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«China, poderoso continente»

«China, poderoso continente»
china trabajadoresEl capitalismo no está en crisis, estamos ante un cambio de ubicación de los centros económicos de producción. Una verdadera revolución basada en el modo de producción esclavista.

Ningún imperio ha sido eterno, ni siquiera aquellos míticos de la antigüedad que creyeron haber nacido para no morir nunca y de los que hoy sólo  queda el vestigio del esplendor perdido. Sin embargo, hay algo en común a todos ellos, algo que apenas ha variado desde que el mundo es mundo y los imperios, imperios: Antes, mucho antes de que los fisiócratas franceses formulasen su célebre “laissez faire, laissez passer”, de que Adam Smith y sus seguidores hablasen del libre mercado y la mano invisible que lo mueve, los desalmados que conducían países con pretensiones imperiales habían puesto en práctica los verdaderos principios que desde siglos, como si de una ley física se tratara, han regido la dinámica de los campeones del capitalismo: “Yo a usted no le compro nada, me lo llevo; usted me lo tiene que comprar todo a mí, de buena gana o por la fuerza de mis cañones”. Todas las leyes, normas, pensamientos y doctrinas que a lo largo de la historia han servido de fundamento al liberalismo económico, se fundan en esa sencilla y despótica frase que nada tiene que ver con la libertad y sí, por el contrario, con el derecho de los más poderosos a vivir de y sobre los que no lo son tanto.

Se habla últimamente mucho de Haití debido al devastador terremoto que ha llenado sus ciudades y campos de sangre y escombros. Nos sentimos solidarios, estremecidos ante las imágenes que muestran los informativos, como si ese país, uno de los más pobres del planeta, no hubiese vivido terremotos peor que este desde que, como dice el maestro Galeano, decidió optar por la libertad allá por 1804. Fue Francia, la antigua metrópoli, la patria de la revolución burguesa, el asilo de perseguidos, quien impuso al pequeño país caribeño tras su independencia el pago de una compensación por daños de ciento cincuenta millones de francos, pago que los haitianos no pudieron cancelar hasta la tercera década del siglo XX, cuando ya los norteamericanos habían ocupado el país, lo habían convertido al monocultivo azucarero abocándolo a la ruina y habían expoliado hasta el último rincón de la última casa de los negros libres. Haití es un ejemplo clarísimo de hasta que punto puede llegar el capitalismo en su codicia, en su avaricia, en su desprecio hacia la vida: Desde hace mucho tiempo, los haitianos, de cuya pobre dieta es parte fundamental el arroz que antes cultivaban y ahora no, han de comprar ese alimento al amigo americano, siempre dispuesto a enviar al séptimo de caballería dónde sea menester. Es la ley del más fuerte, la ley del sistema en el que vivimos desde que el mundo es mundo, poco más o menos. Y no es que los haitianos sean más tontos, más peleones, más idiotas que los que habitan en la parte norte del continente, no, es que cometieron el tremendo error de ser el primer país de América Latina, encima un país habitado por esclavos negros, que decidió ser libre. Desde entonces, con especial empeño, Francia primero, Estados Unidos después, como en tanto lugares del mundo, no han parado de castigar a sus habitantes con terremotos de mucha mayor intensidad que el actual.

Pero todo, tiene su cara y su cruz. Como decíamos al principio, no hay imperio eterno, todos tienen su principio, su apogeo y su periodo de decadencia mientras nace otro sustituto que aplica con más ventaja las normas de la casa. Si durante más de setenta años nos ha tocado sufrir el imperialismo yanqui –me gustaría que alguna vez alguien fuese capaz de evaluar las víctimas de esa hegemonía porque estoy seguro superarán a las de la Segunda Guerra Mundial-, ahora, cuando el capitalismo y los capitalistas campean ufanos y a la velocidad de la luz por todo el orbe, ya sabemos quien tomará el relevo si es que no lo ha tomado ya. Se dice que el capitalismo es un sistema perfecto porque es el que más ha durado y no se atisba competidor. Puede ser, pero también lo es que no tiene patria y que, teniendo a la codicia y la ambición humana como únicos motores, hace caer a los triunfadores del momento en la ceguera de la soberbia. Me explico, no se trata de que el capitalismo se esté derrumbado debido a la actual crisis, lo que sí está haciendo es cambiar su lugar de ubicación. Con los ojos cerrados en su afán por disminuir costes (derechos) y maximizar beneficios, los países desarrollados, y dentro de ellos sus poderosos oligarcas, han ido desplazando sus centros de producción hacia una nación pobre y atrasada como China. Primero fabricaban baratijas, luego cachivaches, más tarde algún juguete, después televisiones, ordenadores, componentes electrónicos de todo tipo, hasta llegar al día de hoy en que lo fabrican absolutamente todo, hasta tal extremo de que en plena crisis China se permite crecer un 8,7 por ciento tal como habían previsto las autoridades económicas del país.

¿Es que esa civilización milenaria durante siglos despreciada por Occidente, de repente ha regresado al antiguo esplendor imperial? ¿Tal vez, por arte de magia, los chinos, que han sufrido siglos de miseria y explotación castrante, se han tornado diestros en todas  las áreas del saber y la producción?  No niego, porque no lo sé con certeza, que los chinos comiencen a vivir mejor que en tiempos pasados o que estén más preparados que hace décadas, pero lo que si puedo afirmar es que China es hoy por hoy el foco al que acuden los capitalistas de todo el mundo para sacar más rendimiento a sus inversiones, que el modo de producción chino se aproxima mucho al esclavista, que no hay otro país en el mundo que pueda ofrecer tanta mano de obra barata, que aunque nominalmente sea un país comunista, sus trabajadores apenas tienen derecho a otra cosa que al trabajo, que los dueños del dinero -sin saber o a sabiendas de las consecuencias funestas de su avaricia: Corren el riesgo de quedarse sin consumidores, de provocar una retracción del consumo como nunca se ha conocido-, han decidido que la única manera de competir con China es imitándola en todo, por supuesto también en salarios y derechos sociales, que estamos asistiendo a un relevo y que sólo subsistirán al terremoto asiático aquellos países que sean sede de muchas grandes transnacionales.

Europa y Estados Unidos se enriquecieron sometiendo a la pobreza a países como Haití, a continentes como África, hoy, en la era de la globalización, cuando la única libertad global garantizada es la del movimiento de capitales, pueden haber dado los primeros pasos hacia su declive histórico: La actual crisis económica, que partió de una sensacional estafa planetaria, puede no ser una enfermedad pasajera, sino el síntoma que avisa de otra mucho más grave: La decadencia. El dinero, como la Inglaterra de Lord Palmerston, no tiene amigos ni enemigos, sólo intereses. China, tampoco.

Pedro L. Angosto. Para Kaos en la red  1-2-2010