La pesada deuda externa no nació por casualidad
Eduardo Lucita (LA ARENA)
La deuda externa es una trampa no sólo en Argentina sino en todos los países no desarrollados. Nació y se multiplicó en las últimas décadas porque los gobiernos no se atrevieron a investigarla ni a discriminar su pago.
Una vez más la deuda se ha instalado en escenario político nacional. Como con la Resolución 125 el gobierno ha pagado un costo político pero salió airoso de su confrontación con la derecha. Ya comenzó a pagar deuda con reservas y EEUU aprobó el nuevo canje. Pero aunque esté hoy en el centro del debate político-económico también lo estará por muchos años para adelante, porque no nació por casualidad ni se cancelará pagando.
El origen
En 1976 el gobierno del terrorismo de Estado coincidió con el cierre de un ciclo único e irrepetible en el capitalismo, de 1945 a 1975, los llamados 30 años dorados. Lo sucedió otro ciclo, el de la valorización financiera, caracterizado por la emergencia de una plétora de capital-dinero que no encontraba donde invertir. El endeudamiento externo de los países fue así una fuente de colocación para esos excedentes financieros. No sólo los latinoamericanos, también los africanos y muchos asiáticos.
El endeudamiento fue una tendencia mundial, con formas propias en cada país. Aquí tuvo que ver con la reforma financiera de Martínez de Hoz y el alza de tasas; la famosa Resolución 6 de rebaja de aranceles y la oleada de importaciones; también la tablita cambiaria, un seguro de cambio gratis garantizado por el Estado. Además se obligó a las empresas estatales a endeudarse sin necesidad. Las divisas así ingresadas ayudaron a financiar la fuga de capitales (entre 1978 y 1981 más de 38.000 millones de dólares) y a balancear las cuentas externas. Por si fuera poco también se endeudaron las empresas privadas (14.000 millones), este endeudamiento no fue para inversiones productivas o financiar capital de trabajo, sino para colocaciones financieras. El círculo se cerró cuando Domingo Cavallo estatizó esas deudas privadas. Al momento en que la dictadura militar usurpó el gobierno la deuda no llegaba a los 8.000 millones de dólares, siete años después ascendía 45.000 millones.
Una hipoteca impagable
En el inicio de los años ’80 comenzó en América Latina la crisis de la deuda, primero México, luego Brasil y Argentina. En el país se dio una moratoria de hecho, no se la declaró pero desde 1988 hasta 1992 no hubo pagos ni refinanciaciones. Esta situación dio lugar a una política de Estado de los EEUU Primero fue el Plan Baker cuyo objetivo no era otro que salvar de la quiebra a los bancos comerciales. Se trataba de que recuperaran el capital adeudado mediante mecanismos de capitalización de deuda vía la privatización de las empresas del Estado.
Luego fue el Plan Brady, el inicio del endeudamiento con bonos. Esta vez fueron los fondos de inversión y de pensión quiénes pasaron a ser los grandes financistas de la región. Se inició así la titularización y la dispersión de los bonos en miles de bonistas y una cantidad enorme de bonos con distintas características y condiciones. Luego siguieron el megacanje y el blindaje, finalmente la crisis del 2001 llevó a una suspensión unilateral de los pagos y a la reestructuración del 2005.
En diciembre del 2001 la deuda era de 143.300 millones de dólares, llegó a 191.300 millones en 2004, en el 2005 luego del canje quedó reducida a 149.800 millones. La quita efectiva fue de 42.000 millones. ¿Cuánto es ahora la deuda? Según el informe del Ministerio de Economía al 31 de diciembre del año pasado era de 147.200 millones de dólares, sin tener en cuenta los bonos que no ingresaron al canje (29.800 millones), no obstante que se le pagó por adelantado al FMI unos 10.000 millones y se hicieron otros pagos. No puede haber dudas: más pagamos más debemos.
Cambios en la composición
Normalmente la deuda era mayoritariamente externa y emitida en divisas, lo que cambió radicalmente luego de la reestructuración del 2005. Al día de hoy, según el informe citado, de los 147.200 millones de dólares el 46% está en pesos (de éstos el 60% ajustable por CER) y el resto en monedas de otros países. El 47,5% es deuda externa, el resto interna. De ésta, alrededor del 46% es intraestatal (con ANSES, BCRA, Banco Nación). El resto es deuda interna privada, que está en manos de los bancos, de los ahorristas del corralito, de jubilados que ganaron juicios, de proveedores del Estado. Probablemente muchos de estos tenedores han malvendido sus bonos a los bancos.
Como se ve, la deuda interna pesa cada vez más sobre el total de deuda pública y esto la hace más compleja. Tampoco es un fenómeno sólo local, es también el caso de Colombia, Brasil, México, incluso Venezuela.
En este contexto es que aparece la reapertura del canje, aprobada por la oposición de derecha, y el pago con reservas. Es una estrategia de conjunto de pagar para volver a los mercados voluntarios de crédito, se espera que a mejores tasas y condiciones. En rigor es desendeudarse para iniciar un nuevo ciclo de endeudamiento.
En última instancia no es muy novedoso, lo que sí aparece como novedad es el ropaje progresista con que se intenta revestir el pago. Tradicionalmente todos los gobiernos pagaban la deuda casi en silencio, como con culpa, en todo caso le echaban la culpa a otros y ellos no tenían más remedio que «honrar la deuda». Esta es la primera vez que se hace campaña a favor del pago, y esto se muestra como progresista.
Suspender los pagos
Quienes no somos participes de «honrar estas deudas» no aceptamos que se pague sin saber qué se paga, sin saber si se debe o no pagar. Sostenemos que no se puede seguir pagando, que es imperiosa la suspensión unilateral de los pagos hasta tanto una investigación profunda actualice la del diputado Olmos e incorpore el análisis de la nueva composición y un censo de la misma. Porque tal vez la solución no será igual para los distintos tenedores de deuda.
No se debe seguir dilapidando recursos. Argentina es un país que generación tras generación viene produciendo enormes excedentes económicos que finalmente son sustraídos del proceso local, porque la burguesía está siempre líquida, siempre dispuesta a sacar dinero del país. Por el contrario hay otro camino. El país puede autofinanciarse, recurrir a la capacidad de ahorro interno, bastaría con poner un freno definitivo a la fuga de capitales; controlar eficazmente los bancos que son los canales que facilitan la fuga; intervenir en el comercio exterior; poner en marcha un reforma tributaria que rompa con la regresividad de la política impositiva actual; revisar la política de subsidios y reformular el presupuesto nacional.
Recursos hay. Sólo se necesita decisión política para ponerlos al servicio de las reales necesidades de la Nación.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).
09/04/10