Categorías
General Internacional

La revolución rusa y la tradición socialista

La revolución rusa y la tradición socialista

Pasarán los años y la “guerra” por la interpretación de la revolución rusa, y la historia del URSS, seguirá viva con todas sus paradojas, avances y retrocesos. No en vano sigue siendo la última…
Pepe Gutiérrez-Álvarez   Para Kaos en la Red

Pasarán los años y la “guerra” por la interpretación de la revolución rusa, y la historia del URSS, seguirá viva con todas sus paradojas, avances y retrocesos. No en vano sigue siendo la última gran revolución, el antecedente que los poderosos quieren desprestigiar, y del nosotros que tenemos que aprender tanto en su parte luminoso como en su parte oscura. …

  El 12 de abril de 1919, el Gobierno soviético aprueba un decreto sobre los monumentos de la República, en base al cual ordena la retirada de todos los monumentos representativos del zarismo quer carezcan de valor artístico (Lunacharski llegó a presentar su dimisión cuando se enteró de que unos guardias rojos habían destruido unos, aunque luego resultó que había sido una falsa noticia). Entre dichos monumentos se haya un obelisco de granito en el que están inscrito los hombres de todos los zares, y Lenin deja sus ocupaciones más urgentes para trabajar una lista en la que se inscriben todas las variantes del socialismo: Marx y Engels por supuesto, pero al lado están Bakunin, Lassalle, August Bebel, así como los utópicos Tommaso Campanella, Tomás Moro, Charles Fourier, el socialista pacifista francés Jean Jaurès, el populista semianarquista Pietr Lavro, el primer Liebknecht, Wilhem, el cura comunista Jean Meslier, claro está, Plejanov, el “blanquista” August Vaillant, el contradictorio Proudhon, así hasta el social-tecnócrata Saint-Simon, y el líder revolucionario puritano británico Wistanley, así hasta de diecinueve nombres. Entre ellos se incluía claro está, a Nikolai Chernyshevsky (Saratov, 1828-id.1889), destaca­do filósofo, novelista y militante revolucionario ruso, autor de una no­vela ¿Qué hacer? en la que condensa sus ideales sobre el “hombre nuevo”, la liberación de la mujer y la nueva so­ciedad por la que luchó. La novela fue el éxito literario más extraordinario de su tiempo e influyó poderosamente en las nuevas generaciones, fueron multitud los revolucionarios jóvenes que se sintieron “tocados” por esta obra que por lo demás no resuma calidad literaria, de ahí que a Krupskaya le sorprendiera el entusiasmo de Lenin, mucho más preocupado por su contenido que por sus formas.

  Se puede decir que Chernyshevsky supo aplicar sus ideas sobre la necesidad de conce­der una total libertad a la mujer, de facilitarle incluso una superioridad como paso previo a la igualdad. Vera, la prota­gonista de la obra resume muy claramente estas con­cepciones tomadas de Fourier. Chernishevsky era partidario del “amor libre” y adversario del idealismo y el liberalismo. Mantenía un “sabio egoísmo” y preparaba la insurrección. Tenía al de mesiánico: “No veíamos a estos hombres, escribe, hace seis años… pero esto apenas Importa y tampoco Importa lo que de ellos pensemos ahora. Dentro de poco dentro de muy pocos años, les llamaremos. Les diremos `salvadnos, y, digan lo que digan entonces, lo que se deba hacer se hará».  Aunque estuvo muy lejos de ser un marxista, es indiscutible que Chernyshevsky tuvo una influencia decisiva sobre Lenin que tituló también ¿Qué hacer? una de sus obras más representativas. En su juventud, Lenin «leía cada palabra de Chernyshevsky, de sus magníficos comentarios sobre esté­tica, arte y literatura… Me entusiasmaban sus conocimientos enciclopédicos, la claridad de sus puntos de vista revolucionarios y su admirable talento de polemista”. A los 18 años, Lenin le escribió una larga carta que el viejo revolucionario, inmerso en su insobornable exilio de Saratov, no recibió.

Estos detalles contradicen rotundamente un enfoque que sec repite reiteradamente en los medios y en la bibliografía dominante que, con tal de justificar –torturando los datos- la ecuación Lenin=Stalin, no duda en atribuir al primero todo el genio maléfico de la revolución, lo que podría compararse a la reducción del descomunal libro histórico ruso de un siglo una única página: la de Lenin sediento de venganza y animado por un radicalismo utópico del que Stalin será el obvio continuador  (1). 

Nada más alejado de la verdad, la revolución rusa culminó un proceso histórico de un país que era como un continente, un coloso con los pies de barro que había visto pasar por delante el Renacimiento, la Reforma, la ilustración, y cuya crisis resulta ser como una esclarea cuyo primer peldaño nos remite a las grandes sublevaciones agrarias de Stenka Razin y de Yemelián Pugachov fueron apoyadas por siervos, que aprovechaban tales sublevaciones para unirse a los rebeldes en busca de un mejor nivel de vida; atraviesan el reinado de Pedro el Grande quien, de un lado había reforzado el feudalismo a principios del siglo XVIII, al imponer la vinculación forzosa de los campesinos a sus amos terratenientes, y que de otro influyó poderosamente en la occidentalización cultural de la aristocracia.

En este contexto de atraso y mansedumbre de los siervos, cuando apenas si se ha iniciado un desarrollo industrial que no llegará plenamente a las grandes ciudades hasta finales del siglo XX, la resistencia se incuba entre los jóvenes aristócrata que habían sido los “cuadros” de las  guerras napoleónicas, vista por mucho de ellos bajo el mismo prisma que Unamuno percibió en el caso español de 1808: “!Que se vaya el ejército ocupante pero que se queden las ideas ¡” (2).

Lenin hablaba de una “fase nobiliaria” de una oposición al zarismo que desde su primera manifestación –la revuelta de diciembre de 1925 llamada de los “decembristas”-, combina las propuestas constitucionalistas ideas radicales extraídas de la tradición socialista francesa. Este fue el caso notorio de PaveI I. PesteI (Moscú, 1793-Sant Petersburgo, 1826), con una biografía extraordinaria, estuvo influenciado por Rousseau y por Babeuf. Como militar, PesteI participó en la campaña de Francia (1814), y evolucionó hasta convertirse en un pensador original,  preocupado esencialmente por una re­forma agraria radical. Escribió Ley rusa, una obra que llegó a ser el docu­mento político-programático más impactante de esta primera leva radical sobre los que Tolstói quiso inicialmente escribir una novela y a los que en buena medida retrata en Guerra y paz. En dicha obra se podía leer estos principios: “No puede, pues, despertar asombro el hecho de que todos los pueblos tiendan con tan ardiente deseo a instaurar el orden representativo ya liberarse del insoportable yugo de los aristócratas y los ricos. La acción del pueblo, en este caso, es una acción defensiva, porque no impone un yugo a los aristócratas y los ricos, sino que quiere sólo liberarse de su yugo”.   No es por casualidad que a este escalón le sucedieran otros igualmente surgidos de las clases dominantes y que eran consciente de la “putrefacción” de Rusia,  personajes del alcance de Alexander Herzen –quien en 1848 dijo que “la última palabra de la civilización es revolución”-, y que el anarquismo tuviera en Rusia a tres de sus mayores referentes: Bakunin, Tolstói y Kropotkin.

Aunque las autoridades mantienen el orden incrementando su capacidad represiva, el descontento iría creciendo no solamente en el suelo ruso sino también en los “territorios fronterizos”. Rusia, Prusia y Austria se habían repartido Polonia en el siglo XVIII y los polacos que estaban bajo el dominio de los Romanov se rebelaron en 1830 y en 1863, y mantuvieron una constante resistencia. También los finlandeses mostraban su hostilidad, al tiempo que el prestigio del zarismo fue quedando por los suelos en la Europa liberal desde la cual se aplaudía y justificaba toda acción de resistencia, incluyendo la de sesgo terrorista. En las montañas del Cáucaso tuvo lugar una rebelión durante los últimos años del siglo XIX, y la inquietud comenzó a expandirse hasta por los territorios que –como Ucrania-, no  habían manifestado antes su hostilidad. Aunque contaba con un potencial enorme, con materias primas en una abundancia inigualable, tenía carbón, hierro, diamantes, oro, petróleo, enormes extensiones en las que se podían cultivar cereales, amén de una lite dirigente que iba modernizándose gracias a los contactos con países extranjeros, Rusia era una “sociedad enferma”, y no era lo que se dice un imperio tranquilo. Por lo demás, se convirtió en el “invernadero” de un capitalismo importado y bajo la hegemonía británica de manera que su “independencia” se fue debilitando hasta desembocar en un marco de supeditación como se hará patente con la “Gran Guerra”.

Al comienzo del siglo XX, Rusia contaba con millón y medio de obreros, pero poco después, en 1912, eran ya tres millones. En su mayoría eran campesinos emigrados a la ciudad, que seguían manteniendo la mentalidad del mundo rural del que procedían. Carecían de toda organización sindical y su conciencia de clase era escasa, aunque su ascenso se va haciendo evidente. La jornada laboral era de diez horas y los salarios estaban, muy por debajo de los de Europa occidental, hasta 1905, el sentimiento generalizado es el propio de los campesinos atrasados: creen que el Zar, el “padrecito” no está enterado, y el cura Gapón lidera una manifestación en la que se hace constar lo terrible de la situación obrera, y se dirige al Zar con rogativas, rezos y banderas institucionales…

Entre el abismo de los pobres, y la cima de los poderosos, existía una rica gama de clases medias: pequeña burguesía urbana, campesinos acomodados (kulaks), profesiones liberales, funcionarios, etc. Una extensa capa social con un elevado nivel cultural, de que la que surgirán todos los movimientos políticos y culturales orientados a modernizar el país y acercarlo a las formas de vida occidental en oposición  a la abominable tradición absolutista que pervivirá empero en una ingente masa de funcionarios. Estos movimientos no estaban tolerados, este privilegio únicamente lo tenía el Partido Constitucional Democrático, también conocido como “cadete” por las iniciales, con influencia en la élite aristocrática y burguesa ilustrada y que aspiraba a imponer gradualmente una evolución hacia la monarquía constitucional sin modificar la pirámide social. No fue otro el proyecto de los cadetes que querían que todo cambiara para que todo siguiera igual, y que acabaron siendo barridos por una historia que no vertió por ellos muchas lágrimas…

Más allá, y con muchísima más influencia política, estaban los narodniki o populistas, una corriente muy amplia que formaría más adelante el Partido Socialista Revolucionario, y sus componente fueron conocidos como eseristas. Militaban en sus filas  intelectuales de las clases medias que combinaban el nacionalismo populista con la defensa del campesinado. Su propuesta era un socialismo agrario basado en las tradicionales comunas campesinas, y estaba dividido entre una derecha liberal y una izquierda que se confundía con cierto anarquismo. A lo largo de los años, sus intentos de convencer a los mujiks para que lucharan contra el régimen habían chocado con la ignorancia y la superstición. De ahí que adoptaran la táctica terrorista, destinada a desarticular la cúspide del régimen y despertar a las masas campesinas de su letargo, adoptando a su manera la táctica de la “propaganda por el hecho” mediante atentados espectaculares. Su mayor empresa fue el atentado en 1881 contra Alejandro II, pero sólo en realidad, únicamente consiguieron un aumento de la represión. Esta creencia, según la cual las masas embrutecidas eran incapaces de realizar la revolución si no eran dirigidas por una minoría consciente, respondía a una fase de la historia del radicalismo contra la que se sublevó el marxismo que planteaba en primer término la cuestión económica –las bases sociales del cambio-, y el protagonismo de una clase obrera organizada, un proyecto que partía del modelo socialdemócrata alemán…

Al igual que la literatura rusa logró sobresalir por encima del enorme atraso cultural y económico de la vieja Rusia, y ocupar un lugar excepcional en la historia cultural del siglo XIX y principios del siglo XX, las teorías más avanzadas del socialismo lograron hacerse un lugar excepcional en los círculos más avanzados. No sería por casualidad que en la historia universal del anarquismo hayan varios nombres de pensadores y militantes rusos en la parte más alta (Herzen, Bakunin, Kropotkin, incluso Tolstói), lo mismo que en la marxista en la que Plejanov, Lenin, Trotsky y otros ocuparan lugar equivalente. Esta paradoja tendrá su reverso: desde los años treinta, la gran literatura al igual que las aportaciones teóricas casi desaparecen, y el país, extenuado por las guerras y por el cerco internacional, conocerá una fase histórica terrible en la que, a pesar de todo subsistió una forma de producción que, a pesare de la burocracia y de las gestión verticalista, se mostrará mucho más eficaz y racional que el capitalismo. Al final del proceso llamado “socialistas” las diferencias entre Rusia y los países más avanzados, se había reducido considerablemente.
Notas

–1) Este tipo de prisma que resulta de lo más trillado en la prensa convencional, aparece también debidamente subrayado en las obras mayores como lo puede ser el Trotski. Una biografía, de Robert Service, y entre las contadas líneas del forro, se puede leer una ecuación equivalente firmada por Robert Harris del “Sunday Times”: “Service muestra con claridad que el trotskismo no era sino el estalinismo en estado embrionario”.

–2) Según las historiografía rusa existen algunas notas españolas en el primer radicalismo ruso, así, por ejemplo, se cita que uno de los fundadores de la masonería, Nikita Muraviev, que entró en París en la guerra contra Napoleón, fue influenciado por el masón español Juan Van Halen, mayor del ejército imperial, antiguo conspirador contra Fernando VII, quien acudía a las mismas reuniones que niñita en la logia “Unión de Salvación”. También se dice que el “decembrista”  Pavel I. Pestel, estaba en la misma línea que Rafael Riego en España, o sea con el proyecto de una intentona con objetivo de limitar los poderes de la familia real.

 01/08/11