Publicado el 5 de abril de 2022 Por José López
Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. (Lenin)
Una de las causas del estado actual de la izquierda es la desorientación ideológica, y ésta ocurre porque hasta ahora no ha habido intentos serios de reconstruir la teoría revolucionaria. Cuando ésta estaba viva, entre otros motivos, fue posible intentar la revolución socialista. Ahora que está prácticamente muerta, y así lo está porque dicha teoría se ha convertido en dogma, porque no se aplica el método científico, gracias al cual se gestó, además de porque la burguesía se empeña por su propio interés en que se olvide para siempre (por lo menos por parte de aquellas clases populares que pueden usarla para emanciparse), es cuando la praxis revolucionaria es casi utópica, cuando no errática. Bien es cierto que la teoría marxista ha ido evolucionando en ciertos aspectos importantes (sobre todo en cuanto a la teoría económica y a la filosofía), pero no en aquellos más relacionados con la praxis revolucionaria, con la transición del capitalismo al socialismo, con la conquista del poder político. En los últimos tiempos el marxismo se ha distanciado de la práctica política, es decir, de su razón de ser, pues la sociedad sólo podrá transformarse mediante la acción política. No por casualidad afirmaron Marx y Engels que su doctrina era una guía para la acción. El marxismo a fines del siglo XX y principios del siglo XXI se recluyó en los círculos intelectuales, en las universidades, para distanciarse del proletariado, de las fábricas, de las empresas, de la realidad social. Se ha convertido en objeto de filósofos y economistas, y no de políticos, sindicalistas u obreros.
Una de las principales causas de la degeneración del marxismo es su alejamiento de la praxis.
Dicha degeneración se hace evidente leyendo los escritos de muchos supuestos filósofos marxistas. Escritos que recuerdan a la pintura contemporánea, es decir, complejidad en las formas conviviendo con simpleza en el fondo, con falta de contenido, mucho ruido y pocas nueces. Lo que le ha pasado en gran parte al marxismo es algo que le ocurre a toda la ideología y la cultura que surgen en el capitalismo de los últimos tiempos: el marxismo no se ha librado de la influencia de la decadencia ideológica del capitalismo, sustentada en su decadencia material. No puede compararse la claridad de ideas, al mismo tiempo que su profundidad, de los escritores clásicos del marxismo, con la pedantería de muchos académicos actuales que no pueden disimular su podredumbre intelectual, por mucho que camuflen su falta de ideas con palabras rimbombantes o altisonantes. Probablemente, ni ellos mismos comprenden lo que dicen, si es que pretenden decir algo. Es mucho más fácil comprender a Marx o a Engels, que aportaron mucho, que a muchos de sus supuestos seguidores y continuadores, que no han aportado prácticamente nada. Los padres del marxismo se expresaban de manera sencilla, sus escritos, en general, eran amenos. No podemos decir lo mismo de muchas plumas que se dedican en sus feudos universitarios a no aportar nada al marxismo, más que confusión y pedantería. Los escritos que salen de estas plumas son, francamente, insoportables. Hablan mucho para no decir nada, desde luego nada nuevo, y aburren solemnemente. Y, por supuesto, su lenguaje es ininteligible para el proletariado, incluso para los mismos intelectuales. Esto es una consecuencia lógica del alejamiento del marxismo de su lugar natural. Con estos nuevos “filósofos marxistas”, aislados de la realidad, la filosofía vuelve a sus peores vicios. A uno le viene a la mente aquello que decía Engels de que lo que no se sabe expresar es que no se sabe, cuando lee a muchos de esos escritores que no son capaces de expresarse de manera clara, tal vez porque realmente no tengan las ideas claras, esos escritores que parapetan su incapacidad intelectual con un lenguaje premeditadamente sofisticado con la esperanza así de no ser criticados, por no ser comprendidos, con incluso la esperanza de ser “adorados” por su “erudición” inaccesible al común de los mortales. Yo me pregunto cómo es posible que el mundo vaya tan mal con tantos “sabios” que pululan por los centros del saber de nuestro tiempo. Vivimos la época con más personas formadas de la historia y, sin embargo, no parece que esto impida que se vaya asentando la barbarie a la que nos encaminamos. ¡Qué lejos están esos “sabios” de Marx o de Engels! Tanto por lo que decían éstos, como por cómo lo decían y como sobre todo por lo que hacían. ¡Un abismo les separa! No es de extrañar que Marx y Engels hayan sido objeto de culto, incluso a su pesar. ¡Qué pocas veces se han conjugado la aptitud con la actitud! ¡Qué pocas veces se ha predicado con el ejemplo!
El marxismo, en líneas generales, ha perdido el Norte. Y lo ha perdido porque el marxismo, como filosofía de la praxis, necesita imperativamente nutrirse de la realidad social, y ésta no está en las universidades, por lo menos no sólo en ellas, está sobre todo en el modo de producción, en la economía, en las fábricas, en las empresas, en la calle. Esto no significa que el intelectual no tenga nada que decir o aportar, pero para hacerlo, para aportar algo útil, es decir, conocimiento y orientación sustentada en él, debe estudiar la realidad concreta, debe “ensuciarse” en el fango, debe entrar en contacto con el mundo del trabajo (pues éste es el centro de gravedad de la sociedad), como así hicieron los padres del marxismo. La universidad está en muchos aspectos alejada del mundo real. Bien lo sabe esto cualquier estudiante que tras largos años de aprendizaje en ella casi tiene que volver a empezar en la escuela de la vida. Y este alejamiento se nota mucho en los escritos de muchos catedráticos “marxistas”. No quiero decir con esto que el marxismo no deba estar y evolucionar también en el mundo académico e intelectual, pero no debe estar o evolucionar sólo allí. Es más, nunca debe hacerlo sin estar en permanente e íntimo contacto con la realidad. Un marxismo recluido en los libros o en las cátedras no es marxismo. El marxismo se nutre del contacto directo con los obreros, con el proletariado. Cuando pierde dicho contacto se apolilla, se niega a sí mismo. Deja de ser materialista, se vuelve en cierto modo idealista, en el sentido filosófico de la palabra, pues las ideas se desconectan de la realidad material. El marxismo sólo puede seguir vivo si sigue en contacto con la vida. El marxismo sólo puede ser marxismo, sólo puede seguir siendo marxismo, sólo puede evolucionar, si practica el materialismo dialéctico, el cual es su piedra angular. ¿Y qué nos dice el materialismo dialéctico? Que en lo material está la base de todo, pero que lo material también es influido por lo inmaterial. Las ideas deben nutrirse fundamentalmente de las condiciones materiales de existencia, aunque las primeras también nutren a las segundas. Cuando las ideas pierden de vista la realidad dejan de ser conocimiento para convertirse en otra cosa, caemos en el idealismo, en puras elucubraciones de la mente humana. El marxismo busca, por encima de todo, transformar la realidad social. Y ésta no puede cambiarse sólo desde las cátedras o los despachos. Para transformar la realidad es ineludible estar en contacto con ella. El “marxismo de cátedra” ha perdido de vista la realidad porque no se preocupa de transformarla. Traiciona la principal razón de ser del propio marxismo.
El marxismo es la base de la ciencia revolucionaria al servicio del conjunto de la sociedad, de las clases populares, del proletariado. Mientras esté alejado de su “público”, de su “hábitat” natural, el marxismo sólo será una corriente filosófica, en el peor sentido de la palabra, formará parte de esa filosofía anterior a Marx, no será una guía para la acción, su filosofía estará presa de aquello que denunciaba Marx cuando decía que los filósofos se habían conformado con comprender la realidad sin aspirar a transformarla, su “filosofía” será una vuelta hacia atrás. La filosofía marxista, a diferencia de las que le precedieron, es una filosofía de la praxis. Esto no significa que no deba trabajarse la teoría, significa que no hay que perder de vista que la teoría es un medio y no un fin en sí mismo. El fin es la práctica. Y gracias a este fin, es realmente posible el conocimiento. El marxismo supuso un paso adelante en la posibilidad de que la humanidad se comprendiera a sí misma, precisamente, porque buscaba transformar la realidad. Quien más necesita comprender la realidad es quien desea cambiarla, quien se pega a diario con ella, no quien permanece ajeno o alejado de ella. Necesitamos volver a la razón de ser del marxismo para que éste pueda realmente evolucionar, para que pueda renacer con fuerza. Debemos centrarnos en cómo transformar nuestra sociedad. Es necesario retocar la teoría marxista sobre todo por cuanto respecta a la lucha política para posibilitar la transición al socialismo. Y en dicha parte del marxismo el principal concepto a considerar es, sin duda, el de la dictadura del proletariado. Este concepto no fue suficientemente desarrollado por Marx y Engels en su día, y no ha sido suficientemente cuestionado hasta ahora, o se ha hecho de una manera excesivamente maniquea, para rechazarlo por completo o para aceptarlo tal cual fue postulado en su día. Alrededor de este concepto es donde el marxismo debe renovarse, alrededor del cual deben hacerse los mayores esfuerzos por hacerlo progresar. De esta parte del marxismo, es decir, de la lucha política para transformar la sociedad, la cual es el centro de gravedad de la doctrina marxista, se han desinteresado la mayor parte de filósofos o economistas “marxistas”. Ellos sólo se han preocupado de las partes puramente filosóficas o económicas de las ideas de Marx. Ellos se han acomodado en sus puestos de trabajo, se han adaptado a la sociedad capitalista, en vez de denunciarla y luchar contra ella, y se han puesto a desarrollar la teoría marxista en cuanto a todo aquello que se refiere a la hipotética futura sociedad comunista, pero se han olvidado de cómo hacer la transición desde la sociedad actual, es decir, se han olvidado de la parte científica del socialismo marxista. De hecho, así, se han convertido en nuevos utópicos. Con ellos el socialismo vuelve a ser utópico. Y es que el socialismo construido desde los despachos, desde las cátedras o desde las mentes “privilegiadas” sólo puede ser utópico. El socialismo sólo puede ser científico si se nutre de la realidad, si sus científicos salen de vez en cuando de sus laboratorios y hacen trabajo de campo. El socialismo no podrá ser construido sin las clases trabajadoras. Éstas deberán estar en permanente contacto con los intelectuales. El socialismo será un trabajo conjunto, en equipo, de toda la sociedad, de la mayor parte de ella, un trabajo en el cual la clase intelectual es sólo una parte del equipo, con un importante papel, pero no el único, ni siquiera el principal. Muchos marxistas se han olvidado de la lucha política, a ellos el Marx que fundó la Primera Internacional no les interesa, y otros muchos marxistas que no se han olvidado de ese Marx, sin embargo, se han olvidado de otro Marx, de aquel que reformulaba sus teorías en función de la práctica. Los unos se han olvidado de que la doctrina marxista es una guía para la acción y los otros de que dicha doctrina no es un dogma.
A principios del siglo XXI, con el recrudecimiento del capitalismo, poco a poco, el marxismo va volviendo a su lugar natural, al mundo real del trabajo, a la sociedad, a la política. ¡Pero no puede volver como si nada hubiese ocurrido en el último siglo! Muchos marxistas que no se han olvidado del leitmotiv del marxismo, sin embargo, han caído presos del dogmatismo, del que huía Marx, siguen aceptando y usando el concepto de la dictadura del proletariado, no se han replanteado la manera de implementarlo en la práctica, cómo evitar que degenere en la dictadura del partido único, en la dictadura contra el proletariado, ni siquiera se han replanteado la necesidad de cambiar la manera de defenderlo en la guerra ideológica. Ya va siendo hora de cuestionarlo seriamente, tanto en la forma como en el fondo, pero sin renunciar necesariamente en bloque a todo el marxismo. ¡Al contrario! Replantearlo es seguir fiel al espíritu más profundo del marxismo. Simplemente, porque el marxismo busca transformar la sociedad, ésta es su razón de ser. Simplemente, porque Marx, tras experiencias mucho más breves, como la de la Comuna de París que apenas duró un par de meses, se replanteó el concepto de la dictadura del proletariado. ¿No tenemos ahora más motivos que Marx para hacerlo? ¿No lo hubiera hecho Marx? Algunas corrientes marxistas ya lo han hecho de manera más o menos implícita. Pero esto es insuficiente, si queremos ganar la guerra ideológica, si queremos llegar a las masas, hay que reconocer explícita y contundentemente los errores del pasado. Hay que desmarcarse de ellos de manera clara y abierta. El hacerlo no tiene por qué implicar el enterramiento definitivo de la teoría revolucionaria marxista. Por el contrario, el reconocer sinceramente ante la opinión pública los errores del marxismo, el decir que no todo él es coherente, permite recuperar aquellos postulados marxistas correctos, la inmensa mayoría, juega a favor del marxismo para que éste se convierta en el eje central de la nueva teoría revolucionaria que se necesita en nuestros tiempos. Sólo si extirpamos del marxismo sus errores más groseros podrá el marxismo resurgir con fuerza. Si a la gente le hacemos comprender que el marxismo es en líneas generales correcto pero que contiene ciertos errores que hay que corregir, el marxismo podrá volver a tener credibilidad ante la opinión pública. Si nos agarramos a la idea de un marxismo impoluto, inamovible, estático, el marxismo seguirá impolutamente marginado, permanecerá inamovible y arrinconado, seguirá estáticamente enterrado ante las grandes masas, para beneficio de sus verdaderos enemigos: las minorías dominantes.
Abril de 2022
Extracto del libro El marxismo del siglo XXI.
http://joselopezsanchez.wordpress.com/
El renacer del marxismo