Egipto: cuatro días que estremecieron el mundo
Sameh Naguib
Lo que ocurrió el 30 de junio fue, sin la menor duda, el histórico inicio de una nueva ola de la revolución egipcia, la ola más grande desde enero de 2011. Se estima que más de 17 millones de personas se manifestaron en ese día legendario, un acontecimiento sin precedentes en la historia.
Esto supera en importancia al hecho de que participaran restos del antiguo régimen o el aparente apoyo del ejército y la policía.
Las manifestaciones masivas de millones personas son eventos extremadamente raros en la historia de la humanidad, y su efecto sobre la conciencia y la confianza de la población en sí mismos y en su poder de cambiar el curso de la historia trascienden las limitaciones de las consignas planteadas y las alternativas políticas formuladas.
Sí, la élite burguesa liberal quería utilizar este movimiento de masas para derrocar la dominación de la élite islamista, con el fin hacerse con el poder con el respaldo y el apoyo del ejército. Y es cierto que los ’feloul’ –viejos remanentes del régimen– querían regresar a la escena política a través de esta nueva ola revolucionaria. Pero hay una lógica especial en las revoluciones populares que no se somete a las ilusiones o planes de los liberales o los ’feloul’, incluso si hay sectores de las masas que creen temporalmente en las consignas y promesas de esa élite, tal y como creían antes en las consignas y promesas de la élite islamista.
Sí, existe la influencia de los grandes medios de comunicación y campañas de propaganda llevadas a cabo por sectores de la clase dominante contra los Hermanos Musulmanes (HHMM), sobre cómo el ejército y la policía están de pie con la gente, sobre su neutralidad y patriotismo, ¡ncluso sobre su «naturaleza revolucionaria«! Pero esta influencia es momentánea y superficial, y no se puede borrar la memoria y la experiencia directa de la gente acerca del carácter contrarrevolucionario y la oposición a las masas, ya sea de las instituciones de las fuerzas armadas o de los servicios de seguridad.
La verdadera razón de esta influencia temporal es la traición de la oposición liberal, representada por el Frente de Salvación Nacional, a los objetivos de la Revolución Egipcia y a la sangre de los mártires, con el fin de acortar su camino hacia el poder. La verdadera razón es la ausencia de una alternativa política revolucionaria unida capaz de presentar un frente y ganar a las masas a un programa revolucionario concreto, un proyecto que pueda superar tanto a la élite liberal como a la islamista para profundizar en la Revolución Egipcia, barriendo todas las instituciones del antiguo régimen, incluidas las militares y las de seguridad, que son el corazón de la contrarrevolución.
Las masas no se han rebelado de nuevo porque deseen un gobierno militar o la alternativa liberal ’feloul’ a los HHMM. La gente se ha rebelado de nuevo porque Mohamed Mursi y los HHMM traicionaron la revolución. No han aplicado ninguna de las exigencias de la revolución: justicia social, libertad, dignidad humana o resarcir a los mártires de la revolución, ya sea a quines cayeron a manos de Hosni Mubarak y Al Adli, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, o a manos de los HHMM y el Ministerio del Interior durante su periodo de gobierno.
De hecho, el gobierno de los HHMM profundizó en las mismas políticas del régimen de Mubarak: empobrecimiento de la población, corrupción y defensa desesperada de los grandes negocios al servicio de los intereses estadounidenses y sionistas.
En lugar de purgar el aparato estatal de la corrupción y de los que se untan las manos con la sangre de los mártires, ya sea en el ministerio del Interior, en el ejército o en la inteligencia secreta, se mantuvieron en sus negociaciones, esperando la participación de los HHMM en la administración del Estado junto con los ’feloul’ y los hombres de Mubarak.
Y por eso, el gobierno de los HHMM, en todos los niveles, se convirtió en una extensión del régimen de Mubarak, contra el cual se había rebelado el pueblo egipcio.
Esta es la esencia de la nueva explosión revolucionaria que se inició en este histórico 30 de junio. Los HHMM no entendieron esta esencia, por lo que su popularidad se evaporó en cuestión de meses. Y esto es lo que los líderes del ejército no entienden, ni su fachada civil representada por el Frente de Salvación Nacional con los liberales y los ’feloul’. Por eso, no hará falta apuntarles con una pistola para que tomen las mismas políticas aplicadas por Mursi, y antes aplicadas por Mubarak y la Junta Militar: las mismas políticas económicas neoliberales, las mismas alianzas estratégicas con las monarquías opresivas del Golfo, la misma dependencia humillante de los EE.UU. y el colonialismo sionista.
Los gobiernos y los medios de comunicación de la burguesía americana y europea están tratando de describir lo que ha sucedido en Egipto como si se tratara solo de un golpe militar contra un presidente democráticamente elegido, o un golpe de estado en contra de la «legitimidad» de la democracia formal. Pero lo que ha sucedido en la realidad supera con creces a la democracia formal con sus urnas. Se trata de la legitimidad a través de la democracia de la revolución popular, la democracia directa creando legitimidad revolucionaria.
Se abre el horizonte a nuevas formas de poder popular que empequeñecen la democracia temporal de las urnas, la cual se traduce en nada más que el sostenimiento a la dominación burguesa, con sus diferentes alas. La democracia temporal de las urnas asegura solamente la continuidad del poder del aparato estatal capitalista. Asegura que la gente tenga la ilusión de que gobierna a través de unas urnas que están abiertas sólo una vez cada pocos años para elegir quién de la élite burguesa les gobernará y explotará, por supuesto sin tocar al aparato de Estado o las corporaciones capitalistas, protegidas de la manipulación de las urnas.
Lo que ha ocurrido en Egipto es el cénit de la democracia, una revolución de millones de personas para derrocar directamente el gobierno. En cuanto a la destitución militar de Mursi, esto no era más que una conclusión inevitable, una vez que la cúpula del ejército vio que las masas ya habían resuelto el problema en las calles y plazas de Egipto. Al Sisi hizo el 3 de julio 2013 lo que Hussein Tantawi hizo el 11 de febrero 2011: accedió a la voluntad de la rebelión del pueblo, no por patriotismo ni ningún fervor revolucionario, sino por miedo a la revolución. Porque si al Sisi no hubiera intervenido para desalojar a Mursi, la revolución no se habría detenido con el derrocamiento de Mursi y los HHMM. Pero era –y sigue siendo– capaz de transformarse en una revolución social completa que expulse a todo el estado capitalista, incluyendo a los dirigentes del ejército.
La cúpula militar es hostil a la Revolución Egipcia. Se deshizo de Mubarak para salvarse de la línea de fuego de la revolución. El ejército se está deshaciendo de los HHMM y Mursi, sus antiguos aliados, por el temor a que el terremoto de la revolución llegue a él. Y al igual que amplios sectores de la población se cayeron en la ilusión de la neutralidad militar y su apoyo a la revolución en el comienzo del gobierno SCAF –junta militar–, se ven afectados hoy por la propaganda mentirosa sobre el heroísmo y lealtad revolucionaria de Al Sisi y sus generales.
Pero así como las masas dejaron de lado rápidamente la propaganda en los días de Tantawi través de la experiencia y de la lucha, desecharán de nuevo la ilusión de que «el ejército y el pueblo van de la mano» en las semanas y meses venideros.
Las masas egipcias han logrado derrocar a dos presidentes en 30 meses. Este gran poder no sólo se refleja en las protestas de millones de habitantes, sino también en las posteriores olas de huelgas y manifestaciones populares. La confianza política se transformará en confianza en la lucha social y económica, y viceversa.
Después de la primera oleada revolucionaria, el ejército había apostado por la capacidad organizativa y popular de los HHMM para asimilar y abortar la revolución. Pero esta apuesta falló el 30 de junio. Ahora, el ejército se la juega con la oposición liberal con el mismo objetivo. Pero la enorme distancia entre las expectativas de las masas revolucionarias y lo que las fuerzas liberales van a ofrecer en términos de políticas económicas y sociales, con una violenta crisis económica, delatará rápidamente a estas fuerzas, y tras ellos, a los verdaderos gobernantes de Egipto, la cúpula del ejército y de los cuerpos de seguridad.
Uno de los peligros que nos enfrentaremos en las próximas semanas y meses es que la ola de represión dirigida a los HHMM y al movimiento islamista se utilizará como propaganda por los liberales y por motivos de seguridad por el ejército y la policía para atacar al movimiento obrero y a las manifestaciones populares, con el pretexto de mantener la estabilidad durante «este período crítico«. Restaurar el aparato de seguridad para hacer frente a los islamistas se traducirá sin duda en olas de represión contra las huelgas y protestas con la sólida connivencia de los medios de comunicación burgueses.
Por eso, hay que ser coherente a la hora de oponerse contra todas las formas de abuso y de represión a la que los islamistas están siendo sometidos en forma detenciones y cierres de canales de televisión y periódicos; lo que sucede hoy a los islamistas pasará mañana a los trabajadores y trabajadoras y a las izquierdas.
El dilema de la revolución egipcia hoy reside en la debilidad política de las fuerzas revolucionarias que defienden la exigencia de continuar la revolución y su núcleo de demandas sociales. Para estas fuerzas, las urnas no es suficiente, y no van a aceptar la continuación de las políticas capitalistas de empobrecimiento. No van a renunciar a la demanda de resarcimiento por la sangre de los mártires revolucionarios. Las fuerzas revolucionarias seguirán insistiendo en el derrocamiento del estado de Mubarak, incluyendo sus cuerpos de seguridad, el ejército y las instituciones judiciales. Estas instituciones siguen controlando el país y protegiendo los intereses de los grandes empresarios y los ’feloul’ de Mubarak. Siguen siendo un gran pantano de corrupción, robo y despotismo.
Corresponde a las fuerzas revolucionarias de hoy el unificar sus filas y presentarse como una alternativa revolucionaria convincente para las masas. Una alternativa a las fuerzas liberales, que están en ascenso hoy sobre los hombros de los militares, y a las fuerzas del Islam político, que han dominado durante décadas sobre amplias franjas de la población. Debemos crear un púlpito para unir a la lucha económica y social a los trabajadores y trabajadoras, a las personas pobres, a todos los sectores oprimidos de la sociedad. Porque son a estas personas a las que les interesa continuar la revolución y derrocar el corazón del régimen y no sólo sus representantes, ya sea Mubarak o Mursi en el pasado, o tal vez el Baradei en un futuro próximo.
Así que empezamos desde este momento los preparativos de la tercera revolución egipcia que inevitablemente va a venir, para estar preparados para liderar esta revolución hasta la victoria final. Las masas han demostrado de nuevo que su energía revolucionaria es infinita, que su revolución es una verdadera revolución permanente. Estemos la altura de esta responsabilidad histórica y trabajemos juntos para el éxito de la revolución.
Sameh Naguib es miembro de Socialistas Revolucionarios de Egipto.
09/07/13