La izquierda del Imperio
Dilma Roussef: De la revolución armada a la democracia de mercado
Dilma Roussef, la ex guerrillera setentista devenida en funcionaria capitalista y en reciente ganadora de la primera vuelta en las elecciones brasileñas, no desentona del resto de los veteranos «combatientes» que se pasaron de la revolución armada a la democracia de mercado made in USA. Es una más, de una larga fila de izquierdistas asimilados que han construido el milagro de los gobiernos que hablan con la izquierda y ejecutan con la derecha.
Informe especial
IAR Noticias
La candidata de Lula, Dilma Rousseff, venció el domingo en la elección nacional por la presidencia del Brasil, pero no le alcanzó para imponerse con la mayoría absoluta y tendrá que disputar un balotaje el 31 de octubre con el opositor, José Serra.
Rousseff era considerada hasta comienzos de esta semana como clara favorita a conquistar la presidencia en la primera vuelta, tras haber montado su campaña en el índice inédito de 80% de aprobación popular que disfruta el presidente Lula, su gran mentor político, y bajo cuya gestión desempeñó el estratégico cargo de responsable de la Casa Civil, una especie de jefa de ministros o jefa de Gabinete.
Dilma Roussef -la posible sucesora de Lula- militó en Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, uno de los principales grupos guerrilleros brasileños y sucedió en el cargo de Jefa de Gabinete a otro ex militante armado: José Dirceu.
Cuando apenas tenía 16 años, Dilma entró en el movimiento estudiantil.
Fue el año del golpe de Estado que derribó a Joao Goulart (1964). Entre 1967 y 1968 los estudiantes de la izquierda brasileña, en un proceso con semejanzas con la Argentina y otros países latinoamericanos, comenzaron a migrar hacia organizaciones que proclamaban la lucha armada revolucionaria como instrumento para combatir las dictaduras.
Dilma militó primero en el grupo Política Operaria (Polop), que luego habría de ingresar en Vanguardia Armada Revolucionaria para dar origen a las fuerzas clandestinas de VAR Palmares.
En enero del 2003, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, nombró a Rousseff Ministra de Energía, cargo de gran importancia que ocupó durante dos años hasta el 21 de junio del 2005, día en que fue nombrada Ministra de la Casa Civil (un cargo equivalente a Jefa de Gabinete), después de que su antecesor José Dirceu renunciara ante los medios de comunicación por acusaciones de corrupción.
Rousseff es también presidenta del Consejo de Directores de la empresa estatal petrolera brasileña Petrobras, y fue la elegida de Lula para ser su sucesora como candidata presidencial por el PT en las elecciones del domingo, donde se impuso en la primera vuelta, pero tendrá que ir a una segunda ronda para consagrarse como presidenta del Brasil.
La democracia de mercado
«De la revolución armada a la democracia de mercado», podría ser el titulo que sintetice la metamorfosis de los viejos ex guerrilleros, como Dilma Rousseff, convertidos en funcionarios o estadistas del sistema que combatieron en el pasado.
Pero, más allá de las posturas filosóficas para justificar su adscripción al sistema, los viejos ex guerrilleros forman parte de una estrategia imperial que sustituyó el dominio militar (las dictaduras) por el dominio civil (los gobiernos de «izquierda» o de «derecha») dentro de una estrategia de «poder blando» vigilado por el «poder duro».
La función más elemental y clave que cumplieron en América Latina ambas estrategias –la «militar» (dura) y la «democrática» (blanda)– consistió en eliminar los dos factores que impedían la «gobernabilidad en paz» del sistema capitalista en la región: la lucha armada, primero, y la resistencia social y sindical, después.
Después de treinta años, Washington ya no controla ni domina regionalmente con la doctrina de seguridad militar sino que lo hace con el «proyecto democracia» made in USA que sustituyó a las dictaduras por los «gobiernos civiles» elegidos en las urnas.
La condición esencial para el funcionamiento del nuevo Estado capitalista «democrático» (tanto en América Latina como en el resto del mundo) se resume en tres factores: Estabilidad económica, gobernabilidad política y «paz social».
Esas tres condiciones son básicas para que el «sistema» (la estructura funcional) de los negocios y la rentabilidad capitalista funcionen sin interferencia y no se alteren las líneas matrices de la propiedad privada y concentración de riqueza en pocas manos.
En ese nuevo escenario de poder geopolítico-estratégico, legitimado por gobiernos satélites elegidos en elecciones populares, Washington consolidó su dominio regional en un teatro latinoamericano sin lucha armada, sin estallidos revolucionarios, sin huelgas y con las organizaciones populares y de izquierda participando como «opción de gobierno» en los países dependientes.
En este contexto, ya no importa mucho la «ideología» discursiva (de «derecha» o de «izquierda») proclamada por los gerentes políticos latinoamericanos, sino lo que importa es que mantengan sus países dentro de la estructura del sistema capitalista y de la sociedad de consumo y no alteren la «gobernabilidad», la «estabilidad económica» y la «paz social» que los bancos y trasnacionales necesitan para hacer negocios y depredar la región.
Desde hace más de 20 años, en América Latina la «democracia de mercado» (el «poder blando») convive con la cadena de bases y el Comando Sur cuya misión es preservar la hegemonía militar norteamericana en la región (el «poder duro»). Se trata de una estrategia de «dos caras» orientada a preservar el dominio geopolítico y militar del imperio norteamericano (sin que se note) en su histórico Patio Trasero.
Debajo de ese paraguas, se preserva la «gobernabilidad», la «paz social» y la «estabilidad económica» del sistema capitalista en América Latina por la ausencia de conflictos sindicales y sociales.
La «democracia de mercado» cobija bajo sus alas tanto a gobiernos de «derecha» como de «izquierda» que ejecutan los mismos programas (capitalistas imperiales) que antes se ejecutaban con golpes militares y represión.
En este marco, y al abandonar sus postulados setentistas de «toma del poder» y adoptar los esquemas de la democracia burguesa y el parlamentarismo como única opción para acceder a posiciones de gobierno, la «izquierda» (vieja y nueva) se convirtió en una opción válida para gerenciar el «Estado trasnacional» del capitalismo en cualquier país de América Latina y del mundo.
El salvajismo impune del capitalismo trasnacionalizado unido a la corrupción entreguista de las clases políticas latinoamericanas (tanto «izquierdistas» como «derechistas») dio como resultante la implementación del «asistencialismo» como política de Estado, cuya existencia se hace más visible en períodos electorales.
El «asistencialismo» consiste en repartir partidas oficiales (mendrugos del presupuesto) orientadas a paliar algunas necesidades básicas imperiosas, como un «plato de comida» precario, sin atender a las necesidades estructurales de la pobreza como el trabajo, la vivienda, la salud, la escolaridad, la seguridad social, etc.
El «asistencialismo», del cual el gobierno brasileño de Lula es la máxima expresión en el continente, es algo así como el equivalente de la limosna que le da el «buen cristiano» al mendigo que pide a las puertas de una iglesia.
En términos prácticos y estadísticos, la política «asistencialista» de Estado constituye una «institucionalización de la pobreza» al subordinar los derechos y reinvidicaciones sociales a una «limosna» que le arroja el capitalismo a los pobres, mientras depreda los recursos naturales de sus pueblos y somete sus estructuras económico-productivas con la complicidad de los políticos.
Son precisamente el empleo en negro (contratos «basura») y el asistencialismo los instrumentos de que se valen los gobiernos de la región (por derecha y por izquierda) para bajar falsamente los indicadores oficiales de la pobreza y la desocupación en América Latina.
En este escenario de «democracia de mercado» los viejos revolucionarios, hoy jubilados y asimilados, encuentran su lugarcito bajo el sol del Estado capitalista. Como lo encontró, sin ninguna duda, Dilma Roussef.
05/10/10