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El “trotskismo” y sus enemigos

El “trotskismo” y sus enemigos

Allá por los años sesenta, la revista “Acción Comunista” dedicaba uno de sus primeros números a la cuestión del trotskismo, porque el grupo que ya era tratado como tal. La respuesta era sencilla…

Allá por mitad de los años sesenta, la revista “Acción Comunista” dedicaba uno de sus primeros –y muy elaborados- números a la cuestión del “trotskismo”, entre otras cosas porque el grupo que se estaba gestando, ya era tratado como tal…La respuesta era sencilla: si “trotskismo” significaba la defensa de Trotsky como un gran revolucionario, y darle la razón en su lucha contra el estalinismo, no había ningún problema en aceptar el concepto…Pero sí por tal se entendía la defensa incondicional de todas y cada una de sus posiciones, pues, entonces no.

Se podría asegurar sin miedo al error que lo segundo es de hecho, totalmente imposible. Ni el propio Trotsky aceptaba lo de “trotskista”. No se creía una autoridad providencial, ni nada por el estilio.

No hay “un Trotsky”, sino varios Trotsky, él mismo fue muy crítico con algunas de de sus actuaciones. Tampoco había una homogeneidad en sus planteamientos, en realidad, su principal valor fue la de asumir los desafíos que planeaba la historia, y de ofrecer respuestas que fueron y siguen siendo consideradas, de no ser así se habrían echado siete llaves sobre su sepulcro. Estas apuestas fueron tanto más inquietas en la fase final, la más compleja de toda ya que recuperar el pulso ante una suma de derrotas devastadoras, y sus análisis de entonces presentan toda clase de variaciones. Por otro lado, Trotsky fue un personaje, como Rosa Luxemburgo o Leni, y como ellos, siempre estuvo en partidos, y en corrientes de dichos partidos, y por lo mismo, sus escritos responden a los debates que se dan internamente.

Se ofrece una alternativa abierta, compulsiva…

Esta actitud partía de algo muy elemental: la realidad era como una almena que había que conquistar una y otra vez…No hay una verdad, hay una búsqueda. La pretensión de estar en la vedad, de estar (sentados) en un planteamiento que predetermina lo que es y no es correcto, es una ilusión reaccionara.

En el caso de muchos grupos del signo que sea, pero que pretenden ser  los “verdaderos”, es en el fondo una tentativa de refugiarse en una fortaleza (normalmente asediada por el mal o el revisionismo), dentro de la cual vadear las penas de un mundo que devora las personas y los colectivos.

El antitrotskismo que se revestía con la “autoridad” de Lenin ya momificado, era un método para desviar el verdadero debate, y desplazarla hacia el terreno de la autoridad dogmática. De esta manera, Trotsky no desautorizaba el curso que estaba tomando la URSS, y la Internacional Comunista, sino que lo estaba haciendo contra el “marxismo-leninismo”, una dogmática que se apoyaba en un líder supremo, Stalin, que se presentaba como el “Lenin de hoy”. Este dogmática significó el final del marxismo en Rusia, desaparecido en los años treinta para no volver a levantar nunca la cabeza más allá de algún autor marginal, y finalmente olvidado…

 

El principio de la excomunión y banalización del “trotskismo” (dos caras de la misma moneda) como corriente política (todavía) dentro del movimiento comunista mundial, se remonta a 1923. Hasta ese momento, el que hablaba de tal escuela se refería exclusivamente al «viejo trotskismo», al papel de Trotsky en la revolución de 1905, y a su actitud de no aceptar el cisma socialdemócrata ruso, pero sobre todo por sus ideas sobre la permanencia (o «trascrecimiento») del proceso revolucionario ruso expresadas en la teoría de la revolución permanente,  inicialmente elaboradas junto con Parvus (1). 

Era un concepto que era conocido muy parcialmente por los sectores marxistas rusos, y sólo en algunos círculos restringidos de la Internacional Socialista. Originariamente, el término fue acuñado durante la revolución de 1905 por el historiador liberal «cadete» Miliukov, empero, será sobre todo tras la muerte de Lenin que el calificativo «trotskista» como variante del menchevismo o como un izquierdismo más cobra el carácter de «escuela», sobre para poder ser contrapuesto al de «leninista», una categoría recién acuñada con la que, se pretende, certificar una «ortodoxia» comunista sujeta a las exigencias de la cúpula del PCUS, del Estado y del movimiento comunista internacional.

El esquema “ortodoxo”  era tan   simple como eficaz: Trotsky, después de 1917, no había abandonado sus «erróneas concepciones sobre la revolución per­manente» y se había opuesto sistemáticamente a Lenin y, claro está, a los «leninistas», mostrando así una continuidad en sus ataques de antes de Octubre. Por otro lado, Lenin siempre había tenido razón y sus discípulos –en el poder como facción dominante–, eran los garantes de la continuidad «leninista» en cada una de sus opinio­nes. Stalin inicia con Trotskismo o leninismo, su producción teórica «leninista» con títulos que no esconden su impronta escolástica en la que no falta la pretensión vaticana de la «infabilidad».

De ahí la propia tonalidad  de los títulos:  Fundamentos, Cuestiones, Principios, etc. Curiosamente, en su úni­ca obra de interés para la posteridad, la que se refiere a la cuestión nacional, Stalin no utiliza a Lenin como autoridad  sobre la materia a pesar de que su objetivo es sintetizar las tesis de éste. Al mismo tiempo aparece en el escenario una legión de los llamados «profesores ro­jos» (expertos en doctrina marxista-Ieninista según los criterios del Poder), se dedican a desenmascarar el «trotskismo». Primero, como una expresión consciente de la pequeña burguesía y del menchevismo, luego, ya bajo Stalin, como la encarnación suprema del mal, todavía cuando la crisis soviético-yugoeslava de 1949 se acusó el término «titotrotskista», variante de «hitlerotrotskista».

Un ingente material de citas de Lenin se recopila en una obra llamada Contra el trotskismo (Ed. Anteo, Buenos Aires, 1973). En este librito se recoge sin ninguna clase de aclaración en cuanto a contexto y razón de la polémica, todas las referencias críticas contra Trotsky, mientras se omiten todos los juicios favo­rables que, como sus artículos antiStalin, sólo se publi­carán años en la URSS después de la muerte de este último. Sin embargo, Lenin siempre lo considera como un adversario político recuperable, pero al que no duda en elogiar y atraer a sus filas. Lenin distinguía tres tendencias dentro del Partido Obrero Socialdemócrata ruso, los mencheviques, los partidarios de Trotsky y los bolcheviques y su artillería va enfilada primordialmente contra los primeros (y contra Trotsky por «jugar» a la unidad). Por otro lado, desde 1904 hasta Octubre, Lenin no dedicó especial atención a las concepciones políticas de Trotsky y sí arremetió contra él cuando Trotsky se con­traponía a su trabajo en la construcción del partido de la revolución rusa, pero ya en 1909, Lenin utiliza formas amistosas y afirma que Trotsky se ha aproxima­do a los bolcheviques.

Las contradicciones entre Lenin y Trotsky se exacerban en 1909, desde el instante en que Lenin ve cómo Trotsky utiliza su papel de unificador para favorecer a los mencheviques. Desde este momento hasta la Gran Guerra, Lenin se expresará en los términos más furiosos, contra los cuales Trotsky empleará también toda su virulencia; eran tiempos en los que la acritud era casi un sello de distinción. Cuando Trots­ky emprende su intento de crear el Bloque de Agosto, los ataques de Lenin alcanzan su cenit: «Trotsky, escribe, no ha tenido nunca ninguna «fisonomía» y no tiene nin­guna: en su activo no tiene más que migraciones, deser­ciones que lo han hecho pasar de los liberales a los mar­xistas y viceversa, ramos de palabras ingeniosas y de frases sonoras, y escogidas de izquierda y de derecha». 

La misma facción de “viejos bolcheviques” mantiene la concepción de que la revolución de 1917 se realizó siguiendo el esquema de la «revolución ininterrumpida» de Lenin, la cual antes de las Tesis de Abril rechaza­ba sobrepasar la etapa burguesa. Utilizan a su favor el hecho de que Lenin se definiera contrario a la teoría de la «revolución permanente» y, como muestra de ello, aducen –como es de rigor –un rosario de citas. En una de ellas se lee:  «(Trotsky) Tan pronto colabora con Marti­nov  (economicista) como proclama la absurda teoría iz­quierdista de la evolución permanente (marzo de 1914). En todo caso, replica Trotsky, «las observaciones polémicas dispersas, muy poco nu­merosas de Lenin contra la revolución permanente, se basan casi exclusivamente en el prefacio de Parvus a mi folleto Hasta el 9 de enero, en su proclama, que yo entonces desconocía, Sin zar, y en los debates in­ternos de Lenin, con Bujarin y otros. Nunca ni en parte alguna analiza ni cita Lenin, ni de paso, mis Resultados y perspectivas, y algunas de las objeciones de Lenin contra la revolución permanente, que eviden­temente no pueden referirse a mí, atestiguan directa­mente que no leyó dicho trabajo».

En cuanto al propio Trotsky, nunca aceptó la eti­queta de «trotskista»: «Nunca pretendí, escribe en La revolución desfigurada, y no pretendo crear una doc­trina particular. En teoría, soy un alumno de Marx. En lo que concierne a los métodos de la revolución, he pa­sado por la escuela de Lenin.» Más tarde, en su tercer exilio, la aceptará, siempre en entrecomilla­do y a veces con amarga ironía, como sinónimo de una corriente que tiene su razón de ser en la oposición radical y completa del estalinismo.

Durante varias décadas, los «trotskistas» han sido tratados en el movimiento comunista con los mismos términos en que se ex­presa la Historia oficial estalinista, como «monstruos», «desechos del género humano», «pigmeos contrarrevolucionarios», «míseros lacayos de los fascistas» o «hitlerotrotskista». Términos que fueron con el tiempo consi­derablemente «enriquecidos». En los años sesenta-setenta los  partidos comunistas occidentales comenzaron una lenta desvinculación en los aspectos más impresentables del estalinismo. Sin embargo, después del mayo del 68,  todavía un «especialista» del PC francés, Leo Figuéres, intentará arreglar el entuerto atreviéndose a decir que treinta años atrás, los «trotskistas» no eran indistintamente agentes hitlerianos (2).

Alain Krivine declaró en una ocasión que los «trotskistas» fueron ni más ni menos que lo comunistas que se opusieron al estalinismo, o sea del “comunismo” confiscado por la derecha burocrática y por los aparatos que acabarían de la peor manera posible. La propia corriente se apodó de diversas formas, internacionalista, marxista revolucionario, etc. No hay duda de que “trotskismo” es una definición coyuntural, torcida mayormente, restringida, ya que esto también lo hicieron otras corrientes que fueron críticas con el «trotskismo», por ejemplo los consejistas (Korsch, Pannekoeck, Gorter, Rühle, Mattick, Wagner, etc), y de hecho, la mayor parte de la tradición cultural comunista acabó en una forma u otra de disidencia. De hecho, casi todos ellos acabaron, de una manera u otra, reconociendo la talla gigantesca de Trotsky, el alcance de su legado.

Un legado que está hoy mucho más vivo quer hace setenta años, cuando la noche del siglo se hacía más oscura que nunca.

Notas

(1)        Alexander Helphand, llamado Parvus (1867-1924), nacido en Prusia, populista primero, reside en Alemania donde destaca en la socialdemocracia como escritor y pensador marxista vigoroso y original, ligado a Trotsky en la época, luego se convertirá en un socialchovinista y avispado hombre de negocios, su intervención será decisiva en el acuerdo sobre famoso el tren (alemán) que llevará a Lenin a la Estación de Finlandia (sobre Parvus, ver:  Massimo l. Salvadori, Parvus: la revolución rusa y la democracia obrera incluido en Historia del marxismo. El marxismo en la época de la IIª Internacional ( Ed. Bruguera, BCN, 1981, colección dirigida por Josep Mª Colomer).

(2)        Estos argumentos fueron reproducidos por ejemplo, por el antiguo surrealista Louis Aragón quien al comentar al caso de Arthur London, que cuenta en  La confesión su propio calvario al ser tratado (injustamente) como tal. Ulteriormente, antes de desaparecer, el «eurocomu­nismo»  fue reconstruyendo y reconociendo parcialmente algunos capítulos oscuros de la historia comunista oficial (como el caso de Andreu Nin) dentro de unos límites muy precisos, o sea in cuestionar la actuación de sus dirigentes, ni siquiera abordar la «rehabilitación» de Trotsky (o de Nin), aunque esto se suplió por declaraciones más o menos razonables. En su momento, el PCE ni siquiera llegó a expulsar a Ramón Mercader, cuando su papel era un secreto a voces. O sea ha tratado de asimilar el «trotskismo», sin desautorizar frontalmente su parte de responsabilidad histórica.

Pepe Gutiérrez-Álvarez  Para Kaos en la Red   27-7-2010