Aniversario
1810: La Revolución
La Revolución de Mayo fue –digámoslo desde el principio– una gran revolución. Puso fin al dominio colonial absolutista, abrió camino a formas republicanas de gobierno, preparó un ejército para extender el proceso a las “provincias” del antiguo virreinato y a países vecinos y aplastó a los contrarrevolucionarios. La dinámica de los acontecimientos derivaría en el grito libertario en la independencia de las Provincias Unidas, en Tucumán, en 1816, y en una guerra de la Independencia que unió a los ejércitos de San Martín y Bolívar hasta la derrota total del imperio español en América.
Escribe: Tito Mainer
Hechos, más que programas
Sin embargo, contra lo que sostienen algunos historiadores en boga, los hechos estuvieron por delante de lo que sus principales dirigentes podían programar. En 1808, la invasión napoleónica a la península ibérica puso en fuga a la corte de Portugal -que recaló en Río de Janeiro- y terminó con el encarcelamiento del rey de España Carlos IV y su hijo y sucesor, Fernando VII. Fue coronado el hermano de Bonaparte, José I, conocido como “Pepe Botella” por su afición al alcohol.
La derrota de la dinastía borbónica generó un vacío de poder que, en España, originó la formación de Juntas para resistir al invasor. Copiando ese modelo, desde 1808 en los dominios españoles en América se integraron también juntas que asumían el poder “en nombre de Fernando VII”. La primera, en Montevideo, y al año siguiente, en Quito y Guayaquil, y también en Chuquisaca y La Paz. Movimientos diversos confluyeron en intentos de gobiernos que desplazar a los virreyes (un “otro yo” del rey) que, de hecho, eran representantes de un rey sin corona (ver artículo).
En este marco, Buenos Aires tenía una peculiaridad que la distinguía de todas las otras ciudades americanas. La derrota del intento de invasión inglesa en sus dos sucesivos desembarcos de 1806 y 1807 habían descalabrado al régimen monárquico local y dado lugar a la formación de poderosas milicias armadas, integradas en su mayoría por criollos, mestizos, indios y negros, con jefes también criollos.
Como producto de la reconquista del invierno de 1806, casi todos los hombres mayores de edad de la sociedad porteña estaban armados -llevaban las armas a sus casas- e integrados a regimientos. Con disciplina militar y severos entrenamientos diarios, también gozaban de una extraña democracia interna que hasta posibilitó la votación de muchos de los jefes. Allí fermentó un nuevo poder que sería decisivo en las horas cruciales.
La crisis provocada en el régimen, por otro lado, llevó a que en dos cabildos abiertos -14 de agosto de 1806 y 10 de febrero de 1807- se designara a Liniers comandante de armas y, luego, virrey interino, derrocando y poniendo en prisión al marqués de Sobre Monte. Un primer hecho completamente inédito que planteó ya, tres años antes de Mayo, quién gobernaba en la ciudad: si los enviados de España o las elites locales y el Cabildo.
Un caos de intrigas
Los hechos acaecidos en la capital virreinal impactaban de modo desigual en las provincias cuyos desarrollos económicos eran muy pobres y, por consiguiente, carecían de esa burguesía inquieta que caracterizaba a Buenos Aires, conectada con el mundo por vía del comercio, el comienzo de la exportación de productos ganaderos (tasajo, cuero, crines) y receptora de las novedades políticas, sociales y culturales. Sólo el Alto Perú (luego Bolivia), con sus ricas minas de plata ya en decadencia, y Montevideo, el puerto que competía con Buenos Aires, tenían algo de ese estilo cosmopolita y mundano propio de la capital.
La caída de la monarquía puso a la elite local ante un desafío: ¿quién debía gobernar? Comenzó allí una exploración de caminos. Varios de los principales dirigentes criollos, que habían especulado con la posibilidad de que Gran Bretaña impulsara la independencia -el plan motorizado por el venezolano Francisco de Miranda- confirmaron, tras las frustradas invasiones, que eso significaría sólo “cambiar un mandón por otro”. Castelli y Belgrano, integrantes del Consulado; los hermanos Rodríguez Peña y Vieytes, fuertes comerciantes y fabricantes de jabón; y Domingo French, entre otros, intentaron seducir a la princesa Carlota Joaquina -residente en Brasil- para que asumiera como regente de su hermano Fernando VII en el Río de la Plata. El jefe del Cabildo, el gran comerciante vasco Martín de Álzaga intentó deponer a Liniers y formar una Junta en enero de 1809. Su movimiento fue desarticulado por las milicias criollas y sus jefes, Cornelio Saavedra y Martín Rodríguez, entre otros. Álzaga –que contaba con el apoyo de Mariano Moreno– terminó “expatriado” en Carmen de Patagones, el último poblado del reino. Otros especulaban con asociarse con Napoleón y todo “francés”, como Pueyrredón o el mismo Liniers, era sospechado de favorecer los planes del emperador. Ante el derrumbe de la corona española la elite porteña presionaba en pos de una apertura comercial pero, en rigor, eran muy pocas las voces que hablaban de “independencia”.
Los hechos se precipitan, los cauces se unen
Un nuevo virrey nombrado por la Junta Central de España, Baltasar de Cisneros, reemplaza al interino Liniers y, en ese ambiente de crisis e inestabilidad, trata de gobernar. Tan difícil era su situación que ni siquiera se animó a coronarse en Buenos Aires… prefirió que Liniers fuera a Colonia y le cediera el “poder” del otro lado del río. Cisneros, en un tembladeral, tomó algunas medidas liberales, pero a mediados de mayo de 1810 se supo que la Junta Central, que residía en Sevilla, se había quedado, de hecho, sin territorio en España, refugiada en la pequeña isla de León. Ante la noticia el virrey se vio obligado a convocar a un Cabildo Abierto. Cerca de 500 vecinos “decentes” fueron invitados y, con la presencia de unos 260 el “congreso” del 22 de Mayo, por amplia mayoría y voto fundamentado y a mano alzada, decidió formar una junta local. Cierto es que muchos adherentes a la continuidad del virrey ni siquiera se acercaron al “congreso”, por temor a los “chisperos”, la gente de los arrabales –la “plebe”, le decían entonces– movilizada a favor de los revolucionarios. Los famosos French y Beruti, que repartían cintas para identificar a los movilizados por el bando “patriota”, eran dos de sus principales dirigentes. Tras dos días de intensas negociaciones e intentos de maniobras del virrey -algo común a todo proceso revolucionario- la mañana del 25 de mayo la Primera Junta Gubernativa asumió en el cabildo de Buenos Aires.
La conformación de esta Junta –aparentemente estructurada por French luego de toda una noche de deliberaciones– reflejó a casi todos los sectores criollos que querían un gobierno propio: las milicias, con don Cornelio como presidente; los abogados consulares con Castelli y Belgrano; algún antiguo alzaguista, como Moreno; un par de españoles –catalanes ambos–, un par de fuertes comerciantes y un sacerdote. Era natural, el nuevo gobierno reunía a distintas facciones y, como se entendía la “política” entonces, a representantes de las diversas corporaciones.
La Primera Junta debió enfrentar rápidamente tres intentos contrarrevolucionarios. Mientras en Montevideo el secretario Paso buscaba negociar, lo mismo que el ejército de Belgrano en Paraguay, al ala “jacobina” –Moreno y Castelli, en particular– no le tembló el pulso para fusilar a Liniers y un grupo de seguidores en Córdoba y, poco después, ejecutar también a los jefes insurrectos en el Alto Perú. La revolución se había consumado y dio sus primeros pasos con gran decisión.
Articular una nueva nación era un problema complejo. Las contradicciones tiñeron a la Junta y las luchas políticas de facciones se convirtieron en moneda corriente. La inmadurez de la burguesía porteña y el raquitismo de las aristocracias provinciales pusieron en evidencia la incapacidad de crear rápidamente un mercado nacional que diera sustento al nuevo país y a un nuevo Estado. Las elites políticas del nuevo poder demoraron seis años la declaración de la independencia. y otros cincuenta para aprobar una constitución de una república unificada, años cruzados por guerras civiles y luchas de facción. Pero ya había quedado merecidamente instalada desde 1810 la celebración del 25 de mayo como el día de nacimiento de la “patria”.
El Socialista 05/05/10