El asalto de la Qasba
Fotos de Ainara Makalilo |
Cinco días ha durado el lugar más hermoso de la tierra.
Por fin esta tarde, a las 16 h., la policía ha asaltado la Qasba, matando a Omar Auini, asfixiado por los gases lacrimógenos, e hiriendo al menos a 15 personas, la mayor parte de ellas con fracturas en manos y piernas.
La mañana radiante ha iluminado una Qasba rala y dividida. Como se temía ayer, el apoyo de la UGTT al gobierno ha dañado seriamente la unidad en la plaza. Desde muy pronto, pequeños grupos de Qasserine y Regueb han abandonado la concentración para volver a sus pueblos. Algunos de ellos, según nos dicen, han recibido dinero. Los que se quedan, se muestran decididos y belicosos, pero las horas parecen ya contadas. Aisa, el hermano de Che Guevara, asegura que un coronel del ejército le ha anunciado el desalojo de la plaza para esta tarde. Se oyen menos gritos y menos cantos y por primera vez un grupo aparatosamente islamista se mezcla con la gente. Vuelan por el aire los primeros “La ilah ila allah” y algunas consignas inquietantes: “Tunis arabiya, tunis islamiya” (“Túnez árabe, Túnez islámica”).
Se han formado muchos corros, donde se discute la conveniencia de continuar o no la ocupación. Decenas de personas rodean a distintos oradores, cuyo aspecto y elocuencia, muy diferente del de sus oyentes, delata autoridad intelectual y formación política. En uno de ellos está Redha Barakati, escritor de 47 años y miembro del Partido Comunista Obrero de Túnez, quien insiste en la necesidad de romper toda continuidad con el régimen de Ben Alí y asegura su apoyo a los hermanos venidos de todos los rincones del país. En otro corro habla Osama Bouthalga, de la Asociación de Abogados, tan belicosa en estos días. Bouthalga trata de persuadir a los manifestantes de que se han conseguido logros enormes y ahora hay que defenderlos en los lugares de origen a través de la formación de consejos de defensa de la revolución. Esa es la posición también de los miembros de la UGTT, que reparten un panfleto de ambigua retórica en el que el sindicato se compromete a coordinar la relación entre los consejos locales y las instituciones, garantizando además medios de transporte para un retorno tranquilo y seguro de los rebeldes a sus hogares. Otro comunicado firmado por el Frente 14 de Enero -formado por los partidos de izquierdas- reitera por el contrario la necesidad de continuar la lucha hasta el final, considerando que no hay posibilidad alguna de cambios estructurales mientras Ghanoushi continúe ocupando el cargo de primer ministro.
Durante la comida, en un pequeño restaurante popular de la Medina, nos reímos mucho viendo la transformación del canal Hannibal, engendro de la familia Trabelsi, cuyo director fue arrestado la semana pasada por alta traición y liberado sin cargos algunas horas después. Un montaje de imágenes de las revueltas, con una música excitante, vuelve una y otra vez a la pantalla con la leyenda: “la voz del pueblo, la voz de la revolución”. Ahora es una cadena revolucionaria.
Todo es revolucionario salvo la realidad. A las 16 h. volvemos a la Qasba y nos llama la atención la presencia de dos oficiales del ejército que se mueven entre la multitud. Más tarde comprendemos que están avisando a los manifestantes del inminente desalojo. La reacción de los jóvenes es inmediata y furibunda. Algunos corren hasta los controles militares para llevarse las vallas y montar barricadas en el pasillo entre las jaimas y el ministerio. Otros, en una locura incoherente con el ambiente sereno y festivo de unos minutos antes, arrancan ramas de los árboles para proporcionarse bastones y rompen los escalones del Palacio de la Municipalidad para armarse de piedras y trozos de losa. El aire de la plaza se llena de un frenesí de percusión. De pronto, un tanque atraviesa despacio la explanada para abandonar el recinto. Unos cuarenta soldados armados de fusiles descienden desde la avenida 9 de Abril hasta la alambrada de espino más próxima a la Qasba y ocupan el ancho rellano del Palacio Municipal. Luego, enseguida, retroceden. Hablamos con un coronel que acaba de mantener una conversación a través del móvil; le decimos que no pueden permitir el desalojo y nos responde seco y cortés que ha recibido órdenes de retirarse, al mismo tiempo que nos aconseja que abandonemos cuanto antes el lugar. Comprendemos que la policía, apostada en la calle Bab Bnat, está a punto de cargar.
Nos retiramos hasta la segunda alambrada de espino a través de un pasillo de militares. Allí, en el flanco del Palacio Municipal, se ha reunido ya mucha gente, niños y mujeres incluidos, y todos esperamos expectantes y asustados junto al tanque, viendo maniobrar al furgón policial con el cañón de agua, el cual se aleja del recinto para dar la vuelta por detrás del Tribunal. En ese momento se oyen las primeras detonaciones y blancas cintas de humo blanco cruzan el cielo. La gente pide al ejército que haga algo y luego aplaude con ironía acusatoria a los soldados y canta el himno nacional. Todos recordamos con terror la manifestación del 14 de enero y los muertos de los días anteriores.
Durante algunos minutos, allí abajo, apenas a doscientos metros, se prolonga una batalla desigual. Vuelan las bombas lacrimógenas y se oyen insultos e impactos de piedra. Fugitivos pasan en medio de los soldados, que se abren a su paso y se unen a nosotros. Dos heridos, muy cerca de donde nos encontramos, son trasladados en parihuelas de brazos a las tiendas de la protección civil. La Qasba se vacía muy rápidamente.
Y luego, de pronto, a una velocidad vertiginosa, la ola negra de la policía se lanza contra nosotros. Una, dos, tres bombas lacrimógenas caen a nuestro lado y salimos en estampida, enganchándonos en la alambrada de espino. Nubes urticantes nos ciegan los ojos. Corro y corro, separada de mis amigos, junto a algunos jóvenes que se detienen bruscamente, cogen una piedra del suelo y la lanzan contra la policía antes de seguir corriendo. Junto a decenas personas me veo atrapada en una especie de alta meseta, detrás del Ayuntamiento, cortada por una valla, a tres metros por encima de la avenida 9 de Abril. Salto desde el muro sobre el capó de un coche aparcado en la calle y luego al suelo. Entonces oigo una voz asustada y apremiante y vuelvo la cabeza. Arriba, al otro lado de la valla, hay una mujer acompañada de sus hijos, dos niños de cuatro o cinco años, que no pueden bajar. Tiendo los brazos y los deposito sobre la acera.
Luego sigo corriendo calle abajo en medio de un aire picante, pero apenas cincuenta metros más allá un muro de policías nos está esperando, de uniforme y de paisano, armados de porras. A las mujeres y a los extranjeros nos dejan pasar; a los jóvenes les hacen retroceder a golpes con furia desencadenada tras dos semanas de contención.
Dos horas más tarde, en la oscuridad, el helicóptero vuelve a sobrevolar la ciudad. La recorremos en el coche, tensa y vacía, de vuelta al pasado. En la plaza del 7 de Noviembre, por delante del tanque, hay siete u ocho furgones policiales y decenas de policías que bloquean el acceso a la Avenida Bourguiba, completamente cerrada por todos sus flancos. Una familiar sensación de estado de sitio nos encoge el corazón.
¿Qué es lo que ha pasado? ¿Por qué el nuevo ministro del Interior -un juez, dicen, moderado y honesto- ha decidido inaugurar su cometido matando a Omar Aouini e hiriendo a 15 personas? Lo que nos cuenta una de las abogadas con la que nos ponemos en contacto es inquietante. La Asociación de Abogados, cuyo protagonismo en estos días nadie puede negar, había obtenido del ministro la promesa de que no se desalojaría por la fuerza la Qasba, dejándoles a ellos ejercer el papel de mediadores. Más inquietante aún: nos relata que la policía ha allanado a golpes -profanado, pues ni siquiera Ben Alí se había atrevido a hacerlo- la sede de la organización para buscar a los jóvenes allí refugiados. Nos anuncia acciones legales para liberar a los detenidos y prestar asesoramiento jurídico a los heridos.
Mañana volveremos a la Qasba. Todas las organizaciones y partidos, incluida la UGTT, han convocado una manifestación para pedir algo más moderado que la caída de un gobierno: el cese inmediato de toda violencia policial y el respeto al derecho de expresión y manifestación. Lo que era el desarrollo de una revolución se ha convertido de pronto en la asustada defensa de algunas pequeñas reformas.
Y esos jóvenes dispersados, esos bárbaros civilizadores, esos luminosos paletos a cuyos hermanos mataron en las cuatro semanas de protestas, ¿dónde están? ¿Han vuelto a sus pueblos? ¿Están escondidos por toda la ciudad? ¿Qué sentirán? ¿Qué pensarán?
El levantamiento del pueblo egipcio ha dejado a oscuras y diminuto el país del que surgió el primer impulso. No nos olvidemos de Túnez. La información raramente informa, pero protege.
29/01/11