Categorías
General Internacional

La «manzana prohibida» del comunismo (Sobre el Sistema presupuestario de Financiamiento hoy)

La «manzana prohibida» del comunismo (Sobre el Sistema presupuestario de Financiamiento hoy)


¿Nos animaremos a ir contra la corriente? ¿Echaremos a los mercaderes del Templo? ¿Nos animaremos a morder la fruta prohibida del comunismo?
Néstor Kohan Para Kaos en la Red   13-3-2011

Las alternativas en el centro de la escena
Luego de 30 años de reinado económico neoliberal y hegemonía cultural del posmodernismo, en medio de una nueva crisis del capitalismo mundial (estructural y sistémica, en la cual confluyen múltiples crisis al mismo tiempo), retorna la discusión sobre las alternativas.

¿Cómo salir de la crisis y comenzar a transitar hacia otro tipo de sociedad radicalmente distinta? ¿Será con la bandera roja pero sumisamente guiados de la mano por John Maynard Keynes? ¿Quizás intentando volver, con no poca nostalgia y revival, hacia los capitalismos periféricos, “nacionales y populares”, de la posguerra? ¿Tal vez con la ilusión siempre incumplida de un capitalismo “con rostro humano” adornado con una imposible “tercera vía”? ¿O deberemos resignarnos a un “socialismo mercantil”, con gigantescos pulpos internacionales que explotan mano de obra barata y disciplinada, empresas completamente autárquicas y cooperativas autogestionadas compitiendo entre sí por la distribución de la renta?

Sea cual fuera la salida, posible y deseable, lo que está claro es que actualmente esa búsqueda se ubica a la orden del día. Encontrar en forma imperiosa una alternativa ha dejado de ser un sueño “utópico” (simpático y encomiable, quejoso del neoliberalismo, pero políticamente inviable) para convertirse en una urgencia de supervivencia planetaria en el caso de que no nos abandonemos al reino de la barbarie ni a un futuro sombrío que se parece mucho más a las novelas antiutópicas más pesimistas (Un mundo feliz, 1984 o Fahrenheit 451) que a los finales felices y edulcorados de las películas románticas de Hollywood.

Si los Foros Sociales Mundiales abrieron este milenio con la consigna “otro mundo es posible”, quedó irresuelta la interrogación: ¿cuál es o debería ser ese otro mundo posible? En medio del desconcierto y la confusión generalizada el presidente bolivariano Hugo Chávez intentó resolver el enigma de la esfinge: la salida es “el socialismo del siglo XXI”. Ahí nomás proliferaron nuevas polémicas. ¿Qué entendemos o deberíamos entender por ese enigmático “socialismo del siglo XXI”? Nadie lo sabe todavía. Está en discusión. Lo cierto es que el proyecto del socialismo, durante décadas insultado, caricaturizado y ridiculizado, ha vuelto a la agenda política. Ya no sólo en el terreno del debate ideológico sino también en el acuciante problema de la gestión práctica de las relaciones sociales, económicas y políticas de la nueva sociedad que se pretende crear y construir.

Huérfanos y sin Vaticanos

Lo interesante y peculiar de esta compleja situación en la que nos encontramos es que ya no hay Vaticanos que dicten catecismos sobre la materia. Fenómeno que resulta positivo en cuanto a libertad de proyectos en pugna pero al mismo tiempo sumamente complicado ya que no existe reaseguro alguno frente a la prepotencia político-militar imperial.

La antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) experimentó un terremoto político que implosionó su sistema económico y social. El Estado burocrático, dirigido por una casta represiva y una elite completamente alejada del mundo laboral, de las bases políticas y de la clase trabajadora, se desplomó sin pena ni gloria y sin necesidad de misiles nucleares, dando lugar a una salvaje apropiación privada de las grandes riquezas sociales acumuladas durante décadas por el trabajo cotidiano del pueblo soviético. Los apropiadores han formado y continúan formando parte de una nueva burguesía mafiosa, constituida por los antiguos burócratas partidarios devenidos, ahora, burgueses propietarios. Dirigentes que abandonaron la doble moral y el doble discurso (en público supuestos defensores de Lenin, en privado lúmpenes cínicos e impiadosos) para mostrarse rápidamente en público tal cual eran en privado, es decir, gente que vivía con desfachatez en forma lujosa a costillas de los trabajadores y que les importaba un bledo el socialismo y la banderita roja que decían defender. El caso emblemático de Boris Yeltsin, jefe del PC soviético y cabecilla de los burgueses apropiadores, no es obviamente el único.

En el caso de China, país que anteriormente disputaba con la URSS por ver cual de los dos era más socialista, más antiimperialista y más radical… hoy en día se ha convertido en una sociedad con una fuerza de trabajo tremendamente explotada y mal pagada (como todo el mundo sabe ese pago irrisorio de la fuerza de trabajo china es el que permite subsidiar las exportaciones masivas al Occidente capitalista), sin posibilidad alguna de organizarse y reclamar por los derechos laborales elementales frente a las grandes firmas capitalistas que facturan millones con el sudor de la clase trabajadora china. El gigante del oriente es hoy una sociedad que no sólo exporta mercancías sino también capitales, recibiendo con los brazos abiertos a los grandes pulpos empresariales a los cuales les garantiza una explotación de los trabajadores tranquila y ordenada, sin sobresaltos, huelgas ni sabotajes. Las gigantescas asimetrías de clase y la polarización extrema en el orden social chino no son desmentidas ni por sus más fanáticos y obcecados defensores.

Al dejar de existir la URSS —con todas las características anteriormente señaladas— y con la innegable conversión de China en potencia capitalista, los pueblos del Tercer Mundo nos hemos quedado sin el antiguo potencial respaldo militar de ambas potencias frente a la agresividad del imperialismo (como ha quedado empíricamente demostrado en las últimas aventuras militares de EEUU en Afganistán, Irak o el norte de África, así como las de Israel en Palestina y el Líbano). Nuestros pueblos sólo pueden contar con sus propias fuerzas, tanto en su lucha contra el imperialismo como en el intento de pensar alternativas futuras de gestión socialista. Ese es el contexto mundial en que nos movemos hoy.

Con o sin apoyo militar de las antiguas potencias “socialistas”, el debate sobre las alternativas resurgirá una y otra vez para cualquier sociedad que pretenda iniciar o desplegar el camino de transición a un tipo de relaciones sociales más allá del capitalismo. Nadie que pretenda atravesar el muro del capital podrá eludirlo.

Ese debate sobre las formas de propiedad (estatal o cooperativa, mixta y privada); las formas de gestión (mercantil o planificada); el uso del dinero (el papel de los bancos y el crédito, las cuentas, los gastos y los depósitos, en un sistema integral, planificado y presupuestario, o con absoluta autarquía financiera de las empresas); la ley del valor y el mercado (promovidos como ágiles reguladores sociales o combatidos como obstáculos para avanzar al socialismo), las distintas formas de incentivar el trabajo (con un proyecto político-ideológico radical y trabajo voluntario o mediante premios dinerarios individuales), etc., tuvo lugar en la Rusia bolchevique de los años ’20, volvió a aparecer en la Cuba revolucionaria de los años ’60 y hoy, en pleno siglo XXI, retorna en los debates de Venezuela, mientras en Cuba se vuelve a discutir nuevamente el modelo de gestión social.

¡Atención! ¡Llegaron las últimas «novedades»!

Lo curioso, llamativo y, porque no, sorprendente es que en varios de esos debates se presentan propuestas, proyectos y líneas a seguir apologistas del mercado como si fueran absolutamente «novedosas» e inéditas, cuando en realidad han sido implementadas varias veces en la historia y con resultados prácticos que distan largamente de ser positivos.

Recorramos algunos pocos razonamientos propagandísticos e hipótesis falaces que hoy circulan con pretensiones de radical «novedad» en la colorida feria de las alternativas:

*
(a) Si una o varias empresas se encontraran en poder del pueblo a través del estado (en una sociedad donde la clase trabajadora y los sectores populares organizados han aplastando a los aparatos de represión de la burguesía, la han derrocado mediante una revolución, han logrado tomar el poder y la han expropiado) eso implicaría necesariamente el reinado gris, triste y mediocre de la BUROCRACIA. Si en cambio, esas mismas empresas expropiadas fueran gestionadas mediante asociaciones cooperativas, iniciativas por cuenta propia, arrendamientos privados y otras “formas de gestión no estatales” (¡curioso eufemismo!) que compitieran en el mercado, eso conllevaría, siempre y en cualquier circunstancia, el relucir maravilloso y alegre de la DEMOCRACIA.

* (b) Si dentro de este mismo contexto de una sociedad en transición, que intenta ir más allá del capitalismo, el estado centralizara su presupuesto y lo distribuyera de acuerdo a una planificación encaminada a combatir el MERCADO (en esta hipótesis no se trataría de un estado gestionado por y subordinado a las grandes firmas capitalistas, sino de una forma política de poder popular que surgiría de una revolución anticapitalista), eso conllevaría necesariamente dictadura, violencia, autoritarismo, paternalismo, corrupción, burocratismo y estancamiento. Si en cambio el estado (siempre manteniendo la hipótesis de que no se trata del estado burgués dirigido por las grandes empresas del capital) se limitara a repartir el dinero y sus recursos en una infinidad de núcleos productivos y de servicios antárticos, con plena y absoluta autonomía financiera y comercial, que compitieran en el mercado guiándose no por la satisfacción de necesidades sociales y populares, sino por la optimización de ganancias (que en caso de haberlas serían repartidas de forma privada y particular entre los agentes cooperativos y “no estatales”) y por la disminución de pérdidas (que en caso de producirse serían asumidas por el estado, es decir por el conjunto social), entonces…. ese modelo implicaría democracia participativa, horizontalismo, pluralismo, multiculturalismo, respeto por las subjetividades, pleno desarrollo de la sociedad civil, consenso, transparencia, honestidad, división de poderes, soberanía popular, eficacia y en última instancia progreso económico.

* (c) Si los sectores populares no se sienten suficientemente involucrados en la gestión económica, ausentándose del empleo, desentendiéndose de las tareas de gestión colectivas, cayendo en el escepticismo, la indiferencia política o incluso la apatía, lo cual deriva en una disminución de la productividad laboral, pues entonces…. las dos mejores maneras de remediarlo consistirían en:

(1) apelar al desempleo selectivo (así quien conserve el trabajo se esforzará mucho más por temor a ser despedido), creando de este modo un ejército laboral de reserva que serviría como acicate y palanca de incentivo para los que tienen empleo, y

(2) crear un creciente, asimétrico y cada vez más pronunciado escalonamiento salarial que premie con mayor dinero y estímulos materiales individuales a quien más esfuerce.

* (d) Por contraposición con esos dos remedios mercantiles, si el estado (dirigido políticamente por los trabajadores y los revolucionarios) se propusiera combatir la falta de productividad del trabajo, el ausentismo y la apatía con una ofensiva política, recuperando la credibilidad perdida, degradada o disminuida, combatiendo los fenómenos de la burocracia y la doble moral de los funcionarios, el “amiguismo” y las prebendas personales dentro de una elite, los privilegios, las asimetrías escandalosas tanto en el nivel salarial como en el consumo de la vida cotidiana, pues entonces… esas propuestas serían invariablemente caracterizadas como “bienintencionadas, pero… utópicas, románticas, poco realistas, voluntaristas, subjetivistas, moralistas, y en última instancia IGUALITARISTAS” (¡como si el igualitarismo fuera algo muy malo para el socialismo!).
Estos cuatro núcleos ideológico-propagandísticos (a), (b), (c) y (d), asentados en el razonamiento falaz que tramposamente homologa [mercado = democracia y eficacia] y [planificación socialista = burocracia y estancamiento], hoy se esgrimen como la gran “novedad” teórica. El “último grito” de las ciencias sociales. Un descubrimiento “reciente” que vendría a subsanar todos los males y todas las deficiencias del socialismo, el comunismo y la revolución.

La salvación mercantil que vendría a redimir los pecados igualitaristas, en el caso de quienes hace varias décadas se esfuerzan por superar el capitalismo; y a expurgar cualquier tentación radical, para quienes intentan en el último tiempo comenzar la transición al socialismo. ¿Será así? Sospechamos que no.

Una lúcida advertencia
Hace muchos años, Rodolfo Puiggrós, un viejo profesor argentino (historiador, de joven militante comunista, de viejo guerrillero montonero), alertó que como los revolucionarios argentinos, en sus múltiples tendencias, no hemos podido hacer nuestra propia revolución y no llegamos a tomar el poder, entonces vamos por el mundo “inspeccionando revoluciones ajenas”. Esa lúcida advertencia siempre nos pareció iluminadora y la hemos adoptado hace largo tiempo como guía contra la soberbia, la petulancia y el engreimiento de quienes se sienten propietarios de “la verdad absoluta”.

No obstante, aun dando cuenta del señalamiento de Puiggrós, creemos que tenemos el derecho de opinar respetuosamente sobre procesos sociales y debates políticos que hoy se desarrollan en la Patria Grande latinoamericana, aunque no se den en nuestro pequeño país.

Por eso nos genera cierta preocupación el modo como se plantean estos debates sobre la gestión de las sociedades que pretenden organizar un “orden nuevo” (al decir de Gramsci), no capitalista sino socialista.

¿Son tan “originales”, “novedosas” y “superadoras” estas propuestas de socialismo mercantil (bautizado mediante un eufemismo elegante y perfumado, como “autogestionario”) que nos prometen mayor democracia de la mano de la autarquía financiera de las empresas y el engorde creciente de la “economía no estatal”? ¿Servirá descentralizar los recursos presupuestarios y privatizar en nombre de los arrendatarios, las cooperativas y otros “actores no estatales” para poder superar la burocracia y los privilegios, la corrupción y el “amiguismo”? ¿Se generará participación política, aumentará la eficiencia social y habrá mayor empeño laboral expulsando fuerza de trabajo para que sea empleada como mano de obra barata y precaria por grandes inversionistas capitalistas? ¿Habrá mayor conciencia socialista en quienes sólo se involucran, de modo “cooperativo”, si hay dinero y ganancia privada de por medio?

Perdón, disculpas, pero tenemos nuestras serias dudas al respecto. Expresamos nuestra opinión con todo respeto. Creemos que esas recetas —que algunos promueven y presentan como poción mágica y redentora— no profundizarán el socialismo martiano ni permitirán avanzar hacia un proyecto bolivariano anticapitalista.

Experiencias repetidamente fracasadas
y un debate histórico «olvidado»

Aquellos cuatro núcleos ideológico-propagandísticos (a), (b), (c) y (d), y muchas otras recetas similares que actualmente los acompañan, no son proyectos nuevos, elaborados al calor de facebook, del twitter, las nuevas tecnologías, la “sociedad de la información”, “la sociedad en red”, las nuevas formas de sociabilidad y otras profecías semejantes. Tienen una larga historia, repleta de fracasos concretos, despistes prácticos, equívocos teóricos y enormes sinsabores políticos para la familia revolucionaria.

En la década del ’20 (¡hace casi un siglo, cuando no existía ni la televisión!), dentro de la revolución rusa, hubo corrientes que creyeron que el mercado “socialista” iba a solucionar mágica y repentinamente todos los males, todas las penurias, la escasez, la falta de acumulación, la desproporción entre producción y consumo y las deficiencias revolucionarias (1). Haciendo de necesidad, virtud; convirtieron a la NEP de Lenin [«Nueva Política Económica», conjunto de medidas provisorias implementadas por los bolcheviques como concesión táctica al mercado, luego de la agotadora guerra civil de 1918-1921] en un supuesto proyecto mercantil estratégico y de largo aliento. Más tarde, estos mismos partidarios del socialismo mercantil desarrollaron durante décadas varias ofensivas hasta terminar por minar desde dentro a la Unión Soviética. Todo en nombre de la “participación democrática”, la “eficiencia económica” y la “autogestión financiera” de las empresas (2).

En lugar de combatir la desproporción económica entre producción y consumo y la ineficiencia de la administración burocrática terminaron convirtiendo a la burocracia en una burguesía mafiosa que se apropió de todos los recursos sociales y naturales de aquella sociedad que había derrotado a los nazis. Por supuesto, como no podía ser de otro modo, conjurando el fantasma endemoniado del… “igualitarismo” (3).

Pero el debate soviético, hoy extrañamente «olvidado» (pues sus resultados en torno al socialismo mercantil están ya fuera de discusión), no fue una excepción. En los años ’60 en Cuba, el gran debate enfrentó a los partidarios del cálculo económico, la autogestión financiera y la “vía cooperativa” mercantil —promovidos, entre muchos otros exponentes, por Carlos Rafael Rodríguez— con el ministro de industrias Ernesto Che Guevara quien defendió el proyecto del Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF) y la planificación socialista.

Los compañeros cubanos dieron un ejemplo al mundo con ese debate de 1963-1964 donde, a pesar de que había un feroz bloqueo imperialista y una permanente agresión internacional, todas las tendencias discutieron libremente y nadie fue censurado, herido, prisionero, muerto ni exiliado (como trágicamente había sucedido en la URSS, donde la mayor parte de los polemistas terminaron fusilados). En Cuba, las posiciones fueron públicas y nadie se ofendió ni fue tildado de “desleal”, sospechado de “agente de la CIA” o despreciado por “contrarrevolucionario”. Un gesto de madurez digno de imitarse hoy en día… (4).

Quienes se oponían al Che optaban por descentralizar los recursos financieros, apelando al desarrollo del mercado como gran regulador social, a los incentivos materiales y dinerarios, a la autogestión y autarquía financiera de cada empresa y a la competencia entre ellas como palanca fundamental de desarrollo económico (competencia denominada, de manera elegante, “emulación”). Siempre apelando al “uso inteligente de la ley del valor”, según una fórmula repetida en aquella época, muy común en los manuales soviéticos de economía política (5).

Pero aquellas primeras propuestas del socialismo mercantil que se sucedieron en la antigua Unión Soviética y las polémicas económicas contra el proyecto comunista del Che Guevaray en defensa del socialismo mercantil que tuvieron lugar en la Cuba de los años ’60 tampoco fueron los únicos.

A su vez, como alternativa al mundo político y cultural soviético, los yugoslavos también promovieron en su época la autogestión descentralizada de las empresas a través de la competencia mercantil. Ese modelo «cooperativista» —hoy admirado e incluso recomendado al presidente Hugo Chávez como panacea digna de imitar por algunos compañeros (seguramente con las mejores intenciones)— iba a superar mágicamente todos los males del socialismo burocrático soviético. Todo el mundo conoce el trágico final del experimento de Yugoslavia… todavía más catastrófico, si acaso puede serlo, que el de la difunda URSS.

La propuesta de la «autogestión» que se intentó implementar de Yugoslavia partía de un reclamo sano, justo, racional. La necesidad inocultable de democratizar las relaciones sociales, no sólo bajo la dictadura del mercado capitalista sino también bajo un tipo de sociedad postcapitalista en transición al socialismo. Esa necesidad de democratización, esa sed antiburocrática, no es una tontería ni un disparate. Se proponía democratizar a fondo las relaciones sociales y esa finalidad debe ser reivindicada. Uno de sus promotores teóricos así lo reconoce: “La autogestión cumplirá sus promesas democráticas no sojuzgando al hombre en su comportamiento frente al trabajo, sino modificando su posición económica y social fundada en el trabajo, es decir, transformando las relaciones implícitas en el sistema de producción” (6).

Esas promesas y esos antiguos anhelos democráticos de la humanidad (muy anteriores al capitalismo), que deberían constituir una parte fundamental del proyecto socialista y comunista de liberación humana, están sometidos a un doble tironeo. Por un lado, en cuanto están asociados a la participación comunitaria en la gestión social, se potencian, se refuerzan, se revitalizan. Es precisamente en ese orden comunitario donde se puede llegar a experimentar la verdadera democracia (7). No obstante, en la medida en que ese modelo de autogestión financiera de las empresas termina dando como supuesto inmodificable la existencia de relaciones mercantiles, automáticamente los anhelos democráticos y comunitarios se desdibujan, se evaporan y aparece en primer término la lógica dictatorial, férrea y despótica del mercado. Una lógica irracional, anónima, fetichista, que se impone como ciega necesidad (aunque el mercado tenga la bandera roja) contra todos los anhelos democráticos y participativos de la comunidad y los trabajadores (8). La autogestión financiera de las empresas y el imperio de la ley del valor (del mercado) que la fundamenta, constituyen los peores remedios para lograr ese objetivo justo y racional (democratización y superación de la burocracia) que se persigue.

A pesar de esa encomiable “promesa democrática” el modelo yugoslavo —y muchos otros similares que lo toman como inspiración, lo admitan abiertamente o no— termina depositando en el interés material directo e inmediato y en la obtención de mayores cuotas de dinero el eje de la “autogestión”. Así lo admite otro de sus principales teóricos: “Su derecho de repartición de utilidades es considerado no solamente como consecuencia lógica de la gestión, sino como el factor esencial de la eficacia de la autogestión. Este es el elemento motor del sistema. Mientras mejores sean los resultados de la empresa, más grande será la cuota que tendrán que repartir” (9).

Si el interés material directo, el aumento de la remuneración individual en dinero y la búsqueda frenética de ganancia empresarial constituyen el eje central de este modelo, según lo reconocen sus mismos teóricos, ¿qué tipo de conciencia socialista y comunista se puede construir en el seno del pueblo de ese modo? La respuesta, ya analizada críticamente en su época por el Che Guevara, es más que obvia. Los resultados históricos están hoy a la vista para quien no tenga anteojeras. Ninguno de esos trabajadores yugoslavos, “autogestionarios” y “cooperativos”, que habían luchado heroicamente en las guerrillas comunistas contra la dominación nazi, movió un solo dedo para defender el socialismo cuando implosionó y se derrumbó, partiendo a su país en mil pedazos. Exactamente lo mismo pasó en la Unión Soviética. ¿Una casualidad? No, una lógica consecuencia de un modelo de gestión y ordenamiento social que aparentemente es muy “simpático” pero en el cual la clave de todo pasa por la búsqueda del dinero individual, la competencia, el mercado y la ganancia personal, en lugar de predominar los valores del trabajo colectivo y voluntario, la satisfacción personal que se deriva de haber cumplido el deber social trabajando no sólo para el bolsillo propio sino para toda la sociedad, la consolidación de una conciencia colectiva, comunitaria y comunista, y la creación de una sociedad justa para todos y todas, más allá del interés mezquino inmediato.

Los mismos teóricos de la “autogestión” lo reconocieron públicamente. El centro de ese modelo (que hoy se pretende reeditar en América Latina) está constituido por “la lógica inexorable de las necesidades de una economía de mercado” (10).

Si las (encomiables) promesas democráticas estaban por detrás del modelo autogestionario, en ese mismo orden de aspiraciones también se encontraba la (justa) lucha contra la burocracia. Sin embargo, convendría no ser más papistas que el papa. Hasta los mismos partidarios de la autogestión yugoslava reconocen que en sí misma dicha forma de gestionar las empresas no garantiza automáticamente la eliminación de la burocracia. Incluso puede llegar a reproducirla en otra escala y en otros planos: “el anquilosamiento de las condiciones de la autogestión en determinados mecanismos —esto es, su congelación en órganos— que opera en nuestros países como tendencia vigorosa, puede crear un nuevo terreno para la reproducción de condiciones burocráticas(11).

Analizando críticamente aquellas experiencias que apelan al interés material directo para elevar la productividad, el Che Guevara le escribió a Fidel Castro: “El interés material individual era el arma capitalista por excelencia y hoy se pretende elevar a la categoría de palanca de desarrollo, pero está limitado por la existencia de una sociedad donde no se admite la explotación. En esas condiciones, el hombre no desarrolla todas sus fabulosas posibilidades productivas, ni se desarrolla él mismo como constructor consciente de la sociedad nueva. Y para ser consecuentes con el interés material, éste se establece en la esfera improductiva y en la de los serviciosEsa es la justificación, tal vez, del interés material a los dirigentes, principio de la corrupción, pero de todas maneras, es consecuente con toda la línea del desarrollo adoptada en donde el estímulo individual viene siendo la palanca motora porque es allí, en el individuo, donde, con el interés material directo, se trata de aumentar la producción o la efectividad” (12).

Adelantándose a los partidarios del socialismo mercantil que promueven un Estado flaco, sólo reducido a la defensa, la educación y la salud, pero que deja en manos de “los sectores económico no estatales” el resto de la economía, el Che continúa diciéndole a Fidel Castro: “¿Qué sucede ahora? Se revelan contra el sistema pero nadie ha buscado donde está la raíz del mal; se le atribuye a esa pesada lacra burocrática, a la centralización excesiva de los aparatos, se lucha contra la centralización de esos aparatos y las empresas obtienen una serie de triunfos y una independencia cada vez mayor en la lucha por un mercado libre. ¿Quiénes luchan por esto? Dejando de lado a los ideólogos, y los técnicos que, desde un punto de vista científico analizan el problema, las propias unidades de producción, las más efectivas claman por su independencia. Esto se parece extraordinariamente a la lucha que llevan los capitalistas contra los estados burgueses que controlan determinadas actividades. Los capitalistas están de acuerdo en que algo debe tener el Estado, ese algo es el servicio donde se pierde o que sirve para todo el país, pero el resto debe estar en manos privadas. El espíritu es el mismo; el Estado, objetivamente, empieza a convertirse en un estado tutelar de relaciones entre capitalistas. Por supuesto, para medir la eficiencia se está utilizando cada vez más la ley del valor, y la ley del valor es la ley fundamental del capitalismo; ella es la que acompaña, la que está íntimamente ligada a la mercancía, célula económica del capitalismo” (13).

Esa propuesta, crítica de la planificación socialista, no quedó históricamente reducida a Yugoslavia. Luego se adoptaron esos criterios en Polonia, Checoslovaquia y Alemania oriental (la antigua República Democrática Alemana, RDA). La experiencia se generalizó. ¿Los resultados…? A la vista.

Los compañeros y amigos de América Latina que proponen para el siglo XXI la receta del socialismo mercantil (rara vez se lo menciona de este modo, pues así resulta poco seductor y atractivo, pero de eso se trata) tienen todo el derecho del mundo a defenderla, promoverla y promocionarla. Pero al menos les solicitamos fraternalmente, con todo respeto, que hagan un mínimo balance crítico de las numerosas experiencias históricas de ese modelo que terminaron invariablemente en fracasos rotundos y contundentes.

El SPF: Una alternativa comunista no sólo «económica»
Promover la profundización del “mercado socialista” y de las actividades económicas “no estatales” no es una cuestión de “eficiencia económica”, de “medidas técnicas”, de “resoluciones concretas”. Es, ni más ni menos, una apuesta deliberada por un proyecto político. Habría que explicitarlo ¿no es cierto?

Si ese proyecto económico y político, pero también cultural, no nos satisface, no nos convence, no lo visualizamos como solución (ni para la coyuntura ni para el largo plazo), queda flotando en el aire una pregunta pendiente: ¿entonces no hay alternativa?

Creemos que sí hay alternativa. Y no un “modelo” a importar desde algún lugar lejano y remoto, lleno de nieve y ajeno a nuestras tradiciones bolivarianas, sanmartinianas, martianas, sino una propuesta elaborada desde Nuestra América y el Tercer Mundo, a partir de un pensamiento social, económico y político de liberación nacional y social, insurgente y comunista.

Nos referimos al Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF), elaborado por el Che Guevara cuando trabajaba como ministro de industrias (por lo tanto confeccionado no en una cómoda biblioteca sin vínculos con el mundo terrenal y concreto de la gestión práctica, sino al frente de una institución económica). Ese proyecto para encarar la gestión en transición al socialismo es, lamentablemente, escasamente conocido y menos aún estudiado.

Si le solicitamos a nuestros compañeros y amigos partidarios del socialismo mercantil que expliciten su propuesta política, ¿no deberíamos hacer lo mismo? Creemos que sí. Pues bien, nuestro proyecto político, lo reconocemos explícita y abiertamente, es (o al menos pretende ser) un proyecto comunista.

La propuesta del Sistema Presupuestario de Financiamiento no es estrictamente ni únicamente “económica” pues lo que está en juego, además de la gestión de los recursos sociales, es la conciencia individual y colectiva de nuestros pueblos, hoy terreno privilegiado de disputa hegemónica en tiempos de la guerra asimétrica y la aldea global. Y no sólo la conciencia popular está en juego. También el porvenir político de los procesos sociales revolucionarios que intentan, con variada suerte, impulsar una transición al socialismo en el Tercer Mundo. Nuestra propuesta trata de apuntar hacia ambos terrenos de disputa al mismo tiempo, sin separar uno del otro.

El Sistema Presupuestario de Financiamiento,
comunismo latinoamericano para el siglo XXI

El Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF) constituye una propuesta integral, económica pero también política, para encarar la transición al socialismo. Descentra la cuestión aparentemente “técnica” de la gestión empresarial —supuestamente asunto de “especialistas”— para ubicarla, como problema a resolver por todo el pueblo, en una disputa política de largo alcance. Es parte de una concepción general del desarrollo de la construcción del socialismo y debe ser estudiado entonces en su conjunto.

El SPF constituye un sendero viable, posible y perfectamente realizable para comenzar a construir la sociedad comunista del mañana a partir de la suciedad, terrenal y mundana, que el capitalismo le deja como pesada herencia a cualquier revolución que se precie de tal. El pensamiento del Che no opera con almas bellas, ángeles puros ni vírgenes imaginarias. Sabe perfectamente en donde está pisando y desde qué grado de putrefacción social —individualismo, egoísmo, competencia, consumismo desenfrenado, etc.— hay que comenzar a crear el hombre nuevo y la mujer nueva.

Esa concepción general abarca una singular interpretación de la concepción materialista de la historia aplicada a la transición socialista, pasando por un modelo teórico que enseña el funcionamiento y desarrollo de la economía en los países que pretenden construir relaciones sociales distintas del capitalismo hasta llegar a una serie de realizaciones prácticas, coherentes entre sí, de política económica alternativa. Lo que hoy está en discusión y en la agenda de debate.

Los niveles de la reflexión que nos deja el Che acerca de esa concepción general giran en torno a dos problemas fundamentales. En primer lugar: ¿es posible y legítima la existencia de una economía política de la transición? En segundo lugar: ¿qué política económica se necesita para la transición socialista? Las respuestas para estos dos interrogantes que se formula el Che permanecen abiertas, aún hoy en día, medio siglo después. Intentando dar respuestas a esas inquietantes preguntas, el Che elaboró un pensamiento sistemático de alcance universal (no reducido a la situación cubana, como sugerían algunos soviéticos como el ya mencionado especialista económico Abel Aganbegyan, argumentando la trivialidad de que “Cuba es un país pequeño, mientras la URSS es una país grande”, como si eso demostrara algo en el terreno científico de la economía política), estructurado en diversos niveles.

Si desagregamos metodológicamente su reflexión teórica, el Che nos dejó:

(a)una reflexión de largo aliento sobre la concepción materialista de la historia, pensada desde un horizonte crítico del determinismo y de todo evolucionismo mecánico entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción;

(b)un análisis crítico de la economía política (tanto de los modelos capitalistas desarrollistas sobre la modernización que por entonces pululaban de la mano de la Alianza para el Progreso y la CEPAL como de aquellos otros consagrados como oficiales en el “socialismo real”, adoptados institucionalmente en la URSS);

(c)un pormenorizado sistema teórico de política económica, de gestión, planificación y control para la transición socialista: el Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF). Este último es el que aquí nos interesa para el debate actual.
En la reflexión del Che Guevara, tanto (a), como (b) y (c) están estructurados sobre un subsuelo común. Los tres niveles de análisis (que en él fueron al mismo tiempo práctica cotidiana, no sólo discurso teórico) se enmarcan sobre un horizonte que los engloba y a partir del cual adquieren plenitud de sentido. Ese gran horizonte presupuesto es el proyecto político comunista: para continuar con la enumeración previa, podríamos bautizarlo aleatoriamente como nivel (d).

Es entonces (d), el proyecto político comunista, antiimperialista y anticapitalista,de alcance continental y mundial y no reducido a la revolución cubana, el que nos permite inteligir la racionalidad de (a), (b) y (c). Para el Che Guevara, sin proyecto político no tiene sentido entablar discusiones bizantinas y meramente académicas sobre la concepción materialista de la historia. Sin proyecto político, no vale la pena esforzarse por cuestionar los modelos económicos falsamente “científicos” que obstaculizan el desarrollo del pensamiento crítico acerca de las relaciones sociales. Sin proyecto político, carece igualmente de sentido cualquier debate en torno a las diversas vías posibles de política económica durante el período de transición al socialismo en cualquier revolución del Tercer Mundo periférico, subdesarrollado y dependiente que pretenda dejar atrás al capitalismo.

Uno de los puntos más controvertidos del SPF reside en la siguiente interrogación: ¿Quién decide lo que se planifica? ¿Cómo garantizar la democratización real y profunda de las relaciones sociales? El propio Che Guevara estaba consciente de ese problema, por eso plantea que: “se nos critica el que los trabajadores no participan en la confección de los planes, en la administración de las unidades estatales, etc., lo que es cierto (14). Esa incógnita le quitaba el sueño. ¿Cómo garantizar la lucha contra los mecanismos fetichistas del trabajo abstracto, contra la mediación del equivalente general como gran articulador de los sujetos sociales y contra el predominio del mercado a través de una planificación socialista sin descuidar al mismo tiempo las «promesas democráticas» del comunismo? Guevara no despreciaba ni subestimaba ese problema como se lo hace saber explícitamente a Fidel en esa carta de 1965. Apostaba todas sus fichas a la movilización política, a la educación ideológica comunista del hombre y la mujer nueva y a la batalla hegemónica para lograr la plena participación popular dentro de los mecanismos de la planificación socialista.

Casi medio siglo después de su propuesta original, nuevas instituciones han surgido en las sociedades en transición que bien podrían tratar de resolver esos enigmas que ya visualizó el propio Guevara y que, evidentemente, el socialismo mercantil no ha resuelto ni podrá resolver.

Una de esas instituciones son (en el caso de Venezuela) los consejos comunales. Si se lograra implementar una planificación centralizada y socialista para todo el país, ¿tendrían que desaparecer los consejos comunales? ¡En absoluto! ¿Cuáles deberían ser entonces sus tareas?

El gran desafío para poder implementar hoy, en el siglo XXI, el proyecto comunista del Sistema Presupuestario de Financiamiento garantizando al mismo tiempo la participación popular consistiría en la necesidad de articular los consejos comunales y los consejos de trabajadores de empresas (combatiendo a la burocracia y a las viejas mafias sindicales que allí operan) dentro de una estrategia conjunta de planificación. La solución consistiría en la coexistencia del Sistema Presupuestario de Financiamiento y los consejos comunales otorgando predominio a la planificación centralizada de los recursos financieros. Los consejos deberían elevar su puntería, dejar de pedir únicamente dinero para financiar proyectos particulares y privados (quizás disfrazados de “cooperativos”) para apuntar hacia una estrategia política global, general, más allá del plano corporativo, en coordinación con la planificación centralizada y presupuestaria de todos los recursos del país.

El gran supuesto de esa coexistencia y complementariedad entre planificación y consejos estaría dado por una durísima y continuada batalla sistemática en el terreno de la hegemonía socialista y la ideología revolucionaria. No se ganarán afectos y sensibilidades populares repartiendo dinero y comprando conciencias (como se compran objetos de consumo, un televisor de plasma, un teléfono celular de última generación o el coche y el carro más caro). ¡No! A largo plazo esa pelea está perdida. No se puede competir con el capitalismo en su propio terreno, donde es más fuerte. En la guerra asimétrica hay que combatir donde nosotros somos más fuertes. La conciencia popular y la complementariedad entre consumo y producción, entre gestión y administración, entre participación popular comunal y planificación macroeconómica centralizada (coordinada a su vez con otros países aliados del ALBA) sólo se logrará ganando a la militancia popular para un proyecto global, donde la vida cotidiana de cada barrio, de cada empresa, de cada comuna adquieran sentido dentro de un proyecto político colectivo de nueva y mejor sociedad que nos englobe a todos y todas: el socialismo. Allí reside la necesidad de incorporar los consejos comunales a la gestión planificada de las principales empresas de la economía nacional y resolver el enigma que quitaba el sueño al Che Guevara.

Urgencias impostergables para hoy y mañana
¿Cuál es entonces la utilidad actual del pensamiento comunista del Che?

En primera instancia, sus reflexiones resultan provechosas para ubicarnos en nuestro angustioso presente, comenzando la segunda década del siglo XXI, precisamente por los llamados de atención que él formuló. Alertando a aquellos compañeros y amigos que quizás se les ocurre apostar al mercado como una opción estratégica, no como un recurso táctico, el Che explica extensamente el modo en que éste genera necesariamente irracionalidad y desperdicio del trabajo social global, además de ineficacia, corrupción y burocracia. Por si ello no alcanzara, insiste una y otra vez en las consecuencias negativas que el mercado provoca en la conciencia política, a nivel individual y colectivo, de cualquier sociedad en transición. Para contrarrestar su influencia, el pensamiento comunista del Che nos permite defender las razones de una planificación democrática (no ejercida únicamente por tecnócratas especialistas, aislados de las masas, sino a través de una creciente participación popular), a partir de la cual la política revolucionaria pueda incidir en el “natural” decurso económico a través de la batalla de las ideas, la cultura y la lucha por recrear cotidianamente la hegemonía socialista en todo el ordenamiento social.

En segunda instancia, estrechamente vinculado a lo anterior, el pensamiento comunista del Che nos recuerda que en determinados momentos de la historia la relación de fuerzas no nos es favorable. En esos casos no nos queda más remedio que retroceder, momentáneamente, para tomar fuerzas y volver a empujar. Esos retrocesos no son estratégicos sino tácticos, no constituyen un camino a largo plazo sino un conjunto de medidas que se toman para responder a una coyuntura determinada, teniendo en el centro del análisis la relación de fuerzas. Jamás hay economía sin relación de fuerzas o al margen de la relación de fuerzas.

Creer que el desarrollo del mercado constituye una “necesidad objetiva” de todo proceso de transformación social constituye un mito peligroso, infundado y regresivo. Nada más lejos del pensamiento del Che que esa creencia supersticiosa en “las leyes de hierro” de una economía supuestamente independiente con la que tanto insistían los académicos de la URSS, Yugoslavia, Polonia, Checoslovaquia y otros países del Este europeo (¡por no mencionar la China actual!) cuando explicaban la historia de la Nueva Política Económica (NEP). Aquel conjunto de medidas económicas tácticas que implementó Lenin a inicios de los ’20, después de la guerra civil, y que las vertientes más dogmáticas del marxismo transformaron en supuestas “normas universales” válidas para todo tiempo y lugar. Confundiendo la táctica con la estrategia, la coyuntura con el proyecto, las medidas de emergencia con supuestas “leyes de hierro” transhistóricas y metafísicas, se transformó a Lenin en un vulgar apologista del mercado. En su inteligente defensa de Lenin —del revolucionario vivo, no de la momia de museo— Ernesto Guevara se animó a poner en discusión esas pretendidas “leyes de hierro”. Más tarde, a la hora de redactar sus observaciones críticas al Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, pone en práctica la misma operación y vuelve a cuestionar esas mismas “leyes inviolables”.

Cuando el Che inscribe las relaciones sociales, en general, y las económicas, en particular, dentro de relaciones de fuerza está pensando fundamentalmente en la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin. En nuestra modesta apreciación, es más que probable que esto también valga para la sociedad cubana de hoy en día. Desde nuestro punto de vista y ángulo de interpretación, el Che demostró que no existe una economía política de la transición al margen de la relación de fuerzas sociales y políticas. Creer lo contrario implica empantanarse, una vez más, en el fetichismo y desbarrancarse por los equívocos del socialismo mercantil como alegremente le pasó a los yugoslavos, a Abel Aganbegyan y Gorbachov y a tantos otros.

Si hoy en día la URSS ya no existe y China vibra en otra dimensión, ajena por completo a la lucha antiimperialista y anticapitalista del Tercer Mundo, ¿entonces es inviable el proyecto comunista en América Latina y el Tercer Mundo? Una primera visión, sencilla y simple, sacaría esta conclusión errónea. Como no hay relaciones de fuerza absolutamente favorables, no queda más remedio que tragar la medicina amarga del mercado.

Dado que ninguna sociedad sola y aislada podría desarrollar el socialismo en un solo país de espaldas al mundo, se dificultaría muchísimo implementar en la práctica el SPF en condiciones de aislamiento. Además ya no existe el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica, alianza económica implementada por la Unión Soviética y países aliados).

Sin embargo, hoy existe el ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas). Cuba no está sola y aislada como en otras décadas. Venezuela tampoco. Las perspectivas de crecimiento del ALBA son promisorias, los intercambios también. Incluso recientemente se han firmado acuerdos para operar en común dentro del ALBA nada menos que en el tema petróleo (¿Qué no hubiera hecho la Revolución Cubana si durante los años ’60 en lugar del azúcar hubiera tenido como principal producto el petróleo?). Si en ambos países junto con otros que podrían irse políticamente acercando (desde Bolivia, Ecuador y Nicaragua hasta Colombia en caso de triunfar la insurgencia comunista de las FARC-EP) se comenzara a implementar la planificación socialista conjunta, coordinada y articulada a través del Sistema Presupuestario de Financiamiento, muy distinto sería el futuro de Nuestra América. No sólo en el terreno social y político sino también económico.

La planificación socialista del Sistema Presupuestario de Financiamiento es superior al socialismo mercantil, al cálculo económico y a la autogestión financiera de las empresas porque no sólo permitiría resolver los problemas inmediatos de ineficiencia, productividad, dependencia y monoproducción en el corto plazo, dejando atrás la torpe regulación puramente mercantil de las empresas (criterio con el cual hay que venderle simplemente al que paga más y no al aliado político), sino que además nos permitía avanzar estratégicamente en conjunto contra el imperialismo y hacia el socialismo de aquí hacia las próximas décadas con una perspectiva continental. ¿No era ese el proyecto de Simón Bolívar y José Martí?

Balance provisorio del proyecto comunista del SPF
¿Cómo evaluar al Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF) propugnado por el Che? La evaluación no puede reducirse a una cuestión únicamente cuantitativa referida a la acumulación de bienes de consumo producidos por las empresas sino que necesariamente debe incorporar otra dimensión. La evaluación (y cualquier comparación posible con los modelos de “socialismo mercantil”) no puede dejar de preguntarse qué tipo de subjetividad y qué grado de conciencia popular se están generando con semejantes métodos de gestión yplanificación económica. ¿Cuál de los dos sistemas nos garantiza mejor una eficaz estrategia política a largo plazo?

Los compañeros y amigos partidarios del socialismo mercantil argumentan que “la planificación socialista fracasó en Cuba y en la URSS”. ¿Es realmente así?

Convendría no confundir la planificación burocrática y sus viejos métodos de “ordeno y mando”, despilfarro, corrupción, doble discurso, cuentas del plan infladas… con la propuesta y el proyecto comunista del Che Guevara. En Cuba nunca llegó a implementarse en su totalidad el proyecto del Che. Cuando Guevara estaba al frente del Ministerio de Industrias, su SPF debió convivir forzosamente con el sistema de Cálculo Económico implementado por el Ministerio de Agricultura (el INRA, Instituto Nacional de la Reforma Agraria), dirigido por entonces por Carlos Rafael Rodríguez con una perspectiva teórica y política completamente afín a los soviéticos. Ambos sistemas coexistieron y nunca se implementó a fondo y en toda la sociedad el SPF. Luego, en 1965, cuando el Che marchó a realizar tareas insurgentes internacionalistas, se aplicó en Cuba el Sistema de Registro de Control Material, donde desaparecieron las categorías financieras, la contabilidad de costos y sólo se llevaba el registro de los movimientos materiales, lo cual derivó en un despilfarro importante. Diez años después, en 1975, acorde al ingreso reciente de Cuba en el CAME, se aplicó en toda la isla el Cálculo Económico, copia mecánica del sistema soviético y de otros países del este europeo. Finalmente, en 1986, comienza el proceso de “Rectificación de errores y tendencias negativas” impulsado por Fidel Castro que se ve truncado por la caída de la URSS, el desplome del comercio internacional de Cuba y el surgimiento en la isla del denominado “periodo especial”.

Por lo tanto, en todos esos años, nunca logró implementarse a fondo y para el conjunto de la sociedad cubana, el método de gestión propugnado por el Che Guevara. Grave equivocación —cuando no se trata de una vulgar manipulación que no puede corroborarse empíricamente— la de aquellos que afirman que “el sistema del Che Guevara fracasó en Cuba”. Ese sistema todavía está por comprobarse en los hechos y en la práctica. Lo que sí fracasó y rotundamente es el socialismo mercantil que sí se aplicó en el conjunto de esa sociedad y en muchas otras (Yugoslavia, Polonia, etc.) dando siempre el mismo resultado negativo.

Cuba, Venezuela y Nuestra América hoy

¿Por qué en los debates actuales de Cuba y Venezuela no se estudia, no se discute y no se debate a fondo la propuesta comunista del Che para la gestión de las empresas, la economía, los montos laborales, el desafío de la participación popular y otras preocupaciones que actualmente están a la orden del día? (15). (No nos referimos a la existencia de papers académicos sino al debate político de fondo).

¿No podría PDVSA convertirse en la columna vertebral de un proyecto integral de planificación socialista, no sólo venezolana sino coordinado y planificado con Cuba y otros países que comiencen su transición al socialismo? No es una utopía irrealizable. Ya se han dado los primeros pasos, ha comenzado una primera articulación con Cuba y Angola (16).

Ya no alcanza homenajear al Che del póster. Hay que estudiarlo para los debates y desafíos actuales. En Cuba, en Venezuela y en cualquier sociedad que pretenda dejar atrás el mundo monstruoso y perverso del mercado capitalista, repleto de explotación, exclusión, dominación, alienación, fetichismo, irracionalidad, dependencia y destrucción de la naturaleza.

La salida para los desafíos actuales está en Simón Bolívar y en José Martí, es decir en el comunismo latinoamericano del Che Guevara, no en modelos mercantiles pergeñados lejos de América Latina y que ya fracasaron más de una vez en la historia.

¿Nos animaremos a ir contra la corriente? ¿Echaremos a los mercaderes del Templo? ¿Nos animaremos a morder la fruta prohibida del comunismo?

NOTAS

(1) Véase Bujarin, Preobrazhenski, Kamenev, Trotsky, Lapidus y Ostrovitianov: El debate soviético sobre la ley del valor [Antología que reúne las posiciones originales de los años ‘20]. Madrid, Comunicación [serie B], 1974. En ese debate soviético de la década de 1920 le correspondió a Nikolai Bujarin defender la economía privada, cooperativa y autogestionaria, así como también la necesidad de alimentar la economía mercantil y la vigencia de la ley del valor en coexistencia con la planificación socialista. Véase Nikolai Bujarin “Las categorías económicas del capitalismo durante el período de transición”. Obra citada. pp. 75-92. Sus posiciones a favor del socialismo mercantil (críticas de Eugenio [Yevgeni Alekseyevich] Preobrazhenski) las defiende también en su libro Sobre la acumulación socialista. Buenos Aires, Materiales Sociales, 1973.

La crítica del socialismo mercantil fue desarrollada por Preobrazhensky en su libro La nueva economía [México, ERA, 1971], donde planteará la relación entre el mercado y el plan como una contradicción estratégica y antagónica. Otro pensador soviético de la década de 1920, Isaak Illich Rubin, desarrollará una aguda crítica al socialismo mercantil en su formidable Ensayos sobre la teoría marxista del valor. México, Siglo XXI, 1987.

Sobre aquel debate de la década del ’20 y sus implicaciones actuales, también puede consultarse con provecho la discusión posterior entre Ernest Mandel, Alec Nove y Diane Elson: La crisis de la economía soviética y el debate Mercado/Planificación. Buenos Aires. Imago Mundi, 1992 [la polémica original tuvo lugar en la revista marxista inglesa New Left Review, entre 1986 y 1988, cuando todavía existía la URSS]. Las posiciones defensoras del socialismo mercantil fueron planteadas en esa polémica por el profesor británico Alec Nove, primero a través de su libro La economía del socialismo factible [1983] y luego con su artículo “Mercados y socialismo”. En dicha polémica la crítica a la falsa igualación entre mercado y democracia, así como a la homologación de planificación socialista y burocracia fue argumentada por Ernest Mandel en sus artículos “En defensa de la planificación socialista” y “El mito del socialismo de mercado”. El mismo Mandel, un par de décadas antes, también había participado en el debate cubano, apoyando las posiciones de Ernesto Che Guevara a favor de la planificación socialista.

(2) Véase Abel Aganbegyan: La perestroika económica. Una revolución en marcha. Buenos Aires., Grijalbo [colección Economía y Empresas], 1990. Este libro, verdadera antología del desconcierto ideológico y una auténtica joya de la confusión política, es decir, síntesis magistral de neoliberalismo puro y duro promovido en nombre de la “democratización del socialismo” debería ser de consulta permanente. Su sola lectura resolvería de un plumazo muchas discusiones y debates actuales…

Su autor, caracterizado y promovido como “el arquitecto de la perestroika”, era uno de los principales asesores económicos y políticos de Mijaíl Gorbachov. Según su opinión, “El problema principal consiste en sustituir el sistema de administración mediante órdenes, que ha regido en nuestro país [la URSS] durante los últimos cincuenta años, por un sistema de administración radicalmente nuevo, basado en la utilización de los métodos económicos, desarrollo del mercado y de los mecanismos financieros y crediticios, afirmación de los estímulos económicos, y todo esto bajo la influencia determinante de una democratización general y de la aceptación de la autoadministración”. Obra citada. p.30. [En esta cita y en todas las de este trabajo, el subrayado me pertenece, excepto cuando se indique lo contrario. Néstor Kohan]. Así se abre el libro… postulando la generalización desembozada del mercado, la proliferación de los estímulos dinerarios y la autogestión financiera de las empresas compitiendo entre sí. Siempre asimilando, de manera tramposa, al viejísimo mercado con…. “lo nuevo” y enmascarando la mercantilización de la vida social con un proceso de “auto” desarrollo, cuando no hay nada más opuesto al autodespliegue humano que las relaciones mercantiles, invariablemente fetichistas, alienadas, anónimas, impersonales, jamás sujetas a la racionalidad y al control humanos. Cualquier parecido con otros procesos más recientes no es pura casualidad.

El libro de Aganbegyan intenta sistematizar las recurrentes y periódicas recetas mercantiles que se fueron implementando progresivamente en la URSS. Primero con la NEP, luego con la “utilización de la ley del valor” bajo Stalin; más tarde con Jruschov; luego con Kosyguin y finalmente con Gorbachov.