Cuba: los colores del presente. A propósito de un artículo y ciertas ofensas.
Los debates sobre el futuro del socialismo cubano generan ataques de la derecha y miradas que depositan el protagonismo en ciertos actores y generaciones, en una lucha que debe ser de todos.
En días recientes el escritor Arturo Arango publicó en el diario español El País “Cuba: los responsables del futuro”, texto que, tras reconocer la diversidad intrínseca del tejido social cubano y su pluralidad cultural e ideológica, daba cuenta de ciertas posturas del estado y la población cubana ante las actuales demandas y procesos de cambio. El artículo, que presentaba de forma inequívoca (aunque siempre debatible) temas trascendentes para la nación cubana, señalando apuestas y tendencias, motivó en primera instancia ofensas y descalificaciones, de parte de algunos exiliados y adversarios del régimen cubano. Probablemente, aunque eso no haya sido noticia, el texto también levantó escozor en más de un burócrata isleño.
Llega el trabajo de Arturo en un momento donde la polarización de semanas pasadas parece bajar de tono con gestiones de la jerarquía eclesiástica para el cese de los actos de repudio y la liberación de prisioneros enfermos. Dichas gestiones parecen encontrar oídos receptivos en el gobierno cubano y abrir canales de dialogo particularmente valiosos en el presente y, sobre todo, el futuro inmediato. Se suma la crónica al incontable flujo de cartas, manifiestos, análisis y contracampañas, que han saturado el ciberespacio en lo que va de año, y donde las posturas de satanización o apología al régimen cubano (tan mutuamente funcionales y semejantes en estilo y argumento) han restringido los espacios a miradas desapasionadas (en el buen sentido de esta actitud) y sugerentes como las que Arango nos ofrece.
En un momento nos plantea el autor la existencia de dos grandes grupos: los que aspiran a reestablecer el capitalismo y aquellos que prefieren reencaminar o reformar el sistema actual. Luego dice que algunos quieren sostener (consciente o inercialmente) un Estado burocrático y centralizado y otros -entre los cuales se posiciona- creen que el socialismo sólo es sostenible si es democrático. Aquí habría que hacer un primer comentario a lo expuesto, en apretada síntesis, por Arturo. Complejizando el asunto podemos sugerir que muchos de quienes hoy defienden el modelo actual -desde posiciones de poder o en la militancia de base- abren las puertas a la instauración del capitalismo por disimiles modos: al postergar o rechazar soluciones socialistas (cooperativización ampliada, autogestión, planificación democrática, mercado controlado) prefiriendo la estatización o la privatización; al perseguir y penalizar el debate y la iniciativa ciudadanas (incluso dentro de las instituciones y convocatorias oficiales) y al preparar, mediante el nepotismo, la corrupción y la emigración selectiva, la captura de puestos en el empresariado nacional y el mercado mundial, como forma de instituirse en una protoburguesía, con los amparos y recursos del aparato burocrático.
Arturo nos plantea el problema de las visiones maniqueas en torno a Cuba, pero al ejemplificar lo hace cuestionando la visión que reduce la realidad isleña a un gobierno monolítico que actúa sobre una masa de ciudadanos disciplinados. Ciertamente ello es incierto, pues los ecos fragmentarios de los debates convocados en 2007 (cuyos resultados oficiales, una vez más, nos ocultaron), pasando por la ríspida conversación callejera, hasta llegar a los recientes resultados electorales, demuestran que la franja de disenso e insatisfacción no ha dejado de crecer en los últimos años.
Pero una cosa es dar cuenta de la diversidad social y la pluralidad política y otra reconocer los factores estructurales que las acotan. Porque es ante todo ese estado quien tiene la posibilidad y responsabilidad de no reprimir la crítica ciudadana y canalizarla en propuestas efectivas para mejorar los consumos, los derechos y las moralidades en colaboración con la sociedad civil, formal e informal. En ese sentido parecería que dentro de las instituciones existen dos miradas no explicitas pero visibles: aquella que apuesta a dejar todo como está e incluso sabotear las tímidas medidas puestas en práctica (como sucede en la repartición de tierras) y la que impulsa el presidente, que prefiere ir con cautela y evitar reformas traumáticas o reversibles, introduciendo cambios en áreas clave como la agricultura y los servicios.
Lo que sucede es que ambas tienen una visión demasiado optimista del tiempo, y que parecen desconocer el agotamiento de las capacidades de una población que ha resistido heroicamente, en aras de la justicia social y la soberanía nacional, dos décadas de subconsumo acumulado, desigualdades crecientes y corrupción rampante. Población que confió en las promesas de cambios estructurales y de concepto hechas hace tres años, al calor del relevo del liderazgo nacional, y que luego fueron paulatinamente despareciendo del discurso y desdibujándose de las políticas prácticas. Desenlace que arrincona las críticas, propuestas y esperanzas al cuarto de las frustraciones y la ruptura.
Por otro lado quienes refuerzan esa mirada monocromática son, al unísono, la mayoría de la prensa cubana (impresa, radial y televisiva) y los medios derechistas del exilio. En la primera, sus espacios -salvo excepciones vinculadas al mundo cultural y esfuerzos como los de Bohemia o Juventud Rebelde- se mantienen blindados a la crítica descarnada y profunda o nos la entrega dosificada y envuelta en un lenguaje tan declarativo de lealtades y militancias que no se parece al que se escucha en la parada de la guagua o ante la mesa del comedor.
Los segundos necesitan invisibilizar la existencia de actores, ideas y propuestas democráticas de izquierda, para depositar todo su capital simbólico (y material) en manos de los opositores vinculados a las políticas de los gobiernos occidentales y la derecha internacional. Por eso los defensores del socialismo renovado que plantea Arturo se encuentran en una postura difícil, marginados por los grandes medios oficiales y foráneos, recibiendo andanadas de tirios y troyanos al negarse a asumir la defensa como mera sumisión institucional o la crítica como ruptura ideológica.
En esa dirección, Arturo señala con justeza la necesidad de comprender las diversas tendencias, sus actores y expresiones, dentro y fuera de Cuba, y como la interacción entre ellas construye el futuro ya en el presente. Nos recuerda como desde el arte se plantean (y responden) numerosas preguntas cotidianas sobre la crisis económica, las estrategias de sobrevivencia y sus costes cívicos. Pero quizás lo más valioso del articulo es que, al dar cuenta de quienes no desean una sociedad de exclusiones, de marginación, de intolerancia, de desigualdades profundas, Arturo captó la esencia de iniciativas como las reunidas dentro de la Red Observatorio Crítico, militantes del compromiso crítico con el socialismo cubano. Y que han cosechado, a la par del amplio reconocimiento nacional y foráneo, el acoso y la descalificación de funcionarios y exiliados, con argumentos similares de ser objeto de la “manipulación” de “los otros”.
Sin embargo la anécdota en torno a la reunión de jóvenes intelectuales de los 90 con Armando Hart y su sentencia «Ya nosotros hicimos nuestra revolución; hagan ustedes la que les corresponde» merece una reflexión, que me toca de cerca. Cuando los jóvenes creadores (en 1990 o 2010) hacen planteos como esos no delegan en manos ajenas las banderas de su activismo, sólo piden que los “mayores”, que han sido su ejemplo y poseen experiencias y vínculos institucionales insustituibles, se comprometan en concreto con lo mismo que predican desde sus tribunas del arte o la filosofía política, dentro y fuera de la Isla. No delegamos protagonismo, sino reclamamos solidaridad. Sobre todo porque la lucha por expandir los espacios de los derechos y la participación nos corresponde a todos y porque ante situaciones de injusticia los miembros de esos colectivos se han solidarizado por causas ajenas de incierto desenlace, sin razones de cálculo costo-beneficio. Actitud que, paradójicamente, no ha sido siempre correspondida, bajo múltiples argumentos y pese a compartir buena parte de las críticas, por representantes del campo cultural cubano ante iniciativas particulares.[1]
Creo que nada resume mejor las ideas de Arturo (y buena parte de la intelectualidad de izquierdas cubana) que la demanda simultánea de respeto a la soberanía nacional y de un diálogo real -sin exclusiones ni intolerancia- con la totalidad de los ciudadanos cubanos. Donde jóvenes y mayores puedan ejercer su protagonismo de cara a las instituciones, con una deliberación informada y sin cortapisas que pondere todos los colores de nuestro presente e imagine los mejores futuros para nuestra nación. Uno donde la participación de la gente deje de ser invocación o adorno y devenga protagonismo y autonomía capaz de enfrentar los poderes restaurados del mercado salvaje y el onanismo burocrático que lo facilita.
Sobre ese trasfondo sería continuar el debate, desterrando los lugares comunes del insulto personal o gremial, que tratan de dar cuenta de nuestra cobardía genética, mecenarismo barato o colaboración entusiasta, sea con el “régimen castrista” o el “Terrorismo Mediático de Falsimedia”. Expiar la culpa, algo muy propio a la inquisición medieval, los acosos de McCarthy o los juicios estalinistas, no debería quitarnos el sueño ante tantas cosas por hacer.