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China: ¿Un régimen capitalista, el «socialismo de nuestros días» o un régimen social «intermedio»?

Por Ricardo Ayala y Felipe Alegría

El manejo de la pandemia por parte del capitalismo ha provocado una catástrofe sanitaria, social y humana para la mayoría de la población mundial. En esta catástrofe, en paralelo a los millones de muertos, se yergue la lista de billonarios. Todo el organismo económico mundial capitalista, ha reaccionado acorde con la norma suprema del capital, la ley de la acumulación. Cabe destacar, sin embargo, la enorme velocidad de la centralización del capital azuzada por la pandemia.

En marzo de 2021 la prensa nos informaba que “los superricos del mundo aumentan su fortuna en 412 mil millones de dólares -8 mil millones por semana – alcanzando un récord total de 3.228 mil millones en sus fortunas. Elon Musk de Tesla agrega $ 151.000 millones, todo un récord, para convertirse en el hombre más rico del mundo, con $197.000.”[1]

Estamos, en verdad, ante una muestra brutal del desarrollo de la “ley general de la acumulación capitalista” que Marx describió en El Capital:

Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es en polo contrario , es decir, en la clase que crea su proprio producto como capital, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo, de ignorancia y degradación moral. [Reflejando como nunca] el carácter antagónico de la producción capitalista”.[2]  

Uno de los términos de la cuestión planteada en el título, si China es capitalista, podría ser básicamente contestada compilando informaciones sobre el desarrollo de las relaciones sociales chinas durante la pandemia y viendo en qué medida mantuvieron las mismas tendencias del capitalismo imperialista.

No obstante, contra toda la evidencia que luego vamos a detallar, el Partido Comunista Chino (PCCh) y sus acólitos internacionales afirman que lo que tenemos delante es un «socialismo con características chinas», una definición funcional para justificar y embellecer la restauración capitalista que inició Deng Xiaoping a finales de los 70 y el lugar central del PCCh, el partido-estado de la burocracia mao-estalinista, en el corazón del capitalismo chino.

 1. Jabbour (PCdoB), el socialismo y la semi esclavitud laboral

El Partido Comunista do Brasil (PCdoB), vocero de Xi Jinping y apologeta del PCCh, y su especialista en China, Elias Jabbour, vienen enarbolando la bandera del socialismo con características chinas. Incluso Jabbour le da un estrambótico toque académico personal calificándolo como «nova economia do projetamento«[3]. Esta nueva economía vendría a ser el «socialismo real» de nuestros días, un nuevo tipo de formación económico-social basado en una tecnocracia de estado totalitaria.

Para nuestro autor, aquellos que, como nosotros, se atreven a afirmar el carácter capitalista de las relaciones sociales chinas, se ven pegados (perdonen la ampulosidad de la cita) a «una hegemonía positivista, que no traspasa los límites de la noción de separación en partes; pura abstracción sin racionalidad dialéctica, atrapada en la representación abstracta.”[4]

Veamos pues, cuál es la «racionalidad dialéctica» de la acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital de la que hablaba Marx y que tiene lugar en China

 Los billonarios chinos

En octubre de 2020 los superricos de China poseían una fortuna combinada de 4 billones de dólares, más que el PIB de Alemania, la cuarta economía más grande del mundo. En la citada edición, la familia de Jack Ma lidera la lista macabra cuya fortuna es del tamaño de la economía de Rusia. De la misma manera que se multiplica la fortuna de los billonarios estadounidenses y de otros países imperialistas, “la riqueza de la familia de Ma crece un 45 por ciento a medida que el auge del mercado de valores y los mega anuncios tecnológicos elevan la fortuna de los multimillonarios de China en 1,5 billones de dólares.«[5]

La pandemia ha encumbrado las acciones de las farmacéuticas norteamericanas, alemanas e inglesas por el simple motivo de mantener sus patentes en una fortaleza sitiada, mientras países como Sudáfrica tienen solo el 7% de su población vacunada, a finales de noviembre. Pues bien, la nueva cara en la cima del TOP 10 de las fortunas chinas es Zhong Shanshan, principal accionista de la farmacéutica china en el negocio de las vacunas, que con sus $85 mil millones es hoy en el hombre más rico de Asia.

Otras informaciones adicionales nos ayudan también a salir al paso de las «abstracciones» de Jabbour[6]:

  • Beijing es la capital de los “mil millones”, por sexto año, con 145 billonarios. China tiene ahora seis de las 10 ciudades con la concentración más alta de billonarios.
  • La pandemia del Covid19 ha disparado las ganancias de las nuevas ramas: farmacéuticas, comercio electrónico o vehículos eléctricos (EIV). El Star Market, la bolsa tecnológica china equivalente al Nasdaq, ha “generado” 13 nuevos multimillonarios. Entre ellos, el fundador y mayor accionista de Tiktok, Zhoang Yiming, que agrega $40 millones a su fortuna e ingresa en el TOP30 con $60 mil millones. También Huang Zheng, fundador de la plataforma de comercio electrónico Pinduoduo, que suma $51 mil millones y entra en el TOP 20 con $ 69 mil millones[7]

Esta cantidad de billonarios de la “nueva economía del projetamento” también da juego para sus amigos occidentales. Así, los grandes fondos de inversión imperialistas como Blackrock, Vanguard o State Street tienen en conjunto participaciones en torno al 10% de las acciones de las grandes corporaciones privadas y también en muchas estatales chinas. Por su parte, magnates como Bernard Arnault, propietario de la multinacional francesa LVMH (Moët Hennessy Louis Vuitton), que controla grandes marcas de lujo y que en mayo de 2021 se convirtió en la segunda persona más rica del mundo, detrás de Jeff Bezos, gracias a sus amigos chinos:

Los ingresos en Europa todavía estaban en números rojos… Pero la demanda de los consumidores chinos se ha reactivado, y las ventas de LVMH en Asia, excluido Japón, aumentaron un 86% en el primer trimestre en comparación con el año anterior. En general, los ingresos de LVMH aumentaron un 32% con respecto al mismo período en 2020 y un 8% más que en 2019.[8]

La concentración de la riqueza y la propiedad en el capitalismo chino nada tiene que ver con la proclama oficial de la “prosperidad común” de Xi Jinping. Según Thomas Piketty (Capital and Ideology, 2019) la proporción de riqueza en manos del 10% más rico de la población era entre el 40% y el 50% a principios de la década de 1990, a veinte años desde la restauración capitalista. Para 2018 ese porcentaje había crecido a casi el 70 por ciento.[9] .

 El lado que «acumula miseria, tormentos de trabajo, esclavitud y degradación moral«

La acumulación de riqueza no existe sin su opuesto, pues el capital se acumula esquilmando a los trabajadores. La propaganda sobre el aumento promedio de los salarios en China esconde el verdadero infierno a que los trabajadores están sometidos:

  • El 3 de enero de 2021, un empleado de 22 años del portal chino Pinduoduo murió a causa de exceso de trabajo por horas extraordinarias, lo que enfureció al público al dejar en evidencia el sistema conocido como “9-9-6” [trabajar desde las 9:00 am hasta las 9:00 pm durante seis días por semana]. El 9 de enero de 2021, otro trabajador de la misma empresa, de apellido Tan, se suicidó en Changsha[10]

Es el mismo camino que los trabajadores/as de Foxconn recorrieron en 2010, cuando se dio una serie de suicidios ocasionados por jornadas de trabajo insoportables. La mayoría eran de trabajadores migrantes del campo, a los que la dictadura del PCCh prohíbe organizarse para luchar por mejores condiciones de trabajo. Hasta 2003 estos trabajadores tenían prohibido incluso afiliarse a los sindicatos oficiales, que son organizaciones completamente atadas a la patronal y a la burocracia del PCCh.

Todo lo anterior nos remite al gran «secreto» del impetuoso desarrollo del capitalismo chino tras la restauración: la brutal sobreexplotación de los trabajadores y trabajadoras, en especial, de los trabajadores rurales migrantes:

  • La fuerza de trabajo china es formada por más de 800 millones de personas, de las cuales –según declaró el año pasado el primer ministro Li Keqiang– “hay 600 millones que viven con un ingreso mensual de 1.000 yuanes [$156,83[11]o menos. Es decir, que más del 40 por ciento de los 1.400 millones de habitantes del país viven con menos de 5 dólares al día”.
  • El subdirector del oficialista Instituto Nacional de Investigaciones Económicas, Wang Xiaolu afirma que “la mitad de los 400 millones de trabajadores urbanos de China son trabajadores migrantes. La mayoría de ellos están excluidos del sistema urbano de seguridad social. No reciben servicios públicos. Menos del 30 por ciento de ellos están cubiertos por el programa público de pensiones.”.[12]
  • Es decir, estos 200 millones de trabajadores rurales migrantes –lo que equivale a toda la población brasilera– sufren condiciones infrahumanas: no reciben servicios públicos; el 70% están excluidos del sistema urbano de seguridad social. En cuanto un trabajador sale de su pueblo, está atado al sistema hukou, un empadronamiento que se basa en el lugar de nacimiento de los padres. Esto significa que sin la residencia urbana oficial, no tienen acceso a los servicios públicos, desde pensiones hasta educación.
  • Según datos oficiales, para jubilarse deben seguir cotizando al sistema de pensiones rural en el pueblo en el que están empadronados. Si pagan una contribución anual de al menos 100 yuanes pueden recibir una pensión mínima mensual de 55 yuanes (U$ 8,63) al cumplir 60 años. En comparación, los jubilados urbanos recibieron un promedio de 2.362 yuanes (U$370,43) en pensiones mensuales en todo el país en 2016.

Las relaciones sociales chinas no está determinadas por el rol de los monopolios estatales que permanecen, sino por la explotación de la clase obrera y la acumulación del capital, tanto en las empresas controladas por el estado como en las empresas privadas.

Algunas conclusiones

Ahora, antes de seguir con las especificidades del capitalismo en China y de ver cómo el capital estatal y el privado forman una totalidad indisociable, consideremos algunas conclusiones políticas de las tesis de Jabbour y demás admiradores del capitalismo chino.

Jabbour olvida mencionar la intensidad de la explotación de los trabajadores chinos y que dicha superexplotación solo es concebible con un régimen dictatorial de partido único, como en China. Para él, así como para los castrochavistas y el grueso de los partidos comunistas y de sus sucesores, el antiguo «marxismo soviético» que antaño defendían duró hasta el hundimiento del aparato estalinista en la exURSS y el Este europeo. Tras la debacle tuvieron que buscar “nuevos modelos”, siendo su nuevo modelo el «socialismo de mercado con características chinas» a lo Xi Jinping, un modelo tan legítimo como antes lo fuera la dictadura estalinista soviética. Para todos ellos no solo el proyecto de socialismo de Marx y Lenin quedó superado por la historia sino también su partera, la revolución socialista.

Para Jabbour y sus congéneres, el capitalismo chino es un poder benefactor de la humanidad con el cual es necesario tejer una «alianza antiimperialista» frente a los EE.UU. Una alianza donde tienen su lugar desde la dictadura de Putin al gobierno talibán, el régimen militar pakistaní, la junta golpista de Myanmar, la dictadura cubana y la de Ortega en Nicaragua y el régimen de Maduro. Una alianza en la que reservan plazas para los gobiernos progresistas latinoamericanos.

La confianza ciega de Jabbour en el capitalismo chino hace de él y sus inversiones el gran aliado natural del desarrollo (capitalista) brasileño, como si el capitalismo chino no se rigiera por sus propios intereses. En verdad, la alternativa del PCdoB para el desarrollo del Brasil solo encaja en el cuadro de la nueva ubicación del país en la división mundial del trabajo, ahora con su desindustrialización relativa y su subordinación a la importación de mercancías industrializadas de China a cambio de la exportación de los recursos naturales. Parece que Jabbour no ha tenido demasiado en cuenta para elaborar sus propuestas la política depredatoria y de superexplotación laboral del benefactor capitalismo chino en Asia y África.

2. ¿Un régimen «híbrido» entre socialismo y capitalismo?

Más allá de la corriente castrochavista y de los PCs sobrevivientes, hay intelectuales de izquierda que, con formas más depuradas, coinciden con Jabbour en algunos aspectos fundamentales. Para estos intelectuales el régimen chino, si no es el socialismo de nuestro tiempo, se le parece bastante. Un exponente de este sector de la intelectualidad es el argentino Claudio Katz.

Claudio Katz niega rotundamente que en China se haya dado la restauración capitalista, aunque reconoce que importantes elementos del capitalismo sí han sido introducidos. Esta introducción sería, sin embargo, «parcial y reversible«. A diferencia de Jabbour, Katz considera excesivo que se pueda hablar de socialismo en China y defiende que estamos ante un régimen «híbrido» entre socialismo y capitalismo, un régimen que todavía no se ha decantado en un sentido o en otro.

Sin embargo, para Katz este régimen «intermedio» puede durar «décadas«, de manera que no estaríamos ante un impasse histórico provisional sino ante un nueva formación social que, como él dice, «involucra el proyecto general del socialismo«. Para que nos entendamos, vendríamos a estar ante un régimen social históricamente necesario en el tránsito del capitalismo al socialismo. Claro que, visto así, las diferencias entre Jabbour y Katz quedan verdaderamente difuminadas.

Katz se ve obligado a reconocer que «la pequeña y mediana propiedad privada en el agro dio paso a grandes empresas industriales pertenecientes a la nueva burguesía. La fijación de precios por normas competitivas se amplió al grueso de las cotizaciones, se extendieron las modalidades de explotación y la acumulación de beneficios enriqueció a una influyente minoría. Además, los viejos cuellos de botella generados por la subproducción fueron sustituidos por tensiones de sobreinversión. (…) De esa canasta de elementos lo más significativo es el surgimiento de una clase propietaria de los medios de producción que busca transmitir privilegios a sus herederos»

Pero esto, según Katz, no define la vigencia del capitalismo en China. Llega incluso a afirmar que «la respuesta sería probablemente afirmativa en otras circunstancias históricas«. Pero como China se incorporó al capitalismo en un escenario global de «neoliberalismo y financiarización» sin adoptar estas dos características, esto hizo «muy incompleta desde el inicio la restauración del capitalismo.» Es decir, si el capitalismo chino no reproduce las características del capitalismo norteamericano, europeo, japonés o, pongamos por caso, brasileño, entonces no se puede hablar de capitalismo.

Pero el imperialismo desarrolló hasta el extremo la socialización del trabajo a escala mundial, incorporando los países a las cadenas de producción de sus oligopolios. Sin embargo, ello no implica de ninguna manera que todas las formaciones capitalistas sean homogéneas entre sí. Por el contrario, toman expresiones bien diferentes, dependiendo de las circunstancias históricas y de su lugar en la cadena imperialista. Por otra parte, lo que estamos discutiendo aquí son las relaciones sociales básicas que rigen el país. Y no hay manera de eludir, se mire por donde se mire, que estamos en presencia de un régimen de explotación («con características chinas») al servicio de la acumulación capitalista.

Pero en verdad, la principal razón que saca de dudas a Claudio Katz sobre la naturaleza social del régimen chino, es el papel desempeñado por la burocracia mao-estalinista. El PCCh es, para Katz, el gran pilar de la parte socialista del híbrido chino, el que impide la restauración del capitalismo. Insiste una y otra vez en ello. Valga la siguiente cita: «El viejo sistema político estructurado en torno al Partido Comunista persistió y afianzó su predominio de la gestión económica. Los contrastes con lo ocurrido en Europa del Este son tan categóricos, que el autor de la comparación [es decir, él mismo] pone seriamente en duda la vigencia actual del capitalismo en China«. O sea, mientras el control del poder estatal permanezca en manos del PCCh no habrá capitalismo en China. Ante esto, para Katz pasan a ser secundarios los enormes sufrimientos y costes sociales, políticos y medioambientales provocados por la restauración capitalista.

En verdad, resulta sorprendente defender que China no es capitalista porque el PCCh domina el estado, justo cuando el protagonista de la restauración no es otro que el PCCh, el partido único de la burocracia mao-estalinista. Tan sorprendente como negar la naturaleza capitalista del régimen chino porque éste «no adoptó el neoliberalismo y la financiarización» a la occidental. Y es que, dado el enorme retardo de partida de China, su apertura sin barreras al capital financiero occidental habría significado sencillamente el suicidio de la burocracia mao-estalinista y la conversión del país en una mera semicolonia norteamericana.

Haciendo un juego de manos, Katz trata a la burocracia y a la burguesía chinas como entidades ajenas entre sí, «paralelas» la una a la otra. Así, escribe: «En lugar de sepultar la estructura política del Partido Comunista, decidieron consolidarla y en vez de fusionar la nueva clase capitalista con el poder político, solo aceptaron su existencia como una fuerza paralela a su propia dirección«. Katz olvida que el PCCh no solo es quien promovió y dirigió la restauración del capitalismo desde la cúspide del estado sino que es también su principal beneficiario y pieza fundamental. El capital estatal y el capital privado, como luego veremos, forman un conglomerado inseparable en la configuración del capitalismo chino.

A quienes defendemos que el capitalismo ha sido restaurado en China, Katz nos acusa de no aclarar «cuándo se produjo el entierro. La caracterización de ese viraje es clave para definir qué significado se asigna al concepto de capitalismo o socialismo.» En su obra «La revolución traicionada» (1936), Trotsky escribió que en el caso de que ni el partido revolucionario ni el contrarrevolucionario se adueñaran del poder en la URSS, no podía pensarse que la burocracia estalinista abdicara en favor de la igualdad socialista y que «en el futuro, será inevitable que busque apoyo en las relaciones de propiedad». Esto es lo que ocurrió con la Reforma y Apertura de Deng en 1978 (así como con la Perestroika de Gorbachov en 1986).[13] Ambos eran planes conscientes de restauración del capitalismo mediante la utilización de los resortes del estado. El estado, desde ese instante, en tanto que instrumento de la restauración en marcha, pasó a tener una naturaleza capitalista. Como señaló Trotsky en la obra mencionada: «el carácter de clase de un estado viene dado por las formas de propiedad y las relaciones de producción que protege y defiende«.

 El desarrollo desigual y combinado en la restauración

Entre los que niegan la naturaleza capitalista de China, está también Michael Roberts, el economista marxista británico. Roberts defiende sus tesis de una manera más sofisticada que Katz y tiene una aproximación más crítica hacia la burocracia china.

El problema de Roberts es que, tomando elementos de la realidad (el papel del estado y del PCCh en la economía o las transferencias de valor desde China hacia las grandes corporaciones multinacionales y países imperialistas), los separa del proceso de conjunto, los transforma en una totalidad y los congela en una foto fija, desconsiderando por completo el origen histórico de la restauración y su propio movimiento.

Roberts no considera la lógica interna de la burocracia mao-estalinista, su curso histórico y su proyecto restauracionista, que deviene consciente y explícito con la «Reforma y Apertura» de Deng Xiaoping en 1978: un proyecto sustentado en la integración de la economía china en la Globalización imperialista, previa reconciliación con el imperialismo norteamericano en 1972.[14]

La burocracia estalinista china acometió la restauración capitalista mediante los resortes del estado totalitario; apoyándose en las posibilidades que le ofrecía la integración en las cadenas de valor de las nuevas ramas vinculadas a las tecnologías de la información y comunicación (TICs), fragmentadas internacionalmente en la nueva división mundial del trabajo (Globalización) y asentadas en el Oriente asiático. Aprovechó la desigualdad interna, con un país marcado por una abrumadora mayoría de la población en el campo y por la enorme explosión urbana, que abrían un inmenso potencial para su mercado interno. La burocracia sacó provecho del histórico atraso económico del país y utilizó a fondo las pervivencias coloniales de Hong Kong, Taiwan y Macao. Todo, sobre la base de la explotación más brutal de la clase trabajadora.

Es ilustrativo de este proceso la trayectoria de una emblemática empresa, la taiwanesa Foxconn (Hon Hai) conocida mundialmente por ensamblar, entre otros, los dispositivos iPhone, Kindle y PlayStation. La empresa de Terry Gou nace como parte de la nueva división mundial del trabajo (DMT). Hijo de inmigrantes tras la derrota del Kuomintang en la guerra civil en 1949, Gou crea su empresa en 1974 en un suburbio de Taipei ensamblando interruptores para televisores en blanco y negro; en unos pocos años ensambla la consola Atari y a principios de los 1980 IBM figura en su cartera. Pero para seguirse expandiendo topaba con un límite en la disponibilidad de fuerza de trabajo y en los salarios, que estaban aumentando en Taiwán, al igual que en los otros tres «pequeños tigres asiáticos» (Hong Kong, Singapur y Corea del Sur) [15]

Gou encontró su respuesta en China continental. En 1988 abrió su primera fábrica en la Zona Económica Especial (ZEE) de Shenzhen. Al integrar verticalmente el proceso de ensamblaje aumentó la escala incorporando más de un millón de obreros y obreras en la semi esclavitud de sus fábricas-cuartel. Ahora no solo ensambla mercancías para los oligopolios norteamericanos sino que entre sus principales clientes figuran también grandes empresas multinacionales chinas como Huawei, Xiaomi o Lenovo.

En las ZEE, constituidas en 1981, la inversión extranjera gozaba de grandes privilegios en impuestos, infraestructuras o repatriación de beneficios, además de disponer de una fuerza trabajo abundante en condiciones de semi esclavitud. En su primera fase las ZEEs albergaron fundamentalmente inversiones de Japón, Corea, Hong Kong y Singapur y el móvil fue el precio de la fuerza de trabajo para la expansión de las cadenas productivas regionales. Después, los privilegios de las ZEE fueron extendidos a gran parte de las ciudades de la costa. Más tarde, a partir de 2000, con la entrada en la Organización Mundial de Comercio (OMC), China vivió un boom de inversión de los EE.UU. y la UE.

En paralelo a estos procesos, hay un otro fenómeno, que se apoya en el desarrollo desigual que caracteriza la expansión capitalista en China. Veamos un ejemplo notable. En 1987, un alto oficial del Ejército, Ren Zhengfei, crea la Huawei, no por mera coincidencia también en Shenzen. En el espacio de unos años, la empresa se ha convertido en el principal suministrador mundial de equipos para la quinta generación de Internet (5G), la marca de Smartphones más vendida en China y la segunda en el mundo, pisando los talones de los oligopolios imperialistas.

A finales de los 80, los smarphones y la Internet eran una pieza de ciencia ficción, la mayoría de los habitantes del país vivían en el campo y ni siquiera tenían teléfono fijo. Así, en un país que no contaba con equipos analógicos para ampliar la red de telefonía fija, Huawei entró en la era digital ocupando el terreno de la telefonía rural, que no interesaba a los grandes monopolios extranjeros. La tecnología de los conmutadores telefónicos[16] (telephone switch) fue desarrollada por Instituto de Ingeniería de las Fuerzas Armadas y luego se convirtió en elemento para la acumulación de capital en las líneas de producción de la Huawei. Del primer equipo (HJD-04), un conmutador telefónico digital para líneas fijas, hasta los equipos para la los teléfonos móviles integrados a Internet, hay una velocidad de vértigo[17]. El control del mercado interno vino con el cambio al 3G,[18]  desarrollado íntegramente en China en 2006 para ser adoptado por el Ministerio de Comunicaciones y luego a escala mundial.

Roberts, como Katz, no ve las características concretas de la burguesía china y defiende una distinción, tan tajante como artificial, entre la burocracia estatal y la burguesía privada. Pero el vínculo entre ellos es íntimo, carnal, una verdadera fusión.

La alta burocracia no solo dirige los bancos y las grandes empresas propiedad del estado (SOEs) sino que se lucra directamente de sus negocios a través de su participación directa e indirecta en la red de subsidiarias privadas que aquellas crean en plazas como Hong Kong. Al tiempo que, en función de su papel en la dirección del estado, participa directamente en las ganancias capitalistas, vela por los intereses de la burguesía y del estado capitalista en su conjunto. Las grandes corporaciones privadas son financiadas y participadas por el estado, del mismo modo que las grandes empresas estatales, incluidos los bancos, son participadas por el capital privado, mientras se forman grandes consorcios que incluyen a ambas. Las empresas estatales (SOEs) «pequeñas y medianas» fueron privatizadas y entregadas a la burocracia de las provincias en los años ’90[19]. El escándalo de Evergrande ha puesto asimismo en evidencia que una mayoría de los bancos locales (134) y rurales (1400) (que alcanzan un tercio del sector bancario comercial chino) están controlados por magnates privados. Añádanse los negocios privados, levantados sobre una corrupción estructural, compartidos entre los nuevos burgueses privados y las burocracias locales y provinciales de cuyas decisiones aquellos dependen, así como la red de negocios privados, gestionados por «cronies» (compinches), que parasitan los distintos aparatos y servicios del estado. Estamos ante una única clase capitalista, entrelazada, formada por diferentes fracciones con intereses específicos, presidida y disciplinada por la alta burocracia capitalista estatal.

La Huawei, surgida de las entrañas de las Fuerzas Armadas, se ha convertido en un oligopolio que explota 194.000 trabajadores y tiene negocios en 170 países.[20]. Su punto de apoyo para la conquista de mercados exteriores ha sido la economía de escala a partir de las compras del estado, que ha ampliado durante la pandemia la red 5G a todas las grandes ciudades chinas. Los contratos de Huawei en el exterior se hacen con el concurso del gobierno chino y son financiados con préstamos de los bancos estatales chinos. La compra de Volvo por la Geely fue financiada por los bancos provinciales de Shanghái….

La gran burguesía china no es un sector homogéneo sino que, por el origen de sus monopolios, es una clase dominante compleja que, más allá de los intereses de clase que la unifican de conjunto, alberga igualmente distintas fracciones con intereses enfrentados.

Así, oligopolios surgidos en los años 90, en la estela del desarrollo de las cadenas productivas de equipos de Internet, en su mayoría vinculados al comercio en línea, se han apropiado de una enorme masa de ganancias, transformándose en holdings que se dirigen hacia la inversión productiva y hacia el mercado financiero, amenazando el monopolio de los bancos estatales en la creación de dinero.

Uno de estos magnates vinculados al ecommerce es Ma Huateng, que emigra desde Shantou, un pueblo de pescadores al Este de Shenzhen, para crear en 1998 la empresa Tencent, actualmente el proveedor de videojuegos más grande del mundo. Su producto estrella es la app de mensajería “Todo en Uno”, WeChat, una aplicación que combina WhatsApp, Facebook, Venmo, Tinder, Spotify, Amazon, además de un sistema de pagos y transferencias online, en una combinación única. Tiene alrededor de mil millones de usuarios, la gran mayoría en China. En enero de 2021, su valoración en bolsa era cercana al mil millón de dólares. Tencent tiene participaciones en más de 600 empresas, fondos de capital de riesgo y comenzó a centrarse en empresas emergentes de tecnología en Asia, con especial interés en inteligencia artificial. Cuando empezó a adquirir empresas en el extranjero, como la Riot Games de Estados Unidos o Supercell de Finlandia, fue atajada por la UE y el gobierno norteamericano.[21]

Colin Huang o Huang Zheng, es el fundador de la empresa de comercio electrónico Pinduoduo , que se convirtió en la plataforma agrícola más grande de China. Fundada en 2015, la publicidad representaba cerca de 90% de los ingresos, pero su negocio es financiero, al equipar a los agricultores y empresarios de las comunidades rurales con un sistema inédito de compras colectivas, borrando la frontera entre el comercio minorista y al por mayor. En abril de 2020, Pinduoduo realizó su primera inversión estratégica al suscribir $200 millones en bonos convertibles emitidos por Gome Retail Holding, un importante minorista de electrodomésticos y productos electrónicos en China.[22]

Las ganancias procedentes del sector improductivo (comercio electrónico) y las de los monopolios industriales (Huawei…), se entrelazan en el mercado de capitales –bolsa y mercados de bonus– y se orientan hacia las ramas cuya acumulación de capital es superior al promedio.

Este entrelazamiento mueve al gigante del comercio electrónico Alibaba, dirigido Jack Ma, principal accionista de la fintech Ant Group, hacia la carrera para la producción de chips. Igualmente, el tercer mayor proveedor de smartphones del mundo, Xiaomi, anuncia su incursión en la industria de vehículos eléctricos en China, uniéndose a otras tecnológicas como Huawei Technologies Co y Baidu [operador de comercio electrónico] en una gran apuesta por el mercado automotriz más grande del mundo. Hasta la sobreendeudada Evergrande, especializada en la especulación inmobiliaria, puso un pie en el negocio de los coches eléctricos.

En lugar de captar este proceso vivo, Michael Roberts traza un relato unilateral, abstracto y sin vida en torno a la ley del valor, entendida como una categoría abstracta, suprahistórica. Dicha ley, escribe Roberts, aparece «distorsionada, limitada y bloqueada» por «la ‘interferencia’ burocrática del estado y de la estructura del partido«. Por lo tanto, concluye Roberts, China no sería capitalista.

La ley del valor y el papel de los estados

Roberts aporta como argumentos irrebatibles para fundamentar su conclusión datos del FMI que cotejan China con EE.UU., Alemania o Francia, como si todos ellos tuvieran un origen y un desarrollo histórico comparables y como si bastase con una simple analogía formal para resolver el problema. La más «irrebatible» de sus pruebas (la que describe como la «cifra asesina«) es un cálculo del FMI según el cual el stock de activos productivos estatales en China es tres veces mayor que los del sector privado, mientras que en EE. UU. y Reino Unido son solo el 50% y en Japón e India el 75%[23]. Pero estos datos, además de que reflejan un momento dado de la evolución del capitalismo chino, solo demuestran dos cosas: 1/ que su origen reside en la restauración capitalista de un estado obrero burocratizado y 2/ que sin un potente estado totalitario jugando un papel central, el capitalismo chino no tendría condiciones de competir con el imperialismo en la arena capitalista mundial.

Roberts se «olvida» de que la ley del valor se expresa de manera «distorsionada», en particular en la época imperialista, marcada por el dominio de los grandes monopolios, el capital financiero y los grandes estados imperialistas que los representan. Para Roberts la ley del valor solo sería operativa en la época lejana del capitalismo de libre competencia. Pero para entender el papel decisivo del estado capitalista en la economía no hace falta remontarse a la primera y segunda guerras mundiales, a los períodos que les precedieron y a la reconstrucción posterior, a la gestación del imperialismo japonés o al surgimiento de los Tigres asiáticos. Una muestra bien actual de dicha «distorsión» es la billonaria ($250.000 millones) Ley de Innovación y Competencia aprobada por el Senado norteamericano en junio de 2021 para hacer frente al capitalismo chino. Una ley que, como señala el New York Times, recuerda el programa Made in China 2025 de Xi Jinping hace seis años. La historia contemporánea muestra el papel decisivo desempeñado por el estado capitalista en la economía, distorsionando el «libre mercado». Muestra cómo la ley del valor se impone de manera «distorsionada» e indirecta. La bancarrota de la gigantesca inmobiliaria china Evergrande es una buena demostración de ello.

Capital financiero y la regulación de las BigTech

Roberts no considera el papel de la burocracia como motor y centro de la restauración capitalista; no ve su entrelazamiento con el capital privado formando un único conglomerado en torno al estado. Al igual que criticábamos a Katz, Roberts no entiende que si la burocracia china hubiera abierto la mano en el sistema bancario y no hubiera controlado la cuenta de capital, poniendo límites a la entrada del capital financiero imperialista y a determinados mecanismos de «libre mercado», habría quedado violentamente desplazada, la independencia política del país se habría visto directamente amenazada y China abocada a convertirse de nuevo en una semicolonia. Pero el PCCh había aprendido las lecciones de lo sucedido en la ex URSS y en el Este europeo, y no estaba dispuesto a repetirlo.

Sin embargo, pese a las restricciones a la entrada de la banca imperialista y los límites impuestos a los fondos de inversión extranjeros en la compra-venta de acciones en la bolsa, el mercado de capitales chino existe y es vigoroso. En este marco, el nuevo cuadro regulatorio de las BigTech chinas ha sido criticado por la revista británica The Economist como una embestida de Xi Jinping contra la libre empresa. Por el contrario, los “monaguillos” internacionales de Xi como Jabbour o los castrochavistas, lo defienden como ejemplo del «socialismo con características chinas».

El rápido crecimiento de la economía digital ha concentrado en manos de Alipay (Ant Group), WeChat Pay (Tencent) y sus colegas $5,4 billones en transacciones comerciales en 2020, un 9,6 % más que en 2019, lo que convierte a China en el segundo mercado más grande de ecommerce después de EE. UU. Ambas empresas dominan más que 90% del mercado de pagos móvil.

El dinero que funciona como medio de circulación (medida del valor y medio de pago) no se distingue de su función como capital más que por sus diversas formas en los momentos del ciclo económico. Su forma digital aparece como mero signo, medida de valor, y actúa como dinero imaginario ante la velocidad alcanzada por las transacciones (de mercancías y de capitales). Su forma fetichista es el reflejo del fetiche de la mercancía misma, para seguir ocultando el carácter social del trabajo privado.[24]

La centralización creciente de los oligopolios tecnológicos chinos de los medios de pago en manos de holdings que controlan centenares de otras empresas –expresión genuina del capital financiero– amplía de forma exponencial su capacidad inversora y amenaza el control del sistema de crédito estatal y el propio mercado de divisas, que mueve billones de dólares al día.[25]

Las medidas del nuevo marco regulatorio de las Big Tech instauradas por Xi rebajan la inversión en ramas productivas marcadas por la sobreacumulación (vivienda, infraestructuras y sus suministradoras como el acero, cemento, etc.), amplían su presencia en la BRI, Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, y orientan las inversiones de los holdings tecnológicas hacia los cuellos de botella de las cadenas productivas de las TIC, con el fin de hacer frente a la guerra tecnológica emprendida por Biden, con el objetivo de lograr la autosuficiencia en la producción de chips. Este es el rol del estado en cualquiera país capitalista y, por supuesto, en nada anula la ley del valor, como viene a señalar Roberts.

Roberts no ve que el proceso de restauración capitalista chino (cuyo gradualismo ha respondido a las lecciones que la burocracia mao-estalinista extrajo de la debacle de los partidos estalinistas en la URSS y el Este europeo) está marcado por la extrema preocupación de la burocracia por preservar su poder. La restauración capitalista en China ha ido de la mano del mantenimiento y fortalecimiento del régimen dictatorial de partido único. Sin este régimen totalitario hubiera sido imposible asegurar la sobreexplotación y la arbitrariedad sobre los trabajadores y campesinos chinos y no habrían podido preservar la primacía de los estratos superiores del PCCh ni los intereses del conjunto de la burocracia restauracionista y de la nueva burguesía privada. Sin esa mano de hierro, nunca habría llegado la inversión extranjera ni convertido a China en su mayor destino.

Roberts, como los demás admiradores del «milagro económico» chino, identifica el «progreso» con la «capacidad de compra»[26] y es incapaz de explicar que bajo la dominación capitalista-imperialista, cada avance en la capacidad productiva, como la ocasionada a raíz de la restauración capitalista en China, libera al mismo tiempo enormes fuerzas destructivas que se traducen en altísimos e irreparables costes humanos y medioambientales: 1/ deslocalizaciones industriales masivas en Occidente, junto a un brutal descenso de los salarios y estándares laborales de la clase trabajadora a escala mundial, 2/ en China, un régimen laboral semiesclavo en forma de fábricas-cuartel para 200 millones de trabajadores rurales migrantes, más un retroceso general de las condiciones laborales de la clase obrera urbana, así como condiciones lastimosas de millones de campesinos desplazados de manera forzada a zonas suburbiales urbanas por funcionarios locales ávidos de liberar tierras agrícolas para vender su derecho de uso a promotores inmobiliarios 3/ una brutal desigualdad social, que se cuenta entre las mayores del mundo; 4/ una gravísima ruptura del metabolismo con la naturaleza, dejando al país afectado por el mayor desastre medioambiental del mundo, con su correspondiente impacto planetario en el calentamiento global y en el agotamiento de recursos minerales y energéticos, 5/ una dictadura policial sofocante sobre el pueblo chino y 6/ una política expansionista esquilmadora de recursos naturales, superexplotadora de la mano de obra local y sostén de regímenes dictatoriales en Asia y África.

Una visión embellecedora de la burocracia restauracionista

Por fin, Roberts simplifica y reduce las relaciones básicas entre China y los Estados Unidos a la «transferencia de valor» entre ambos países, sin siquiera considerar los conflictos entre los monopolios de ambos países por la supremacía y las superganancias tecnológicas. No desarrollaremos en este texto el lugar que, a nuestro juicio, ocupa China en la actual división mundial del trabajo y el sistema de Estados.

Pero, en cualquier caso, la relación entre China y el imperialismo dominante, EE.UU., no puede reducirse a una «transferencia de valor» y a una comparativa de la productividad global del trabajo en ambos países, como si nada hubiera cambiado ni estuviera cambiando en estos 40 años, como si la realidad se hallara congelada. Como si no hubiera existido ni existiera una doble vía, combinada, de acumulación capitalista en China: la de los grandes oligopolios occidentales y la acumulación autónoma del capitalismo chino, ambas sustentadas en la superexplotación de los trabajadores chinos. Como si la relación entre estas dos vías de acumulación capitalista no hubieran evolucionado profundamente, con un enorme desarrollo de la acumulación capitalista autónoma, tanto privada como estatal. Como si los oligopolios chinos no hubieran entrado en abierta competición con los oligopolios norteamericanos y occidentales por el dominio tecnológico y las sobreganancias asociadas. Como si no estuviera en pleno desarrollo la batalla por la hegemonía en Asia. Más allá de su teatralidad, son esclarecedoras las palabras del líder de la mayoría demócrata en el Senado norteamericano, Chuck Schumer, justo antes de votar la Ley de Innovación y Competencia: «Si no hacemos nada, nuestros días como superpotencia dominante pueden estar acabándose«.

A título anecdótico, es interesante mencionar cómo la combinación de su método unilateral y reduccionista, junto a los datos que extrae del FMI, llevan a Roberts a conclusiones absurdas. Es el caso cuando escribe que. «de los 101 países de ‘renta media» en 1960, solo 13 consiguieron separarse del grupo para convertirse en economías avanzadas en 2008«. Solo que, entre estas «economías avanzadas«, aparte de Japón, nos encontramos con Hong Kong, Singapur, Taiwan, Corea, España, Portugal, Grecia, Irlanda, Israel, Mauricio, Puerto Rico y Guinea Ecuatorial. No parece necesario añadir comentarios. En la misma dirección, Roberts añade: «No es un accidente que solo dos grandes economías en desarrollo hayan conseguido llegar a formar parte del club capitalista rico en los últimos 50 años (Taiwan y Corea), medidos en PIB per cápita«. Pero calificar como país imperialista por la renta per cápita a un protectorado de EE.UU. como Taiwan no parece muy razonable, ni tampoco hacerlo con Corea del Sur, con 28.500 soldados norteamericanos instalados en su suelo.

Parece innegable el impulso de los conglomerados chinos hacia el exterior. Sin embargo, según Roberts las inversiones en la BRI  «no tienen como objetivo la ganancia. Todo es para expandir la influencia económica de China globalmente y extraer recursos naturales y tecnológicos para la economía doméstica» (sic). ¡Como si las inversiones extranjeras chinas, donde además el capital privado acompaña y va asociado al estatal, no fueran una parte central de los planes globales de China!

Roberts afirma también que las inversiones exteriores chinas no se deben a la necesidad de absorber el exceso de capital o a la caída de la tasa de ganancia en el interior de China. Sin embargo, la sobreinversión y sobreproducción que siguieron a la gigantesca ola inversora posterior a la crisis mundial de 2008-2009 están más que acreditadas por la aplastante mayoría de estudiosos y el propio Roberts, por otro lado, señala en varios de sus trabajos la caída de la tasa de ganancia interna china como consecuencia de la gran inversión realizada.

En uno de sus últimos trabajos, de mayo de 2018, «Xi toma pleno control del futuro de China», Roberts escribe que bajo Xi, la mayoría de la cúpula del PCCh continuará con el modelo económico actual, dominado por grandes corporaciones del estado el aparato del partido único, porque «incluso la élite se da cuenta de que si se toma el camino capitalista y la ley del valor se hace dominante, ello expondrá al pueblo chino a la inestabilidad económica crónica, inseguridad del empleo y renta y mayores desigualdades«.

Aunque luego afirme que esta burocracia «está unida en su oposición a la democracia socialista» y quiere «preservar su poder autocrático y los privilegios que de ello se derivan«, no deja de transmitir una visión embellecedora de una burocracia restauracionista a la que implícitamente asigna un papel progresivo. En uno de sus escritos más recientes, «China en la década de la post-pandemia» (mayo de 2020), Roberts se muestra más crítico con la burocracia china e introduce calificaciones que se alejan de la complacencia de Katz. Nos habla de un «gobierno comunista autocrático de partido único, a menudo ineficiente, que impuso medidas draconianas durante la pandemia, reprimió a los disidentes sin piedad y la revolución cultural fue una parodia impactante, reprime minorías, mantiene campos de reeducación en Xinjiang, nadie puede hablar contra el régimen sin consecuencias, en Hong Kong ha impuesto un gobierno militar…«. Sin embargo, no hay mención al punto central: la necesidad de derrocar la dictadura (capitalista) del PCCh para instaurar un gobierno de los trabajadores apoyado en una democracia socialista que vaya dando pasos en la construcción del socialismo y expanda la revolución mundial.

 Algunas conclusiones estratégicas de las tesis de Katz y Roberts

Claudio Katz se resiste púdicamente a explicitar las conclusiones de sus tesis y Michael Roberts, absorbido por la «razón económica», no las desarrolla. Pero si sus tesis fueran ciertas, equivaldrían a sentenciar para toda una época histórica la impotencia del proletariado para retomar la lucha por el poder y reemprender la construcción del socialismo. Significaría reconocer en esa burocracia estatal un nuevo sujeto histórico alternativo,[27] ni capitalista ni socialista, todopoderoso y dictatorial, que representaría, a pesar de todos sus defectos, un campo progresivo respecto al capitalismo y al imperialismo. El rol de la clase obrera quedaría limitada a presionar a esta burocracia por algunas reformas y, por supuesto, quedaría prohibido como algo reaccionario hacer una revolución para derrocarla. La disputa entre EE.UU. y China sería entre el capitalismo imperialista y una nueva formación social progresiva, a pesar de sus defectos, en cuyo campo habría que permanecer, aunque fuera «críticamente».

En verdad, su unilateralidad y su concepción formal y abstracta del marxismo llevan a Michael Roberts[28] al extremo de plantear que quien defiende que China es capitalista estaría negando el marxismo, pues, si con su «fenomenal éxito en crecimiento económico», China continuara siendo capitalista, «sería la refutación de la teoría marxista de la crisis y una justificación del capitalismo«. Claro que, como no puede defender que China se parezca en nada al socialismo, entonces la caracteriza como una «bestia extraña» (weird beast), ni capitalista ni socialista. Solo nos resta decir que introducir una nueva categoría como esta en el corpus teórico del marxismo requeriría una justificación teórica más profunda que unas cifras económicas congeladas y aisladas del contexto general e histórico y un argumentación cogida por los pelos.

Notas:

[1] https://www.hurun.net/en-US/Info/Detail?num=LWAS8B997XUPhttps://www.hurun.net/en-US/Info/Detail?num=LWAS8B997XUP

[2] K.M. El Capital t.1, sección séptima. XXIII. La Ley General de la acumulación capitalista. Pág. 547. Fondo de Cultura Económica.

[3] Elias Jabbour, China e as novas possibilidades do socialismo científico.  Margem Esquerda, p.35. Revista da Boitempo. Nº37, 2º Semestre, 2021.

[4]     Idem. pg. 33

[5]Datos de la última lista de ricos de Hurun Report, emitida por una empresa privada china similar a Forbes, dedicada al ranking de los magnates chinos,. https://www.scmp.com/business/money/wealth/article/3106202/jack-ma-leads-pack-chinese-billionaires-2020-fortunes-grow

[6]Datos de marzo de 2021. https://www.hurun.net/en-US/Info/Detail?num=LWAS8B997XUP.

[7] https://www.scmp.com/business/money/wealth/article/3106202/jack-ma-leads-pack-chinese-billionaires-2020-fortunes-grow

[8] https://economia.uol.com.br/noticias/redacao/2021/05/24/bernard-arnault-se-torna-a-pessoa-mais-rico-do-mundo.htm

[9]Cotejando los números de Piketty con el índice Gini (que mide la desigualdad social: 0 es la igualdad absoluta en el reparto de la renta y 1 es la máxima desigualdad, donde una persona se apropiaría de toda la renta del país), este último era 0,16 en el año 1978, cuando se inicia la restauración capitalista, pero en 2017 llegaba ya a 0,467. Desde entonces ha seguido aumentando, hasta el punto que el gobierno chino no lo hace público. Se estima que alcanza un 0,470, mucho más alto que la media de los países de la OCDE, de 0,300. Asimismo, a finales de 2020 el 1% más rico del país poseía el 30,6% de la riqueza nacional, frente al 20,9% de hace dos décadas. Por su parte, el informe de 2014 del Centro de Investigación de Ciencias Sociales de la Universidad de Beijing calculaba que el 1% más rico superaba el 30% de la riqueza nacional, mientras el 25% más pobre sólo poseía el 1%.

[10] https://www.scmp.com/tech/big-tech/article/3116385/death-22-year-old-pinduoduo-employee-renews-controversy-over-chinas

[11] Los ingresos en yuanes están convertidos a dólares a 4/12/2021.

[12]https://www.scmp.com/news/china/article/3153466/chinas-army-migrant-workers-waits-xi-jinpings-common-prosperity-touch?

[13]Martín Hernández. El Veredicto de la Historia, Rusia, China, Cuba…De la revolución socialista a la restauración capitalista. Ediciones .Sundermann/Ediciones Marxismo Vivo, 2009.

[14] [Deng] «quería convencer a Washington de que no podía haber un aliado más leal en la Guerra Fría que la República Popular China bajo su mando. Mao había visto su entente con Nixon como otro Pacto Hitler-Stalin, en la formulación de uno de sus generales, con Kissinger actuando como un Ribbentrop: un trato táctico con un enemigo para evitar los peligros de otro. Deng, sin embargo, buscaba más que eso. Su objetivo era la aceptación estratégica en el sistema imperial estadounidense, para obtener acceso a la tecnología y el capital necesarios para su esfuerzo por modernizar la economía china. Esta fue la razón real y oculta de su asalto a Vietnam. Estados Unidos todavía sufría su derrota en Indochina. ¿Qué mejor manera de ganarse su confianza que ofrecerles venganza por poder? La guerra fracasó, pero le compró a Deng algo más valioso que el costo de 60.000 vidas: un boleto para que China ingrese al orden capitalista mundial, en el que florecería». F. Voguel. Deng Xiaoping and the Trasnformation of China. The Belkap press of Harvad University Press, 2011. Reseña de Perry Anderson. Sinomania, London Review of Books. http://www.lrb.co.uk/v34/n03/perry-anderson/sino-americana.)

[15]https://www.scmp.com/author/karen-chiu

[16]Desarrollados por el CIT (Centro de Tecnología de la Información), vinculado al Instituto de Ingeniería de las Fuerzas Armadas, y cuya producción de entrada estuvo a cargo de LTEF (Luoyang Telephone Equipament) empresa vinculada al MPT (Ministerio de Correos y Telecomunicaciones)  X. Shen,The Chinese Road to High Technology: Telecommunications Switching Technology in the Economic Transition. p.105. Springer, 1999.

[17]«Al abrir el mercado interno a las empresas extranjeras, las empresas nacionales tuvieron que centrarse en el mercado de gama baja en los años ochenta y principios de los noventa. El gobierno chino ofreció apoyo para ayudar a las empresas domésticas a capturar parte de la cuota de mercado después de que estas desarrollaran sus propios conmutadores digitales de línea fija. Por ejemplo, el Ministerio organizó dos reuniones de coordinación para fomentar el uso de conmutadores de producción nacional en 1996 y 1999 y estas dos reuniones fueron los puntos de inflexión para las empresas chinas en el reemplazo de las empresas multinacionales.» Qing Mu and Keun Lee. Knowledge diffusion, market segmentation and technological catch-up: The case of the telecommunication industry in China.  Journal Research Policy, 2005. Volume 34/759-783.

[18] estándar TD-SCDMA Time Division Synchronous Code Division Multiple Access

[19] El sector de propiedad estatal se había reducido constantemente en los años posteriores a la adhesión de China a la OMC. En 2001, el 40 por ciento de todos los puestos de trabajo en China estaban en el sector estatal. Esa cifra había caído al 20 por ciento en 2008, pero esta disminución se detuvo en los años posteriores a 2008 y mostró pocos cambios hasta el final de la administración de Hu-Wen, en 2012. Entre 2008 y 2012, los activos administrados por empresas estatales aumentó de más de 12 billones de yuanes a más de 25 billones de yuanes. Yeling Tan. How the WTO Changed China. Foreign Affairs. Mar/Apr2021, Vol. 100 Issue 2, p90-102. 13P

[20]   https://www.huawei.com/en/about-huawei/corporate-information (consultado en enero de 2020)

[21]https://www.scmp.com/abacus/who-what/who/article/3028219/pony-ma-tycoon-behind-chinas-social-media-and-gaming-giant / https://www.scmp.com/tech/big-tech/article/2182193/tencent-plugs-holes-and-boosts-profits-163-new-investments

[22]https://www.caixinglobal.com/2020-04-20/pinduoduo-buys-into-home-appliance-retailer-to-sell-their-branded-goods-101544707.html

[23]   «Xi takes full control of China’s future«, mayo 2018

[24] Karl Marx. op.cit.  t.1, pags. 103, 53, 55.

[25] Desde 2018 la Tencent Holdings ha sido amonestada por las autoridades reguladoras por “realizar operaciones de cambio de divisas más allá del alcance de su registro comercial”, culminando en una multa de 2.8 millones de yuanes ($ 438,000)a Tenpay.

[26] Conviene recordar aquí, sin embargo, las declaraciones del primer ministro Li Keqiang en las sesiones anuales de la Asamblea Popular Nacional de mayo de 2020, según las cuales 600 millones de chinos, el 40% de la población, viven con apenas 1.000 yuanes al mes (140 dólares). De estas personas, el 75,66% lo hacen en zonas rurales. Por otra parte, en torno a 200 millones de personas (más de la cuarta parte de la población activa) tienen un empleo flexible o precario. También conviene tener en cuenta que el criterio oficial de «persona pobre» es el de alguien con una renta anual inferior a 4000 yuanes ($674), mientras que si se ajustara al listón internacional del 60% de la renta media, debería ser de 8600 yuanes ($1326), más del doble del umbral utilizado [lo que cuestiona las declaraciones triunfalistas de Xi Jinping] Xulio Ríos, «La ‘prosperidad común’ de Xi Jinping», octubre 2021)

[27]   Tesis similar a la desarrollada por Bruno Rizzi en 1939. En La Burocratización del Mundo. Ediciones Península, 1980.

[28]   «IIPPE 2021: Imperialism, China and finance», Michael Roberts Blog, 30 setiembre 2021

Fuente: LITCI

China: ¿Un régimen capitalista, el «socialismo de nuestros días» o un régimen social «intermedio»?