La pista más creíble surgió de dos denuncias radicadas en la propia Gendarmería Nacional a principios de 1966. La primera, del 30 de marzo, mencionaba el hallazgo de dos cadáveres esqueletizados en la zona del Río Pantanoso, en el área colindante al río Las Piedras, en la provincia de Jujuy. El denunciante, David Pantoja, capataz de la hacienda “La Horqueta” -ubicada sobre el paraje “El Pantanoso”, nombre de un afluente del río Piedras-, dijo que vio dos cadáveres con uniforme de fajina, atados de pies y manos. Una patrulla de Gendarmería fue a buscar a Pantoja, pero los lugareños informaron que ya no trabajaba ahí. En cambio, ubicaron a un campesino cuyo nombre bien podría haber salido de un cuento de Masetti: Santos Luis Borges. En compañía de un baqueano de apellido Centeno, Borges juró que constató personalmente los dichos de Pantoja y describió que uno de los cuerpos –presumiblemente el de Masetti- estaba atado de pies y manos al tronco de un árbol, que tenía varios impactos de bala, como si lo hubieran fusilado. Precisó que el cuerpo tenía una estatura aproximada de un metro setenta y cinco, barba cobriza y de una de sus muñecas colgaba un relox Rolex como el que usaban los oficiales del EGP. El otro cuerpo, presumiblemente del guerrillero Altamira, yacía a escasos metros con las manos atadas detrás de la espalda.
La segunda denuncia fue radicada, sugestivamente, pocos días después en el destacamento de Gendarmería en Jujuy. El denunciante decía haber visto a dos guerrilleros vivos vestidos de uniforme color caqui, con armas, mochilas y machetes. Precisó que estaban quemados por el sol y tenían marcas de picaduras de insectos en el rostro. Cuando fueron a constatar la denuncia, los gendarmes no encontraron ningún indicio de presencia guerrillera. ¿Había sido una maniobra distractiva?
Méndez Méndez le informó al juez que esa documentación de Gendarmería estaba incompleta porque no revelaba cómo continuó la investigación. Le pidió que reclamara a la fuerza los archivos faltantes “incluida la documentación que pueda estar clasificada y restringida por razones de seguridad nacional”. Pero Gendarmería nunca envió la documentación.
En 2021, Graciela Masetti hizo una nueva presentación en el juzgado federal de Salta. Entre otras medidas, pidió que se solicitara a Gendarmería Nacional –y particularmente al destacamento de Orán-que informara cómo siguieron las investigaciones de la fuerza tras haber tomado conocimiento de las denuncias sobre el hallazgo de los cadáveres esqueletizados; que se buscara en los archivos clasificados de la fuerza bajo el rótulo “ESyC” –Expediente Secreto y Confidencial- la documentación del año 1966 y siguientes; y toda otra documentación vinculada al entonces denominado “Departamento Guerra Revolucionaria” de Gendarmería, cuya creación y funcionamiento estuvo directamente vinculado a la promocionada “Operación Santa Rosa” que terminó con la captura y rendición de la mayoría de los miembros del EGP.
“Presumimos que podría existir una burocracia administrativa de dicho departamento que no ha permitido acceder a documentación de vital importancia para saber qué sucedió con Jorge Masetti y Atilio Altamira. También creemos posible que dichos archivos hayan sido duplicados y/o puedan estar en oficinas del Ejército Argentino, Ministerio de Seguridad y/o de Defensa de la Nación, por lo cual solicitamos se libren oficios también a esas dependencias”, insistió la hija del Comandante Segundo.
A la espera de que actuara la Justicia, durante el gobierno del presidente Alberto Fernández se hicieron gestiones ante el Ministerio de Defensa y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Pero la respuesta fue siempre la misma: un llamativo e inexplicable silencio de parte de Gendarmería Nacional.
A 60 años de su misteriosa desaparición en las montañas del norte argentino, los archivos clasificados de Gendarmería, si todavía existen, son tal vez la última esperanza para develar qué sucedió realmente con el Comandante Segundo y su lugarteniente Altamira.
“Me habré confundido con la tierra. Y cuando renazca en flor o en grano o llegue a lo alto de una rama, no temeré al hombre que me cercene, porque no seré yo (…) Llévenme a mí. Ese es sólo mi cuerpo. A mí. A mí. Por favor. No me condenen, no me dejen aquí. Devuélvanme mi cuerpo. Qué frío tengo. Vuelvan, no se vayan…malditos, no se vayan. No me ven llorar… por lo que más quieran. Por lo que más les duela. Se han llevado mi cuerpo. Y yo oigo. Y yo veo. Y yo siento”, escribió Jorge Ricardo Masetti en su cuento “Eternidad”.
Tenía 34 años al momento de su desaparición.
(*) Hernán Vaca Narvaja es autor del libro Masetti, el periodista de la revolución. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2017.