Gabriel Rot, primer biógrafo de Masetti, lo pone en duda: “¿Cabe pensar que la desaparición del cadáver del jefe haya sido concebida por las fuerzas represivas como un arma eficaz para borrar definitivamente su memoria?”, se pregunta. “A la luz del comportamiento represivo de las próximas décadas, no hay dudas de que sí. Ya se había hecho lo mismo con el cuerpo de Severino Di Giovanni, y se volvería a hacerlo con el Che en Bolivia y con Santucho en nuestro país. No resulta extraño que la desaparición del cadáver del Comandante Segundo, hombre del Che en la Argentina, constituya un antecedente temprano de la macabra tarea que sistemáticamente las mismas fuerzas represivas desplegarán años después”, escribió en su libro “Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina” (Waldhuter, 2010).
La historia de Masetti y el EGP pasó al olvido mientras los dictadores Juan Carlos Onganía (1966/1970), Marcelo Levingston (1970/1971) y Alejandro Lanusse (1971/1973) multiplicaban las víctimas de la violencia institucional en el país. Con la asunción del gobierno popular de Héctor Cámpora, los guerrilleros Héctor Jouvé y Federico Méndez fueron alcanzados por la ley de amnistía y recuperaron la libertad. Habían pugnado casi una década en prisión por participar –el primero como miembro del tribunal y el segundo como fiscal- del juicio revolucionario que condenó a muerte al guerrillero Bernardo “Nardo” Grosswald.
La “primavera camporista” duró poco. En 1973 Juan Domingo Perón fue electo por tercera vez presidente de la Nación, pero falleció prematuramente y el gobierno quedó en manos de su viuda y vicepresidenta, Isabel Martínez, hasta que el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 instauró el período más tenebroso del terrorismo de Estado en el país (1976/1983).
La búsqueda
Pasaron más de cuatro décadas desde la caída del EGP hasta que el 5 de julio de 2005, durante el gobierno de Néstor Kirchner, un grupo de investigadores cubanos y argentinos –apoyados por la Secretaría de Derechos Humanos que comandaba Eduardo Luis Duhalde- reabrió la investigación a pedido de la hija del guerrillero Hermes Peña, Teresita Peña. El gobierno cubano envió al abogado José Luis Méndez Méndez como apoderado de Teresita y de la última compañera de Masetti, Concepción “Conchita” Dumois. Incansable y agudo investigador, pronto sumó la representación de la hermana de Atilio Altamira, Juana Guzmán -más conocida como “Nena” Altamira-, y de la hija argentina del Comandante Segundo, Graciela Masetti. Se sumaron al equipo investigador el antropólogo cubano Alfredo Tamamé Camargo y Gabriel Rot.
Tras sortear varios obstáculos burocráticos en el cementerio municipal de San Ramón de la Nueva Orán dieron con los restos de Hermes Peña, que estaban junto a la tumba vacía del guerrillero Jorge Guille (sus padres habían exhumado el cadáver para llevárselo a su Zárate natal). Los restos de Peña fueron repatriados y depositados en el imponente mausoleo al Che en Santa Clara, Cuba.
Entusiasmado por el hallazgo, el equipo de investigadores cubano-argentino se propuso buscar los restos de Masetti y Altamira. Contaban con el testimonio de Héctor Jouvé, el “Teniente Cordobés”, último en verlos con vida: “Masetti y Altamira se habían quedado sobre una enorme roca ubicada en una especie de horqueta que se formaba sobre el río Piedras al chocar con un pequeño afluente que irrumpía sobre uno de sus márgenes”. El mismo dato había orientado a los gendarmes, cuarenta años. Rot encontró en los archivos de la fuerza un mapa en donde se podía leer, en letra manuscrita con lapicera sobre la zona de Sierra Morada, una simple y reveladora palabra entre signos de interrogación: “¿Segundo?”.
La Secretaría de Derechos Humanos le pidió a Gendarmería y a la Dirección de Parques Nacionales que colaboraran en la búsqueda. Dos guardaparques, cuatro gendarmes y un “mulero” acompañaron a Méndez Méndez, Tamamé y Rot en la expedición, que incluyó caminatas diarias de 45 kilómetros por las inexpugnables montañas de Orán. Las características topográficas del lugar impresionaron a Rot: “Los caminos o trillos por los que transitábamos no medían más de 50 centímetros de ancho. De un lado, ladera, del otro, precipicio. Con suerte, ante un desbarranco, una maraña de rocas o de vegetación podían atajarnos, aunque con la seguridad de no poder evitar alguna quebradura. Así era la mayor parte del trayecto; otra parte, ciertamente menor, era precipicio puro y franco, con asegurada caída libre al vacío. Al caminar por los trillos se pisan piedras de todo tamaño que destruyen el calzado y parte de la humanidad, y cualquier desvío de la mirada hacia el paisaje circundante puede resultar fatal”.
En agotadoras jornadas de ocho horas de marcha alcanzaron los tres mil metros de altura y comenzaron a remontar el monte bordeando el río Piedras, pero no llegaron al punto señalado por Jouvé; una tormenta de nieve y temperaturas de siete grados bajo cero precipitaron el final de la expedición. Rot y Tamamé estaban al límite de la hipotermia.
En septiembre de 2007, organismos de Derechos Humanos de varias provincias convocados por la Comisión de la Memoria de Orán se presentaron ante el juzgado federal N° 1 de esa ciudad para cuestionar la historia oficial -que a Masetti y Altamira se los tragó la selva- y exigir que se retomara la búsqueda. “A más de cuatro décadas de estos sucesos, el escenario de la memoria y de la historia, el universo de hechos y personajes, se sitúa entre las fuerzas de vencedores y vencidos, en donde su relato se expone como botín de guerra, de quienes se apropiaron del cuerpo de Ricardo Masetti y Oscar Altamira Guzmán, e imponiéndonos de versiones de lo que podemos recordar y de lo que debemos olvidar, signando nuestro futuro”, escribieron David Leiva, Salomón Villena, Hugo Tapia, Armando Jaime y la periodista Stella Calloni. Fundaron su petición en “el derecho a la verdad histórica y el duelo” y exigieron retomar la búsqueda de los guerrilleros “ya que existen sospechas fundadas que los mismos fueron detenidos por las fuerzas de seguridad y que permanecen hasta la fecha en condición de detenidos-desaparecidos”.
Entre el 24 de julio y el 24 de noviembre de 2013, un equipo explorador coordinado por el cubano Méndez Méndez y el profesor de la UNSAL Christian Vitry iniciaron una nueva búsqueda junto a cuarenta gendarmes y guardiaparques, que recorrieron 170 kilómetros cuadrados en la zona del río Piedras hasta su naciente y revisaron los cementerios municipales de Aguas Blancas y Colonia Santa Rosa. Nuevos indicios alimentaban la esperanza de hallar los restos del jefe del EGP y su lugarteniente: la mención de dos tumbas NN en el Registro de Defunciones del Registro Civil de Salta, correspondientes a los cementerios municipales de Aguas Blancas y Colonia Santa Rosa; y el testimonio del baqueano Ernesto Torres, que en abril de 1969 –cinco años después de los hechos-, integró una comisión geológica de YPF y dijo haber encontrado restos humanos e implementos militares “indubitablemente relacionados” con los guerrilleros desaparecidos: una mandíbula, una marmita y una bolsa azul con 200 balas.
Tampoco encontraron nada.
El secreto de los gendarmes