La vuelta de los halcones
¿Golpe interno contra Obama? Izquierda y derecha imperial en guerra
Representan los mismos intereses económicos estratégicos. No son nada más que líneas internas (por «derecha» y por «izquierda») del lobby sionista que controla el Imperio, pero difieren en la formalidad del discurso político. Unos son «conservadores» y otros «progresistas», pero sólo en el discurso político. Compiten periódicamente por el control de la Casa Blanca y el Congreso, pero se complementan luego en la defensa y articulación de una misma política imperial en defensa de los grandes conglomerados económicos-financieros de Wall Street y el Complejo Militar Industrial. Debajo de ese paraguas de defensa corporativa del Estado imperial USA, desarrollan su propia guerra interna para conseguir votos y posicionarse en la pirámide del poder imperial. Hoy están nuevamente en guerra electoral por el control del Congreso, en noviembre, pero lo que no le queda claro a los expertos es si los sectores ultraderechistas más extremos no quieren avanzar más allá: Un golpe de Estado institucional contra Obama que adelante su agenda de control de la Casa Blanca.
Por Manuel Freytas (*)
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IAR Noticias/
1) Halcones en las calles
Una multitud movilizada por el movimiento ultra conservador del Tea Party, convocados por el presentador de televisión Glenn Beck, se reunió en Washington el sábado con feroces criticas a la supuesta condición de «musulmán y de «comunista» del presidente Obama, y con el lema común de «Devolverle a América su honor», exigiendo un menor intervencionismo del Estado y proclamando un renacimiento del país en la fe cristiana.
El encuentro arrancó con una proclamación por parte de Beck: «Hoy América vuelve a Dios». Beck, es uno de los garúes mediáticos más críticos con el presidente Barack Obama, al que acusa de querer convertir el país en un régimen socialista.
A pesar de que el mitin del Tea Party se presentaba como un acto apolítico, las consignas señalaban otra cosa. «Obama debería ser actor, no presidente. Es una marioneta de los poderes fácticos», denunciaba Carol Hunt, de 67 años, citada por la agencia EFE.. «Los izquierdistas nos controlan. El Gobierno se adueña de todo. Y con Obama hemos tocado fondo», añadía, citada por EFE, Elden Eiselen, de 56 años, de Indiana. Marty Katz, de 61 años, residente de Maryland, se aventuraba a afirmar que Obama es en realidad «un comunista que está desmantelando el sector privado para regalárselo al Estado».
La demostración de fuerza del Tea Party, frente a las escalinatas del Monumento a Abraham Lincoln, se produce a dos meses de las cruciales elecciones parlamentarias de noviembre, donde Obama y los demócratas podrían perder la mayoría en las dos cámaras del Congreso.
La movilización ultra conservadora fue analizada por la prensa estadounidense como una operación de aprovechamiento político en un un momento de extrema debilidad de la gestión política de Obama en las encuestas.
Los resultados de una encuesta del Pew Research Centre, que muestran que un 18 por ciento de los estadounidenses creen que Obama es musulmán, un 7 por ciento más que en marzo de 2009.
Según el citado sondeo del Pew Centre, sólo un tercio de los estadounidenses señaló a Obama como cristiano, lo que supone un claro descenso frente al 48 por ciento que así le consideraba en 2009.
A vez, sondeos de la encuestadora Gallup revelaron solo un 44 por ciento de aprobación para el jefe de la Casa Blanca, cifra que representa un nuevo mínimo histórico en el descenso de su popularidad
En el mitin de Beck comparecieron también numerosos políticos ultraconservadores.
Entre ellos el que ya es oficialmente el candidato al Senado por el Partido Republicano en Florida, Marco Rubio, que dijo que vendrá a Washington en noviembre a «luchar contra las carencias del Gobierno».
También habló por vídeo Rand Paul, que con el apoyo del Tea Party ganó las primarias en Kentucky. Ambos son parte de la gran ofensiva de la ultraderecha norteamericana ante las elecciones de noviembre.
2) El escenario electoral
La puesta en escena del Tea Party forma parte de un escenario de guerra electoral entre el lobby sionista liberal y el lobby sionista conservador, expresiones diferenciadas (pero complementarias) del poder norteamericano en competencia por los resortes de la Casa Blanca.
La movilización se suma a un escenario marcado por las dudas que el establishment conservador siembra sobre la capacidad de Obama para conducir los niveles de decisión de la política norteamericana, sobre todo en lo atinente a las zonas de ocupación como Irak o Afganistán.
En una nación imperial donde dos tercios de la población, según todas las encuestas, apoya un ataque a Irán como forma de terminar con el «terrorismo islámico», está sucediendo lo previsible: Un importante sector de la opinión pública estadounidense está comprando el eslogan electoral de los republicanos que buscan recuperar el Congreso asustando con la presencia de un «terrorista musulmán en la Casa Blanca».
El lobby sionista militar Washington-Tel Aviv está convencido de que Obama y el lobby sionista bancario que controla la Casa Blanca están entregándole a Teherán la decisiva llave de la ojiva nuclear. O dicho de otra manera, la consumación profética de un Israel «borrado del mapa» a la medida de los ayatolás y del «terrorismo musulmán».
Por estas horas, la prensa y las usinas conservadoras de EEUU (a través de versiones y rumores) recrean el fantasma de un Obama «incapaz e impotente» que a través de su debilidad negociadora le está entregando la ofensiva militar y la capacidad nuclear al régimen de Teherán.
Obsesionado por los resultados electorales de noviembre -da a entender The Washington Post– Obama le suelta la mano militar a Irak y Afganistán, busca un acuerdo coyuntural con Teherán, debilita los controles en Gaza, Líbano y Palestina, y rompe las barreras disuasivas con el «mundo musulmán» en desmedro de la seguridad de Israel.
El tema es viejo, pero los republicanos lo reflotaron como su caballito de campaña de cara a las elecciones parlamentarias de noviembre, donde los demócratas pueden perder su control sobre las dos cámaras del Congreso.
Obsesionado por los resultados electorales de noviembre -da a entender The Washington Post– Obama le suelta la mano militar a Irak y Afganistán, busca un acuerdo coyuntural con Teherán, debilita los controles en Gaza, Líbano y Palestina, y rompe las barreras disuasivas con el «mundo musulmán» en desmedro de la seguridad de Israel.
Según un reciente sondeo del Pew Center: el 34% de los norteamericanos no le identifican como «cristiano» y el 40% no está seguro. En otro sondeo de la revista Time, el porcentaje de quienes le consideran «musulmán» es aún mayor (24%) y supera el 35% entre los republicanos.
Según la ultima enceusta de Gallup, sólo el 40 por ciento considera positivamente la «habilidad» de Obama «para gestionar una crisis», once puntos menos que el pasado mes de enero.
Asimismo, ocho de cada diez encuestados se declaran insatisfechos con la situación económica de EEUU y el 49 por ciento desaprueba las políticas de empleo realizadas por el presidente norteamericano.
Por encima de Obama figuran el resto de los presidentes recientes: Jimmy Carter (51 por ciento), Bill Clinton (54 por ciento), Richard Nixon (63 por ciento), Dwight D. Eisenhower (70 por ciento), George H. W. Bush (76 por ciento) y John F. Kennedy (79 por ciento). El más valorado tras su primer año de mandato sigue siendo George W. Bush, quien con un porcentaje de apoyo del 82 por ciento sobresale por encima del resto.
Barack Obama en un «infiltrado comunista», protege a Al Qaeda y negocia con los «terroristas islámicos», es la idea que resume los «dossier» conspirativos que circulan por las usinas de los republicanos y la ultraderecha conservadora sionista de EEUU.
3) La conspiración «derechista»
Un poco de campaña electoral demócrata, y otro poco preocupación real, entre los medios y analistas norteamericanos llama la atención el sesgo de virulencia «extrema» que va adquiriendo la campaña electoral de los republicanos cargada de consignas ideológicas y racistas contra Obama.
Para The New York Times, el auge de la extrema derecha en el Partido Republicano, el resurgimiento de milicias populares en algunas áreas del país, el crecimiento alarmante de las ventas de armas y de la liberalización de su uso, contribuye a crear un clima político «preocupante».
Desde las usinas de los demócratas, aseguran que más allá de la campaña electoral, los conservadores conspiran para derrocar a Obama, particularmente desde la cadena Fox y de la revista The Weekly Standard, la biblia del pensamiento neocon, desde donde surgen las consignas medulares de la «agitación extremista».
Según una revelación de The Washington Post, un dossier de 72 páginas fue presentado el pasado 17 de febrero por dirigentes del Comité Nacional Republicano (CNR, el máximo órgano del partido) a un grupo selecto de recaudadores de fondos electorales en una reunión privada en Boca Grande (Florida).
El documento incluye los mensajes que deben ser repetidos y las políticas que deben ser defendidas entre simpatizantes y electores a fin de obtener apoyos y dinero.
La parte más destacada del documento es la que alude a la manera en que debe calificarse al actual Gobierno. La portada está titulada: «El imperio del mal» y en ella aparecen los rostros de Obama, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el líder demócrata en el Senado, Harry Reid, caracterizados, respectivamente, como el Joker de Batman, Cruella DeVille, la malvada de 101 Dálmatas, y Scooby Doo, el estúpido perro de los dibujos animados.
En el texto figura la pregunta «¿Qué puedes vender para ganar la Casa Blanca y el Congreso?», a la que se responde: «Salvar al país de la caída hacia el socialismo».
La foto de Obama, confundido con el Joker de Batman, es el emblema principal en los actos de los Tea Party, el movimiento ultraderechista que lleva la iniciativa dentro de la oposición republicana.
Los demócratas utilizan este ejemplo para demostrar que esa imagen es una prueba de que el Partido Republicano está siendo presionado por ese grupo, que tiene recursos y medios para desestabilizar a Obama y alcanzar el poder.
Pero si bien crece el debate sobre los verdaderos alcance los ataques de la «derecha» contra Obama, desde las trincheras conservadoras surgen versiones sobre que el propio Obama está utilizando esas versiones para «victimizarse».
Hay versiones que sostienen que, a diferencia de Bush, que inventaba conspiraciones con el «terrorismo islámico» para perseguir y espiar a sus enemigos internos, Obama prepara el terreno para la utilización de la conspiración de «derecha» con el objetivo de ganar las parlamentarias en noviembre.
No bien asumió la presidencia, en enero de 2009, y como parte de su guerra por el poder con los republicanos (lobby judío conservador), la administración demócrata de Obama (lobby judío liberal) decidió lanzar al ruedo el peligro del «extremismo de derecha» para crear el fantasma de una conspiración interna.
4) La guerra de los lobbys
En medio de una agudización del conflicto regional, con Israel amenazando nuevamente Gaza y Hamás llamando a una Intifada, estalló un conflicto inédito en el seno del lobby sionista que controla EEUU, cuya proyección ya impacta en una división de la comunidad judía. En Israel, más un cuarto de la población opina que Obama es «antisemita».
Dentro de un escenario de generalizado rechazo a las políticas dialoguistas de Obama con el «terrorismo islámico», se conoció una encuesta difundida por el diario judío Haaretz, que revela que más de un cuarto de los israelíes opinan que Obama es «antisemita».
Esta calificación para un presidente norteamericano es inédita y no reconoce parangón histórico, dado que EEUU (considerado una extensión del Estado judío) es el primer defensor y sostenedor de las políticas expansivas de Israel en la región.
En marzo pasado, la más poderosa organización sionista a nivel mundial, AIPAC (American Israeli Public Affairs Committee), criticó y repudió enérgicamente la dura reacción del gobierno de Obama frente al anuncio de «recolonización» de Netanyahu señalando que «todo es una distracción para no lidiar con el programa nuclear iraní».
En un duro comunicado, AIPAC exigió que Obama adopte inmediatamente medidas para «desactivar la tensión con el Estado Judío». Mientras que el presidente de la Anti-Difamation League, Abraham Foxman, dijo que estaba «atónito y sorprendido por el tono del gobierno de Obama».
A tal punto llegó el enfrentamiento que la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y Benjamin Netanyahu participaron juntos en Washington de la reunión anual del «lobby» pro-israelí estadounidense, AIPAC (American Israel Public Affairs Commitee) celebrada en marzo.
Barack Obama es un «infiltrado comunista», protege a Al Qaeda y negocia con los «terroristas islámicos», es la idea que resume los «dossier» conspirativos que circulan por las usinas de los republicanos y la ultraderecha conservadora sionista de EEUU.
Estos mismos «dossier» nutren el pensamiento y la acción de los halcones israelíes que cierran filas con el gobierno de Netanyahu.
Las nuevas mediciones señalan que el gerente imperial, que combina el Premio Nóbel de la Paz con genocidios militares en masa en Irak, Afganistán y África, ya ingresó en el ocaso, en el desprestigio, y en la falta de apoyo por parte de la mayoría de la sociedad imperial.
Barack Obama es un «infiltrado comunista», protege a Al Qaeda y negocia con los «terroristas islámicos», es la idea que resume los «dossier» conspirativos que circulan por las usinas de los republicanos y la ultraderecha conservadora sionista de EEUU.
Estos mismos «dossier» nutren el pensamiento y la acción de los halcones israelíes que cierran filas con el gobierno de Netanyahu.
La lógica del poder sionista que controla a Obama se consolida a partir de cuatro figuras claves: Joshep Biden, Vicepresidente (control del lobby sobre la Casa Blanca), Rahm Emanuel, jefe de Gabinete (control del lobby sobre el entorno de Obama), Timothy Geithner, secretario del Tesoro (control de lobby sobre el Sistema de la Reserva Federal), e Hillary Clinton, secretaria de Estado (control del lobby sobre la política Exterior).
Este «cuarteto», sintoniza línea directa con los halcones de Tel Aviv, y procesa tanto las operaciones diplomáticas como la estrategia enel frente militar, cuyo desenlace -a decir de los expertos- solo es contenido por un delgado hilo que tiende a romperse.
El máximo nivel de decisión política, las áreas de ejecución presidencial y el entorno del presidente, el máximo nivel de decisión económica financiera, y el diseño y la ejecución de la política exterior (el corazón del Imperio) van se encuentran en manos de operadores del lobby judío sionista (en versión liberal) de la «gran manzana» bancaria de Nueva York.
En síntesis, la Casa Blanca (el poder político), el Tesoro (el poder financiero), el Departamento de Estado (el poder imperial) y el Pentágono (el poder militar que sigue en manos de otro integrante del lobby, Robert Gates) responden a los intereses estratégicos del lobby sionista «liberal» que hoy gobierna EEUU con Obama como la «frutilla de la torta».
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5) El poder convergente
No obstante, y más allá de su guerra por el control de la Casa Blanca, el lobby liberal y el conservador con complementarios a la hora de la ejecución de las políticas estratégicas de Estado imperial.
Como lo fue Clinton, como lo fue Bush, Barack Obama, más allá de sus discursos «progresistas», es sólo la pieza ejecutora de intereses estratégicos metidos en un tablero global (el poder imperial USA ) que excede las voluntades personales de los eventuales gerentes de turno en la Casa Blanca.
Al contrario de lo que predican los vendedores de mitos deformantes, no hay un Imperio de Obama, como tampoco lo hubo de Bush o de los distintos gerentes de turno que lo precedieron.
En segundo lugar, y como ya está probado en forma histórica y estadística: En EEUU, la potencia locomotora del capitalismo sionista a escala global, no gobiernan los presidentes o los partidos, sino la élite económica-financiera (el poder real) que controla la Reserva Federal, el Tesoro, Wall Street, el Complejo Militar Industrial y Silicon Valley.
Detrás de cada invasión militar, llegan las petroleras, las armamentistas, los bancos y las corporaciones de Wall Street y los ejércitos privados de seguridad, a cobrar el botín de guerra y a participar del festín capitalista de la «reconstrucción» del país ocupado.
Terminada las luces artificiales de la campaña electoral, demócratas y republicanos dejan de agredirse y se complementan en un diseño de política estratégica de Estado en defensa de los intereses de las grandes corporaciones económicas que marcan el accionar de las políticas internas y de la conquista de mercados encubierta en las «guerras preventivas» contra el «terrorismo».
Y en la práctica, esas políticas imperiales (y su continuidad en el tiempo) no tienen nada que ver con el discurso y los nuevos preceptos «doctrinarios» expresados por el gerente de turno en la Casa Blanca.
Como ya está probado en forma histórica y estadística: La política exterior y la política interna de EEUU (los niveles de decisión estratégica) no la dirigen los presidentes o los partidos sino el establishment económico-financiero que controla la Casa Blanca y el Congreso a través de sus «lobbies» y operadores que actúan sobre los partidos, los legisladores, los funcionarios y condicionan las decisiones presidenciales.
Lobby liberal o lobby conservador, representan los mismos intereses económicos estratégicos. No son nada más que líneas internas (por «derecha» y por «izquierda») del lobby sionista que controla el Imperio, pero difieren en la formalidad del discurso político.
Unos son «conservadores» y otros «progresistas», pero sólo en el discurso político. Compiten periódicamente por el control de la Casa Blanca y el Congreso, pero se complementan luego en la defensa y articulación de una misma política imperial en defensa de los grandes conglomerados económicos-financieros de Wall Street y el Complejo Militar Industrial.
Debajo de ese paraguas de defensa corporativa del Estado imperial USA, desarrollan su propia guerra interna para conseguir votos y posicionarse en la pirámide del poder imperial.
Hoy están nuevamente en guerra electoral por el control del Congreso, en noviembre, pero lo que no le queda claro a los expertos es si los sectores ultraderechistas más extremos no quieren avanzar más allá: Un golpe de Estado institucional contra Obama que adelante su agenda de control de la Casa Blanca.
31/08/10