Cristina logra metas en la economía, pero quiere pagar deuda pública con reservas
Emilio Marín (LA ARENA)
Martín Redrado es un banquero menemista reciclado por el kirchnerismo y desde 2004 pope del Banco Central. Ahora lo victimizan queriendo sacarlo del cargo para disponer de reservas y pagar deuda pública.
A Redrado se lo conoció como el «golden boy» (gold, oro) cuando estudiaba en universidades norteamericanas y trabajaba en bancos del Norte. Lo importó el menemismo como titular de la Comisión Nacional de Valores, con el aura de supuesto rey Midas que convertía en oro y negocios todo lo que tocaba.
En la CNV hubo varios desaguisados, como subas y bajas artificiales de las cotizaciones de los papeles de empresas cuando lanzaban obligaciones o estaban a vísperas de ventas y desnacionalizaciones.
Y de allí el muchacho dorado emigró a Educación, con el pampeano Jorge Rodríguez; le hicieron un lugar en una de las secretarías que supuestamente mejoraban la relación Educación-Empresas.
Después de 1999 ser menemista pasó a ser casi una mala palabra y varios ex funcionarios terminaron imputados de diversos delitos. La única que pagó el pato fue María Julia Alzogaray.
Redrado zafó. No tuvo que rendir cuentas ante la justicia y además se proyectó a una segunda línea del gobierno kirchnerista. La salida de Alfonso Prat Gay del BCRA le abrió su oportunidad y allí hizo nido, aguardando el momento del salto al ministerio de Economía.
Cuando cayeron del podio Roberto Lavagna, Felisa Miceli y Carlos Fernández, ya en el gobierno de Cristina Fernández, fue mencionado entre los que podían suceder al renunciante o renunciado.
Hizo sus méritos. A mediados de 2008 la presidenta anunció al Consejo de las Américas la reapertura del canje con los bonistas que habían quedado afuera en 2005 y el pago de la deuda reclamada por el Club de París. Redrado estuvo entre los más entusiastas que apoyaron el dislate. El estallido de la crisis mundial se encargó de apaciguar esos ánimos claudicantes ante el capital financiero internacional.
El 14 de diciembre de 2009 la presidenta y el ministro de Economía, Amado Boudou, anunciaron la creación del «Fondo del Bicentenario», de 6.549 millones de dólares, para pagar la deuda pública. El dinero saldría de las reservas del Banco Central, en principio para mostrar voluntad pagadora a los acreedores, garantizándoles los pagos. Desde esa supuesta «fortaleza», el Ejecutivo se ilusionó con tramitar nuevos créditos y refinanciar hasta 15.000 millones de dólares para 2010. Con este dinero eventual se amortizarían los pagos de la deuda externa y, en el peor de los casos, si esa plata no venía, recién allí se emplearían las reservas apartadas a tal fin. La decisión fue «aceptada sin mucho entusiasmo por el presidente del BCRA, Martín Redrado» (La Nación, 15/12/2009).
Discusión de fondo
En la lucha política cuentan las personas y sus antecedentes, pero en última instancia importan mucho más las propuestas. Por eso, más que discutir sobre si Redrado sí o no, habría que hacerlo sobre el motivo de fondo: usar o no reservas del BCRA para pagar deuda.
No se trata de una suma menor. Las reservas totales son 48.000 millones de dólares. El ex diputado Mario Cafiero, en una nota que le dirigió a Redrado instándolo a que no autorice el traspaso de reservas según el decreto de necesidad y urgencia (DNU) nº 2010, estima que ese giro alcanzaría al 14 por ciento de aquel total. Es una porción importante de las reservas, que podrían tener destinos mejores en lo social, habiendo un índice de pobreza del 30 por ciento.
Sacar del Banco Central esos recursos para el «Fondo del Bicentenario» no parece un destino loable. La deuda externa ha consumido ya demasiadas reservas desde la década del ´80, pagándose con el hambre y la sed de los argentinos.
Esto es así, sobre todo luego de la investigación sobre la deuda de Alejandro Olmos, convalidada por el entonces juez federal Jorge Ballestero, quien dejó el tema en manos de Diputados. Allí el expediente durmió hasta hoy el sueño de los justos.
En la jugada del oficialismo hay otros objetivos poco patrióticos, presentados como la panacea. Dice que con ese Fondo podrá pagar a los bonistas defaulteados y mejorar el clima de inversión de empresarios norteamericanos y europeos. En realidad se cumpliría así con una de las condiciones puestas por el FMI, que este gobierno había hecho bien en rechazar, hasta en el plano legislativo, pues aprobó una ley cerrojo para no reabrir el canje finalizado por Kirchner-Lavagna. Pero el Congreso ya aprobó una ganzúa para abrir esa seuda cerradura inviolable.
Emplear esa plata para pagar a las naciones ricas del Club de París, corresponsables de la crisis de 2001, no parece una buena política. Menos en un momento todavía complicado de la economía internacional, de impacto en la situación local.
El ministro Boudou justificó el pago diciendo que así tramitará créditos en el mercado internacional. Parece un precio demasiado elevado. Y en política es una decisión muy torpe, al punto que una figura del establishment, como Redrado, queda casi como un «patriota», resistiendo el DNU de marras.
Un párrafo especial para los empleados del BCRA que salieron a defender al todavía titular de la entidad. La suya fue una patética expresión de seguidismo a un banquero formado en EE UU y que sigue defendiendo esos intereses, aún cuando aprovecha este conflicto para disimularlo. El «golden boy» no expresa a la Patria, del mismo modo como la Mesa de Enlace tampoco simboliza el campo. Defendiendo a Redrado, esos bancarios y los jerárquicos metieron la pata tanto como si el mes pasado hubieran jurado por la honra de Juan J. Zanola.
Tampoco hacía falta
Para la oposición conservadora, recibida por Redrado en su despacho, el problema es que el gobierno se quiere librar del banquero. Gerardo Morales y Ernesto Sanz, titular de la bancada radical del senado y presidente del comité nacional, respectivamente, mantuvieron esa significativa reunión y pidieron a su anfitrión que no convalidara el decreto de Cristina. El resto de la oposición tiene una postura lamentable similar, de alineamiento con este súbito «antiimperialista». Incluso una parte de la centroizquierda, que el 3 de diciembre votó con la derecha, se muestra dispuesta a secundarlo si se mantiene en contradicción con el gobierno nacional.
La esencia del problema no es que Cristina le haya pedido al banquero la renuncia. El problema es que le haya dado continuidad en el cargo desde 2007, tras los tres años en que aquél se desempeñó con su esposo.
El kirchnerismo no puede quejarse de las defecciones, o en todo caso puede hacerlo pero haciéndose cargo de que fue quien abrió las puertas a los posteriores traidores, caso hoy de Redrado y ayer de Julio Cobos, Carlos Reutemann, Felipe Solá, Alberto Fernández y tantos más.
Si se atiende a la evolución económica, tampoco surgen argumentos de peso para la creación de ese «Fondo del Bicentenario», con todas las complicaciones que está trayendo al PEN.
Si el 2009 cerró con 510.000 vehículos vendidos en Argentina y el 2010 pinta como batir el récord de toda la serie con 700.000; si el año pasado la recaudación creció 13,2 por ciento y permitió al gobierno superar la meta de superávit fiscal; si la consultora de Miguel Bein pronosticó que el PBI crecerá 4,8 por ciento, de los que 1.7 puntos serán aportados por una mayor cosecha de granos; si la consultora Investigaciones Económicas Sectoriales afirmó que esa cosecha alcanzará los 81 millones de toneladas, con un aumento del 33 por ciento respecto al 2009, etc, ¿qué necesidad había de hacer semejantes concesiones a los holdouts, el Club de París y el FMI? ¿Tanto pesaron la UIA, la AEA y los banqueros amigos del poder?
Aquellos datos de la economía real daban mayor respaldo político y social a Cristina Fernández, contradiciendo los pronósticos tan negativos que hacen los diversos componentes de la oposición. Lo que el cronista llamó «tridente ofensivo» (legisladores, sojeros y monopolios mediáticos) estaba en dificultades para explicar la contradicción de que la economía no era desastrosa como ellos pintan. La Mesa de Enlace se veía en aprietos para justificar un nuevo lock out argumentado falta de rentabilidad de los productores de trigo y los exportadores de carne.
En ese momento, lamentablemente, apareció Cristina con su propia contradicción: por un lado algunas buenas noticias económicas y por el otro decidiendo pagar deuda externa con divisas. Quemar dólares así no tiene siquiera la fugaz buena vista de la pirotecnia en las noches de fin de año.
Argenpress 07/01/10
Foto: Argentina, Política – Cristina Fernández junto al titular del Banco Central de la República Argentina, Martín Redrado (izq.), y su par de Brasil, Henrique Campos Meireles. / Autor: Presidencia de la Nación