Apagón político
LA ARENA
El lamentable incidente -papelón, como se dice vulgarmente- que impidió la realización del partido de fútbol entre Argentina y Brasil por falta de iluminación artificial ha generado, como era de esperar, una cantidad de críticas y estiletazos desde el país carioca, donde no pierden oportunidad de tomarnos el pelo, especialmente en materia futbolística. Ni más ni menos que lo que hacemos los argentinos respecto a ellos. Así los diarios del país vecino han ido desde las críticas fundadas que señalan que «las dos mejores selecciones del mundo no pueden verse expuestas a ese bochorno» hasta la ironía técnica de que el hecho haya sucedido en una ciudad que se llama Resistencia. No faltaron también los que sugirieron que el partido adeudado -si se hace- más vale que sea jugado en Corrientes…
Sin embargo, más allá del trasfondo político-deportivo, el hecho desveló características que de otra forma hubieran quedado ocultas. En principio sirvió para evidenciar que, en el fondo, fue una jugada del gobernador chaqueño quien, ya es evidente, está ansioso de protagonismo personal posiblemente con apetencias políticas. Para ello ha elegido el camino del deporte, trillado pero efectivo: en aquella provincia se habían realizado este año el Sudamericano Sub 20, el Dakar Series y estaba la ambición confesa del gobernador de llevar a la selección mayor, con las estrellas europeas. El encuentro con Brasil era un escalón más en esa actitud promocional y la circunstancia no escapó a la crítica periodística extranjera, que señaló lisa y llanamente que la elección de la sede futbolística había sido «meramente política».
Parece que realmente fue así ya que, ante el sucedido, el gobernador quedó solo, abandonado y criticado por los responsables de áreas afines a la organización. Para más el estadio elegido, de capacidad reducida, pertenece a un club en el cual el mandatario tiene muy marcada influencia.
La gran frustración que dice haber sentido golpea duramente el entramado político que está tejiendo y que se abría a muchas posibilidades, algunas de ellas francamente repudiables. Unos meses atrás se supo que el Comando Sur de Estados Unidos y la embajada de aquel país pensaban invertir varios millones de dólares para instalar en el Chaco un Centro de Operaciones y Almacenamiento de Datos», bajo la forma de un Programa de Fortalecimiento del Sistema Provincial de Emergencias, como un aporte a los programas sociales que desarrollaba el gobierno. Era, evidentemente, algo muy parecido a una base y para más manejado por militares. La presión del gobierno nacional y las críticas surgidas de la mayoría de los sectores hizo naufragar el acuerdo. Lo había firmado el mismo gobernador Jorge Capitanich quien no se había privado de volcar opiniones sobre la conveniencia de una alianza con el país del norte; entre otras cosas dijo que se debía «reposicionar a Estados Unidos después de la crisis actual, con la unión americana y de esta manera convertir al continente en una potencia mundial. Juntos seremos la mayor reserva de minería, agua dulce, alimentos, energía, industria cultural, atractivos turísticos, talentos de recursos humanos y tecnología vinculada a procesos productivos». Y por si algo faltaba agregó: «Desde América del Sur vemos con tristeza que Estados Unidos no nos considere un aliado. Defiendo una alianza estratégica y estoy dispuesto a luchar por esa idea». Como se advierte una opinión improcedente sobre un tema que no le compete en modo alguno, al margen de desnudar una marcada obsecuencia. El frustrado establecimiento hubiera sido armónico con la llamada «doctrina Obama», que postula la presencia militar norteamericana en América Latina bajo formas distintas a las tradicionales.
El destino, bajo la forma de algún cable pelado, le jugó una mala pasada a las ambiciones del gobernador chaqueño. Difícilmente a la primera potencia le interese un aliado incapaz de iluminar un partido de fútbol nocturno.
Argenpress 09/10/12