofrece testimonio de sus lecturas 5/.
Durante todos estos años, en la URSS no se permitía ninguna broma sobre Trotsky. En el período de Jruschev –de reformismo por arriba de la burocracia- la cuestión de su «rehabilitación» ni se plantea, antes al contrario, Breznev justificación los tanques en Praga para atajar un “complot trotskista”, y las ediciones en lengua extranjera publican religiosamente los productos contra los desviaciones trotskistas, obras de los “profesores rojos” que eran distribuidas por las librerías comunistas o afines. De hecho, no será hasta la época de la Glasnost y de Gorbatchev que se llega a plantear abiertamente la cuestión de la “rehabilitación”, que la Fundación Andreu Nin hará extensible a éste. Personajes significados de la corriente como Pierre Broué y Vanessa Redgrave intervienen en debates y conferencias. Sin embargo, después de una cierta efervescencia, el régimen heredero de la “nomenklatura” acaba imponiendo una nueva historia oficial que se afirma en el criterio de “los dos osos”, tanto Stalin como Trotsky eran comunistas 6/. Una teoría que se convertirá en dogma mediático en Occidente. El neoliberalismo triunfante ya no admite matizaciones: Stalin=Lenin=Trotsky, todos van a parar a mismo pozo junto con Ceaucescu, Pol Pot, Mao, Sendero Luminoso, etc.
Durante los sesenta y setenta, el enfoque primordial del acontecimiento apuntaba ante todo a la existencia de otro comunismo, el de los herejes que, como decía Ernest Bloch de la historia de la Iglesia, eran los que alumbraban la historia.El protagonista por supuesto era Trotsky, el gran negador, el personaje clave para situarnos ante los tres sectores de la revolución mundial: la antiimperialista, la anticapitalista y la que era mucho más compleja, la antiburocrática. Sin embargo, esta perspectiva comenzó a cambiar en los años ochenta como parte de un cambio radical en el telón de fondo. La burocracia “socialista” se descomponía mientras que el capitalismo se recomponía…
Ahora el protagonista pasaba a ser Ramón Mercader, el héroe negativo por excelencia. El idealista que acababa perpetrando un crimen miserable como parte de un aparato de muerte… Aunque desde un tratamiento respetuoso con Trotsky, no era otro el punto de vista de un film tan paradigmático como Asaltar los cielos (José Luis López-Linares, Javier Rioyo, España, 1996) 7/.
México fue el escenario de los últimos tres años de Trotsky, quien vivió primero en la mansión que le facilitaron Diego Rivera y Frida Kahlo, y luego en la Avenida de Viena, en el barrio de Coyoacán. Aunque alejado de los acontecimientos políticos, ningún país europeo lo quiso acoger. Hubo tentativas desde Catalunya por parte de Andreu Nin pero no pudo ser, la Generalitat argumentó que no tenía todavía atribuciones para hacerlo, fue Nin el que intercedió ante su amigo Diego Rivera que inmediatamente lo logró gracias a la firme actitud de Lázaro Cárdenas, el único gobernante que reconoció la República española en guerra con todas las consecuencias. Trotsky acabó adaptándose al paisaje mexicano, y allí siguió trabajando en su obra, parte de la cual quedó inconclusa, en concreto sus estudios biográficos sobre Lenin y sobre Stalin; tampoco pudo realizar el libro que pensaba sobre la guerra y la revolución española. Era ya un viejo cansado, había sufrido una “tragedia bíblica” que se negó a reconocer como «personal» en Mi vida, pero que, como no podía ser menos, le había afectado muy profundamente.
En una denuncia dirigida al ministro de Asuntos Exteriores de México y al fiscal del Tribunal Supremo, Trotsky dice: «En el curso de los últimos años, Stalin ha hecho fusilar a cientos de mis amigos, verdaderos o supuestos. Además, ha hecho matar a toda mi familia, a excepción de mí, mi mujer y un nieto. En Suiza ha hecho asesinar por sus agentes a Ignace Reiss, uno de los jefes de la GPU, aunque éste manifestó públicamente no estar de acuerdo con mis ideas. Estos hechos han sido confirmados, sin lugar a dudas, por la policía francesa y los tribunales suizos. Los mismos agentes que asesinaron a Reiss fueron los que asesinaron a mi hijo en París. Además, el 7 de noviembre de 1936, los agentes de la GPU forzaron la puerta del Instituto Científico de París y robaron una parte de mis archivos. También dos de mis secretarios, Erwin Wolf y Rudolf Klement, fueron asesinados por agentes de la GPU, el primero en España y el segundo en París. Y la verdadera razón de todos los procesos sensacionales vistos en Moscú en 1936 y 1937 fue conseguir mi extradición a la Unión Soviética para entregarme a las manos de la GPU…» 8/.
Los procesos de Moscú señalan un giro radical en la actitud del estalinismo. Aunque todo parece indicar que Stalin había ya considerado la idea de acabar con Trotsky en 1927, a continuación de los acontecimientos del décimo aniversario de Octubre -cuando las muchedumbres dieron la espalda a la tribuna oficial y empezaron a aplaudir a Trotsky y a los miembros de la Oposición situados al margen de los actos públicos- y de que ya a finales de la década había asesinado indirectamente a Joffé y directamente a Blumkin, el caso es que Trotsky es enviado al exilio, seguramente creyendo su propio diagnóstico según el cual había un Trotsky que era “un caballo muerto”. Una tesis repetida hasta la saciedad por los especialistas: Trotsky fue grande para las épocas revolucionarias pero no en las pequeñas maniobras.
Un periodista norteamericano bastante famoso entonces, John Gunther, visitó a Trotsky en Prinkipo y lo comparó con Napoleón en Elba. Sin embargo a la pregunta «¿es Trotsky un caballo muerto?», su contestación fue dubitativa: «¿que pasaría si Stalin fallecía imprevistamente?, y ¿si estallaba una revolución en cualquier parte?». Las dudas de Gunther reaparecen con ocasión de un viaje a Madrid. «En ningún otro lugar de Europa, dice, vi tantos libros suyos ni tanta literatura trotskista al alcance del público como aquí…». Luego asiste a una reunión presidida por Andreu Nin. «Los camaradas, en su mayor parte trabajadores con gorras y bufandas, y unos pocos escritores e intelectuales, conversan acaloradamente reunidos en pequeños grupos (…) Todo parece inútil y bastante irreal. Sin embargo, no habían pasado muchos años desde que Lenin, Plejanov, Zinóviev, Rádeck y Bujarín revoloteaban en grupos, cerrados y tensos, por mesas de café iguales a esta, hablando y hablando. Probablemente, a la policía del Zar le resultaban incluso divertidos» 9/.
Stalin no asesinaba por el mero placer de hacerlo
Trotsky seguía siendo algo así como un jefe de Estado en el extranjero, la representación mítica de Octubre. No era un líder pasivo, tenía una voz y una pluma que denunciaba todos los desastres de la política estalinista -la derrota del proletariado alemán, la represión policial y el disfuncionamiento burocrático en la URSS, etc.-, y aún representando una minoría, sus ideas eran escuchadas y respetadas en un espectro político bastante amplio en el que se podía contar a las tendencias socialistas de izquierda, a los disidentes comunistas, y ¿por qué no?, a muchos militantes de los PP CC que -de momento- siguen a la mayoría. El desastre del partido alemán provoca la mayor crisis de Stalin, y en un momento determinado, hasta presenta su dimisión. Surge entonces entre sus fieles un principio de disidencia, el más audaz es Kirov que morirá en un atentado. La policía comienza entonces la mayor «caza de brujas» de la era contemporánea, los «asesinos» de Kirov suman miles, centenares de miles, los campos de concentración se multiplican y las ejecuciones se ponen al orden del día. En Occidente la prensa convencional carece entre los trabajadores del menor crédito cuando hablan de la URSS, nadie cree a la minoría que denuncia los procesos de Moscú 10/, un momento histórico en el que Stalin consigue lo siguiente:
a) Cortar drásticamente los planes de Kirov de llegar a un acuerdo con las oposiciones en la deportación, y aniquilar de raíz toda veleidad crítica en sus propias filas, emergiendo como el dictador más omnipotente de la historia;
b) Exterminar y desprestigiar a todas las oposiciones, en primer lugar a la que encabeza Trotsky que es, junto con su hijo León Sedov, el principal acusado de los procesos en los que la lógica es tan irracional que, como describirá Bujarín en su Testamento, ni haciendo al Zar el jefe de 1917 y a los bolcheviques los contrarrevolucionarios se podía alcanzar tanto absurdo.
c) Demostrar -sobre todo se trataba de esto- a las cancillerías occidentales que la revolución ya había sido -literalmente- enterrada en la URSS, y que ya no querían hacer el socialismo en ningún otro país, imponiendo en el contexto de los procesos una política antifascista y antirrevolucionaria -Francia, España- que seducirá a extensos sectores de la intelligentzia liberal e izquierdista.
Los procesos de Moscú significaron, además, la demostración de que Stalin podía actuar impunemente contra sus adversarios de la izquierda, y la puesta en pie de un «aparato» policíaco internacional que se beneficia, además de los especialistas soviéticos, de nueva mano de obra reclutada en el movimiento comunista, y con la capacidad de estos y de sus aliados para denigrar a las víctimas hasta el punto de hacer deseable su muerte. Este fue el caso de Nin y del POUM en España, y sería el caso de Trotsky. Por eso, alguien como Ricardo Muñoz Suay, pudo decir que en aquella época fueron muchos los que «por nuestra deformada militancia, pudimos ser, en potencia, los asesinos de Trotsky» 11/.
La misión de asesinar a Trotsky había estado presente en los planes de los mismos que asesinaron a Reiss y a León Sedov, algunos de los cuales viajaron hacia México cuando el objetivo se hizo apremiante, al calor de la firma del pacto nazi-soviético y la creciente amenaza del estallido de una nueva Guerra Mundial, la más atroz de todas las que pueda recordar la humanidad. En toda la enrevesada trama del asesinato -que explica sucintamente Pierre Broué en el trabajo incluido en este libro- hay un «capitulo español» sumamente importante, tanto por lo que tiene de antecedente la persecución del POUM y el asesinato de Nin, como por la participación de combatientes en España y por lo que esta conexión provoca en el terreno del debate sobre el estalinismo español.
Como es sabido, el 24 de mayo [de 1940] tiene lugar el primer intento de envergadura para acabar con Trotsky. Un grupo de hombres armados consigue entrar en la casa y penetrar en la habitación del matrimonio para disparar varias ráfagas de ametralladoras. El golpe terrorista fracasa aunque los asesinos demuestran hasta donde están dispuestos a llegar. La fortuna de las victimas es tanta que, en un primer momento la policía mexicana no sabe muy bien que pensar. Este titubeo es aprovechado por la prensa afín al PC mexicano y al sindicato que lidera el «compañero de ruta» Lombardo Toledano para impulsar una campaña presentando el atentado como «una provocación», como «un autoataque». Cuando la policía mexicana consigue al fin desvelar los hechos, el PC mexicano queda hundido hasta el cuello por complicidad, y a su frente hay un personaje célebre, David Alfaro Siqueiros, que con Diego Rivera y Orozco, forma el trío de los muralistas mexicanos más importante del siglo, y también serán, los tres, cofundadores del PC. Pero a diferencia de sus compañeros, Siqueiros es un estalinista y lo será hasta el final de sus días.
Siqueiros había llegado de España con dos ideas muy claras. La primera era que había una conexión sin fisuras entre Trotsky y el POUM, al menos así lo explica en sus memorias: «El POUM-dice- el partido trotskista de España que respondía a la dirección internacional de la cuarta internacional (sic), con cuartel general en México, precisamente en la casa de Trotsky, donde se celebraban congresos internacionales y todo (re-sic), produjo una sublevación en la extrema retaguardia del Ejército Republicano (…) que produjo cerca de 5.000 muertos, solamente en la ciudad de Barcelona y distrajo mas de 30.000 hombres del frente para reprimirla» 12/.
Con esta convicción -aunque hay que decir que Siqueiros no habla aquí nada sobre la acusación POUM=quinta columna, y se verá por qué- el famoso pintor que lucha en el Quinto Regimiento asiste a un mitin comunista. En su transcurso, la Pasionaria pasa revista a los diferentes países que estaban ayudando a la República, poniendo, «naturalmente, en primer lugar a la Unión Soviética donde el socialismo ya ha triunfado». Siqueiros esperaba oír a continuación «el México de Cárdenas», sin embargo, ella dijo «Checoslovaquia» seguramente por «objetividad», y prosiguió sin mencionar la patria del muralista. La reflexión de éste fue la siguiente: «Es justo el resentimiento de los comunistas españoles contra el gobierno de México, en general y en particular contra Lázaro Cárdenas, por haber permitido que Trotsky establezca en nuestro país su cuartel general de lucha contra el gobierno soviético presidido por Stalin. Y es indudable que este cuartel general, en la dinámica misma de la política interna, tendrá que convertirse en un aliado potencial inevitable del gobierno de los EE.UU., aunque sus directores no lo vean así: pero la forma de manifestar tal sentimiento me parece inadecuada y en cierto modo hasta torpe» 13/.
El gobierno de Lázaro Cárdenas había tenido la valentía de conceder el asilo a Trotsky («Don León») seguramente por dos razones primordiales: porque le servía para contrarrestar la propaganda norteamericana y derechista que trataba de atribuirle su reformismo nacionalista a la influencia de Moscú y porque poseía unas convicciones firmes y generosas sobre el derecho de los refugiados, como a continuación pudieron comprobar los republicanos españoles. Otra cuestión es la insinuación de que el asilo de Trotsky implicaba una alianza con los E UU, historia descabellada donde las haya, cuya explicación no puede ser otra que el giro en las atribuciones diabólicas que se le conferían a Trotsky, vulgar «jefe de la quinta columna» y cabeza del «hitlerotrotskismo» justo hasta el momento en que tiene lugar el pacto -ciertamente histórico- entre Molotov y Ribentrop un año antes -22 de agosto- del asesinato. Desde el momento en que la Alemania de Hitler se convirtió en una «aliada de la paz», el enemigo había que buscarlo en otra parte, y al igual que Ramón Mercader en su carta confesión, Siqueiros pasa de una calumnia a otra sin la menor dificultad. Es realmente difícil encontrar detrás de estos detalles la «ingenuidad» de un fanático.
Al narrar la historia del «atentado» contra Trotsky, Siqueiros escamotea la presencia de la GPU y la petición que ésta efectuó al PC mexicano a través de una delegación «acreditado de la III Internacional (…) que le había anunciado la decisión de eliminar a Trotsky. Le pedía -a Hernán Laborde- su colaboración personal como secretario general y de un equipo apto que garantizase esta eliminación». Según el líder comunista Valentín Campa que fue apartado por negarse a cumplir las órdenes, dicho equipo esta dirigido por Siqueiros y estaba compuesto por excombatientes en España, aunque el PCE y los otros partidos de izquierdas «no podían ni debían ser enterados en lo más mínimo». A continuación Siqueiros se adentra en un terreno que no puede por menos resultar chocante, se trata de la teoría marxista sobre el terrorismo y la violencia minoritaria: «Como es bien sabido, los actos de fuerza, tales como el putsch y desde luego toda forma de atentado personal, aunque relativo, como tendría que ser el nuestro, no corresponden de ninguna manera a la doctrina del marxismo (…) Pero para nosotros estaba presente en nuestra mente el compromiso que habíamos hecho frente a nuestros muertos en España, estaba viva la matanza de Barcelona que no había sido más que la consecuencia de la más cobarde puñalada por la espalda al ejército republicano, proveniente sin duda alguna, en su origen del cuartel general de Trotsky en Coyoacán” 14/.
El caso de Siqueiros y con él el de todos los que le acompañaban -entre ellos un militante canario-, no tardó en cerrarse; su «dossier» desapareció de las dependencias policíacas, y en la campaña por su exculpación contribuyó, entre otros, Pablo Neruda 15/. Años más tarde Siqueiros mostró cual era su capacidad de crítica al declarar que en el «atentado» conoció «uno de los más grandes honores de su vida».
Más importante incluso que Siqueiros fue Carlos Contreras, también conocido como Eneas Sormenti, Arturo Sormenti y con su verdadero nombre, Vittorio Vidali, hombre clave en el PCI en la segunda postguerra que fue diputado por Trieste, luego eurocomunista. La vida política de este antiguo militante transcurre durante una larga época en un terreno subterráneo, siempre por los alrededores de algunos de los crímenes políticos que jalonan la historia del estalinismo fuera de la URSS durante todos los años treinta. Diferentes especialistas 16/ encuentran su siniestra huella tras una serie de asesinatos políticos de disidentes de izquierdas con la política estalinista. En sus memorias Vidali tratará como Siqueiros de dar una justificación a sus actos, aunque como «eurocomunistas» su actitud primordial es la de negar toda participación en los hechos. Algo que no pudo negar fue su papel en las campañas de linchamiento moral que precede alguno de estos crímenes, sobre todo en los de Nin y Trotsky.
Cuadro muy bregado en el PCI desde 1922, exiliado en los EE.UU. primero y en América Latina después, adopta por primera vez el nombre de «Carlos Contreras» en el VI Congreso de la Internacional Sindical Roja, en 1928, en el momento en que Nin ya estaba siendo desplazado por su compromiso con la oposición de izquierdas. En 1929 Mella cae abatido por las balas en los brazos de su compañera Tina Modotti. En aquel momento no cabe otra hipótesis para el asesinato que la acción de la policía del peor enemigo de Mella: el dictador cubano Machado. Más tarde sin embargo una investigación policíaca apunta hacia «Sormenti» y Tina, y Diego Rivera, el secretario general de la Liga Antiimperialista hace una dura campaña en su defensa. Este será su primer caso y el comienzo de sus relaciones con Tina. En 1934, «Carlos Contreras» conoce un extenso curso de adiestramiento como agente de la GPU, y entre los elementos de su formación entra un capítulo militar que le sirvió más tarde de gran ayuda para formar el Quinto Regimiento del que será uno de los mandos claves. Jesús Hernández lo relaciona en primer plano con el asesinato de Trotsky. En 1939 llega a México, y el propio Trotsky lo denuncia públicamente: «Contreras ganó por primera vez siniestra notoriedad durante la guerra civil española donde, en su condición de comisario y comandante del Quinto Regimiento, se convirtió en uno de los más crueles agentes de la GPU. Lister, Contreras, y «El Campesino» sostuvieron una guerra civil propia, dentro del bando republicano, destruyendo físicamente a los opositores de Stalin, los anarquistas, socialistas, poumistas y trotskistas. Esto puede corroborarse con los despachos de prensa y con los testimonios de muchos refugiados españoles. No sería, por tanto demasiado audaz suponer que el excomisario fue una de las palancas importantes en el cambio de dirección del Partido Comunista mexicano- a comienzos de este año. Luego desaparece inmediatamente de México después del asesinato de Trotsky. Todavía se le relacionará con el caso de Sandalio Junco 17/ en Sancti Spiritus, por lo que, en un artículo publicado en II Martello (15-5-1942), su antiguo amigo, el anarquista ítalo-norteamericano Carlos Tresca, que había formado parte del Tribunal John Dewey que juzgó inocente a Trotsky de todos los cargos imputados por los procesos de Moscú, lo denuncia como el «jefe de los espías, los ladrones y los asesinos», y añade: «Allí donde él se encuentra, siento el olor de la muerte. Me pregunto quién será la próxima víctima».
Finalmente el mismo Tresca 18/ fue asesinado poco después, con lo que dado su gran prestigio tiene lugar una gran conmoción entre la izquierda norteamericana. Un año después muere Tina Modotti, alias «María Ruiz» que le había acompañado durante años y que, según el testimonio de «El Campesino» -ya en ruptura con el estalinismo-, lo había denunciado poco antes de morir como «un asesino peligroso». Otra mujer que había llegado de España a México, y que tuvo una relación con la conspiración según una cuenta tan dudosa como la de Julián Gorkin, fue Margarita Nelken. 19/.
En una de sus notas escritas en Domeñe, Francia, en 1935, Trotsky baraja las diferentes hipótesis sobre su asesinato, consciente de que Stalin -arrepentido de su «benignidad» de 1929- lo está urdiendo a conciencia. Veía llegar el peligro a través de un «acto terrorista (lo más probable con la cooperación de las organizaciones blancas en el seno de las cuales la GPU tiene numerosos agentes, o con la ayuda de los fascistas franceses a los que no tendrá dificultad en acceder). Stalin recurrirá a golpes seguros en cualquiera de estos casos: si la guerra comienza o si su situación empeora. Puede ciertamente haber un tercer o cuarto caso…» 20/. La guerra no había comenzado pero se la veía venir, la situación de Stalin no había empeorado, todo lo contrario, después del «gran terror» su poder se hizo tan ilimitado que el absolutismo había sido cosa de niños. Al escribir su Stalin, buscó una palabra para definir este poder y acuñó una que luego tendría una singular fortuna: totalitarismo. Los procesos habían demostrado que era posible la mayor de las impunidades, y Stalin se encontró con un terreno imprevisto en el que pudo exportar sus probados métodos: España.
En este terreno resulta interesante el apunte de André Gide en su Retorno de Moscú, el silencio con que se recibió su brindis a favor de la amenazada República española en una cena de gala con Stalin. Éste todavía no había definido su posición, y los funcionarios no sabían que tenían que hacer. En un primer momento Stalin se alineó con la política llamada de no intervención, puesta en pie por un gobierno de Frente Popular, el de Francia que tácitamente reconocía el derecho de los sublevados al negar a la República las armas ya adquiridas y el derecho a seguir haciéndolo (acto que al parecer no cuestiona la «santidad» de León Blum). Cuando decidió intervenir, su línea política tenía dos enemigos, el fascismo y la revolución, seguramente en orden inverso al que aquí establecemos. Una España revolucionaria gobernada por una democracia de signo socialista era algo que no entraba en sus planes, ni por lo que representaba -el único socialismo- ni por sus objetivos estratégicos. Si las dos primeras hipótesis de Trotsky se confirman seguramente hubo otras muchas tentativas de reserva. La mano de obra no será la prevista sino una nueva, surgida en una guerra y una derrota terribles, forjada como dice Muñoz Suay en unas «épocas feroces (en la que) cualquiera de nosotros, armados de valor, pudimos convertirnos, al dictado, en verdugos de disidentes, y eso si que es gravísimo si no se confiesa públicamente…».
El objetivo lo cumplirá Ramón Mercader del Río, alguien que no estaba previsto en un principio. Hijo de Caridad, una mujer de origen social elevado, separada de un perito mercantil con el que tuvo cinco hijos, amante de un dirigente comunista y agente de la GPU que permanece en la sombra. Él mismo comunista desde muy joven, combatiente en el frente de Aragón, herido, reciclado como agente de la GPU, opera con diferentes nombres hasta que consigue gracias a sus relaciones con Silvia Ageloff y de sus servicios a los viejos amigos de Trotsky, Alfred y Marguerite Rosmer, quedarse sólo con «el viejo» y asesinarlo por la espalda. Reducido por los guardianes de Trotsky, éste moribundo pide que no lo maten porque podrá ser la prueba para desvelar al principal responsable -Stalin- y el medio empleado -la GPU-, y aunque Mercader jamás hablará, la «prueba» se encuentra en su bolsillo. En su carta-confesión reproducida en este libro así como las notas del abogado de Trotsky, Albert Goldman.
Detenido y juzgado, Mercader fue condenado el 17 de abril de 1943 a 19 años y seis meses de prisión, siendo por ello el que más caramente pagará entre el amplio elenco de actores del crimen. Durante años permanecerá encerrado, sin mostrar ningún interés especial por encontrar la libertad mientras que los diferentes intentos de sacarlo fracasan. No resulta descabellado pensar que este fue uno de los factores que explican su longevidad, realmente extraña para alguien que debía de saber tanto. Al salir de prisión vivirá en Checoslovaquia, Rusia -donde recibirá la medalla de oro de «héroe de la Unión Soviética», un galardón de alto abolengo-, y fallecerá de un cáncer de hueso en Cuba. Convertido en un personaje para la historia, Mercader será, junto con su madre y su entorno familiar, objeto del análisis de los historiadores, de la mirada de numerosos novelistas e investigadores que le presentaran como Jorge Semprúm, como un Jekyll y un Mr. Hyde, como víctima verdugo y víctima, como un desgraciado que trató de “cambiar el mundo” como pieza de un engranaje del que nunca consiguió liberarse 21/.
Seguramente la primera en tratar su historia desde el punto de vista comunista oficial fue la escritora Teresa Pámies, que escribió en su momento: «Acaba de morir y sería fácil de decir que fue una víctima más de Stalin, pero todos fuimos Stalin. A todos nos hizo daño el estalinismo creado por todos y entre todos, sólo que muchos de los camaradas de Ramón hemos podido regenerar nuestras pilas desestalinizando (…) No se trata de hacer la apología del asesino invocando al militante, pero el caso de Ramón Mercader no puede tratarse como si fuese un Dillinguer». Desde este punto de vista se entiende que se mantuvo su fidelidad, que se negó a entrar en el juego de unas confesiones que le hubieran reportado cuantiosos beneficios, fue, añade Cobo, partidario de la «primavera de Praga» y un hombre complejo y fascinante. Para esta Teresa «Suponiendo que Ramón Mercader del Río matase a Trotsky, cabe suponer que también cometió un crimen político. ¿Justificarlo? No se trata de justificar nada. Intento explicar sin salirme del marco de las suposiciones. Lo que hizo Ramón Mercader -si lo hizo- pudo haberlo hecho cualquier joven de su generación de comunistas estalinistas. Cualquiera de nosotros, no. Mejor dicho, cualquiera no. Se requerían unas condiciones determinadas, un tesón, una capacidad de entrega que no todos teníamos. ¿Un hombre superior? No, un fanático frente a otro fanático: León Trotsky». En la misma onda, Vázquez Montalbán acusa diciendo que » los escritores trotskistas han elaborado una biografía negra y fatalista del hijo de Caridad Mercader y de ella misma» 22/.
Manolo no decía qué escritores. Olvida que Pierre Broué por ejemplo, restituyó rigurosamente el pasaje de Caridad Mercader por México con su «mono azul» para reclamar más armas; Trotsky todavía no había llegado. No había por lo tanto, ninguna razón para dudar que tanto ella como él lucharon en España contra el militar-fascismo y lo hicieron como militantes. La historia ha conocido casos de dualidad moral todavía más dramáticos si cabe: señalemos por ejemplo el de André Marty, 23/ el «carnicero de Albacete» que describe Hemingway en ¿Por quién doblan las campanas?», y disidente al final de su vida. Mercader pudo ser un idealista hasta que dejó de serlo; no es necesariamente diferente la historia personal de Stalin, el de 1917 se hubiera enfrentado al que llegó a ser más tarde. Lo que define a uno y a otro no es lo que fueron en su juventud, o lo que pudieron ser en otro contexto, sino lo que hicieron cada uno en su terreno. No deja de ser significativo que todavía en 1974, Pámies camine sobre el cuadro de las hipótesis cuando ni siquiera Ramón Mercader -cogido en el momento- se atrevió nunca a barajar tal cuadro. Cogido en el «engranaje» como una marioneta, Ramón Mercader carecía de otras referencias que no fuera aI dictado de los que le mandaban; seguía las órdenes al pie de la letra. Una mirada provista de un mínimo razonamiento podía percatarse sin esfuerzo que todas las acusaciones contra los «trotskistas» que conoció, contra el mismo Trotsky, carecían de fundamento, Pero eso hubiera significado un principio de autonomía crítica, algo absolutamente prohibido para la escuela que había escogido. Su crimen es terrible tanto por su ejecución como su significado y por la voluntad infame que le acompañó cuando en su carta-confesión trata de hundir a la víctima con acusaciones horribles.
Mercader no fue ciertamente un Dillinguer. Éste nunca presumió de ideales, jamás arguyó que servía a una causa, y mucho menos a una causa como la del socialismo que obliga a unir lo que se dice con lo que se hace. Lo suyo fue una tragedia, se hundió en el abismo y pago su horror más caro que ningún otro del «equipo», pero esto no le exonera ante la historia. La comprensión que pide Pámies y Cobo no se le puede negar a nadie, ni siquiera a los nazis que no fueron «demonios» sino seres humanos. La demonología -muy aplicada en aquella seudo-ciencia llamada «sovietología»- tiene la virtud de escamotear las razones de fondo. Stalin fue también una víctima, fue un hombre de su tiempo, había surgido en el cruce de dos grandes herencias, la de un pasado bárbaro y despótico y la de una revolución llena de promesas emancipadoras. Su crimen fue que utilizó el traje revolucionario para ocultar su barbarie. «Comprender» esto no significa, todo lo contrario, justificar lo injustificable.
Todos pudieron ser como Ramón Mercader, todos fueron víctimas del estalinismo, y todos lo hicieron… Curiosa forma de aplicar el diamat, el análisis materialista dialéctico de la historia. Por este hilo el ovillo que se podría formar no acabaría nunca. Tirando de él,el argentino Eduardo Goligorsky, colaborador habitual de Libertad digital y conocido “defensor de la convivencia” frente al nacionalismo catalán, escribía en La Vanguardia de Barcelona (12-IX-89), que rehabilitar a Trotsky en relación a Stalin era corno querer hacerlo de Roehm víctima de Hitler. Por otro lado, afirma el articulista, Trotsky fue peor por algo muy sencillo: mientras que Stalin se limito a aplicar el «socialismo en un sólo país», Trotsky quiso lo mismo pero a escala mundial. ¿Se imaginan?). No todos fueron estalinistas, no todos contribuyeron a su forja, ni mucho menos. Hubo ciertamente muchos amigos, en otros momentos apreciaron el conservadurismo de Stalin, su «realismo», su voluntad en acabar con la «pesadilla» revolucionaria. Lejos quedaban los testimonios como el de Leopold Trepper, el líder del grupo de espías “La Orquesta Roja” que tanto daño hizo al nazismo, y que escribió: «La revolución degenerada había dado luz a un sistema de terror y de horror en el que los ideales del socialismo quedaban caricaturizados en nombre de un dogma fosilizado que los burócratas tenían el cinismo de llamar marxismo. Y, sin embargo, todos nosotros hemos consentido, destrozados pero sumisos, pulverizados por el engranaje que nosotros mismos habíamos puesto fuera de nuestro control. Como meras ruedecillas de la maquinaria, aterrorizados hasta la desorientación, nos hemos convertido en instrumentos de nuestra propia sumisión. Todos los que no se han opuesto a la máquina estalinista son responsables, colectivamente responsables. Yo mismo no escapo a este veredicto….Pero, ¿quién protestó durante esa época?, ¿quién levantó su voz para gritar su desacuerdo?. Los troskistas pueden reivindicar ese honor. A semejanza de su líder, que pagó su obstinación con un pistoletazo, combatieron totalmente el estalinismo…»
Aunque actualmente puede parecer extraño, en los años setenta del siglo pasado un autor como Jorge Semprún podía escribir largas parrafadas como estas extraídas de su novela La segunda muerte de Ramón Mercader: «¡Que destino el de aquel pueblo! En 1920, en el desorden y en la esperanza y el hambre, bajo la consigna de la revolución mundial, había desfilado por aquella misma Plaza Roja ante un grupo de hombres que llevaban indumentarias heterogéneas, de pie en la misma calle, o de pie en un camión a veces. Allí estaba Vladimir Illich Lenin, o Lev Davidovich Trotsky, y Nicolai Bujarin, y Zinóviev, y Kaménev, y Piatakov, y los comandantes de la caballería roja, y los jefes de los guerrilleros, y los organizadores que separaban la sombra de la luz, de Arkanguelsk a Batum, desde el Extremo Oriente disputado a Kolchak, a los japoneses y a los intervencionistas, hasta la Ucrania arrancada a los guardias blancos. Tal vez también estaría allí Djugaschvili, un georgiano obstinado y oscuro, a quien la muchedumbre no reconocería, porque no era un hombre de aire libre, de asambleas abiertas y tumultuosas, sino un hombre de lugares cerrados de aparatos, de lámparas encendidas hasta muy avanzada la noche sobre circulares administrativas. ¿A quién se le hubiera ocurrido mirar a Djugaschvili en aquella época? Pero no, eran los años en que todos los lenguajes estaban sometidos a la prueba de fuego de la realidad, en que Le Corbusier iba a construir la Casa de los Sindicatos, en que se inventaba en Moscú y en Petrogrado el arte abstracto, el surrealismo, el cine moderno, los carteles políticos, en que dentro del torbellino de aquella grande y hermosa locura rusa que transformaba el mundo, se elaboraba la posible hegemonía de una vanguardia, no codificada por nauseabundos decretos emanados de las alturas, sino fundada en una coherencia real, aunque a veces vacilara entre las ideas y las palabras, los principios y la práctica, Rusia y el mundo, el arte y la política. ¿Qué podía representar Djugaschvili en esa tormenta, en esa invención perpetua y ese perpetuo replanteamiento de todo?. No, verdaderamente era una cagada de mosca en las páginas de la Historia los raros hechos y actitudes de aquel Djugaschvili en esa breve época de arco iris entre las dos inmensas bocas de sombra de la vida rusa…» 24/.
Semprún presenta a los hombres de la revolución, a sus «verdaderos artesanos» como gente que «hablaban todas las lenguas, habían peleado en Viena y en Nueva York, en París y en Praga, conocían todas las bibliotecas de Occidente, respetaban al pueblo ruso, pero no el alma rusa (…) no representaban a ninguna clase, no tenían vínculos de clase, pero por eso mismo podían encarnar la voluntad del proletariado, su capacidad latente, y a veces inasequible, de liquidar todo vínculo de clase, toda situación de clase, a través de la liquidación de su propia existencia de clase, de su propio poder de clase». Desde esta concepción el actual ministro se sentía incómodo delante de «los retratos de Lenin y de Ulbricht, extrañamente reunidos, en la incoherencia más total…».
En las dos últimas décadas, el zigzag de las interpretaciones ha sufrido una nueva reconsideración. Después del silencio y el menosprecio que siguieron a su muerte y a la II Guerra Mundial, nos llegó una oleada reivindicativa lograda a pulso por autores como Isaac Deutscher, C. Wrigth Mills, Pierre Broué, Pierre Naville, Gabriel García Higueras, Ernest Mandel, Jean Jaques Marie, entre otros 25/.
Ahora, después de la nueva glaciación esta vez operada desde la ofensiva neoliberal y por los regímenes anticomunistas que sucedieron al “socialismo real”, estamos viviendo una nueva oleada en la que Trotsky vuelve a ocupar su lugar en el Partenón de los clásicos socialistas. Ahora la batalla contra la escuela de falsificación histórica estalinista, contra la burocracia se ha convertido en un principio ampliamente establecido en una nueva izquierda que trata de superar los rasgos sectarios de las minorías proféticas de los sesenta y busca su nuevo camino. En este camino, la lectura y el estudio de Trotsky es una cita obligada más allá de tribus elegidas y de los “ungidos” por la verdad revelada. De alguna manera, cada aniversario supone un momento en la reconsideración obligada de un legado que responde a otra realidad, a otro tiempo.
* El libro fue una experiencia desafortunada. Editado en 1990 , la editorial no pagó la parte que le correspondía y además se quedó con un fondo de libros. Una parte fue a parar a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), que estaba en plena crisis, de manera que no hubo control. Una suma de avatares que se explican en el contexto de contrarrevolución neoliberal. Este trabajo retoma algunas partes de la introducción.
Notas
1/ Esta película (Antonio Chavarrías, México-España, 2016) puede considerarse como un proyecto de cierta envergadura que ha conocido un rodaje dilatado. Se centra en las vicisitudes de Ramón Mercader, un joven comunista español, que es captado por los servicios secretos soviéticos para participar en un complot ordenado por Stalin, como lo habían hecho otros comunistas españoles que formaron parte del grupo que liderado por Siqueiros llevó a cabo un primer atentado contra Trotsky, que salió ileso por suerte mientras trataba de proteger a su nieto. Cabrá esperar que sea muy distinta que The Assassination of Trotsky, de Joseph Losey (GB-Francia-Italia. 1972), una pésima y turbia reconstrucción de la trama del crimen, con un Trotsky grandilocuente y perdido en las grandes palabras, y una dialéctica víctima-verdugo confusa…Dos detalles: 1. El guionista fue Leonard Mosley, hijo del líder fascista británico; 2. Estrenada en Thailandia como un alegato anticomunista, la película comenzaba a ser un éxito en el medio estudiantil cuando fue retirada por el gobierno por temor de que los estudiantes tomaran a Trotsky como modelo. Esta noticia la dio en su día el corresponsal de Le Monde en Bangkok.
2/ Citado por Pierre Broué en Trotsky. Ed. Fayard, París, p.926. trad. PGA.
3/ Denise Avenas y Alain Brossat ofrecen un detallado recuento de las críticas efectuadas desde el estalinismo por autores oficialistas en Sur l´ antitrotskysme (Maspero, París, 1971) en sus páginas se refieren con obligada ironía a la copiosa producción soviética que paso del manual estalinista clásico al “revisionista” en el Stalin desaparecía oponiendo a Lenin contra todos los que debatieron con él en un momento dado, categoría en la que entraba casi todo el partido bolchevique desde su fundación….
4/ Aunque desde algunos ángulos pueda parecer que las luchas fraccionales fueron la medida de la última internacional, lo realmente importante fue su participación entre los “activistes” que se movilizaron en Francia en sostén de la insurrección argelina, para la cual se llegó a crear un fábrica de armas. Sobre esta y otras cuestiones resulta inexcusable la lectura de la obra de Daniel Bensaïd, Trotskismos (Ed. El Viejo Topo, 2002), que acaba de ser reeditada por Sylone mirando hacia América Latina.
5/ Ver al respecto, Néstor Kohan Los estudios desconocidos del Che Guevara. A propósito de sus Cuadernos de lectura de Bolivia, disponible en www.rebelion.org/docs/125279.pdf
6/ Esta articulación igual se hizo extensible al mismísimo Hitler, con la variante comunismo=nazismo=igual totalitarismos. Analogías cínicas y arbitrarías enfatizadas quizás particularmente por los renegados provenientes de la izquierda, valga como ejemplo, Antonio Elorza escribe en su reseña sobre El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels, de Hugh Tristam…: “Aquí sí que el sueño de la razón produce monstruos, por mucho que el imaginativo recorrido final de Hunt por la Rusia exsoviética y por las posibles huellas de Engels sobre el estalinismo le permita concluir que Engels no fue responsable de sus crímenes. Pero no es menos cierto que el castillo de ideas conducente al «reino de la libertad», al proyectar su dogmatismo y su milenarismo sobre una política revolucionaria, dejaba inevitablemente el protagonismo efectivo en manos de la violencia de Estado. Todo paraíso necesita la espada del arcángel san Miguel”…
7/ Por supuesto, los autores tenían todo el derecho del mundo a escoger su propio enfoque, sí bien resulta significativo el desplazamiento, por cierto ya presente en un extenso documental producido por RTVE. Es el propio del que enfatiza el fracaso de la revolución en detrimento del concepto de revolución permanente/revolución traicionada que había presidido las herejías.
8/ Cit. por Isaac Deutscher, III tomo, p. 244.
9/ Texto incluido en El verdadero Trotsky (E. Extemporáneo, México, 1975). p. 30-31.
10) Aparte de obras clásicas como la de Pierre Broué, Los procesos de Moscú (1964), disponible en pdf www.elsoca.org/pdf/…/Pierre%20Broue; se han efectuados estudios más recientes como el de J. Arch Getty y Oleg V. Naumov La logica del terror: Stalin y la autodestruccion de los bolcheviques, 1932-1939 (Ed. Crítica, Barcelona, 2001) Según los autores, de 1932 a 1939 el “terror” causó millones de víctimas en la Unión Soviética. Una “locura colectiva” centrada en este periodo en la que las principales víctimas fueron los bolcheviques que en un momento u otro había mostrado sus discrepancias con la línea general del PCUS, un partido secuestrado por un aparato, por una camarilla de afines que se imponía sobre una sociedad completamente exhausta y desarticulada.
11/ El estalinismo invirtió los componentes de la tradición marxista en base a una regresión de la escolástica religiosa en que, bajo el envoltorio de dicha tradición operar en sentido opuesto. Esta lógica quedó perfectamente expresada en su elocución durante el entierro de Lenin –el análisis concreto de la realidad concreto-, hilando un juramente que regresaba a un tiempo previo al de Galileo. La fe en el partido`, en su cúpula dirigente, se justificaba por el referente de la “patria socialista” en cuya cumbre se encontraba Stalin. Un esquema de base religiosa con sus fanáticos capaces de lo mejor pero también de lo peor.
12/ Me llamaban el Coronelazo (Ed. Grijalbo, México, 1977, p. 357).
13/ Siqueiros, ídem. p. 358.
14/ Siqueiros, ob. cit. p. 360
15/ Neruda minimiza esta relación en Confieso que he vivido (Ed. Seix Barral, Barcelona, 1974), donde cuenta -p. 400-1- la intervención de un «oscuro poetiso uruguayo» que trató de inculparle de ser uno de «los asesinos de Trotsky». Esto último es descabellado, pero no lo es en absoluto su compromiso a favor de Siqueiros. Ulteriormente, con ocasión del éxito de la película El cartero (y Pablo Neruda) (Il postino, Michael Radford, RU-Italia, 1994), esta conexión con Siqueiros fue utilizada en una campaña neoconservadora para impedir que el film recibiera el Oscar a la Mejor Película en lengua no inglesa.
16/ Como en el caso de Claudio Albertani en una polémica reciente expresada en su trabajo Vittorio Vidali, Tina Modotti, el estalinismo y la revolución, disponible en www.fundanin.org/albertani3.htm
17/ Ver, El asesinato de Sandalio Junco, padre del trotskismo cubano, artículo fue publicado por Félix José Hernández, dentro de sus crónicas tituladas Cartas a Ofelia, recogiendo el testimonio de Roger Redondo, disponible en www.fundanin.org/hernandez1.htmSandalio Junco (1902-1942), de quien la leyenda dice que golpeó públicamente a Stalin en una recepción oficial, y que fue asesinado por un comando del PC en Cuba, ver Robert J. Alexander, Trotskyism in Latin America (Hoover Institution Press, 1973; 217). Sandalio mantuvo una relación muy estrecha con Andreu Nin
18/ Me remito a mi artículo Carlo Tresca, un anarquista de dos mundos, disponible en www.fundanin.org/gutierrez120.htm
19/ Diputada (1894–1968) socialista y feminista controvertida -justificó el no derecho a voto de las mujeres por el hecho de que éstas lo emplearían a favor de la derecha-, y que había evolucionado desde el «caballerismo» al comunismo estalinista. Siqueiros la cita como participante en los mítines impulsados contra Trotsky y aparece entre los personajes que visitaron a Mercader en prisión, pero no existan otros datos que permitan dar créditos a lo escrito por Julián Gorkin sobre cuyas “fantasías” me extiendo en Retratos poumistas (Ed. Renacimiento, Sevilla, 2006)
20/ Journal d’exil (Ed. Gallimard, pp. 55-56) Existe una versión castellana del CEIP.
21/ La biografía más exhaustiva sobre el personaje es la de Eduard Puigventós López, Ramón Mercader, el hombre del piolet (Ara Llibres, Barcelona, 2015, 624 pgs), cuyo enfoque interpretativo plantea como no podía ser menos una discusión que sobrepasa el limitado ámbito de este artículo. El panorama se ha ampliado con el de Gregorio Luri sobre Caridad Mercader, El cielo prometido: Una mujer al servicio de Stalin (Ariel, Barcelona, 2016), que registra una cierta nota reivindicativa situando a Caridad como un personaje que ha sido vapuleado y calumniado, que ha sufrido el menosprecio y ha sido dibujada con trazo gordo por la historia, un filo muy complicado en el que se mueven ambos autores situados entre el explicar (lo que sería su cometido) y justificar, un terreno que también fue propio desde la cultura comunista oficialista. De momento, el mejor trabajo fílmico sobre el evento sigue siendo el documental que García Videla lanzó Trotsky y México. Dos revoluciones en el siglo XX. (México, 2006). Menos conocido es el poemario de José Manuel Lucía, poeta y filólogo, Vicedecano de la Facultad de Filología de la Complutense, Los últimos días de Trotski (Ed. Calambur), un poemario sorprendente en el que dibuja un perfil humano y sufriente del que fuera mariscal de mariscales del Ejército Rojo y víctima entre las víctimas del terror de Stalin.
22/ Cuando éramos capitanes (Ed. Dopesa, Barcelona, 1974, p. 110)
23/ André Marty (1986-1956), hijo de un comunero, participó en la revuelta de la flota francesa en el Mar Negro lo que le vale ser el único dirigente comunista francés mencionado en la historia del PCUS redactada bajo las órdenes de Stalin. Izquierdista convencido, ingenuo y brutal, Marty dejó detrás de sí toda una leyenda negra durante su participación en las Brigadas Internacionales. Fue sin embargo, junto con Charles Tillon, el jefe del primer grupo de la resistencia cuando todavía duraban los efectos del pacto nazi-soviético. Al final de su vida no soporta más la corrupción y la vesania que rodea a Maurice Thorez y levanta la bandera de la disidencia. Se acerca a los «trotskistas» y reconsidera su posición. Delante de su tumba Pierre Frank pudo citar a Trotsky cuando definió al estalinismo como una máquina para triturar probados revolucionarios. La diferencia entre Marty y Mercader es que el primero fue un verdadero comunista antes de ser eclipsado por el estalinismo. Mercader nació a la militancia como un estalinista animado por el fervor fanático de su madre, y ya en 1937 ejerció tareas de vigilancia de manera que se le encuentra entre los que vigilaron a George Orwell.
24/ Existe también una cierta literatura sobre el caso, la más clásica es la citada de Semprún, disponible en espapdf.com/book/la-segunda-muerte-de-ramon-mercader. Aparte de otras olvidadas, hay que citar la obra mayor de Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros
25/ La trilogía de Isaac Deutscher fue reeditada por Lum Ed (Santiago de Chile, con distribución española de Txalaparta). C. Wrigth Mills operó una potente recopilación en Los marxistas (1962; ERA, México, 1964), en la que dedica un extenso espacio a textos de Trotsky que fueron muy leídos en su época, cuando su “revival” no había comenzado; según su discípulo Irving l- Horowitz (Los anarquistas, Alianza, 1975), falleció cuando preparaba una gruesa antología similar sobre “los trotskistas”; el voluminoso Trotsky de Pierre Broué no ha encontrado traductor; sí lo ha tenido el de Jean Jaques Marie que parte del supuesto de que es el clásico el que hace la verdad y no al revés; tampoco existe versión castellana del vibrante Trotsky vivant de Pierre Naville, el erudito peruano Gabriel García Higueras editó su minucioso aporte con Trotsky en el espejo de la historia, donde contrasta los escritos de Trotsky con lo que desde la extinta URSS se dijo sobre él; el ensayo de Ernest Mandel se encuentra fácilmente en pdf…
http://vientosur.info/spip.php?article11650