Preludio de una masacre
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Arriba: Celedonio Carrizo/ Pedro Camarero/ Alejandro Ferreyra.Abajo: El momento. el grupo de militantes fugados de Rawson se entreganal comprobar que las posibilidades de escape eran nulas.
Eduardo Anguita
La histórica fuga del penal de Rawson desencadenó el fusilamiento de 16 militantes en una base de la Armada. Al cumplirse 40 años de los hechos, tres protagonistas de la evasión revelan detalles inéditos de esta historia.
En muy pocos días se cumplirán 40 años de lo que fue una tragedia, una masacre en la Base Almirante Zar, de Trelew. Un grupo de detenidos a disposición de un juez federal, con toda la atención de la prensa nacional e internacional, fueron protagonistas de crónica de una muerte anunciada. El odio de la dictadura de Lanusse era muy grande porque, días antes, se había producido una fuga en el penal de Rawson, que según Lanusse era el penal más seguro del país. Me acompañan tres protagonistas de aquella fuga: los ex integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Pedro Cazes Camarero y Alejandro Ferreyra y el ex militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) Celedonio Carrizo. ¿En qué lugar los agarró aquel 15 de agosto el día de la fuga?
Celedonio Carrizo: –A mí me agarra en Rawson. Soy uno de los que intentaron fugarse ese día. Nos trasladaron desde el penal de Villa Urquiza. Masivamente, fuimos los primeros presos políticos que llegamos ahí. Nos trasladaron por la fuga de Villa Urquiza, en septiembre de 1971.
Pedro Cazes Camarero: –Nosotros llegamos en un grupo desde Villa Devoto, a raíz del secuestro de Oberdan Sallustro. El gobierno decidió interrumpir las negociaciones que se estaban haciendo por Sallustro con la empresa Fiat. Para eso nos enviaron a Rawson. Cuando llegamos ya había gente de distintos lugares del país. Estaba claro que tenían una gran confianza de que era un lugar de donde era imposible fugarse. Estaban Santucho, Gorriarán y un grupo de distintas vertientes. Incluso, gente que habían sacado de un buque prisión.
Alejandro Ferreyra: –Yo estaba afuera. Ese día, junto con Fernández Palmeiro, tomamos el avión de Austral que venía volando de Comodoro Rivadavia. Aterrizó en Trelew y nosotros teníamos que esperar hasta que viéramos algún movimiento extraño. Entonces no había celulares, como ahora. Estábamos como simples pasajeros. Teníamos que tomar por asalto el avión en el momento en que vinieran los compañeros. La toma se hacía en la escala de Trelew. El avión llegaba y se suponía que había un momento de espera. Abajo, en el aeropuerto, estaban tres compañeros: Ana Baisman, de las FAR, Jorge Luis Marco, que era el responsable militar del ERP, y otro compañero de las FAR. Anita tenía la tarea en relación con el avión. Y Marco, la relación del aeropuerto con el penal. Como no llegaban, Ana inventa una historia con el equipaje. Y esperan. La fuga iba a comenzar cuando nos comunicáramos con Trelew para avisar que salía el avión. Los compañeros de afuera avisaban a los de adentro. Se inicia la fuga. A partir de ahí ya estaba todo en marcha: lo que ocurrió fue que el avión no estaba ni siquiera en la cabecera de la pista sino muy cerca del aeropuerto y nosotros vimos un gran movimiento extraño. Y decidimos tomar el avión. Fernández se encargó de la cabina y yo de las azafatas, que eran cinco. Llevamos el avión a la cabecera de la pista porque suponíamos que ya venían los compañeros.
–Como el penal era alejado, la idea era ir al Chile de Salvador Allende. Era un viaje que tenía una cantidad de interrogantes políticos y dificultades operativos. ¿Cómo se pensó esa fuga entre organizaciones que hasta ese momento operaban de modo distinto, con sus propios planes operativos?
C.C.: –Sobre la fuga siempre se conversaba entre las organizaciones que tenían operaciones parecidas. A veces se llevaban a cabo conversaciones conjuntas. En el caso de Rawson, Tinqui (Marcos Osatinsky) venía de Córdoba, no de Buenos Aires. Fueron los primeros presos en llegar, con nosotros. Quieto llega después. Y, en joda, nos decía que les habían frustrado el plan de fuga a los cordobeses, porque ellos habían estado haciendo un túnel. Entonces había que trabajar en un nuevo plan. Se hacen los relevamientos, vamos a distintos pabellones y, después, la idea de la fuga la trabajaron los compañeros que eran responsables de cada organización. Nosotros sabíamos que teníamos que establecer la idea de salir en libertad para retornar a nuestra militancia. Los compañeros del ERP, FAR y Montoneros deciden hacer un túnel. Se busca el traslado de un grupo de compañeros al pabellón 5, que está cerca del muro de contención, para que trabajen. Todo eso se fortalece a partir de un gran debate político entre las organizaciones. Se mezclan los compañeros y se establece que no tiene que haber una organización que maneje todo sino que las cosas se harán en conjunto. Mucha discusión política. Yo vengo del peronismo y me toca discutir de peronismo con el Robi Santucho. Yo era peronista por historia, por mi viejo, por sentimiento, por una serie de cosas. Y no quería discutir con el Robi. Y me dijeron: “Bancátela. Aprendé a defender tus convicciones”.
P. C.C.: –Yo reivindico el hecho de que había decenas de personas enteradas de esto y, sin embargo, se pudo conspirar. Hay una leyenda que dice la inteligencia de los “servicios” impide que uno conspire con eficacia. La experiencia nuestra fue todo lo contrario. Ese secreto lo mantuvimos durante meses sin que el enemigo se enterara. Es la historia de una conspiración victoriosa. La primera gran frustración fue que la celda de Gorriarán, desde donde cavábamos, se llenaba de agua. En el piso, con una paciencia de presos, se había cortado el intersticio de las baldosas con una hoja de afeitar y se penetró hasta el final del contrapiso. Había la posibilidad de levantar cuatro baldosas y cavar medio metro de profundidad. Una vez que se hizo, pensamos que la mitad del trabajo estaba hecho. Pero fue una frustración porque se llenaba de agua y de piedritas. Se utilizó eso para esconder cosas. Pero cada vez que había requisas o sospechas, teníamos que llenar el intersticio de las baldosas con una mezcla.
–En algún momento se cambia esta idea del túnel por otra. ¿Cómo terminó en esa de tomar el avión de Austral?
A. F.: –A veces la historia oficial de las organizaciones muestra un grupo absolutamente decidido, que son los que estaban presos, y que los que estaban afuera eran los que tenían más dudas. Yo estuve 11 años preso. Sé de lo que hablo. Es un ambiente muy particular. Uno sueña todas las noches con la libertad. Afuera la realidad eran 1.500 kilómetros de distancia, sin ningún apoyo logístico en la zona. Yo pertenecía al Comité Capital del ERP y me mandan; estuve cerca de dos meses recorriendo la Patagonia y haciendo tareas. Una consistía en ver las posibilidades de otras alternativas, como cavar pozos. Pero era imposible trasladar agua a ciento y pico de compañeros fugados, dos litros por día y comida. Y luego, caminar kilómetros por esa Patagonia donde a los 15 días uno veía las propias huellas que había dejado. Buscábamos pistas de aterrizajes en estancias, compañeros de las FAR fueron a Paraguay a ver si podíamos conseguir un avión. Había uno para 30 personas. Pero serían 115. El tema siempre era el número. Y llegó un momento en que la única posibilidad era el vuelo de Austral. Ahora quiero contar lo que no se sabe: imagínense un avión, de 100 plazas, que tiene que bajar a todos los pasajeros en el aeropuerto en medio de la confusión y subir a 140 compañeros. 115 que venían del penal, cinco que venían en los camiones, tres que estaban abajo organizando esa movida, los que venían en el avión y, el tema más complicado, 10 compañeros, entre los que estaba yo, que teníamos que contener a los marinos de la base. Una vez que empezara todo, era posible que los marinos se enteraran. Había 10 compañeros, bien armados, para parar todo. No nos preocupaba, y digo esto para que vean el nivel de determinación que teníamos. Era una operación que tenía tiempos muy justos. Se cometió un error de apreciación, el compañero del camión que no llegó a entrar. Pero está en el marco de que los compañeros de las FAR, 36 horas antes, en una reunión conjunta con el ERP en Bahía Blanca, plantearon levantar la acción. Estos compañeros habían tenido un enfrentamiento con la policía en Liniers en el que hubo tres muertos. No era que no estaban decididos, eran compañeros muy comprometidos. Eran tantas las presiones que había… El 13 de agosto habían estacionado en el mismo aeropuerto de Trelew tres aviones militares de la base aeronaval. Y nosotros nos preguntábamos por qué los habían estacionado ahí. Esto hizo que cambiáramos el plan operativo y que les dijéramos a nuestros compañeros que se quedaran en Buenos Aires. Y que Palmeiro y yo fuéramos a tomar el avión, simplificando todo, reduciendo al mínimo y esperando que todo saliera bien. Hubo muchos compromisos. Yo me acuerdo de la frase que dijo Marco: “En esta instancia, si vamos a morir, morimos nosotros tres”. El responsable militar del ERP, el responsable del comité Capital y un miembro del comité militar que tenía los equipos en la provincia de Buenos Aires. Era totalmente jugado, era a todo o nada.
–Entre la cárcel de Rawson y el aeropuerto de Trelew hay una distancia. En realidad, de todo el grupo, sólo 25 pudieron abordar los camiones que estaban ahí. Porque hubo una serie de problemas operativos. Eso es lo que dificulta y hace que el avión saliera con el primer grupo, compuesto por seis presos, los máximos dirigentes, que son los que se salvan, y quedaran 19 fugados de la cárcel en el aeropuerto y los otros dentro del penal.
C.C.: –A propósito de lo que cuenta Alejandro, uno se va a enterando de más cosas cuando cada uno relata la parte que le tocó. Cada uno manejaba una parte. Sabíamos cuál era el plan de fuga en general, pero después cada grupo de compañeros tenía su tarea en este engranaje donde todo era muy justo. El programa de adentro se hizo perfecto. Hubo pequeños errores, pero se fueron solucionando. Falló la entrada de los camiones. Hubo mala interpretación de las señas. Sólo entró un auto que manejaba Carlos Goldemberg, quien tenía entonces 18 años, que dice que como vio que se iban los camiones entró para ver si necesitábamos algo. Nosotros estábamos en la puerta. Entre Robi y Marcos Osatinsky dicen que llamen remises y nos juntamos en el aeropuerto. Suben los seis compañeros de la conducción de las tres organizaciones. Los otros esperábamos y sólo llegaron tres remises. Se demoraron porque no tenían la misma agilidad. Y había que esperar un auto para que todo el grupo fuera junto. Yo alcanzo a sentarme en uno de los autos. Pero alguien me dice que faltaba La Vieja, que era Alfredo Elías Kohon. Kohon viene corriendo, me da un abrazo y me dice: “Nos vemos afuera”. Otro me dice: “Esperamos el próximo”. Ese próximo nunca llegó. Nos quedamos en la puerta un rato largo hasta que dan la orden de retirada y resistimos con los rehenes. Pero es cierto que todo fue muy finito: los camiones que no entraron, el enfrentamiento con el guardia que se resiste. No era la intención herir a nadie. El guardia Valenzuela fue el único que intentó resistirse y es el único muerto de la fuga. Son cosas que pasan.
P.C.C.: Nosotros teníamos como tarea apoderarnos del ala izquierda, cuando Santucho, Osatinsky y el resto del grupo de vanguardia se iban apoderando de los distintos centros neurálgicos. Quedaban las distintas alas del penal sin contener. Yo estaba con Haidar, uno de los compañeros que sobrevivieron al fusilamiento. En medio de semejante trama a veces pasan cosas hasta graciosas. Nosotros habíamos hecho un chequeo que evidentemente no había sido tan eficaz; pensábamos que era muy probable la existencia de gente durmiendo al lado de la obra. Y que había cambio de guardia en el dormitorio de oficiales. Yo entro pensando que iba a encontrar a tres o cuatro personas durmiendo. Y encuentro a un solo tipo tapado hasta la cabeza. Trato de despertarlo. Lo sacudo. Y nada. Le digo que se despierte, que éramos guerrilleros que habíamos tomado el penal y que lo haríamos prisionero. El tipo saca la cabeza, me mira, sonríe y se vuelve a tapar. Pensó que era una broma de sus amigotes. Hubo que sacarlo medio a la fuerza. En el recinto del teléfono, donde creíamos que a lo sumo habría un telefonista, me encuentro una mesa con 11 oficiales sentados, que apenas entraban, que discutían no recuerdo sobre qué cosa, y un viejito sentado a la cabeza. Casi me desmayo: ¿Cómo iba a hacer yo solo para desarmar a 11 tipos? Entonces, interpelo al viejito y le digo que se rinda. Yo iba muy atildado, porque la idea era ir vestido como si fuéramos a una fiesta. El hombre se rinde. Y se rinden todos. A la vista no tenían armas. Yo tenía una pistola 45, con una bala de 1936. Ellos se tiraron al piso. A los dos minutos el compañero del calabozo me grita para saber qué pasaba, ya que yo no había llevado a la persona que presuntamente tenía en mi poder. Es que eran muchísimos. Y solo yo no podía. A los cinco minutos, aparece Vaca Narvaja vestido de teniente del Ejército. Con mucha prolijidad las compañeras le habían hecho el traje. Aparece por el medio del patio con decenas y decenas de cadetes del penitenciario, a los cuales había engañado: los traía a paso de ganso. Primero, los encerró en el calabozo y luego me ayudó con los que yo tenía. El único problema que hubo fue que en medio de todo se escuchó un primer tiro y luego otro no tan fuerte. Resulta que un guardia se había parapetado con un fusil Fal detrás de una columna a la entrada. Imaginate que con un guardia a la entrada, parapetado con un Fal, no podía salir nadie. Los compañeros no pudieron hacer otra cosa que anularlo. En ese momento, el compañero que tenía que entrar con el camión se confundió y creyó que la fuga había fracasado. Cuando era frecuente que los guardias aburridos dispararan en la cárcel.
–Las anécdotas pintan muy bien el clima y la fragilidad de una época. De un gran voluntarismo y, sobre todo, la libertad para volver a la militancia. Pasaron 40 años de estos hechos y los tres que sobrevivieron a las balas de los fusilamientos de ese 22 de agosto y volvieron a la militancia fueron víctimas de la última dictadura por esa determinación revolucionaria. A 40 años, ¿cómo recuerdan esa militancia, cómo viven hoy el momento de la política?
C.C.: –Quiero agregar que ya en ese momento de la dictadura estaba funcionando la doctrina de la seguridad nacional. Es Lanusse personalmente quien habla con Paganini, capitán jefe de la base, para que los lleve ahí. Luego, el fusilamiento se produce cuando los ministros de Relaciones Exteriores de la Argentina y de Chile conversan, y este último le dice que no los van a devolver. Había una gran presión de Lanusse sobre Salvador Allende. El fusilamiento viene en ese momento. Hay otro detalle. El Ejército es determinante en toda esta operación, y lo dice Lanusse en su libro, que él dio la orden de retomar el penal a sangre y fuego. Si no me equivoco, fue el general Sánchez Bustamante… o fue el general Betti, no recuerdo… Pero bueno, desobedeció la orden de Lanusse y negoció la entrega, que fue un momento muy difícil para los presos. En resumidas cuentas, todo fue muy especial. Nos marcó a todos como generación. Uno sigue apostando a esta conducción, aun con diferencias y contradicciones. Había objetivos mucho más profundos que las diferencias. Y al día de hoy nos encontramos igual. Una construcción cada vez más firme y que tenga que ver con rescatar los valores de entonces.
P.C.C.: –Lo que pasó merece ser recordado. No éramos diferentes al resto de una generación que tomó la militancia como el eje de sus vidas. Éramos gente normal y nos tocó vivir momentos excepcionales.
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12/08/12