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El juego en que andamos

Diez años de fábricas recuperadas

El juego en que andamos

 

Lucas Pedulla
Revista Sudesta de marzo

A una década del proceso de recuperación de fábricas y empresas por sus trabajadores, cuatro historias recuerdan detalles del momento que cambió radicalmente sus vidas. Si bien Mauricio Macri vetó la ley que garantizaba una seguridad jurídica para los obreros, el Estado en su conjunto sigue postergando el dictamen fundamental: la expropiación.

1. Gráfica Patricios: recuperar

-¿Pero estás loco? ¿Vos viste lo que es esto?

-No te ilusiones, esto no lo recuperamos ni en pedo.

-¿Qué te crees? ¿Que este tipo lo va a regalar?

-No, de acá nos van a sacar a patadas en el orto.

Tan solo bastó con que Gustavo Ojeda deslizara la posibilidad de armar una cooperativa para que una catarata de preguntas y puteadas lloviera sobre él. Les parecía una cosa de locos, realmente. Era casi una utopía pensar que Talleres Gráficos Conforti podía llegar a convertirse en una cooperativa autogestionada por sus trabajadores.

La situación era muy delicada, y por la zona de Barracas no se andaban mucho con presagios. La decisión de los trabajadores de proceder a un quite de colaboración concluyó con la permanencia en la planta, a raíz de la epidemia de telegramas de despido que asoló a los obreros.

“Ahí comenzó la lucha –recuerda Ojeda-. No nos pagaban las quincenas y así se fue formando una deuda de algunos compañeros hasta de un año. 50 pesos por mes tendríamos y para pasar las fiestas del 2000 nos habían dado 20 pesos en monedas. Pero la necesidad tiene cara de hereje, y por ese sentido también se fue cediendo mucho, hasta que nos encontramos en el 2001 con una crisis tremenda que apenas nos alcanzaba para viajar”

Conforti quedó debiéndole debía 60 mil dólares a Ojeda. Él y sus compañeros sólo querían cobrar sus sueldos atrasados, y no se iban a ir de la fábrica hasta conseguirlos. 27 trabajadores llevaban adelante la resistencia, muy por debajo de los 70 que habían iniciado la permanencia y ni que hablar de los 500 empleados que Conforti llegó a tener a mediados de los 90`. Día y noche, en turnos de 12 horas, los obreros resistieron durante todo el 2003. Sin teléfono, agua ni luz, tampoco podían producir porque no había con qué poner en funcionamiento las máquinas. Por si fuera poco, un patrullero se había apostado en la puerta de la fábrica. Pero fue uno de los policías el que les brindó un dato importantísimo: los trabajadores de Ghelco, que producían (y siguen produciendo) materias primas para heladerías y confiterías, estaban pasando por la misma situación que ellos, con la diferencia de que habían resistido en la calle y no adentro. Y sin embargo, ya estaban a punto de volver a entrar con la idea de formar una cooperativa.

A partir de ese momento, los trabajadores de Conforti comenzaron a ver que la posibilidad de recuperar la fabrica ya no era un sueño inalcanzable, y el objetivo cambió por completo.

“Después de esos 3 meses, ya no queríamos indemnización ni cobrar lo que nos debían, no queríamos más nada: nosotros queríamos recuperar la fábrica. Ya habíamos hecho el duelo, nos habíamos quedado sin laburo, ya nos habíamos cagado de hambre. Bueno, ahora vamos a luchar –cuenta Ojeda, que comenzó a caminar la legislatura porteña para conseguir avales y lograr la expropiación.

Actualmente, lo que hoy se conoce como Cooperativa Grafica Patricios tiene alrededor de 75 trabajadores, una radio comunitaria, un bachillerato, un centro odontológico: todo autogestionado. Ojeda es el presidente de la cooperativa, elegido por asamblea, y recuerda con gracia los viejos encuentros que tuvieron con su ex patrón, Raúl Gonzalo:

“En una reunión entramos y fue para morirse de risa, pero en realidad estaba jugando con la dignidad nuestra, porque nos recibe de saco y corbata, con los bolsillos arremangados y la camisa afuera del pantalón. Nos dice: ´Pasen muchachos, ¿qué necesitaban?´ O sea, como que no tenía plata. Nos tomaba el pelo. El nunca se pensaba, nunca se imaginó lo que ocurrió y por eso nos verdugueaba. Fue una resistencia tan grande. El pensó: ´estos están una semana, dos, se cagan de hambre y se van a la mierda´. Pongámosle que la empresa tenía perdidas, pero nosotros con un año de resistencia, cagándonos de hambre, la pudimos poner en funcionamiento. O sea que este tipo podía haberlo hecho. No quiso”.

2. Feliz Navidad

El 23 de diciembre de 2011, decenas de fábricas recuperadas de la Ciudad de Buenos Aires se encontraron con un regalo al pie del arbolito: el Boletín Oficial Nº 3818 dejaba constancia que el gobernador porteño, Mauricio Macri, había vetado la ley 4008, que otorgaba la herramienta jurídica bajo la que 29 fábricas y más de 2000 obreros podían protegerse y continuar produciendo hasta conseguir la siempre postergada expropiación.

En criollo, la ley 4008 era una prórroga de la prórroga de otra prórroga, que no hacía más que dilatar la decisión fundamental del Estado de expropiar los bienes.

El 2 de setiembre de 1999, la legislatura porteña sancionó la ley Nº 238, bajo la firma del por entonces Jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra. En su Artículo 1º, la norma resolvía que las unidades productivas debían ser consideradas de “utilidad pública” para poder ser expropiadas, luego, con fondos públicos.

La ley tenía un plazo de vigencia por cinco años, que podía ser extendida por otra norma dictada por la legislatura. Eso ocurrió en noviembre de 2004, con la Ley 1529; y en diciembre de 2008, volvió a ser prorrogada por la Ley 2970. La protección a las cooperativas fue refrendada el 17 de noviembre pasado, con la sanción de la Ley 4008, que ampliaba el plazo hasta 2017.

Finalmente, la norma 4008 quedó sin efecto gracias al decreto Nº 672/11, firmado por Mauricio Macri, junto a su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, y al ministro de Desarrollo Económico, Francisco Cabrera.

3. BAUEN: revancha

No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza.

La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida.

Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y

nadie nos corta la memoria, la lengua, las calores. Tenemos que

aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire.

Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de

kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares

y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche,

duelen de noche bajo el sol.

“Exilio”

La poesía de Juan Gelman descansa sobre los cerámicos de Zanón, en una de las paredes del Hotel BAUEN. Atrae, seduce, incendia; llena el lugar de una magia particular.

El BAUEN ya no es más una planta monstruosa, y sus raíces volvieron, poco a poco, a reencontrarse con los exiliados, los trabajadores. Con sus lenguas y sus calores.

“El día que más me marcó fue cuando cerró el hotel, el 28 de diciembre del 2001, que sabíamos que ese día laburábamos y cada uno iba entregando su ropa en la medida que se iba”. Marcelo Ruarte fue el primer presidente de la Cooperativa, una vez recuperada la empresa. Actualmente, es el responsable de prensa y política de una institución que supo recuperar más de 150 fuentes de trabajo.

“Cuando ocupamos, encontrarte con el lugar vacío, las líneas telefónicas hechas pelota. Lo que se había inventariado de los televisores no estaba, ropa de cama no había. Manteles, vajillas también se habían llevado. Como había precedentes de que habían vuelto unos trabajadores, lo que hacían los atorrantes en complicidad con la justicia, en primer término, era vaciar las empresas”.

La decisión de ocupar fue espontánea, y no llegaban a 15 personas aquel 21 de marzo de 2003. El sostén más importante de Marcelo, al igual que el resto de sus compañeros, fue la familia. La que le decía que no, quedate, acá te apechugamos. La que soportaba la crueldad del desarraigo que, día a día, los abofeteaba con la imagen de sus hijos, que no tenían cobertura medica ni guardapolvo para ir al colegio.

“Era todo muy confuso. Trabajadores, muertos de hambre, que recuperan sus empresas. ¿Qué nos asistía a nosotros? La legitimidad de haber estado frente al hotel, cuando cerró; en el caso mío, 22 años. Pero después no había mas nada, era toda nebulosa. ¿Cómo hacías para remontar un edificio de estas características?”.

El hotel tiene 21 pisos, pero las habitaciones comienzan en el sexto y llegan hasta el dieciocho. En total, el BAUEN posee 196 cuartos y una capacidad de plaza de 500 personas. Tiene un auditorio, dos restaurantes y un empuje terrible. En un comienzo, pedían algún apoyo económico a los estudiantes de las universidades y también en marchas, hasta que se les ocurrió alquilar los desmantelados salones para diversos actos, audiencias o festividades. Una palabra comenzaría a ser la clave: autogestión.

“La autogestión es un encuadre empresarial que, me parece, es lo que está necesitando nuestro país por sobre todas las cosas. Porque yo lo que rescato de estas historias son los valores, el respeto, la transparencia y la apertura del pensamiento colectivo, solidario, de estar preocupado por el otro y, claro, por que esto nos genere guita, siempre manteniendo la bandera de nuestros orígenes”.

Marcelo comenzó a trabajar en el ´79, un año después de la fundación del hotel para el mundial de 1978. El proceso de recuperación significó una revancha para Marcelo. Un desquite de algo que no pudo hacer en el tiempo

“De los 22 años con la patronal sólo recibí cosas materiales y mi vida era una burbuja. El afán de un status que, para conseguirlo, tenías que cagar a tu compañero, porque el mismo neoliberalismo, al precarizar las labores, te centraba en un marco de competencia total. Eso es lo que queremos desvirtuar acá”.

4. Nuevo patrón

“Prácticamente estamos en una situación casi de cero. Si la Justicia lo ve como que la ley cayó, estamos prácticamente acéfalos. No tenemos nada que nos proteja, salvo que nos juntemos entre todos -explica Plácido Peñarrieta, presidente de Cooperativa Chilavert-. Esta ley nos permitía estar, dentro de todo, con una confianza de que en algún momento esto iba a ser nuestro”.

“Lo que está acá en juego es el statu quo vigente, por lo menos en la Ciudad de Bs. As, y nosotros venimos a cuestionar la propiedad privada –expresa Eduardo Montes, trabajador de Gráfica Patricios y vicepresidente de la Unión Productiva de Empresas Autogestionadas (UPEA)-. Nosotros vemos la propiedad en función social; es decir, los patrones huyen, dejan deudas, nosotros nos hacemos cargo de los bienes y seguimos funcionando. La ley, aunque sea, garantizaba un paraguas jurídico de poder trabajar”.

“Hoy estamos como en 2002, con una incertidumbre total de ese nuevo patrón que nos viene a decir: ´esto no va más` –cuenta Peñarrieta-. El patrón, a fines de 2001, nos dijo que era muy posible que la empresa no siga más y que le hagamos juicio. Hoy Macri quiere que le hagamos juicio. O sea, es un nuevo patrón hacia estos sectores”.

5. IMPA: apostar y jugar

Marcelo Castillo tenía 21 años cuando comenzó a trabajar en Industria Metalúrgica y Plástica Argentina, allá por 1982. Venía de San Juan y consiguió el empleo gracias a un compañero que solía ver en el hotel donde se hospedaba. Por ese momento, los obreros eran alrededor de 500, y trabajaban sin parar.

“Cuando apenas entré me pidieron hacer horas extras. Entraba el sábado a las 3 de la tarde y me iba a las 6 de la mañana del domingo. Y a veces había que entregar producción, y hubo domingos que me pedían que me quede. Iba, descansaba y el lunes temprano ya tenías que volver”.

IMPA es cooperativa desde 1961. Por esos años, llegó a ser líder en el mercado y a presidir la Cámara de la Industria del Aluminio en Argentina. Sin embargo, para Castillo, “aquellas administraciones no eran de lo mejor, porque no había reuniones, ni participación de asociados, ni sabían qué derechos tenían dentro de una cooperativa. De cooperativa tenía nomás el nombre”.

Cuanto Castillo ingresó, las quincenas y las horas extras eran pagadas puntualmente, por lo que nadie averiguaba ni preguntaba nada. Como se cobraba en regla, nadie sabía si se estaba comercializando bien o mal, hasta que empezaron a tocar los bolsillos de los trabajadores. Los sueldos se atrasaban, pero el patrón, cuenta Marcelo, seguía teniendo sus dos Mercedes Benz.

“Cuando yo vine hubo la primera movida, que se juntaron los compañeros en asamblea y sacaron al presidente de los Mercedes. Pensamos que al cambiar los personajes, de ahí en más se iba a recomponer la situación. ¿Pero qué hicieron los compañeros? Claro, todos querían estar ahí. Dijeron: ´Che, aprovechemos, que mirá que el que se fue, se fue con los bolsillos llenos`. Esa ambición creo que llevó a no pensar en el conjunto de los compañeros ni en la misma cooperativa”.

Castillo cuenta que los nuevos administradores siguieron por el mismo camino que sus predecesores. En 1996, el personal había sido acortado a 300 obreros, y la asamblea les recomendó que si podían encontrar alguna chancha, la hicieran. Muchos compañeros de Castillo se terminaron yendo, presionados por mantener a sus familias.

“Los sueldos habían bajado muchísimo. En el 97 nos estábamos llevando 5$ por día. Y te hacían esperar hasta las 8 de la noche. Se reían los tipos. Íbamos y no estaba la plata. ¡Cinco pesos! Y llamábamos a los directivos, nos decían: ´Nos cuesta conseguirlos`”.

Cuando sobrevino el corte de luz en la empresa y la situación comenzó a agudizarse, muchos trabajadores fueron suspendidos. Entre ellos estaba Castillo, pero la lectura de las cosas había cambiado un poco.

“Veníamos todos los días a romper las pelotas, a cobrar, a exigir que nos dieran laburo. Mis compañeros y yo lo hacíamos porque sabíamos que acá tenía que haber un cambio; pero enserio, para mejor. Por eso no nos íbamos. Vos lo veías, mirabas que los podías hacer. Era apostar y jugar. Porque la mercadería salía, ¿cómo puede ser que te esté faltando plata? Y ahí nos juntamos. Éramos 40 compañeros”.

El 22 de mayo de 1998, los trabajadores ocuparon la fábrica. Tuvieron que salir con la alcancía a las calles, a pedir la colaboración de los vecinos, para poder sobrellevar la permanencia en la planta, ya que no tenían luz ni mercadería. Además, heredaron una deuda millonaria de la administración anterior, pero como eligieron seguir comercializando bajo el nombre de IMPA (para que muchos compañeros no perdieran sus jubilaciones), tuvieron que afrontarla con mucho esfuerzo.

“Y, de hecho, se pagó un montón. Desde los 8 millones de pesos, hasta que el juez Héctor Vitale nos decretó la quiebra en 2008, se había bajado a 2 millones”.

Los trabajadores habían hablado con los abogados de los acreedores para proponerles un aumento en el pago, y ellos aceptaron. Cuando le avisaron a Vitale que todo estaba encaminado, el juez respondió que se quedaran tranquilos, que lo iba a resolver.

“A la semana nos decretó la quiebra”.

Vitale llegó con 200 efectivos, carros de asalto y cortó la cuadra completa. Los trabajadores comenzaron una resistencia distinta, del otro lado de las vallas policiales, y contaban con el apoyo de diversas fábricas y organizaciones sociales. Eran alrededor de 500; hubo represión y decenas de heridos y detenidos. Pero la resistencia pudo más, y los trabajadores pudieron ingresas nuevamente a la fábrica. Los obreros, entonces, comenzaron a poner en funcionamiento la Cooperativa 22 de mayo, ya que no podían comercializar más bajo el nombre de IMPA, debido a la quiebra.

IMPA es gigantesca, y tuvo su propia ley de expropiación, pero Vitale la declaró inconstitucional por no considerar a la fábrica de “utilidad pública”. Allí los trabajadores lograron reactivar las fuentes de trabajo, funciona un Centro Cultural, un bachillerato donde estudian 200 chicos y está en carpeta la universidad de los trabajadores. Sin embargo, para el Estado, IMPA no es de “utilidad pública”.

Marcelo Castillo, ese muchacho de San Juan que llegó a la Ciudad de Buenos Aires para encontrar trabajo, hoy es el presidente de la cooperativa, elegido por asamblea.

Pero, dice, no tiene ni un Mercedes Benz.

6. “Clase parasitaria”

La razón del veto estuvo expresada en el decreto 672/11.

Entre otras cuestiones, la ley 4008, en su Artículo 6°, exhortaba al Poder Ejecutivo a que convocara a una mesa participativa en un plazo máximo de 30 días a partir de su sanción. Proponía que la formen diversos integrantes del Poder Ejecutivo y un representante por cada una de las empresas que conformaran la ley. El veto, entonces, señalaba “que la exhortación () resulta contraria al principio de división de poderes”, y “limita una potestad constitucional de otro Poder de modo arbitrario”.

Sin embargo, Eduardo Murúa, trabajador de IMPA y parte del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER), es más directo, y subraya que el veto de Macri es menor: “El problema acá no es el macrismo solamente, es toda la clase política argentina. Una clase parasitaria y que genera políticas para el poder internacional y los grandes monopolios”.

-Entonces, ¿la exhortación al Poder Ejecutivo era innecesaria?

Claro que es innecesaria. Nosotros no necesitamos una mesa para discutir con el Estado. Acá hay una ley de expropiación que es la 238, que primero fue ocupación temporaria, y después estuvo la ley 1529, que fue expropiación definitiva. El Estado ya expropió, tiene que pagar. Eso tendría que haber hecho la Legislatura, exigir al gobierno de Macri que pague las expropiaciones.

-¿Y por qué la clase política se hace la desentendida con estos casos?

-Porque consideran que este modelo no condice con el instalado por el sistema capitalista. El modelo de fábricas recuperadas, más allá de lo lindo que seamos en la autogestión o las cosas lindas que se puedan decir, es un método de lucha muy importante para la clase trabajadora. No nos pueden sacar porque el costo político sería enorme. Cada vez que quieren desalojar una empresa recuperada, está el conjunto del pueblo apoyándonos, pero tampoco nos pueden dar la seguridad jurídica y la seguridad económica para que demostremos que somos mejores que los patrones.

¿El veto no perjudica a las fábricas?

Para mí no. No creo que las afecte. La ley de expropiación no se cae porque sí. Lo que pudiera suceder es que la Procuración diga que no hay plata para pagar las expropiaciones, y haga una nueva ley tirando la ley para atrás. Es muy difícil. Yo no lo veo.

7. Chilavert: corazón

Fermín González Santana tiene 75 años y una memoria que apabulla. Nació en las Islas Canarias y llegó a la Argentina el 18 de octubre de 1951, a los 14 años. Cuando tenía 9, su mamá emigró hacia América a buscar trabajo, porque su papá había fallecido. En Argentina, comenzó a realizar tareas domésticas en la casa de una soprano que daba clases de canto. Allí fue donde Fermín conoció a Franco, un italiano que trabajaba en la imprenta Gaglianone, por entonces ubicada en Once. Gracias a él, Fermín pudo entrar a la empresa, el 12 de noviembre del ´51, en la parte de encuadernación.

“Si el reloj ese viste que está ahí, hablara… Él sabe toda la historia, porque cuando el viejo compró la primera imprenta, compró ese reloj Omega también. Yo cumplí con ellos 50 años y, de cooperativa, 8. 58 años, porque yo me retiré el año pasado de acá. Me acuerdo, mirá, cuando era maquinista tardaba en hacer 800 pliegos todo un día”.

Eran alrededor de 50 personas, y algunas de las máquinas tardaban medio día para hacerlas funcionar, y se necesitaba otro medio día para terminar la producción. Cuando el patrón se dio cuenta que importando máquinas alemanas se podían hacer en una hora la misma cantidad de pliegos que llegaban a producir en una semana, muchos trabajadores comenzaron a irse.

“Por cada máquina que venía, 3 que se iban. Cuando nos quisimos dar cuenta, quedamos ocho”.

La misma cantidad se mantuvo hasta el momento de la crisis, a comienzos de la década del 2000, cuando el país se incendiaba. Como era habitual en muchas fábricas del momento, Horacio Gaglianone terminó entrando en convocatoria de acreedores, pero les avisó a los trabajadores que se quedaran tranquilos y confiaran en él

“El patrón nos llamó a todos, nos dijo que llamó a convocatoria para comprar una maquina a 4 colores y que si nosotros le poníamos el hombro, él no presentaba quiebra. Ya ahí cuando nombro la palabra quiebra, dije: ´ya nos vamos a la mierda`”.

Fermín no podía entender cómo podía faltar tanto dinero si seguía habiendo un montón de trabajo. De a poco, sus sueldos comenzaron a ser recortados, y a Fermín se le contrajo una deuda de 72 mil pesos, sin contar las horas extras en negro.

“Cuando vi que pasaba todo esto, me agarró un infarto de golpe y porrazo”.

En cuanto se recuperó, volvió a la fábrica, y notó que ya nada era como antes. Gaglianone quería llevarse dos máquinas para comprar otras nuevas, pero todos los trabajadores se juntaron para decirle que no. Hasta que no entrara la que había prometido, las que estaban no iban a salir. El patrón respondió que iba a llamar a la policía, porque esas maquinas ya las había vendido, lo que sonó muy extraño a los oídos de los trabajadores: esos mismos bienes estaban dentro de la convocatoria, por lo que era imposible su venta.

Fermín llamó a su nuera, abogada, y le pidió si por favor podía mirar el inventario que había hecho el síndico. Al fijarse, ella notó, asombrada, que las máquinas no estaban contabilizadas en el registro. Inmediatamente, efectuó una denuncia de cómo puede ser que un síndico haya obviado misteriosamente dos máquinas que es imposible que no hubiera visto al momento de entrar a la fábrica. Cuando Gaglianone se enteró que los obreros se habían dado cuenta de la jugada, decretó su quiebra.

La resistencia comenzó, entonces, dentro de la fábrica; con la luz cortada, pero con una certeza: la prohibición de dejar entrar al patrón al lugar que ahora (como siempre) le pertenecía a los trabajadores. Vendrían órdenes de desalojos, obras que saldrían por un boquete para que los policías que custodiaban la entrada no se percataran, y voluntad. Mucha voluntad.

Otro síndico entró en escena tras la farsa del anterior, para hacer una nueva evaluación de los bienes y demostrarle al juez que las máquinas sí existían. Fermín ilustra el momento:

-¿Sabe cuánto me quedó debiendo este tipo? ¡72 mil pesos, al final de mi etapa de trabajo! –le comenta al síndico.

-Bueno, no se ponga así, esto tiene solución –responde, sin entender que el señor al que se estaba dirigiendo había perdido gran parte de su jubilación-. Pero, ¿quiere que le diga una cosa? No creo que se pueda sacar mucho de acá, porque donde hay obreros trabajando siempre rompen las máquinas. Acá no debe funcionar nada.

Fermín y sus compañeros ya estaban preparados para ese prejuicio.

-¿Puede esperar cinco minutos? –pregunta, con la cara de quien sabe que tiene un as bajo la maga.

-Sí, tengo todo el día.

El síndico no sabía que arriba, subiendo las escaleras, había un grupo electrógeno. Nada más con conectarlo, los trabajadores esperaron a que las revoluciones estuvieran completas para iluminar todo el taller y hacer funcionar las máquinas. El síndico, claro, estaba absorto.

-Ah, ¡pero estas máquinas caminan!

-¿Pero usted qué se cree? Los obreros no rompen las maquinas, son la única herramienta de trabajo que tienen. Los que las rompen son los patrones.. Si el obrero rompe la maquina, es como si le rompieran el corazón.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rebelion 17/03/12