Una estratagema retórica para intentar acallar las denuncias contra el Estado de Israel
POR ALEARDO LARÍA RAJNERI dic 3, 2023
Según el teólogo cristiano Hans Küng en El Judaísmo (Ed. Trotta), el anti-judaísmo –un sentimiento y actitud de rechazo al judío por su pertenencia a la religión judía– precedió en varios siglos al antisemitismo. Este último es un fenómeno despreciable que emerge con fuerza en la Europa de mediados del siglo XIX cuando adquiere carta de ciudadanía el paradigma del racismo, es decir la creencia de que existen diferencias esenciales entre razas humanas. En 1855 el francés Arthur de Gobineau publicó su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, que puede considerarse la obra inaugural del racismo, y en el mismo año Ernest Renan dio a conocer su Historia de las lenguas semíticas, afirmando que los pueblos semitas son inferiores a los pueblos arios. De este modo se pasa de diferencias lingüísticas a diferencias de raza, estableciendo categorías que han quedado totalmente desacreditadas por la ciencia moderna. El término antisemitismo lo utilizó por primera vez en 1873 el periodista alemán Wilhelm Marr para descalificar a los judíos, definidos como un grupo étnico, como una “raza inferior”, no como los simples seguidores de un credo religioso. El antisemitismo moderno es, por lo tanto, un fenómeno político europeo que desembocó en el terrible genocidio de judíos, gitanos, eslavos y homosexuales que llevó a cabo el régimen nazi. Al ser un fenómeno vasto y complejo, se puede sintetizar con la idea expuesta por H. Greive de que el antisemitismo tiene que ver más con los ‘no judíos’ que con ‘los judíos’ al ser un componente del irracionalismo, es decir la búsqueda e identificación de un enemigo, causante de todos los males sociales.
El sionismo
Una de las consecuencias derivadas del antisemitismo europeo ha sido el surgimiento de un movimiento nacionalista judío que reclamaba un hogar para los judíos, una suerte de refugio frente a un mundo hostil plagado de antisemitismo. Debemos situarnos en la época, cuando se produce el surgimiento del nacionalismo romántico, que sostenía la tesis de que cada comunidad orgánica, cada pueblo común, debía dotarse de un Estado común. El padre del sionismo moderno, Theodor Herzl, autor de El Estado judío, publicado en 1896, consideró que lo único que unía al pueblo judío, culturalmente diverso y geográficamente disperso, era su vulnerabilidad frente a las persecuciones antisemitas, una situación que requería un “Estado para los judíos”. La conformación de un nuevo Estado demandaba una base territorial de asentamiento, por lo que Herzl, que era un judío laico, sugirió en su libro varios lugares –entre ellos Uganda y la Argentina– donde “un pueblo sin tierra” pudiera encontrar “una tierra sin pueblo”. Posteriormente, el Primer Congreso Sionista de Basilea, celebrado en esa ciudad suiza en 1897, declaró que “el sionismo busca establecer un hogar para el pueblo judío en Palestina garantizado en virtud del derecho internacional”. El Programa de Basilea sostenía que “el sionismo tiene por objeto establecer para el pueblo judío un hogar seguro pública y jurídicamente en Palestina”. Para el logro de ese objetivo, el congreso consideraba necesaria la promoción de asentamientos judíos de agricultores, artesanos y comerciantes en Palestina. Cabe añadir que en la narrativa que acompañó la empresa de colonización se acudió a la Biblia, para afirmar que Israel es la misma tierra que fue prometida por Dios a Abraham y que había existido como reino hasta el 70 d.C. cuando los romanos demolieron el Templo y exiliaron a su pueblo. Ilan Pappé señala que uno de los usos más intrigantes de la Biblia por el sionismo es el practicado por el ala socialista del movimiento que, aunque no creía en Dios, proclamaba que éste les había prometido Palestina.