Miguel Hugo Vaca Narvaja, nuevo Juez de Cordoba
“Los crucifijos en los tribunales son una discriminación”
Entrevista a Miguel Hugo Vaca Narvaja, el nuevo Juez de Cordoba, hijo y nieto de asesinados. Su abuelo, ex ministro de Frondizi, fue secuestrado y muerto por el terrorismo de Estado. Era abogado de su hijo, un dirigente de la izquierda peronista también abogado, que fue preso y murió acribillado. Los dos se llamaban igual que él, Miguel Hugo Vaca Narvaja. El 20 asumió como juez federal de Córdoba y aquí cuenta su historia.
Miguel Hugo Vaca Narvaja, que el miércoles cumplirá 48 años y acaba de convertirse en el primer juez hijo de un fusilado y nieto de un secuestrado al que también mataron, dijo a Página/12 que la idea de ser magistrado ya se le había ocurrido antes y que “hay que cambiar el sistema judicial desde adentro”.
“Cuando trabajaba en la Procuración del Tesoro de Córdoba, en la defensa de los intereses del Estado, di el examen para camarista civil”, contó. “Eramos 30 postulantes y entraban cuatro o cinco. Me fue muy bien en el escrito pero en el oral no llegué a reunir los puntos. No entré. Después rendí para juez civil y estuve a dos puntos, con 68 sobre 70. Y mientras era querellante en la causa sobre los crímenes de Jorge Videla en Córdoba, cuando quedó vacante el Juzgado Federal No 3 de Cristina Garzón de Lascano y se abrió el concurso, algunos amigos me preguntaron por qué no me anotaba.”
Vaca Narvaja les dijo primero que no, que era complicado, que siempre pasaba algo y no llegaba. Pero al final lo hizo. “Y recién cinco minutos antes de que cerrara la presentación de datos los pude mandar. No me entraban las cosas por computadora. Me ayudó un amigo y a las 12 menos cinco terminé de anotarme. De ahí pasé al examen escrito, calificado como el mejor. Luego vinieron el examen oral y las entrevistas personales. Quedé numero tres en la terna, o sea que estaba entre los candidatos en condiciones de ser juez, y la Presidenta utilizó sus facultades constitucionales y me eligió.”
–¿Ser juez era el gran sueño?
–Lo tenía como una alternativa posible, pero no era un objetivo absoluto. Con mi profesión, hasta el miércoles pasado estaba muy a gusto. Desde el juramento del jueves a la Magistratura la encaro como un desafío.
–¿Por qué?
–Porque hay que cambiar el sistema desde adentro.
–¿Especialmente en Córdoba?
–En general y en Córdoba también. Si uno analiza la represión en mi provincia verá que fue muy particular. Luciano Benjamín Menéndez fue uno de los represores más sanguinarios y actuó en tándem con el cardenal Raúl Primatesta y con dirigentes radicales que colaboraron. Esa tríada ocupó el Poder Judicial de manera absoluta.
–En 1985, durante el Juicio a las Juntas en Buenos Aires, en Córdoba no había un juicio a Menéndez.
–En el ’83 ya había elementos para acusar a Menéndez, pero el fiscal no lo hizo. Menéndez recibió en 1990 el indulto de Menem sin haber sido ni siquiera condenado. En la causa abierta contra Videla en Córdoba pudimos ver cómo una cantidad de asesinatos disfrazados de intentos de fuga no habían sido investigados por los jueces. Sólo reproducían los comunicados de los militares. Y también hubo lentitud y morosidad. El primer juicio fue en el 2008. Recién después empezó la Justicia a activar causas hasta que llegamos a la causa Videla y a la investigación sobre el campo de concentración de La Perla.
Recuerdos
La abogada que más peleó en Córdoba por los juicios, por los juicios de la verdad y luego otra vez por los juicios, fue María Elba Martínez, del Servicio de Paz y Justicia. Martínez, que tenía un conocimiento detallado de cada causa. Vaca Narvaja se formó con ella. “Cuando me recibí me fui a trabajar con María Elba al Serpaj”, contó a este diario.
María Elba Martínez murió el año pasado. En el juramento de Vaca Narvaja como juez lo acompañaron, y firmaron el acta, Sonia Torres, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Emilia D’Ambra, presidenta de Familiares de Desaparecidos, y Luis Baronetto, que estuvo preso en la Unidad Penal 1, la famosa UP-1 de Córdoba. Waldo Cebrero recogió en su crónica del portal Infojus una frase de Baronetto, casi un juramento: “Por los fusilados. Por tu papá y mi esposa”.
El padre de Vaca Narvaja era el abogado Miguel Hugo Vaca Narvaja. El abuelo era el abogado Miguel Hugo Vaca Narvaja.
“Mi bisabuelo se llamaba Jesús. Cuando tuve a mi primer hijo mi abuela me hinchaba para que le pusiera Miguel Hugo, pero definí que no. Me gustaba Emiliano Zapata porque cuando estuvimos en México en el exilio nos compenetramos mucho con la historia de la Revolución Mexicana. Entonces al nene le pusimos Emiliano. Tiene 16. Mi hija es Guadalupe, un nombre también muy mexicano. Y está Julia, de siete, que se llama Julia porque nos gustó el nombre y nada más.”
Más allá de los nombres, el padre y el abuelo del juez pesan en su historia.
“Tengo recuerdos de mi viejo ayudándome a emparchar la rueda de una bicicleta, mi abuelo diciendo que era uno de sus favoritos… También tengo los recuerdos de esa época de la Córdoba que vivimos después del Navarrazo. Dormía en el asiento de atrás de auto cuando nos trasladábamos de una casa a la otra, escapando. Sentía el movimiento y cuando abría los ojos cada vez estaba en una casa distinta.”
Un 20
El Navarrazo fue el golpe que dio el jefe de Policía Antonio Domingo Navarro en Córdoba el 27 de febrero de 1974 con el aval del entonces presidente Juan Domingo Perón. Detuvo al gobernador Ricardo Obregón Cano y al vice, el dirigente sindical Atilio López. López sería ese mismo año uno de los primeros asesinados por la Triple A. Al momento del Navarrazo el procurador del Tesoro, jefe de los abogados del Estado cordobés, era un profesional joven nacido el 20 de junio de 1941. Hermano de Fernando, uno de los jefes de Montoneros junto con Mario Firmenich y Roberto Perdía, Miguel Hugo Vaca Narvaja a la salida forzada del gobierno se convirtió en abogado de presos políticos. En 1975 era apoderado del Partido Peronista Auténtico, la agrupación que fundaron los Montoneros luego de pasar a la clandestinidad, cuando una patota lo secuestró en las escalinatas de Tribunales. Alcanzó a gritar su nombre y entonces fue preso. Ocurrió un 20 de noviembre, la fecha que eligió su hijo para jurar como magistrado federal.
“Cuando llegué a la Procuración los empleados se acordaban mucho de mi padre”, dijo el juez a Página/12. “Se acordaban bien. Lo que pude reconstruir es que tenía una valentía admirable. A pesar de que sabía que lo estaban buscando no dejó de hacer las presentaciones judiciales por los presos políticos privados de la libertad. Un verdadero precursor de los abogados de derechos humanos de hoy. No midió el peligro real que corría y se arriesgó más allá de los límites posibles. Cuentan que al ser detenido demostró una enorme integridad. En la cárcel, a mi viejo le pegaban para que dijera su apellido no como Vaca Narvaja sino como Vaca. Pero siempre que tomaban lista él decía ‘Vaca Narvaja’ y se aguantaba una cantidad impresionante de palos. Mientras estudiaba abogacía ejerció el periodismo. Mi madre cuenta que conoció al Che Guevara en Uruguay en 1962, en la Conferencia de Punta del Este de la OEA, y quedó muy impresionado por él. Mi padre era una persona muy seria y muy curiosa. Le gustaba escribir cuentos en sus ratos libres. Disfrutaba muchísimo de su familia, de sus hijos…”
El 12 de agosto de 1976 una fuerza de tareas sacó a su padre y a otros presos de la cárcel y los acribilló cerca de la zona donde después fue construido el estadio Chateau Carreras.
Antes había sido secuestrado el abuelo del juez, un antiguo fundador de la Unión Cívica Radical Intransigente que llegó a ser fugazmente ministro del Interior de Arturo Frondizi. Tras el secuestro fue asesinado y su cabeza fue encontrada separada del cuerpo, en una bolsa de náilon.
–Además del recuerdo de un abuelo que quería mucho a uno de sus nietos, ¿cómo era el abuelo Vaca Narvaja? –preguntó Página/12 al juez.
–Hay algo que lo pinta bien. Sabiendo que era un blanco por mi padre y por Fernando, que era dirigente montonero, mi abuelo decidió ser el abogado de mi padre. Pidió que a mi padre le dieran el derecho de opción para salir del país, porque era un detenido a disposición del Poder Ejecutivo, pero no llegó a saber que se la habían concedido porque antes lo secuestraron. Le insistían en que se fuera de la Argentina, pero él respondía que no se iría del país con un hijo preso. Logró que a mi padre le dieran la opción. Cuando salió la resolución lo mataron. Había dicho que no se iría del país con un hijo preso. Desapareció el 10 de marzo de 1976, y pasamos a la clandestinidad. Mi abuelo, según reconstruí por los colegas, era un hombre de una enorme cultura, de un humor particular, muy irónico como expresión de su inteligencia, de muy buen trato, imponente, muy buen mozo, titular de la cátedra de Familia. Tenía 59 años cuando lo secuestraron. Los viejos abogados lo recuerdan como una persona siempre dispuesta y con un as en la manga para sugerir por dónde encarar un proceso que se complicaba. Me han dicho que la forma mía de pararme en la barandilla cuando voy a Tribunales es la misma de mi abuelo.
–La familia era grande, muy grande.
–Mi abuelo era muy católico. Cada vez que mi abuela quedaba embarazada él decía “Dios proveerá”. Tuvieron 12 hijos. Claro, tener 12 hijos era muy complicado.
–¿Tenían mucho dinero?
–No. Se las arreglaban. Mi bisabuelo Jesús tenía cierta fortuna, pero en esa época, si hacías política, te gastabas la fortuna en hacer política.
La patria, el honor
El día de su asunción como juez Vaca Narvaja juró sólo “por la patria y el honor”.
–¿A qué se debió esa fórmula?
–A que no soy católico y entonces simplemente elegí una de las tres fórmulas posibles de juramento. Una es por Dios y los Santos Evangelios. Otra, por Dios. Y la tercera, por la patria y el honor. Por otro lado, me parece que la Iglesia prestó una colaboración significativa y fue una base de sustentación ideológica del exterminio que se de-sató desde mediados del ’75. También pedí expresamente que en la ceremonia retirasen los crucifijos. Afortunadamente, los miembros de la Cámara entendieron mis razones y lo hicieron. Creo que los crucifijos en los tribunales son una discriminación hacia los que no tienen religión o tienen una religión distinta. Yo personalmente no la tengo. Ya retiré el pequeño crucifijo que había en el juzgado.
–¿Y qué sería el honor?
–Lo entiendo como el compromiso con las propias convicciones, con la imagen que damos ante los demás, como una parte de la autoestima, como la sustancia de lo que la historia de cada uno demuestra que es. Por eso en la ceremonia estaban mis compañeros de 26 años de trabajo. Los de Obras Sanitarias, los de la Procuración del Tesoro, los de Anses Córdoba, los abogados de derechos humanos. Había más de 400 personas. Fue un hecho inédito a nivel institucional. Me dijeron que nunca se vio una cosa así en la Justicia de Córdoba.
–¿Qué tira más? ¿El derecho civil o el penal?
–El Juzgado Federal tiene incumbencia sobre todas las áreas. Sobre la civil, la penal, la comercial, la laboral, la previsional y la contencioso-administrativa. Por suerte tengo experiencia variada. En la Procuración del Tesoro fui jefe de la sala civil por concurso. Estuve ocho años, desde 2004 a 2012. Con mi equipo logramos que en 2009 el Estado llevara ganado el 50 por ciento de los juicios y que perdiera sólo el 25 por ciento. El otro 25 estaba pendiente de resolución. No fuimos los abogados de un Estado bobo, a pesar de los bajos sueldos y de los pocos recursos. Lo mejor es dotar al personal de buenos sueldos y presupuesto, pero además está el entusiasmo y la cabeza que pongan los equipos.
Vaca Narvaja dijo a Página/12 que simpatiza con el peronismo “de toda mi vida” y que fue peronista en la universidad y en el sindicato de Obras Sanitarias. “En el menemismo no tuve ningún tipo de militancia”, relató.
–¿Es más difícil ser peronista en Córdoba con la historia del Navarrazo?
–Históricamente hay que ver la influencia de López Rega e Isabel. Perón, según sus necesidades políticas y estratégicas, alentó mucho el tema de la juventud y las formaciones especiales y mucha gente se comprometió con eso y con las órdenes del líder en el exilio. Luego muchos se vieron defraudados, sobre todo cuando quedaron sin el espacio que habían logrado con Héctor Cámpora. Ya a esta altura podemos estar seguros de que el pase de Montoneros a la clandestinidad fue una combinación de errores de Perón y de la izquierda peronista. La historia ya lo demostró. Perón ya estaba muy afectado en su salud.
–¿Y el golpe contra Obregón Cano?
–Fue cómplice. Los gobiernos progresistas de Córdoba, de Mendoza, de Santa Cruz, fueron los primeros en ser descabezados. Y Atilio López fue una de las primeras víctimas de la Triple A. Yo era muy chico pero recuerdo algunas escenas de la época. Del televisor en blanco y negro con el funeral de Perón. Yo tenía siete años.
–Obviamente ningún recuerdo del Cordobazo, a los dos años y medio de vida.
–Lo impresionante del Cordobazo, que pude reconstruir cuando fui querellante en las causas de derechos humanos, es que hicieron un seguimiento sistemático de cada dirigente que fue utilizado por la represión de la última dictadura.
–La historia personal está clara. Las últimas experiencias como querellante también. ¿Eso se convierte en un proyecto de juzgado?
–Más que proyectos, uno tiene objetivos. Por ejemplo: la Justicia es muy lenta. Las resoluciones demoran. Los juicios también. Como abogado, hace poco terminé un juicio de 17 años. Cualquier nivel de indemnización hace que la gente ni sepa lo que le están pagando. La Justicia tiene que ser más rápida, más igualitaria, más equitativa. Para ese objetivo pienso poner mi compromiso y mi capacidad de trabajo. El juez debe tener un comportamiento ejemplar y hacer honor al cargo. El cargo tiene una implicancia trascendente, aunque llevo tan poco que ya le encontraré la vuelta al asunto, ¿no? (se ríe). Tengo que pensar en el tres. Es la tercera vez que concurso, quedé número tres en el orden de mérito y soy juez del Juzgado No 3.
–¿A qué otra cosa tiene que encontrarle la vuelta un juez que no viene de la carrera judicial?
–Al miedo.
–¿Miedo a qué?
–A equivocarme. Si un juez se equivoca comete una injusticia.
–¿Cuál sería una referencia de buen juez?
–Raúl Zaffaroni. Leí sus votos y hay fallos donde se nota su pluma y su reflexión, como el de Romina Tejerina.
–La chica que fue presa porque mató a su hija y explicó que había sido fruto de una violación.
–Sí. Otro buen referente conocido en el ámbito académico es Juan Carlos Hitters, de la Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires.
–De la familia judicial, nada.
–La gente de esa “familia”, y lo digo entre comillas, tiene que acostumbrarse, sin poner palos en la rueda, al ingreso a la Justicia de magistrados que a veces tienen otra formación y trabajan con ideas diferentes. Por eso siempre me acuerdo de María Elba. Cuando estaba enferma y se moría, un día la entré alzada al tribunal para que pudiera asistir a una audiencia. No se quería perder ni un detalle del juicio sobre la masacre, pobrecita. Yo había sido su Sancho Panza cuando ella peleaba contra los molinos de viento. Era tan seria que en uno de los juicios un condenado a perpetua pidió saludarla por el respeto que le había generado su trabajo. Con ella aprendí cómo tiene que ser un abogado.
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