Revolución popular en Túnez
2011 comenzó con una revolución popular en Túnez que obligó a huir a Arabia Saudita a Zine El Abidine Ben Ali, dictador durante 23 años, con toda su familia, el pasado viernes 14 de enero. El “nuevo” gobierno está conformado por jirones del viejo y tambalea, mientras continúa la movilización de masas.
Escribe: Miguel Lamas
El dictador fugado dejó a su primer ministro Mohammed Ghannouchi. Pero este duró un día. Fue sustituido por el Presidente del Parlamento, Fouad Mebazaa, que anunció libertades públicas. Sin embargo, la rebelión popular continúa, pese a la represión que ya dejó más de 100 muertos. Nadie cree en el “nuevo” gobierno, que es en realidad el mismo viejo gobierno, pero descabezado… Tampoco hay una alternativa política visible. Cuatro ministros del “nuevo” gobierno ya renunciaron. La conducción de la UGTT (Unión General de Trabajadores), compuesta de burócratas que estuvieron sometidos al gobierno de Ben Alí, ahora denuncia que el nuevo gobierno está dominado por el partido de Ben Alí.
Una economía “exitosa”
La dictadura era felicitada año tras año por el FMI y el Banco Mundial por sus “éxitos” económicos en “atraer la inversión”. Para eso bajó al mínimo los impuestos y facilitó la exportación de ganancias, para que Europa instalara sus fábricas “deslocalizadas”, principalmente de 1.250 empresas de Francia, y aproveche la mano de obra barata. Mientras, la policía política metía presos y torturaba a opositores y luchadores sociales, prohibía cualquier prensa opositora y censuraba internet. Una gigantesca corrupción concentró la mayor parte “nacional” de la economía en el clan Trabelsi (la familia del dictador).
La chispa y la explosión
El 17 de diciembre último, la corrupta policía del régimen confiscó (robó) la carretilla con frutas y verduras, único sustento de Mohamed Bouazizi, de 26 años, que era diplomado universitario sin trabajo y vivía de la venta ambulante. Bouazizi, desesperado por esa pérdida, se roció con nafta y se prendió fuego. Falleció el 4 de enero, como resultado de sus graves quemaduras.
La muerte de Bouazizi se convirtió en un símbolo. Centenares de miles de jóvenes sin trabajo ni nada que perder se lanzaron a las calles enfrentando a la policía. Nada los detuvo. La represión (se dice que hubo más de 100 muertos y miles de heridos y presos) multiplicaba la indignación y el número de manifestantes. Las promesas del dictador de crear puestos de trabajo y otorgar libertades, no se las creyó nadie. La rebelión juvenil se hizo incontenible. Los obreros de las fábricas, también en su mayoría muy jóvenes y con sueldos miserables, comenzaron a unirse a la revuelta, pese a la pasividad de la conducción de la UGTT. Hasta que la huelga general fue un hecho, organizada desde abajo, y la UGTT la proclamó. Miles atacaron domicilios y propiedades de la familia Trabelsi, y comisarías que fueron incendiadas. La multitud enfrentó a la policía a puro puño y piedra contra bala. ¡Y venció! El régimen se quedó sin aire. El ejército no intervino, quizá sabiendo que corría riesgo de desintegrarse. Así, al dictador sólo le quedó la fuga…
La lucha recién comienza
El derrocamiento del dictador y la conquista de hecho de muchas libertades políticas, es un gran triunfo popular. Pero es sólo el primer round. Se habla de elecciones en 90 días, pero con partidos proscriptos, como lo está ahora, entre otros, el Partido Comunista, que tiene influencia en algunos sindicatos de base.
El avance en la autoconfianza y organización de las masas de jóvenes y trabajadores que derrumbaron la dictadura es grande. Un reporte desde la ciudad de Ksour indica: “Los hombres “de confianza” jóvenes, adultos y ancianos, se equiparon con palos y cuchillos y levantaron barricadas para controlar los accesos a la localidad, barrio por barrio, calle por calle. No permitían el paso de vehículos ni de personas desconocidas” (J. D. Fierro, Rebelión).
Indudablemente el imperialismo yanqui y europeo, que han perdido a un aliado, y las distintas fuerzas políticas patronales tunecinas y el ejército, están empeñados ahora en desmovilizar al pueblo y “estabilizarlo”, a costa de otorgar algunas concesiones democráticas. Pero esto no soluciona los problemas de fondo, la miseria, desocupación y la explotación imperialista. Mientras tanto el descontento tunecino está contagiando la movilización en los pueblos de Argelia y Libia. Sumando más temores al imperialismo.
La exigencia central de la revolución, el reclamo de la juventud por trabajo, requiere otro plan económico, expropiar a “la familia” del dictador y a las transnacionales. Estos cambios de fondo sólo pueden ser logrados bajo un nuevo poder obrero, popular y campesino. En ese camino está abierto seguir la movilización popular por los reclamos sociales y democráticos, como por recuperar los sindicatos echando a los burócratas para luchar por el salario y todos los reclamos obreros, así como disolver la policía política y castigar a los verdugos del régimen, siendo el pueblo quien pueda decidir libremente sobre su futuro.
El Socialista 19/01/11