-Fidel-
En abril de 1961, Cuba vivió dos acontecimientos muy relevantes para su Historia, y también para todos los pueblos de Nuestra América. Uno de ellos fue la proclamación –el día 16- del carácter socialista de la Revolución, y el otro, tres días después, lo que se entiende como la primera derrota del imperialismo yanqui en América Latina.
Eso es lo que normalmente se dice, pero en realidad los yanquis encajaron su primera derrota con el triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959. Hasta entonces y durante casi sesenta años, Cuba había sido una neocolonia norteamericana; Fulgencio Batista, apoyado por la CIA, un presidente títere al servicio del imperio; y el ejército del tirano no era otra cosa que una especie de “filial” del ejército imperialista destinado a proteger los grandes privilegios de los capitalistas yanquis en la Isla, nunca los del pueblo… Y, en la fecha indicada, todos esos elementos fueron implacablemente vencidos por un ejército popular que nació del pueblo y se desarrolló con el pueblo: el Ejército Rebelde.
Al principio el gobierno estadounidense mostró menosprecio a la Revolución. Fue incapaz de entender que, frente a sus propias narices, una revolución social podía salir hacia adelante. Pensaron que, llegado el momento oportuno, ésta sería fácil de ser destruida. Tenían en mente, quizá, a la Guatemala de Jacobo Arbenz, que fue derrocado en 1954 tras anunciar una Reforma Agraria que favorecía al campesinado guatemalteco y perjudicaba seriamente a los perversos intereses de la United Fruit Company norteamericana. Pero se equivocaron, la Revolución Cubana continuó caminando sin desviar su rumbo. Y este insólito hecho cambió el sentimiento de los gobernantes norteamericanos para con la Revolución: del simple menosprecio pasaron a experimentar un sentimiento de odio. Entonces los imperialista yanquis comenzaron a utilizar todo tipo de “herramientas” para tratar de acabar con la humillación que la permanencia revolucionaria les infligía, así como con el ejemplo emancipador que, por añadidura, ésta “exportaba” a todos los pueblos de América. Recurrieron a la guerra económica, al sabotaje y a la subversión… e incluso a la invasión mercenaria, materializada en Playa Larga y Playa Girón.
Así, el 17 de marzo de 1960, el por aquel entonces presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, aprobó un plan militar elaborado por la CIA, cuyo presupuesto inicial era de 4.400.000 dólares. La finalidad del mismo no era otra que la de invadir Cuba, derrocar al gobierno revolucionario y retomar el control de la Isla.
Los mercenarios reclutados para la invasión fueron adiestrados en la isla de Useppa, muy próxima a Naples, Florida. De ahí fueron trasladados a Fort Gulick, zona del Canal de Panamá, y después a la Base Trax de Guatemala. De esta Base se les trasladó por aire a Puerto Cabezas, Nicaragua –unas 250 millas más cerca de Cuba que la última instalación-, no sin antes destruir todos los archivos de la Brigada y demoler el campo de adiestramiento y las barracas utilizadas.
El general y presidente de Nicaragua, Luis Somoza, se encargó de despedir a la expedición mercenaria. “Tráiganme un par de pelos de la barba de Castro”, dijo, cuando ésta subió a bordo de los barcos próximos a zarpar rumbo a Cuba.
Reemplazado Eisenhower en la presidencia del gobierno por John F. Kennedy, fue éste quien asumió la responsabilidad de la invasión, escogiendo la fecha del inicio para el 17 de abril de 1961, tras haberla pospuesto en varias ocasiones.
El 15 de abril, como preámbulo, ocho aviones repartidos en tres escuadrillas partieron de Puerto Cabezas, Nicaragua, para bombardear el aeropuerto de Ciudad Libertad, la base aérea de San Antonio de los Baños y el aeropuerto Antonio Maceo de Santiago de Cuba. Los ataques de los aviones estadounidenses, que estaban camuflados con el emblema de la Fuerza Aérea Cubana, fueron respondidos por jóvenes artilleros, muriendo doce de ellos como resultado de la heroica defensa. Fue durante el discurso-homenaje a estos jóvenes –un día después de los citados bombardeos- cuando Fidel, ante decenas de miles de milicianos armados, proclamó el carácter socialista de la Revolución: “Eso es lo que no pueden perdonarnos: que estemos ahí en sus narices. ¡Que hayamos hecho una Revolución Socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”
La noche de ese mismo día –el 16 de abril- “la armada de la invasión se concentró al sur de Cuba. Dos embarcaciones propiedad de la Marina de Guerra de Estados Unidos, el Bárbara J y Blagar, muy bien artillados, brindarían apoyo al desembarco.
Cerca de los navíos permanecía fondeada una agrupación de choque de la flota del Atlántico: el potahelicópteros Boxer, los portaaviones Essex y en las cercanías el Sangri La; los destructores Murray, Conway, Coney, Eaton y el Wailer. Dos submarinos navegaban frente a las costas cubanas.
La brigada comprendía 1.511 hombres, todos ubicados en los barcos, con la excepción de un batallón de infantería aerotransportadora de 177 personas” –el entrecomillado es de Luis Báez.
La invasión se produjo en la madrugada del lunes 17 de abril. El gobierno norteamericano tenía previsto anunciar un gobierno provisional, al cual pensaban presentar después de que los invasores hubiesen permanecido 72 horas en suelo cubano. La solicitud del reconocimiento de la Organización de Estados Americanos –OEA- y la ayuda militar del exterior también entraban dentro de sus planes.
Pero los invasores no llegaron a las 72 horas previstas, como tampoco lograron el levantamiento interno pronosticado por los analistas de la CIA, ya que sucedió justo lo contrario: el incondicional apoyo del pueblo a su Revolución. Siendo la respuesta del Ejército Rebelde y las Milicias rápida y contundente, a las 5:30 p.m. del miércoles 19 las fuerzas invasoras ya habían sido derrotadas.
Fidel dirigió las operaciones de defensa desde el mismo escenario de los combates -llegó a hundir un barco, el “Houston”, a cañonazos- y, como no se sabía los derroteros que iba a tomar la contienda, el Comandante en Jefe situó al frente de las provincias orientales, centrales y Pinar del Río a los comandantes Raúl Castro, Juan Almeida y Ernesto Che Guevara respectivamente. A resultas de la heroica defensa, 176 revolucionarios perdieron la vida y más de 300 resultaron heridos.
1.200 invasores fueron capturados. Tratados con total corrección, buena parte de ellos fueron liberados tiempo después a cambio de alimentos y medicinas. A este respecto, la revista mexicana “Siempre” publicó: “El fusilamiento en masa, de todos los que fueron hallados con las armas en las manos, hubiera sido legal y nacionalmente irreprochable. Francia, Inglaterra, Estados Unidos… no hubiesen procedido de otra forma. El gobierno de Cuba, con el sentido de la humanidad que ningún régimen político debería tener miedo en prodigar, perdonó la vida a los traidores”.
Sólo habían pasado quince meses y medio desde el triunfo revolucionario, y ya el proceso cubano había experimentado un salto cualitativo de gran importancia. En la Sierra Maestra el Ejército Rebelde luchó por el Programa del Moncada, que no era un programa socialista, aunque recogía las ideas básicas para ulteriores avances en esa dirección; pero en Girón el pueblo ya luchó y derramó sangre por el socialismo.
Hoy, 49 años después de los hechos aquí narrados, Cuba sigue siendo socialista. El único país de América que no tiene relaciones con Cuba es Estados Unidos, de modo que el cruel e histórico “aislador” se ha quedado aislado. En cuanto al actual panorama de América Latina, podemos decir que es ciertamente esperanzador: mucho más progresista, mucho más unificado, y, en no pocos de sus países, se avanza de manera inexpugnable hacia el socialismo.
Blog del autor: http://baragua.wordpress.com
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Rebelion 16-04-2010