A la luz de los antecedentes citados, es evidente que existen múltiples razones para explicar que a lo largo y ancho del mundo surjan numerosas voces de condena a las políticas del Estado de Israel y al tratamiento que dispensa a los palestinos residentes en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, sometidos a un régimen de dictadura militar. Esas críticas se han agudizado ante los terribles castigos colectivos que Israel viene aplicando en Gaza a partir del asalto de Hamás del 7 de octubre, cerrando el acceso al agua y a los combustibles –lo que ha provocado el cierre de los hospitales– o bombardeando hospitales, escuelas y barrios enteros de viviendas con un saldo impresionante de víctimas civiles de las cuales el 40% son niños. Se podrá buscar justificación a estas acciones en la violencia desmesurada de Hamás, pero una atrocidad no justifica otra mayor. En la Argentina ya sabemos, porque es doctrina consagrada por la jurisprudencia, que la violencia de los grupos insurgentes no justifica ni ampara al terrorismo de Estado.
La acusación de “antisemitismo”, lanzada habitualmente por los amigos de Israel contra los críticos de las políticas del Estado de Israel, es intelectualmente insostenible, una mera estratagema retórica para intentar acallar, inútilmente, la denuncia por las violaciones del derecho humanitario cometidas por el Estado de Israel. Por otra parte resulta absurdo suponer que quienes luchan contra el racismo y la segregación racial en Israel sean presentados como racistas antisemitas. La denuncia del sistema de apartheid se basa en las mismas razones con las que la comunidad internacional condenó el sistema de apartheid de Sudáfrica. El mayor problema que atraviesa la vieja estratagema de la acusación de antisemitismo es que la crítica más importante a las políticas del gobierno de Israel proviene actualmente de sectores judíos. Hay un buen número de grupos en la comunidad judía estadounidense que son críticos con la política de la derecha israelí y muy especialmente con su presencia continuada en los territorios ocupados. Algunas de estas organizaciones, como Fórum de Política Israelí y Brit Tzedek Shalom, promueven activamente la implicación de Estados Unidos en los procesos de paz. Otras organizaciones pacifistas, con grandes dificultades, operan en el propio Estado de Israel, como Paz Ahora; B’Tselem –defensora de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados– o Breaking the Silence, que reseña las denuncias de los propios soldados por la violencia que sufren los palestinos a manos del ejército israelí.
Las críticas más duras al gobierno de Netanyahu también son internas, como lo evidencia el siguiente texto: “Los gobiernos de derecha han optado por ocultar la verdad acerca de las repercusiones de la decadencia moral de largos años de ocupación en los tejidos de la madre patria. Netanyahu pasará a la historia como el arquitecto de la integración de la monstruosa distorsión de la idea sionista (cuya expresión es la represión del pueblo palestino por una raza superior judía) en el sistema político de Israel. Si existe una dictadura en las tierras palestinas ocupadas, también existirá fuera de ellas; si en ellas no existen el Estado de derecho ni las libertades fundamentales, tampoco existirán fuera de ellas. Es la ley de hierro de los vasos comunicantes. El partido gobernante de Israel es hoy una secta de creyentes que no se distingue de sus aliados del ‘sionismo religioso’, el obsoleto nombre adoptado por los discípulos del difunto rabino supremacista judío Kahana y los rabinos fundamentalistas de Judea y Samaria. Dicho partido es el componente más refinado del fascismo teocrático que domina hoy el gobierno de Netanyahu; y la remodelación judicial es una parte esencial de su viaje hacia un reino de sacerdotes y una nación santa. Netanyahu es, para ellos, el asno del Mesías; del mismo modo que Donald Trump, el ateo hedonista, lo fue para los cristianos evangélicos de Estados Unidos”. Los amigos de Israel no dudarían en atribuir este texto a los sempiternos enemigos de Israel, pero quedarán decepcionados porque pertenece a Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel.
La mayoría de los críticos a las políticas del Estado de Israel sólo aspiran a acabar con el régimen supremacista judío y el sistema de opresión sobre los palestinos o reivindican el derecho a la constitución de un Estado palestino. No cuestionan la existencia del Estado de Israel porque si bien reconocen que el proyecto de colonización judía provocó enormes sufrimientos al pueblo palestino, esto no justifica hacer retroceder la historia para dar lugar a nuevas tragedias. Como acertadamente señala Shlomo Sand en La invención de la Tierra de Israel, “el asentamiento sionista en la región creó no solo una explotadora elite colonial sino también una sociedad, una cultura y un pueblo cuyo traslado es inimaginable. Por todo ello, todas las objeciones al derecho a la existencia de un Estado israelí, basado en la igualdad civil y política de todos sus habitantes –ya procedan de musulmanes radicales que mantienen que el país debe ser borrado de la faz de la tierra, o de sionistas que ciegamente insisten en considerarlo como el Estado de la judería mundial– no son solo una anacrónica locura sino una receta para otra catástrofe en la región”.
A modo de conclusión, sirva una extensa cita de Enzo Traverso tomada de su ensayo El final de la modernidad judía, historia de un giro conservador (Universidad de Valencia, 2013), que permite reconocer los nuevos caminos del antisemitismo: “El declive del antisemitismo tradicional y la adopción de una actitud benevolente con respecto al sionismo forman una importante mutación de las extremas derechas de Europa. Por primera vez en la historia, los judíos y la extrema derecha han dejado de ser universos incompatibles y opuestos, dado que ya no los separa el antisemitismo. La decadencia de la tradición fascista ha dejado campo libre al surgimiento y expansión de una extrema derecha de nuevo tipo. El elemento de sutura de esta nueva extrema derecha no es otro que el racismo, manifestado en un rechazo violento de la inmigración. En la Europa contemporánea el inmigrante asume básicamente los rasgos del musulmán. La islamofobia desempeña en el nuevo racismo el papel que fue antaño el de los judíos en el antisemitismo. El retrato del árabe-musulmán trazado por la xenofobia contemporánea no difiere mucho del que construyó del judío el antisemitismo a principios del siglo XX. En un terreno más práctico, el espectro del terrorismo islamista ha venido a reemplazar al judeo-bolchevismo”.
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