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Homenaje a Natalia Sedova, la “víctima” de Trotsky

Homenaje a Natalia Sedova, la “víctima” de Trotsky
Natalia Sedova
Natalia Sedova

Introducción y reproducción del ensayo biográfico que Marguerite Bonnet (albacea de Trotsky y biógrafa de Breton), dedicó a la “vida de una revolucionaria”

NATALIA Sedova, ha pasado a la historia como la compañera –“el hada”, para decirlo en palabras más exactas de Virginia Woolf-, y como tal actuó.

De entre todos los momentos que  ella vivió con Trotsky, quizás el más revelador sucedió con ocasión del atentado en comandado por David Alfaro Siqueiros y en el que tomaron parte algunos españoles, en la casa de Coyoacán en México. Sucedió unos pocos meses antes del asesinato de León. Mientras los agentes estalinianos comenzaron a disparar a diestro y siniestro,  Natalia se precipitó sobre Trotsky  cubriéndolo con su propio cuerpo el suyo y el de Liova, que resultó ligeramente herido en una oreja. En un artículo sobre “La revolución en el género femenino” publicado en la Web de IA, Bárbara Funes y Gabriela Vino dicen: “Cualquier comentario palidece ante un acto como ése, la palabra heroísmo debe resignificarse aquí lejos de toda épica de casta dominante, porque la acción rehúsa fosilizarse en los bronces burgueses. La memoria y en particular la memoria de clase es esa cosa viva que escapa al monumento”.   De alguna manera, este acto culminaba toda una vida juntos, una vida a la que la muerte de sus hijos había desprovista de toda juventud.

Hubo otros tiempos en los cuales Natalia disfrutó de los grandes momentos de la exaltación revolucionaria, y otros en los que sufrió las consecuencias de una opción que fue duramente perseguida por la policía zarista, por las policías de Europa durante la “Gran Guerra”, y luego, aquel exilio en el que el mundo se convirtió en un planeta sin visado. En ese tiempo, el POUM hizo todo lo posible para que Trotsky pudiera recabar en la España republicana, luego, durante su proceso, utilizaron esta actitud como una prueba de su filiación “trotskista”.

En su última etapa, la de la “resurrección” en México, ambos viven una historia a tres, el “viejo” se siente “como un cadete”, y vive una efímera pasión amorosa por Frida Kahlo que juega, y el descubrimiento abre una fase de amarguras. El la escribe una y otra, la llama “su víctima”, y las aguas vuelven a su cauce.

La prueba ha reforzado los sentimientos, y esto se trasluce en las memorables palabras que Trotsky escribió sobre ella en “Testamento”:  «Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanova Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de las causas del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices (…). Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.»[

Obviamente, Natalia tuvo también una proyección propia, la tenía ya antes de conocerlo, venía de una familia culta y rebelde, su padre, Iván Sedov, fue un reconocido explorador, ella fue de las mujeres que estuvo en todas las refriegas, que tuvo su propia página en la revolución y en la guerra civil, lo cierto es que la suya fue ante todo, una implicación de Natalia fue ante todo personal, no interviene en ninguna actividad específica, no escribe ni hace declaraciones, y año más tarde, cuando victor Serge la requiere para escribir su Vida y muerte de León Trotsky (que tendremos que editar más pronto que tarde), su testimonio abunda en los detalles personales, la descripción de ambientes y personajes, y por supuesto, en su rechazo radical del estalinismo, ¿quién podría tener mayores motivos que ella?.

Es por eso que resulta perturbador que su única acción política digamos abierta fuese su renuncia en 1951 a la Cuarta Internacional que atravesaba una crisis de la que no se recompondría hasta la segunda mitad de los años sesenta. La historia había pasado por lugares muy alejados de la hipótesis central de su fundación –la Guerra Mundial sería prólogo de grandes crisis revolucionarias y de desbordamientos de los aparatos burocráticos-, y sus líderes se debatían en el dilema de la “continuidad” y la renovación. Al igual que toda la izquierda radical –anarquistas, socialistas de izquierdas, consejistas-, habían quedado reducidos a la marginalidad y señalados como “apestados” por el estalinismo que gobernaba medio mundo y que disputaba la hegemonía del movimiento obrero en el resto. Su declaración era ajena a este debate y a esta compulsión, y se afirmaba en el terreno de lo que algunos llamaron la estalinofobia. Básicamente, la consecuencia del análisis de los textos que firmó como Natalia Sedova-Trotsky. era que no existía ningún “doble carácter” en los regímenes llamados “socialistas”, que eran inequívocamente contrarrevolucionarios…Este debate estaba amargando la vida de la Cuata Internacional desde casi sus primeros días, y fue el “gran motivo” para que algunos grupos siguieran su trayectoria propia en oposición al “revisionismo” y cosas así.

Evidentemente, la argumentación se correspondía con lo que Natalia había conocido en su propia vida, especialmente en los años de exilio, de exterminio de sus seres más queridos y finalmente el asesinato de su compañero del alma. Todo eso influyó en esa decisión en la que –desde luego- no preveía su dinámica rupturista que, especialmente en la primea mitad de los años cincuenta, daría lugar al florecimiento de lo que Daniel Bensaïd llamaría los “trotskismos”, título por lo demás inexcusable para conocer y comprender toda esta historia fraccional, muchas veces patéticamente fraccional. El propio Trotsky en su correspondencia con Bruno Rizzi, el autor de La burocratización del mundo (que aquí tradujo Juan Ramón Capella para Península), le venía a decir a este que, más allá de las diferencias propias de un proceso histórico tan nuevo y desconcertante, lo fundamental pasaba por amarrar unos acuerdos básicos en términos como lo siguientes:.la revolución rusa fue una revolución democrática que transcreció como localista…que el curso tomado por la burocracia era una traición de ese carácter…que era necesaria una nueva revolución que restituyera la democracia socialista…

Este texto fue escrito por Margarita Bonnet quien durante muchos años fue la amiga más íntima de Natalia, y gestionó después de su muerte el legado literario de Trotsky. Especialista en el surrealismo, en particular en André Bretón del que publicó una Antología (1913-1966) (Ed. Siglo XXI, Madrid-México-Bogotá, 1973 y 1977), así como la edi­ción de sus Obras Completas que están apareciendo en Editions La Pleyade, París. Margarita fue invitada en 1990 por la Fundación Andreu Nin dio una conferencia sobre arte y revolución en el Ateneo de Madrid en el marco de unas jornadas sobre el 50 aniversario del asesinato de Trotsky, lo que me permitió hablar con ella para que me otorgara permiso para su traducción y edición.

Originalmente fue publicado en A Natalia Sedova-Trotsky ( 1882-1962), París, 1962, edición fuera de comercio propiciada por un «grupo de amigos de Natalia Sedova- Trotsky», con prólogo de Maurice Nadeau, y aportaciones de André Bretón, Margarite Bonnet, Pierre Naville, Laurent Schwartz, Isaac Deutscher, Joseph Hansen, Pierre Frank, Livio Maitán, con testi­monios y recuerdos de Alfred Rosmer, Michel Pablo, Jack Weber, Laurent Orfila, Sara Weber, Raya Dunayevskaya (Rai Spielgel), Gerard Rosenthal, así como el texto de Natalia sobre el asesinato de Trotsky y las notas de éste sobre Natalia aparecidas en su Journal d’ exil. La traducción fue incluida en mi antología titulada El asesinato de Trotsky: antes y después, libro editado por la Fundació Andreu Nin con motivo del 50 aniversario de dicho asesinato.

NATALIA SEDOVA por MARGUERITE BONNET

UNA VIDA DE REVOLUCIONARIA

Natalia Ivanova Sedova- Trotsky, muerta en Córbeil el 23 de enero de 1962, no hablaba nunca de ella misma. Su vida estaba hasta tal punto confundida con la de su compañero que todo lo que precedió su encuentro y su combate común, parecía separado. Sin embargo, un paisaje, una silueta, reve­laban a veces un pasado adormecido, y ella sabía revivirlo, con una frescura y un humor delicioso. Había nacido en abril de 1892, el 14 del antiguo calendario, en Rommi, una pequeña ciudad ucraniana. En 1955 pude ver a Natalia emo­cionarse al recuerdo de esta Ucrania convertida para ella en algo tan lejano –en el tiempo y en el espacio–, cuando la conduje durante las vacaciones en las montañas de Forez; ella señalaba, con una especie de sorpresa dichosa e incré­dula, la extraordinaria semejanza que encontraba entre este país y Ucrania: como en Ucrania, las praderas, los bosques, como en Ucrania los valles abiertos y las montañas a la redonda… Me hablaba también, el mismo día, del Cáucaso, de las largas excursiones que hizo a pie con el que llamaba invariablemente L.D. (1). La gran naturaleza caucasiana, los picos, sus precipicios, sus torrentes, sus árboles desploma­dos sobre sus frutos, sus tormentas terroríficas, habían dejado en ella un deslumbramiento nostálgico.

Su familia pertenecía a la pequeña nobleza pobre. Su padre, Iván Sedov, era de origen cosaco; su madre OIga Kolchev­sky de origen polaco. Tuvieron seis criaturas, varios murieron jóvenes. Natalia recordó una vez delante mío que uno de sus hermanos participó en la gran revolución de 1917 y ocu­po un puesto Importante en provincia, pero murió  poco después.

Los padres murieron muy pronto: a los 18 años Natalia era huérfana. Fue educada por su abuela de la que evocaba con admiración la firmeza de su energía. Recordaba también con humor y afecto a una de sus tías, la primera mujer «moder­nista» de la familia, ganada a las ideas revolucionarias ya los cigarrillos. Muchos de sus familiares estuvieron impli­cados en el movimiento de los «norodnikis» en lucha contra la opresión zarista, muchos, entre ellos su tía, conocieron el exilio en Siberia… Criada en este ambiente, Natalia no podía escapar a la fer­mentación revolucionaria que se gestaba en la Rusia de final del siglo XIX. Así, desde su adolescencia, manifestó su re­vuelta. Alumna en Karkov de una institución para jóvenes muchachas nobles, organiza colectas para el apoyo de los prisioneros políticos y agita a sus camaradas para manifes­tarse contra la presencia obligatoria en los oficios religiosos, después de haberlos persuadidos de que la lectura de los fo­lletos revolucionarios clandestinos eran preferibles a la Bi­blia. Como es fácil imaginar esta acción implica su expul­sión.

Estudiante en una Universidad femenina en Moscú, entro más completamente en el movimiento revolucionario adhi­riéndose a un grupo de estudiantes socialdemócratas. Pronto se trasladó a Ginebra para estudiar botánica. La vida debía de llevarla bien lejos de la paciente observación de las plan­tas, aunque hasta el final de su existencia no cesó de intere­sarse en ellas. Sus conocimientos en este dominio continua­ron siendo importantes. Muy a menudo, en el curso de un paseo, en Francia o en México, me preguntaba: » ¿Cual es el nombre de esta planta en francés?». Yo le confesaba mi total incompetencia. Natalia insistía: «Pero venga, sí usted lo sa­be». Me mostraba las características de la planta para añadir, como para decidirme a descubrir el nombre rebelde: «En ruso le llamamos…». Entonces se acordaba que yo no sabía del ruso más que de botánica y nos poníamos a reír. Pero la pequeña escena recomenzaba pronto. Sin duda su amor por las plantas era muy grande para que se resignara ante mi ignorancia.

Cuando, estos últimos años su nieto, apasionado por la quí­mica instaló en el fondo del jardín de Coyoacán un pequeño laboratorio, Natalia se puso desolada: «El ácido mata el césped. Las plantas que trepaban por el muro están muertas. El rosa florece mal….» También quería defender sus camelias contra las empresas de sus biznietas, Verónica y Norita, que entonces con cuatro y tres años sentían el delicioso placer de arrancar de un zarpazo unos granos florecientes…

Pero Ginebra no aportó únicamente a Natalia una iniciación en la botánica; los problemas sociales continuaron apasio­nándola. Allí, Plejanov, el teórico marxista, había organiza­do un círculo de estudiantes. Natalia se incorporó a éstos ya los emigrados que se agrupaban alrededor del periódico Iskra, en el que Lenin era uno de los animadores. Natalia, con 19 años, recibió del grupo su primera misión: transpor­tar a Rusia textos revolucionarios ilegales.

Abandonó Ginebra por París donde compartió la existencia de los emigrados políticos que, para poder mantenerse me­jor, ponían en común todos sus recursos, y tomaban juntos sus comidas en un alojamiento de la calle Lalande. Fue entonces, en otoño de 1902, cuando se encontró con Trot­sky. Lo cuenta ella misma en un pasaje de su «diario» (2) del que Trotsky citará numerosos extractos en la autobiografía que publicó en 1930 con el título de Mi vida (3): «El otoño de 1902 fue rico en conferencias en la colonia rusa de París. El grupo de Iskra al que pertenecía envió primero a Martov y después a Lenin. Este había luchado contra los «economicistas» y los socialistas-revolucionarios.

En nuestro grupo se hablaba de la llegada de un jo­ven camarada, evadido de la deportación. Se había instala­do en casa de Catherine Mikhallova Alexandrova, antigua militante de la Libertad del Pueblo que se había unido a Iskra. Las jóvenes queríamos mucho a. Alexandrova, y las escuchábamos con interés y estábamos bajo su influencia. Cuando el joven colaborador de Iskra llegó a París, Ale­xandrova se encargó de buscarle un apartamento entre la vecindad. Había uno libre en la casa donde yo vivía, cos­taba doce francos al mes, pero era muy pequeño, estrecho, sombrío, y parecía una cueva. Cuando hice la descripción a Alexandrova, esta me cortó la palabra:

-!Está bien! iEstá bien!… Es inútil hablar tanto… Le ira bien. iQue lo coja!: .

Luego Natalia añadía: «Cuando el camarada joven, del que no diremos el nombre, se instaló en dicho apartamento, Alexandrova me preguntó:

-Bien, ¿prepara su conferencia?

-No lo sé, le respondí. Probablemente… Esta noche, al subir la escalera, lo he oído silbar en su cama.

~Dile que se prepare bien en vez de silbar. Alexandrova estaba muy inquieta con «él», se pre­guntaba sí hablaría con éxito. Pero su ansiedad no estaba justificada. La conferencia fue muy lograda, la colonia estaba entusiasmada, el joven militante de Iskra sobrepasó las expectativas».

Trotsky señala lo que le debía a Natalia: su primera inicia­ción al arte. Fue gracias a Natalia, que guardará hasta su último día un interés vibrante por todos los dominios donde se despliega la creación humana –pintura, escultura, música, literatura–, que Trotsky cesa, nos lo dice él mismo, de ser un «bárbaro», aunque reconoce no haber nunca superado en el conocimiento del arte los límites del diletantismo. Natalia tomó nota de cómo él se mostraba, en un principio, recalci­trante ante el arte (4): “La impresión general que hizo de París: «Se parece a Odessa, aunque” Odessa es mejor». Esta conclusión que iba en contra del buen sentido se explica así: L.D. estaba completamente absorbido por la vida política y no se daba cuenta de otras cosas de la vida más que en la medida en que se le imponían. Entonces las percibía como inoportunidades de las que tenía que escapar. Yo no admitía sus juicios sobre París y me burlaba de él».

La revolución de enero de 1905 los lleva a Rusia. Natalia sale primero por Kiev con el fin de establecer las relaciones y encontrar alojamiento. Trotsky llega en febrero. Durante un cierto tiempo tuvo que esconderse en una clínica oftal­mológica, donde redacta textos y proclamas. La pareja llega a continuación a Petrogrado. Natalia fue arrestada el Pri­mero de Mayo en el curso de una reunión clandestina en el bosque. Trotsky fue obligado a vivir con una falsa identidad en Finlandia. Natalia permanece encarcelada seis meses y luego fue deportada a Tver. Pero la revolución, por un tiem­po contenida, toma en octubre un nuevo aliento. Natalia y Trotsky regresan a Petrogrado donde fue pronto elevado a la presidencia del Soviet.

La detención de los miembros del Soviet de Petrogrado, el 3 de diciembre de 1905, señala el aplastamiento del movi­miento. Trotsky, condenado en 1906 a una deportación per­petua, parte en enero de 1907 para la residencia que se le había asignado, un poblado siberiano por debajo del círculo polar. Pero incluso antes de llegar a su destino se evade y se junta con Natalia en Petrogrado, desde donde partirán hacia Finlandia con su hijo León, nacido durante la estancia de Trotsky en prisión, en febrero de 1905.

Una nueva emigración que debía de durar diez años comienza para ellos, les lleva para empezar a las afueras de Viena donde nacerá en 1908 su segundo hijo, Serge. Aunque Trotsky aseguró su colaboración con la prensa democrática rusa, en particular con el Diario de Kiev, la vida de la familia conocerá sin embargo momentos difíciles. Trotsky escribe en este sentido:  «Los honorarios que yo recibía de la Kievskaia Mysl habrían sido de hecho suficiente para nuestra mo­desta existencia. Pero en los meses que le dediqué a Prav­da me impidieron escribir una sola línea retribuida. Por lo tanto sufrimos una crisis. Mi mujer conocía muy bien e] camino del Monte de Piedad, y yo vendí más de una vez a los libreros algunos de los libros comprados en días más afortunados. Llegó un momento en el que nuestro humilde mobiliario fue embargado como garantía del alquiler. Teníamos dos niños pequeños, y no había una ayuda para guardarlos. Nuestra vida pesaba doblemente sobre mi mu­jer. A pesar de todo, ella encontraba todavía tiempo y fuer­zas para ayudarme en mi trabajo revolucionario».

Las amistades sólidas, en particular la de la familia Kliat­chko, emigrados rusos, endulzó sin embargo el exilio. En noviembre de 1914, el Kievskaia Misl pide a Trotsky que sea su corresponsal de guerra en París. Su familia se le unirá en mayo de 1915 y se instalan en una pequeña casa de Sévres después en la calle Oudry, en el barrio de los Go­belinos. En París, Trotsky reencuentra a Martov entre los emigrados rusos, se relaciona con los sindicalistas revo­lucionarios, Monatte, Merrheim, Bourderon, Loriot y sobre todo Alfred Rosmer, al que le atará, como escribe él mismo, «un sentimiento de amistad que ha permanecido a través de todas las pruebas de la guerra, de la revolución, del poder soviético y de la derrota de la Oposición». La amistad de las dos parejas, Alfred y Marguerite Rosmer, León y Natalia Trotsky, durará el resto de sus vidas. Se afirma incluso en la  muerte: Marguerite falleció el 20 de enero de 1962, tres días antes que Natalia. Para todos aquellos que la han conocido, no hay duda que la inquietud que sentía por la enfermedad de Natalia aquel gran corazón generoso no hizo más que adelantar su propio fin.

En septiembre de 1916, Trotsky es expulsado de Francia, a petición del gobierno zarista, y conducido a la frontera espa­ñola. Después de diferentes altercados con las autoridades españolas, se unió finalmente con su familia en Barcelona tres meses más tarde, y el 25 de diciembre de 1916, se embarcaron todos para Nueva York a donde llegaron el 13 de enero de 1917. Trotsky cuenta en Mi vida, esta llegada, el acogimiento de Bujarín que, desde que pusieron los pies en tierra, los acompaña, a pesar de la fatiga ya la hora tardía, a visitar la biblioteca. Natalia había guardado de este incidente un recuerdo muy vivo y me ha hablado de él en muchas ocasiones con una emoción divertida: New York por la noche, los niños se esforzaban en contar los pisos de los rascacielos y recomenzaban sin cesar sus cálculos, el aturdi­miento del viaje, Bujarín amigable y voluble, desbordante de entusiasmo delante de la riqueza y la organización de la biblioteca…

En lo sucesivo, la vida de Natalia y de Trotsky se confunden con la de la revolución: encarcelados después de las jor­nadas de julio, Trotsky se convierte, desde su liberación, con ocasión de la tentativa de Komilov, ya en el mes de agosto, en el presidente del Soviet de Petrogrado. Natalia trabaja en un sindicato. De lo que fueron la fiebre de aquellos días, su tensión, sus esperanzas, nos pueden dar una idea las líneas siguientes. Natalia escribe:

«En los últimos días de los preparativos para el movimiento de octubre, nos fuimos a vivir a la calle de Taurida, L.D. se pasada los días en el Smolny. Yo seguía trabajando en el Sindicato de Obreros de la madera, en que tenían mayoría los bolcheviques y donde se respiraba una atmósfera muy caldeada. Las horas de servicio se nos pasaban discutiendo la cuestión del alzamiento. El presi­dente del Sindicato compartía el «punto de vista de Lenin y Trotsky» (que era como se decía entonces), y yo le ayudaba en la campaña de agitación. En todas partes y por todo el mundo se hablaba del alzamiento: en las calles, en los establecimientos de comidas, en las escaleras de Smolny entre la gente que se cruzaban. La comida era escasa: el sueño, corto; la jornada de trabajo, de veinticuatro horas. Casi nunca veíamos a los chicos, y durante aquellos días de octubre no me abandonó un momento la preocupación de lo que pudiera ocurrirles…»

Y más lejos, añade:

«L.D. y yo no parábamos un momento en casa. Los chicos, cuando volvían de la escuela y no nos encontraban allí, se echaban también a la calle. Las manifestaciones, los disturbios callejeros, los tiroteos, que eran frecuentes, me infundían en aquellos días mucho miedo, por ellos; téngase en cuenta que eran la mar de revolucionarios… Los pocos ratos que pasábamos juntos se ponían a contarse, muy contentos:

-Hoy fuimos en el tranvía con unos cosacos que iban leyendo la proclama de papá, «Hermanos cosacos».

-¿y qué?

-Pues la leían, se la pasaban unos a otros, era muy hermoso…

-¿Os gustaba eso?

Si mucho.

Los niños confiados a unos amigos ya que la revolución absorbía plenamente totalmente a Natalia y a Trotsky (5)

«…Tarde por la noche, regresábamos a nuestra casa de la calle Tuarida para separarnos otra vez a la mañana siguiente, bien temprano, L.D. camino de Smolny y yo a mi Sindicato. Cuando ya los acontecimientos fueron cre­ciendo, no salía de Smolny ni de noche ni de día, L.D. se pasaba días y días sin aparecer por la calle de Taurida, ni siquiera a tumbarse un rato a dormir. Yo me quedaba tam­bién muchas veces en el Smolny, donde pasábamos la noche recostados en un sofá o sillón, sin desnudarnos. No hacía calor; era un tiempo otoñal, seco, gris, y soplaba un airecillo frío. Las calles principales estaban desiertas y silenciosas. En este silencio palpitaba una tensión de desa­sosiego. El Smolny hervía de gente. La magnífica sala de fiestas, en la que brillaban las mil luces de sus espléndidas arañas, estaba abarrotada de gente día y noche. En las fábricas y talleres reinaba también una intensa actividad. Pero las calles seguían silenciosas, mudas, como sí la ciu­dad muerta de miedo, hubiese escondido la cabeza debajo del ala…»

En marzo de 1918, el gobierno central fue transferido a Moscú. Trotsky cuenta en estos términos su instalación en el Kremlin (6):

«En la «Casa de los caballeros», que da frente al «Palacio de las Diversiones», vivían antes de la revolución los funcionarios del Kremlin. Todo el piso bajo lo ocupaba el alto comandante. Ahora su vivienda estaba dividida en varios cuartos. En uno de ellos vivía yo, separado por un pasillo de Lenin. El comedor era común a los cuartos. La comida que daban entonces en el Kremlin era rematada­mente mala. No se comía más que carne salada. La harina y la cebada perlada con la que hacían la sopa estaban mezcladas con arena. Lo único que abundaba, gracias a que no podían exportarlo, era el caviar encarnado. El recuerdo de este inevitable caviar tiñe en mi memoria –y segura­mente que no solo la mía- la idea de aquellos primeros años de la revolución».

Comisario del Pueblo de la guerra, Trotsky estará la mayor parte del tiempo en el frente. Natalia trabajaba en el Comi­sariado de Instrucción Pública del que se encargaba Lunat­charsky, dirigiendo el servicio de museos y de los monu­mentos históricos. Pesada tarea en un período como el de la guerra civil. Como recuerda Trotsky (7): «Mi mujer trabajaba en el Comisariado de Instruc­ción Pública, donde tenía a su cargo la dirección de los museos, monumentos históricos, etc. Le cupo en suerte defender bajo las condiciones de vida de la guerra civil los monumentos del pasado, y por cierto que no era empresa fácil. Ni las tropas blancas ni las rojas sentían gran incli­nación en preocuparse del valor histórico de las catedrales de las provincias ni de las iglesias antiguas. Esto daba ori­gen a frecuentes conflictos entre el Ministerio de la Guerra y la dirección de los museos. Los encargados de proteger los palacios y las iglesias echaban en cara a las tropas su falta de respeto por la cultura; los comisarios de guerra reprochaban a los protectores de los monumentos de arte el dar más importancia a objetos muertos que a hombres vivientes. El caso era que, formalmente, yo tenía que estar­me cada paso debatiendo en el terreno oficial con mi propia mujer. Este tema daba lugar a buen número de chistes y de bromas».

Y está fuera de duda que, a pesar de los peligros a los que Trotsky se encontró permanentemente expuesto, a pesar de las dificultades numerosas. Natalia conoció entonces los años más exultantes y los más ricos de toda su existencia: la revolución era victoriosa y su actividad personal respondía plenamente a sus aspiraciones.

Pero aquel tiempo fue corto: pronto comenzó en Rusia la  reacción burocrática que la muerte de Lenin, el 21 de enero de 1924, debía precipitar. Desde enero de 1925 Trotsky fue relevado de sus funciones en el Comisariado del Pueblo para la guerra y tuvo que sostener una áspera lucha en el interior mismo del partido. Al final de 1927, todavía apesadumbrado por el suicidio de Joffé, su colaborador y amigo, vivió su derrota. La Oposición de Izquierda en su conjunto fue excluida del partido en su XV Congreso. El último período de su existencia común, que concluirá trágicamente en México el 20 de agosto de 1940, se abre entonces: doce años dramáticos, marcados por la deportación, el exilio, las persecuciones más variadas, los duelos más crueles… doce años durante los cuales Natalia, discreta y eficaz, se mantiene siempre al Iado de León Trotsky, apor­tándole un sostén infatigable con su presencia, con su ener­gía y su amor. Las notas sacadas del Journal d’exil (8), permite adivinar lo que fue Natalia para Trotsky en unos años negros, y la profundidad de su unión.

Nada más empezar conocieron la deportación, en enero de 1928, en Alma-ata, en el Asia Central, sobre la frontera de China, a 4.000 kilómetros de Moscú, donde les acompañó su hijo mayor, León Sedov, que había entrado como su padre en la lucha política. Una novedad cruel, la primera de una larga serie, les llega pronto: el 9 de junio se apaga en Moscú, Nina una de las dos hijas que Trotsky había tenido de su primer matrimonio con Alexandra Lvovna. Nina cuyo marido, miembro de la Oposición, había sido arrestado poco antes de la deportación de Trotsky, muere de tuberculosis a la edad de veintiséis años. Esta muerte fue tan dolorosa para Natalia como para Trotsky, no solamente porque ella toma­ba parte en todas las pruebas sufridas por su compañero, sino también porque un afecto muy profundo le unía a las dos hijas de Trotsky, Nina y Zina, así como con Alexandra Lvovna. Ella me habló en muchas ocasiones de esta última militante de gran envergadura, que defendía con firmeza los puntos de vista de la Oposición y que fue deportada a Sibe­ria en el momento de los procesos de Moscú. Su suerte no cesó de atormentar a Natalia hasta sus últimos años.

Trotsky, incluso aislado en una región lejana, se mantenía irreductible frente a Stalin. Queriendo golpear a la izquierda con un nuevo golpe, este último decidió por una orden de 18 de enero de 1929 la expulsión de Trotsky fuera de las fron­teras de la URSS. El 12 de febrero de 1929, un vapor sovié­tico desembarca en Constantinopla a Trotsky, Natalia ya su hijo mayor León. El más pequeño, Serge, ingeniero muy apasionado por su trabajo científico y que no tenía ninguna actividad política, había decidido permanecer en la Unión Soviética. Nadie podía prever entonces que el odio de Stalin le golpearía simplemente por ser el hijo de Trotsky.

Acompañados por algunos amigos de los grupos de la Opo­sición de Izquierda, Trotsky y los suyos se instalaron por razones de seguridad en Prinkipo, una de las islas del Bós­foro. Trotsky se puso inmediatamente a trabajar: artículos, libros, correspondencia, folletos. Es en esta época cuando escribe su autobiografía, a petición de un editor alemán. Ampliamente ayudado por León Sedov, publica cada mes un capítulo en ruso, y continuará haciendo entre 1929 y 1940 el boletín de la Oposición que aparecerá en París y luego en New York.

Si exceptuamos un corto viaje a Noruega el otoño de 1923 en base a la invitación de  asociación de estudiantes socialdemócratas que pidieron a Trotsky una conferencia so­bre la revolución rusa, Trotsky y Natalia permanecieron en Prinkipo sin interrupción hasta julio de 1933. Un nuevo duelo les golpeará: la represión contra la Oposición de Izquierda y la familia de Trotsky se acentúa en Rusia; su hija mayor, Zina, llegara a Berlín para curarse acompañado por su hijo Sieva. Había dejado en Rusia a su marido Platón Volkow y su hija pequeña. Volkow no consiguió la autori­zación para dejar Rusia. Enferma, agotada su resistencia nerviosa, Zina se suicida. El niño, recogido por su tío León Sedov y su compañera, Jeanne Martín, vivió tanto con ellos como con sus abuelos.

La existencia de Trotsky y de Natalia a partir de 1933 hasta su llegada a México en enero de 1937 no fue más que una larga errancia. El 20 de enero de 1932 el gobierno ruso le quitó la nacionalidad soviética a Trotsky ya los miembros de su familia que vivían en el extranjero: en estas condi­ciones la estancia de Trotsky en Turquía, cerca de la URSS, parecía peligrosa.

Las iniciativas destinadas al gobierno francés concluyeron con la concesión de un visado, acompañado empero de diversas restricciones. El 24 de julio de 1933, Trotsky, Natalia y sus amigos desembarcaron en Marsella. En un prin­cipio vivieron muchos meses en Saint Palais, cerca de Ro­yan, y luego fueron autorizados en noviembre a aproximarse a París. Pero la Seine y la Seine-et-Oise permanecieron pro­hibidas. Se instalaron en Barbizón, en una casa situada al borde del bosque (Será en Barbizón cuando el 4 de noviem­bre de 1962, Natalia efectúa su último paseo: quiso volver a ver el bosque en otoño y una de sus moradas del exilio).

Al comienzo de 1934, un accidente de motociclista ocurrido a un joven camarada encargado del correo, revela su retiro. !La prensa se desencadena!. El ministro del Interior, Albert Serrault, cediendo a esta campaña hostil, firma el 6 de febrero de 1934 una orden de expulsión, Trotsky y Natalia encontraron un asilo provisional en Domene, cerca de Grenoble. Es en la primavera de 1933 cuando otra pesada inquietud viene a atenazarles: su hijo Serge, que permaneció en la URSS, no responde más a sus cartas. La angustia y el sufrimiento de Natalia y de Trotsky se expresa sobriamente en algunas notas del Journal d’exil.

Todos los gobiernos extranjeros rechazaron el acogimiento de los exiliados: más que nunca, para León Trotsky y su compañera, el planeta está sin visado. Finalmente el gobier­no laborista de Noruega le concede una autorización de estancia. Al final de junio de 1935, Trotsky y Natalia y dos amigos que cumplen el papel de secretarios llegan a Oslo y reciben a unos sesenta kilómetros de la ciudad la hospitalidad de un socialista, Konrad Knudsen. Natalia no habla­ba nunca sin emoción de la familia Knudsen cuyo acogi­miento afectuoso fue para ellos, en este período sombrío, de un gran reconfortamiento. Sin embargo, la apertura del pri­mer proceso de Moscú, el de Zinóviev, en agosto de 1936, convierte este asilo en precario, con el relanzamiento del gran ataque contra el trotskismo. El gobierno soviético amenaza con boicotear el comercio noruego. Trotsky y su mujer son detenidos, confinados en una residencia vigilada. Planeta sin visado, una vez más… Solamente México, bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, le concede el derecho de asilo.

El 9 de enero de 1937, los exiliados desembarcan en Tam­pico. Natalia describe en los siguientes términos este mo­mento (9): «La llegada de un vaporcillo disipa nuestras dudas. Los rostros conocidos o desconocidos, pero todos honestos, nos, sonreían. Diego Rivera, inmovilizado en una clínica, no pudo venir, pero su mujer, Frida Kahlo, estaba aquí así como los periodistas, los funcionarios mexicanos, los camaradas, amigables y afectuosos, alegres por recibimos. Una ola de nuevos entusiasmos nos llega de New York. Más que en ningún otro lugar del mundo el crimen per­turbaba las conciencias. Respiramos un aire purificado… Un tren ofrecido por el gobierno mexicano nos transporta a través de los campos de palmeras y de cactus. Un auto que nos recoge en la estación nos lleva a las afueras de México. Una casa azul, un patio lleno de plantas, las salas frescas, las colecciones de arte precolombino, las pinturas en pro­fusión. Estamos en un nuevo planeta, en casa de Diego Rivera y Frida Kahlo».

Había encontrado finalmente un abrigo natural. Por poco tiempo… el 23 de enero se abre en Moscú el segundo de los grandes procesos que se centra enteramente sobre Trotsky y sobre su hijo León Sedov que preparan activamente cartas y documentos para esclarecer a la opinión mundial. Una comi­sión que se constituye bajo la presidencia del filósofo John Dewey, conocido por sus trabajos y su integridad, examina las acusaciones levantadas contra Trotsky, se instala en Mé­xico para analizarlas y, después de varios meses de inves­tigaciones minuciosas, declara a Trotsky y Sedov inocentes de los crímenes que les imputa Stalin. La alegría fue grande en Coyoacán, pero no iba a durar mucho. En febrero de 1938, llega el golpe más terrible e inesperado que se abate sobre Trotsky y Natalia: su hijo León Sedov, operado en una clínica parisiense de un banal apéndice, muere brutalmente en el momento mismo en que se preparaba para volver a su casa. ¿Desgracia del azar, una imprudencia o un crimen de la GPU? . Bastantes elementos permiten plantearse la última hipótesis. Las autoridades judiciales francesas no llevaron su investigación con mucho celo y el «dossier» del caso parece haber desaparecido durante la guerra. Trotsky y Natalia, aplastados por el dolor vivieron ese 16 de febrero, según las palabras de Trotsky, «la jornada más negra de su vida privada».

La herida que esta muerte y la desaparición de Serge tras­pasó el corazón de Natalia no se cicatrizó jamás. Veinte años después, no podía hablar de ello sin que le temblara el soni­do de la voz, revelando la profundidad de su desgarro. Por más grande que fuera la grandeza de su alma, esta se dobla­ba bajo la atrocidad de un dolor siempre vivo. Sus ojos se humedecían…

Dos años después, Stalin que no podía dejar vivo aquel que, incluso exiliado, constituía para él un peligro ya que encar­naba la causa misma de la revolución, lanza contra Trotsky un primer ataque directo. Al alba del 24 de mayo de 1940, una banda armada, dirigida por el pintor estalinista Siquei­ros, ataca la casa de Coyoacán, barrio de México en el que viven Trotsky, su mujer y algunos camaradas, secretarios y guardianes. Uno entre ellos, el joven norteamericano Robert Sheldon Harte, fue raptado por los asaltantes. Un mes más tarde se encontrará su cadáver cubierto de cal viva en una casucha campesina. Esta vez será gracias a su sangre fría que, cuando escucharon las primeras ráfagas de balas, les inspiró la idea de lanzarse fuera de su cama en un ángulo de la habitación –Natalia empujando a Trotsky contra la pared, lo protegió con su cuerpo– y también gracias a un azar casi milagroso, que Trotsky y Natalia escaparon a la muerte.

Pero los asesinos no descansaban: apenas tres meses más tarde, golpearían de nuevo y seguramente esta vez siguiendo otro método.

El asesino conocido entonces con el nombre de Jacson, había conseguido intimar en París con una joven trotskista neoyorkina, Silvia. Cuando él se instaló en México con el pretexto de su trabajo, ella se vino a vivir con él y natu­ralmente reemprendió sus relaciones amistosas con Trotsky y Natalia. Al final de un cierto tiempo, ella les presentó su compañero que, sin hacerse familiar por la casa, hizo algu­nas visitas. El 20 de agosto, con el pretexto de pedir consejo a Trotsky en relación a un artículo, consiguió aislarse con él en su despacho para golpearle salvajemente en la cabeza con un piolet, Natalia ha contado el drama en un texto emotivo (10). El 21 de agosto a pesar del intento de operación, Trots­ky falleció. El pueblo mexicano le ofreció unas exequias grandiosas. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas reposan en el jardín de Coyoacán donde vivió sus últimos años. Es aquí donde, siguiendo su voluntad, han sido trasladados los restos de Natalia. Una alta estela rectangular se levanta en el centro del jardín. Lleva simplemente el nombre de Trotsky, la hoz y el martillo entrecruzados y arriba, ondea la bandera roja. Todo alrededor, del césped de los árboles, de los cactus que Trotsky había plantado, de los rosales que Natalia cui­daba con amor. Cada año después del crimen, ella regresaba por la casa cada 20 de agosto, esperando los mensajes, arre­glando la tumba con nuevas flores, plantando nuevos rosa­les, siempre animada por el sentimiento de fidelidad a la misión que se había dado: mantener viva la memoria de Trotsky. Tan grande, fue esta voluntad de continuidad que quiso que toda la casa permaneciera sin cambios. Se impuso una existencia inconfortable con el fin de que los amigos y los visitantes en el presente y en futuro, pudieran, contem­plando el decorado de los últimos días de Trotsky, revivir la gran tragedia y posiblemente sentir las lecciones de su ex­cepcional destino…

La casa es una vieja mansión, una simple planta baja ligera­mente alzadas sobre las que las habitaciones altas se abrían antiguamente por grandes ventanales sobre el jardín o por vastos huecos sobre la calle. Debía de ser soleada y alegre, a pesar del poco confort. Pero después del atentado del 24 de mayo, se transforma: las ventanas que daban sobre la calle fueron totalmente o en su mayor parte amuralladas. Se reemplazaron los grandes ventanales y las puertas de comu­nicación entre cada habitación por estrechas puertas blinda­das, cerradas por pesados candados de metal. Solamente el despacho y la biblioteca mantuvieron su apertura sobre el jardín. Los muros de la propiedad, fueron alzados y cortaron toda comunicación con el exterior. El portalón fue igual­mente amurallado, no se podía entrar más que por una pequeña puerta de hierro en la que se abría una ventanilla: Tenía ciertamente algo de convento y de prisión, y se volvió fría y sombría. Después de la muerte de Trotsky, Natalia se negó a devolverla a su estado primitivo, pensaba que ya se había convertido en historia, en un mudo y fuerte testimo­nio. Ella vivió en sus habitaciones austeras, pobremente amuebladas, en las que la única riqueza era, en el despacho y en la biblioteca, los libros, las colecciones de revistas y de diarios, y en el comedor algunas vasijas de arte popular. La vuelvo a ver, estrechamente envuelta en su tocador gris, leyendo, escribiendo en la biblioteca o con su pequeña y frá­gil silueta, ensimismada en los trabajos del jardín –regando, cortando las malas hierbas– que le permitían, decía, el repo­so de los ojos. Quería que el despacho de Trotsky permane­ciera tal como quedó en el día del crimen, con sus papeles revueltos, sus gafas que se habían roto en la lucha.

La personalidad del asesino que, sin ninguna duda, perte­necía a la GPO y que fue condenado a veinte años de prisión, permaneció durante bastante tiempo en el misterio. Los estados civiles que ofreció –Frank Jacson, canadiense, Jac­ques Mornard, belga– no resistieron la verificación. Largas investigaciones llevadas en diferentes lados parecen haber probado hoy que se trata de un español de nombre Ramón Mercader cuya madre, militante del partido comunista, estu­vo estrechamente ligada a la GPU. Quienquiera que sea, los sucesores de Stalin han reconocido implícitamente el crimen ya que, cuando Jacson-Mornard fue liberado en 1960, algu­nos meses antes de la expiración de su pena, recibió un pasaporte checoslovaco y partió para Praga. Es inútil decir que su huella se perdió inmediatamente.

Después de la muerte de su compañero, Natalia continúa vi­viendo en Coyoacán con el nieto de Trotsky, Sieva, que ella había criado y que consideraba como su propio nieto. Pasó aquellos años en una gran soledad, aligerada solamente por la presencia en México de algunas amistades seguras y por las visitas, muy raras, de amigos europeos y norteamerica­nos. El nacimiento de cuatro niñas en el hogar de su nieto aportan a su alrededor, en los últimos años, la alegría y la animación de la vida. En ocasiones tenía que defenderse de las instrucciones turbulentas de las que llamaba «queridas pequeñas enemigas » y que desordenaban alegremente sus libros, sus papeles. Pero ella las veía crecer y vivir con inte­rés y ternura, siempre apasionadamente ebria por conocer y comprender, un poco ansiosa delante de lo desconocido y de las promesas que llevaban en sí aquellos pequeños seres.

También tuvo la alegría de tener, desde noviembre de 1954 a diciembre de 1955, una larga estancia en París, ciudad a la que la ataban bastantes recuerdos y presencias amistosas. En la primavera de 1957, consiguió obtener un visado de entra­da en los Estados Unidos y visitar complacer, alegre de reencontrar, después de tantos años, la ciudad un poco fantástica que era para ella New York, y de reencontrarse con amigos queridos. Pero esta estancia concluyó de una manera brutal: Natalia no aceptó entrevistarse, tal como se le pedía, con un diputado miembro de la Comisión de Actividades antinorteamericanas. Le retiraron entonces su visado y tuvo que volver inmediatamente a México.

En diciembre de 1960 regresó a París. Su salud había decli­nado mucho y no pudo extraer de su estancia el mismo pro­vecho que la que le precedió. Le resultaba ya difícil pasear sólo a través de la ciudad, de visitar como habría querido los museos y las exposiciones. Sin embargo su voluntad le permitió todavía superar su debilidad hasta que recibió el último golpe. Ya que, al parecer, nada se le podía ahorrar: la compañera de su hijo, Jeanne Martín, falleció en menos de un mes por enfermedad, en el verano de 1961. Uno de sus últimos ligámenes con el pasado desaparecía también. To­dos los amigos de Natalia comprendieron que ya no sopor­taría un nuevo duelo. En septiembre y en octubre se fue debilitando de más en más. Debía de regresar a México en noviembre pero ha de guardar cama definitivamente algunos días antes de» la fecha prevista para su retorno. Envuelta en los cuidados devotos del doctor Zakine y de su familia, del afecto de todos sus amigos, se apaga después de una agonía de tres días el 23 de enero de 1962.

Pepe Gutiérrez-Álvarez Para Kaos en la Red  11/04/10