La revolución árabe en marcha
Túnez, en el norte de África, languidecía desde hace 23 años bajo la dictadura de Ben Alí, uno de los mandatarios favoritos del imperialismo yanqui y europeo. Ben Alí afianzó la economía de enclave, propiciando la multiplicación de las maquilas explotadoras francesas, y convirtiendo al emprobrecido país en un exportador de emigrantes, quienes salían por los miles cada año, huyendo de un desempleo mayor al 20% y una pobreza cada vez más asfixiante.
Cuando se acumulan los gases de la descomposición capitalista, agravada en los últimos años por los efectos de la crisis económica internacional, una chispa puede hacer estallar todo el régimen político. Así ocurrió cuando Mohamed Bouazizi, un joven licenciado desempleado que trabajaba como vendedor informal, desesperado por el robo de su mercancía por parte de la policía, se suicidó rociándose con gasolina y prendiéndose fuego. Su muerte, el 4 de enero, precipitó masivas protestas de jóvenes y trabajadores, que pese a la gran represión desplegada por el régimen consiguieron apoderarse de las calles y forzar la huída del dictador, luego de que los militares se negaran a auxiliar a la policía desbordada. El régimen intenta salvarse pese a la salida de Ben Alí, pero se ve cercado por la persistente movilización popular y las huelgas sectoriales, varios ministros del anterior gobierno se han visto forzados a dimitir, se disolvió la directiva del otrora partido oficial, y se ha anunciado la legalización de todos los partidos políticos y la liberación de los presos políticos.
Luego de la huída del dictador, manifestantes han ocupado los edificios de dos ministerios y mantienen rodeado el edificio del Primer Ministro. Miles siguen en pie de lucha, desconociendo al gobierno provisional, exigiendo la elección de una Asamblea Constituyente, y organizándose en comités de defensa de la revolución. No obstante, sectores de la pequeña burguesía que apoyaron la protesta contra Ben Alí, empiezan a ver con desconfianza el ímpetu revolucionario de los jóvenes y los trabajadores, y abogan por la normalización de la situación política. La situación sigue abierta.
Ya desde finales de 2010, se vislumbraba un auge en el movimiento de masas del norte de África. A finales del año pasado, el pueblo saharahui insurgió en una potente protesta por la autodeterminación que fue ahogada en sangre por los esbirros de la monarquía marroquí. Ahora la onda expansiva de la explosión tunecina llega a Argelia, Libia, Egipto, Yemen, y es seguida con atención por todos los pueblos árabes. Gadafi, el archiburócrata con 42 años en el poder en Libia, se apresuró a emitir una nerviosa condena contra la rebelión de Túnez. El gobierno de Argelia enfrenta desde comienzos de año enormes protestas por los altos precios de los alimentos. Protestas masivas contra Hosni Mubarak, el sátrapa egipcio, un político proyanqui y aliado del sionismo, han sido reprimidas con un saldo de decenas de muertos y miles de detenidos. Mubarak destituyó a todo su gabinete y nombró a un vicepresidente por primera vez en sus 30 años de gobierno, intentando calmar las protestas, pero el pueblo sigue en las calles exigiendo un cambio de régimen.
La importancia de una revolución en Egipto
Egipto, el más poblado de los países árabes, es una pieza clave para el imperialismo, y ello explica la multimillonaria ayuda militar que anualmente le asignan los yanquis, comparable a la destinada en los últimos años a Turquía, Colombia e Israel. Sin el apoyo militar egipcio, el fascismo sionista no podría mantener bloqueado al pueblo palestino en la Franja de Gaza. Desde el punto de vista diplomático, Egipto es el más importante aliado árabe de Israel.
Esto explica el hecho de que no sólo la monarquía saudí y los más abyectos gobiernos de la región se hayan solidarizado con el gobierno egipcio, sino que incluso la autoridad del colaboracionismo palestino, Mahmud Abbas, se haya pronunciado categóricamente en apoyo a la dictadura de Mubarak, demostrando nuevamente su carácter de apéndice del fascismo israelí. Mientras la marioneta colaboracionista apoya abiertamente a Mubarak, Israel ha ordenado a todos sus funcionarios mantener el más estricto silencio sobre el alzamiento popular, para evitar alimentarlo aún más. Todos saben que la caída de Mubarak podría alentar a las masas palestinas a lanzar una nueva Intifada para enfrentar al sionismo y librarse de la burocracia traidora que encabeza Abbas.
La impotencia del imperialismo no podría ser más patética, con Obama totalmente desprestigiado, expresando su “preocupación” y llamando a la “moderación” al pueblo egipcio, al tiempo que recomienda al gobierno de Mubarak hacer concesiones al movimiento de masas para mantenerse en el poder. Hay división en la clase política yanqui, pues hay sectores que consideran prudente sacrificar a Mubarak y tratar de controlar a un gobierno provisional, para evitar perder totalmente el control del país, e incluso barajan la salida del golpe militar. Lo que les mueve a la prudencia es el enorme poder de la movilización popular.
El presidente Chávez condenó las protestas de ciudadanos egipcios contra la embajada de ese país en Caracas, y llegó al extremo de llamar al pueblo de Egipto a que busque «el camino de la paz, del entendimiento, el progreso… en el marco de las leyes»(!). Un discurso abiertamente contrarrevolucionario. Los trabajadores y organizaciones populares de Venezuela debemos exigir la ruptura de las relaciones diplomáticas con la dictadura egipcia y solidarizarnos con la revolución democrática que libra ese pueblo hermano, alentándolo a romper con el orden burgués y avanzar hacia el socialismo.
LaCalse 30/01/2011