Los 11 millones de votos a CFK y las ‘Tres B’ del peronismo gobernante
Un gobierno que acaba de obtener un triunfo contundente padece, sin embargo, de incertidumbre estratégica y la fuga de capitales es un síntoma de ello. La primer medida de la presidenta reelecta fue decretar que las privilegiadas mineras y petroleras liquiden la totalidad de las divisas de sus exportaciones (al igual que los sojeros y aceiteros), derogando así una excepción inaugurada por Menem y Cavallo y sostenida hasta hoy por los Kirchner. Una medida de intervención estatal para hacerse de unos 4.000 millones de dólares anuales más y aminorar la sangría que viene teniendo el Banco Central, pero que no garantiza parar la fuga. La preocupación oficial incluyó el operativo de Garré con la Gendarmería nacional y la Prefectura para detectar unas decenas de “coleros”, compradores de dólares por encargo sin justificar ingresos, pero de ninguna manera apunta a un control efectivo a los grandes bancos y empresas. El mecanismo privilegiado de la fuga son las transferencias de las filiales semicoloniales a sus casas matrices en el extranjero, como las de Europa que le exigen dólares en medio de la ya declarada recesión. Al mismo tiempo, el gobierno y el equipo de economía de Boudou intentarán aprovechar la entrevista de CFK con Barack Obama en la reunión del G-20, para destrabar créditos que EE.UU. venía vetando y encaminar un arreglo con el Club de Paris para volver al endeudamiento como reclaman las corporaciones patronales de la AEA.
La contradicción del voto popular que recibió la presidenta es que está cargado de expectativas de conservar la situación de los últimos años, cuando han cambiado las condiciones internacionales que la hicieron posible.
Los 11 millones y medio de votos a CFK abarcan un territorio transversal de todas las clases sociales. Es evidente que mantiene los votos de la amplia mayoría de la clase trabajadora, y que también recuperó a las clases medias, incluso gran parte de la de las zonas agrarias que la enfrentaron en 2008. El alto consumo ha sido históricamente un común denominador de la amplia base de sustentación de todo tipo de gobiernos capitalistas, incluso disímiles como el de Cristina y el del también reelecto Menem en el 95. El acceso al consumo trasmite una apariencia de igualdad y congrega, para quien los gestiona, apoyos sociales que van de las barriadas de Florencio Varela hasta los countries de Pilar. Pero, al revés que Menem que era reelecto cuando, a la vez, estallaba la hiperdesocupación con millones por fuera del “modelo de la convertibilidad” en decadencia, el kirchnerismo se ha construido sobre la base de un ciclo económico que, después de la depresión de 2001, usufructuó la entrada de millones al empleo precario y, en los últimos años, con la intervención del Estado que creció exponencialmente en su recaudación, creó una malla de contención hacia las capas más bajas de la clase trabajadora y del pueblo pobre. El contundente resultado de la reelección de Cristina Kirchner se valió también del voto de franjas de masas que en 2009 posibilitaron el triunfo de De Narváez en las legislativas de la provincia de Buenos Aires. Dos años atrás Néstor Kirchner perdía en el bastión del peronismo con 2.300.000 votos, y ahora el FPV ganó con casi 4.500.000. Después del golpe que sufrió en uno de sus centros de gravedad con aquella derrota, el gobierno lanzó la Asignación por Hijo, una bandera histórica de la CTA en épocas de Menem y De la Rua, que significó, para los que no tenían nada, un cambio en el nivel de vida. Las medidas “de izquierda” del kirchnerismo siempre fueron tomadas de contragolpe. Sólo después de la derrota con la patronal sojera por una porción de la renta agraria en el 2008, y ante el hundimiento de las acciones de las AFJP golpeadas por la crisis financiera internacional, la estatización de las cajas de jubilaciones, al mismo tiempo que reforzó el “bonapartismo fiscal” engrosando el poder de la caja estatal desde la Anses, extendió la jubilación mínima a quienes ni siquiera la recibían. Estas medidas “contra la pobreza” le permitieron al kirchnerismo, además, sumar a los sectores de centroizquierda que en los 90 comulgaban con la oposición antimenemista del tipo del Frepaso, reforzando el acompañamiento de medidas tomadas de la “agenda progresista” y los movimientos sociales como la Ley de Matrimonio Igualitario.
¿Partido dominante?
Pero estos rasgos de aparente “hegemonía” del modelo no sólo que están asentados en el pasado “próspero” del crecimiento económico que ya no será igual. Tampoco se sustenta en un partido dominante y estable, como si fuera la socialdemocracia de Suecia, sino en una coalición de gobierno inestable, con una vasta heterogeneidad de intereses, y poblada de caudillos y camarillas del peronismo. El cristinismo es una fracción dentro de la fracción de los kirchneristas en general, aunque hoy la fortaleza de la figura presidencial le permita arbitrar sobre el conjunto y la situación económica mantenga cierta ilusión de “unidad nacional”. Esto no significa subestimar el fortalecimiento político del cristinismo que recuperó la mayoría en la Cámara de Diputados, ahora con tropa propia en el poder legislativo. Es parte, también, de la ocupación de posiciones en la burocracia política y estatal, a la que ascienden tanto La Cámpora como los ex jóvenes de Alsogaray que vienen con Boudou, y deja raleada la representación de la cúpula sindical de la que solo asumirán los diputados Gdansky de la UOM de La Matanza y Facundo Moyano, para colmo, de dos tendencias hoy distanciadas en la interna de la CGT. Sin embargo, uno de los dilemas de todo gobierno fuertemente unipersonal, inclusive ya sin la flexibilidad que le daba el “bonapartismo de doble comando” junto a Néstor Kirchner, es resolver la lucha por la sucesión que surgirá dentro de la propia alianza de gobierno que ahora le posibilitó -o la acompañó en- el triunfo del 23 de octubre. Es de esperar tensiones, lucha de camarillas, zancadillas, conspiraciones y crisis políticas en torno a posicionamientos hacia 2013 y 2015 que tendrá al peronismo como principal protagonista. Los amagues de reforma constitucional que lanzó el oficialismo, difícilmente busquen imponer la doble reelección de CFK. El objetivo es inyectar perspectivas de futuro a su último mandato, evitar que se desate la pelea de todos contra todos por la sucesión, y ubicarse como gran electora del candidato que vendrá, al estilo de los viejos presidentes del PRI mexicano.
La gobernabilidad del régimen
A punto de cumplirse 10 años de la crisis de 2001, no se puede decir que se haya consolidado un régimen de partido dominante, como intentan presentarlo los peronistas, sino que gobierna una coalición inestable. Pero mientras esta coalición tiene al Estado como articulador, la oposición patronal retrocedió de todas las posiciones conquistadas luego el lock out agrario y pasó del ‘Grupo A’ a fraccionarse en el abecedario completo. Hermes Binner, el segundo lejos de la elección del 23 de octubre, tenderá a una alianza con el radicalismo, ya sin el mando de Alfonsin, que erró todas. Este fraccionamiento de la oposición es un hándicap para la clase trabajadora y la izquierda: como varios analistas han vaticinado “la oposición será social” para decir que no podrá ser capitalizada mecánicamente por nadie de la diáspora de los partidos tradicionales.
Hasta tanto no pegue la crisis de lleno, el gobierno tratará de usar su fortaleza política para mantener el equilibrio entre las superganancias de los banqueros, los subsidios estatales para sostener la rentabilidad de los empresarios y, a la vez, la contención social hacia las capas más bajas. El mecanismo intentará ser el “pacto social”, de “unidad nacional” o el nombre que se le ponga al intento de subordinación de las organizaciones sindicales a las corporaciones empresarias. En función de ello, el oficialismo encaró una pelea de desgaste con Moyano para disciplinar, aún mas, a la CGT. El discurso del “nunca menos” ya está siendo utilizado en forma reaccionaria, no sólo por el gobierno sino por sectores de la burocracia sindical, como la de la UOM, que le reclaman a la clase trabajadora que resigne las demandas salariales en función de “los que menos tienen”. Como si los aumentos de salarios fueran a poner en peligro la Asignación por Hijo, mientras se mantienen los subsidios para garantizar la rentabilidad a “los que han ganado como nunca” en la UIA y la AEA.
Cuando la crisis golpee, los poderes reales de “la gobernabilidad” serán los verdaderos sostenes del peronismo, lo que hemos denominado las Tres B: los Barones pejotistas en provincias y municipios, la Bonaerense y policías provinciales que le cubren las espaldas, y la Burocracia sindical para intentar controlar al movimiento obrero. Allí reside la verdadera fortaleza del peronismo gobernante en los momentos de crisis y lucha de clases, como los que son esperables en el mandato del gobierno que se inicia. En los poderes fácticos que aparecerán como el reaseguro del Estado detrás del volátil “sufragio universal”, así como la clase dominante recurre al oro, como refugio de valor, cuando se desvaloriza el circulante de papel moneda.
‘Nosotros, la izquierda’
En esta situación de conformismo social y conservadurismo, pero también de los aprestos para encarar la crisis internacional, el Frente de Izquierda consolido mas de medio millón de votos en los trabajadores y la juventud, alrededor de demandas para enfrentar a los capitalistas. El reclamo de un salario igual a la canasta familiar, el fin del trabajo precario, la demanda de planes de vivienda en base a la expropiación de las grandes concentraciones de tierras ociosas y para la especulación inmobiliaria, el no pago de la deuda externa y el planteo de la gestión de jubilados y trabajadores de los fondos de la Anses para garantizar el 82% móvil, o la renacionalización de los recursos estratégicos como los hidrocarburos y la minería bajo el control obrero -que agitamos en la campaña- estarán cada vez más a la orden del día en una agenda de los trabajadores y el pueblo. Pero se necesita avanzar en la construcción de una fuerza militante que pueda llevar ese programa a los enfrentamientos de clase, que ese programa se haga carne conquistando una corriente por un partido de la clase trabajadora que gane fuerza decisiva en los sindicatos desplazando a los burócratas de la CGT y la CTA, y avance en la juventud para sacar del rutinarismo a las organizaciones del movimiento estudiantil ante los desafíos de la crisis que viene. En la perspectiva de la construcción de un partido revolucionario e internacionalista que tiene el PTS, nos debemos entre los integrantes del FIT un debate franco, fraternal y abierto de programas y estrategias que clarifique las posiciones hacia el futuro como lo reclama una vasta militancia aglutinada en el Frente de Izquierda.
27/10/11